Nº 162 Octubre - Diciembre 2005
Los murmullos no bastan
por
Roberto Bissio
“La gente rugió, pero el G-8 apenas murmuró”. Ésta fue la potente metáfora que utilizó Kumi Naido, presidente del Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza, al expresar su desilusión con el resultado de la reunión de los ocho dirigentes políticos más poderosos del mundo en Escocia, en julio de 2005.
Se calcula que miles de millones de personas vieron los conciertos televisados de “Live8” el día anterior a la reunión del Grupo de los Ocho (G-8). Millones de ellas incluso enviaron mensajes por correo electrónico o teléfonos celulares exigiendo al G-8 decisiones concretas y prácticas contra la pobreza: más ayuda y de mejor calidad, la condonación de la deuda para los países que no pueden prestarles los servicios sociales básicos a sus propios pueblos y justicia en el comercio internacional. Las expresiones de la opinión pública que exigían medidas contra la pobreza fueron tan impresionantes que los ocho dirigentes decidieron demostrar su compromiso con la causa suscribiendo el comunicado final en una ceremonia pública, algo poco habitual en las reuniones del G-8.
Los anuncios oficiales no sólo no colmaron las esperanzas, sino que la tinta del comunicado aún no se había secado cuando el principal asesor del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, durante la reunión negó haber accedido a incremento alguno de la ayuda estadounidense.
Para entonces la atención del mundo estaba centrada en las bombas que explotaron en el sistema de transporte de Londres, por lo que pocos se dieron cuenta que la enormidad del rugido se había acallado rápidamente para transformarse en un murmullo avergonzado.
El Informe 2005 de Social Watch trata precisamente de la brecha que separa las promesas de la acción. La pobreza y la discriminación de género matan, literalmente. Diariamente podrían evitarse miles de muertes silenciosas.
Hace sesenta años, cuando se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la motivación inmediata era “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. Pero los visionarios que redactaron la Carta de la ONU en San Francisco ya sentían que la “seguridad colectiva” y la ausencia de la guerra no bastaban y no podían conquistarse sin “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas” junto con la resolución de “promover el progreso social y (...) elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.
En 1995, cuando el fin de la Guerra Fría volvió a despertar las esperanzas de que al fin se realizarían las promesas de ese documento, grupos de ciudadanos de todo el mundo se reunieron y crearon Social Watch para presentar informes anuales independientes sobre la forma en que sus gobiernos cumplían sus propias normas y promesas. Entonces, como ahora, la atención se centraba en las promesas solemnes que hicieron los jefes de Estado para alcanzar la igualdad de género y erradicar la pobreza, “haciendo historia” en vísperas del siglo XXI.
Éste es el décimo informe de Social Watch. Su concepto esencial no ha cambiado: nuestros gobernantes asumieron compromisos y los ciudadanos tienen el derecho y la responsabilidad de hacer que los gobiernos rindan cuentas por sus propias promesas y obligaciones jurídicas. Lo que sí ha cambiado en la última década son, por un lado, las herramientas de contralor que utiliza Social Watch y, por otro, la amplitud de la red.
El primer informe de Social Watch en 1996 incluía las conclusiones de las ONG de once países. Este informe de Social Watch en 2005 recopila las conclusiones de más de cincuenta coaliciones nacionales de todos los continentes. Cada capítulo nacional de Social Watch está compuesto por organizaciones y movimientos que realizan actividades todo el año sobre temas de desarrollo social. Se reúnen una vez al año para evaluar las acciones de los gobiernos y sus resultados. Sus conclusiones no se proponen como investigación pura sino que se utilizan para interpelar a las autoridades y ayudar a formar mejores políticas a favor de los pobres y de las mujeres. Por lo tanto, el informe de Social Watch no es un informe por encargo. El tema específico de cada edición se discute en forma colectiva y cada grupo nacional decide sus propias prioridades y sus énfasis. Para realizar el informe cada grupo recauda sus propios fondos y la mayor parte se invierte en consultas con los movimientos sociales para recabar pruebas y validar sus conclusiones. El rol del Secretariado Internacional consiste en procesar toda esa información y editarla en el informe mundial. El Comité Coordinador Internacional de Social Watch, elegido por las plataformas nacionales en asamblea, proporciona orientación y liderazgo a la red. Un equipo de investigadores sociales, radicado en la sede de Social Watch en Montevideo, obtiene la última información existente a nivel nacional e internacional y la procesa con metodologías diseñadas, probadas y examinadas a fondo en los últimos diez años para presentar las cifras de cada país y los resúmenes mundiales incluidos en el informe.
Un Índice de Capacidades Básicas, basado en la metodología originalmente desarrollada por la coalición de Social Watch en Filipinas para vigilar a los gobiernos locales, se presenta en este informe junto con el también original Índice de Equidad de Género. Las conclusiones de los índices son compatibles con las de los informes nacionales y con el análisis pormenorizado de cada una de las dimensiones de la pobreza y la desigualdad (educación, salud, nutrición y vivienda). Lamentablemente, la conclusión es que si no se produce un cambio fundamental en las tendencias actuales, incluso las metas mínimas acordadas solemnemente por los jefes de Estado y de gobierno durante la Cumbre del Milenio de 2000, simplemente no se cumplirán. El “Mapa social del mundo” que acompaña a este informe parece condenado a estar pintado principalmente de rojo, naranja y amarillo, los colores que simbolizan los distintos grados de necesidad, cuando para 2015 el “planeta social” debería estar pintado de azul para indicar que se cumplió con el nivel mínimo de los servicios sociales.
La reunión del G-8 en Escocia no generó el impulso adicional necesario para avanzar hacia un mundo “azul”, libre de pobreza y con igualdad entre los géneros. Los líderes del mundo tendrán una nueva oportunidad este año cuando se reúnan para el sexagésimo aniversario de la ONU en setiembre y cuando envíen sus ministros a la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Hong Kong en diciembre.
Al demostrar que no se cumplieron las promesas anteriores no fomentamos el escepticismo sino que exigimos acciones. La historia sigue evolucionando, aún no se ha dicho la última palabra y los ciudadanos sí pueden hacer la diferencia. ¡El momento de actuar contra la pobreza es ahora!
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Roberto Bissio es coordinador de Social Watch.
Éste es el Prefacio del Informe 2005 de Social Watch.
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