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Tema de tapa


Nº 162 Octubre - Diciembre 2005

¿Quién hará historia el hambre?

por Devinder Sharma

Al negarse a eliminar los enormes subsidios agrícolas de sus países, los líderes del G-8 exhibieron una clara falta de voluntad para traducir en acciones su promesa de hacer historia la pobreza.

Gleneagles, un lujoso complejo golfístico de Escocia, fue el marco perfecto para que los jefes de Estado de los países más ricos del mundo sembraran semillas de esperanza para miles de millones de personas que viven en la pobreza más abyecta. Quizá haya sido la última oportunidad para que los líderes mundiales tradujeran en acciones su declarada preocupación por los pobres.
Cerca de 24.000 personas mueren de hambre cada día. Esto significa que más de 120 millones habrán muerto para 2015 debido a ese vergonzoso flagelo. En lugar de corregir esa tendencia, los líderes del Grupo de los Ocho (G-8) optaron por defender los intereses de las grandes empresas. Salvo por declaraciones vacías sobre la necesidad de combatir el hambre y poner a África en el camino del desarrollo económico, la comunidad internacional no adoptó ninguna medida significativa hacia esos ambiciosos objetivos. Al final de la cumbre del G-8, el mensaje fue claro: África deberá vivir de la esperanza.

Angustia

Como miles de británicos que se habían reunido en los campos de Edimburgo dos días antes del comienzo oficial de la cumbre en Gleneagles, este autor se sorprendió por la perseverancia, determinación y paciencia de las personas que hicieron fila para participar de una marcha pacífica por la ciudad. Portando pancartas y vestidos en general de blanco, los manifestantes esperaron a que la policía diera su aprobación para moverse. Tal era el entusiasmo por hacer oír su voz que desafiaron la lentitud de la marcha. Les llevó casi tres horas y media atravesar no más de cien metros, y sin embargo estaban calmos y alegres. Se estima que unas 250.000 personas participaron de esta marcha pacífica.
Para ellas, la marcha fue la única manera democrática de expresar su angustia por las políticas mundiales que exacerban el hambre y la pobreza. Lamentablemente, los líderes mundiales que se rasgan las vestiduras en nombre de la democracia son los primeros en dar vuelta la espalda a la democracia una vez que están en el poder. Esto es exactamente lo que ocurrió en Gleneagles. Parece que democracia ya no significa escuchar y proteger la voz de las masas. Según el G-8, significa proteger y fortalecer los mercados de acciones.
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, dejó bien claro antes de aterrizar en Gleneagles que cualquier acuerdo sobre la reducción de gases de efecto invernadero para ajustarse a los compromisos del Protocolo de Kyoto estaba “descartado”. En cambio, habló sobre la necesidad de ofrecer tecnologías limpias a nuevas economías emergentes, como China e India. “Ahora es el momento de trascender el período de Kyoto y crear una estrategia que incluya a los países en desarrollo”, dijo.
Por lo tanto, lo que no es bueno para las empresas estadounidenses está fuera de discusión. La miseria que esas decisiones comerciales causan al resto del mundo, en especial los países en desarrollo, es un precio que los pobres deben pagar para que los ricos sigan siendo ricos.
Un gesto de última hora de Japón ayudó al G-8 a mejorar su imagen. Japón aceptó cerrar la brecha para elevar la ayuda a África a 50.000 millones de dólares al año antes de 2010. Sin embargo, como todas las otras decisiones políticas emanadas de las economías ricas, ésta no fue incondicional. “La empresa privada es un motor del crecimiento y el desarrollo”, dice el comunicado, emitido al final de la cumbre. En otras palabras, los líderes del G-8 permitieron que el sector privado se uniera al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) en el saqueo de África. Como resumió con ironía Peter Hardstaff, del Movimiento por el Desarrollo Mundial: “No preguntemos qué podemos hacer por los pobres, sino qué pueden hacer los pobres por nosotros”.

La vergüenza del subsidio

Una y otra vez, el énfasis recaía sobre el comercio mundial y la inversión. Más que la condonación de la deuda externa -que supera los 295.000 millones de dólares en el caso de África- o el aumento de la ayuda para el desarrollo, el comercio fue proyectado como la estrategia correcta hacia el crecimiento. Dado que no hubo ningún compromiso de eliminar los enormes subsidios agrícolas de los países ricos integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), equivalentes a 321.000 millones de dólares el año, el paradigma del desarrollo sugerido para algunos de los países más pobres del mundo sólo multiplicará la pobreza y el hambre. Los subsidios agrícolas representan alrededor del séxtuplo de la ayuda prometida para África.
Los subsidios agrícolas deprimen los precios mundiales y permiten a las empresas de alimentos verter productos agrícolas altamente subsidiados en países en desarrollo. Para éstos, la importación masiva de alimentos equivale a la importación de desempleo, que contribuye a la pobreza y el hambre. Después de todo, ¿cuál es la razón de que Europa produzca un superávit de leche de doscientos por ciento para los próximos diez años? Visto que India ya tiene un excedente y China no necesita leche para consumo humano, todo el excedente está destinado a África. Los líderes del G-8 deben, entonces, limitar la producción agrícola en sus propios países.
Numerosos estudios han demostrado que los subsidios agrícolas se usan para destruir el sustento de los agricultores de países en desarrollo, lo que representa una grave amenaza a la seguridad alimentaria. Salvo discursos, nada se ha hecho para poner fin a los subsidios de exportación. Al mismo tiempo, se prevé que la fuerza de la inversión privada empujará la industria de los alimentos transgénicos a África. Dado que Europa se niega a aceptar esos productos por razones de seguridad humana y ambiental, líderes del G-8 están a la búsqueda de otros mercados. África es el vertedero perfecto.
Tal enfoque se opone al objetivo de la autonomía alimentaria. Los líderes del G-8 se niegan a aceptar que la única salida para África consista en fortalecer su agricultura para que obtenga seguridad alimentaria. África debería aplicar las mismas medidas que tomaron India y China, los dos países más poblados del mundo, a principios de la década del setenta. Ambos países cerraron las fronteras nacionales y proveyeron la mezcla de políticas adecuada para que los agricultores aumentaran su producción. El resto es historia.
Si un tercio de la población del planeta pudo salir de la pobreza y el hambre adoptando políticas nacionales que aseguraran la autonomía alimentaria, entonces África también puede hacerlo. Nunca una masa tan grande de personas salió de la pobreza y el hambre sin autonomía alimentaria, y nunca esa tremenda tarea podría ser cumplida mediante las privatizaciones y las agroempresas. Junto con políticas nacionales adecuadas, el autoabastecimiento de alimentos es la única forma de “Hacer Historia el Hambre”, como se dio en llamar un espectáculo en Edimburgo. Una vez desaparecida el hambre, la pobreza también será historia, decía el mensaje. Pero, ¿alguien lo escuchó?

--------------- Devinder Sharma es analista de políticas alimentarias y comerciales residente en Nueva Delhi. Entre sus libros se cuentan GATT and India: The Politics of Agriculture (El GATT e India: la política de la agricultura), GATT to WTO: Seeds of Despair (Del GATT a la OMC: Semillas de desesperanza) y In the Famine Trap (En la trampa del hambre).






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