Nº 162 Octubre - Diciembre 2005
El G-8, pobreza y deuda: apenas un murmullo
Pocas cumbres del Grupo de los Ocho (G-8) países más ricos del mundo y Rusia se realizaron en medio de tanta fanfarria como la celebrada en Gleneagles, Escocia, del 6 al 8 de julio. Sólo los atentados de Londres estropearon la ocasión.
La campaña ciudadana “Hagamos de la Pobreza Historia” había desafiado al G-8 con sus reclamos de duplicar la ayuda, condonar la deuda de los países pobres y establecer normas comerciales justas. El primer ministro británico, Tony Blair, colocó el desarrollo de África y la lucha contra el cambio climático en los primeros lugares de su propia agenda.
El comunicado final de la cumbre del G-8 y documentos relacionados reflejaron algunos pequeños avances en materia de ayuda y deuda, pero ninguno relacionado con el comercio y el cambio climático.
El G-8 anunció un incremento de 48.000 millones de dólares en la ayuda anual para el desarrollo a partir de 2010. Sin embargo, expertos en desarrollo analizaron las cifras y descubrieron que el incremento se limita a 20.000 millones de dólares y el resto no es más que “reciclaje y reenvasado” de ayuda comprometida anteriormente. Con respecto a la deuda, los líderes del G-8 confirmaron lo que los ministros de Finanzas habían acordado en junio: cancelar la deuda de dieciocho países pobres con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Como señalaron muchos movimientos contra la deuda, esto es un buen comienzo, pero no es suficiente. En primer lugar, hay más de sesenta países que precisan el perdón de sus deudas para poder alcanzar las Metas del Milenio. Segundo, la cancelación es sólo parcial, porque no abarca las deudas comerciales, por ejemplo. Y tercero, para que otros países se vuelvan elegibles para la condonación de sus deudas, deberán cumplir condiciones de privatización y apertura a las inversiones que perjudicarán su desarrollo.
En cuanto al comercio, el G-8 fracasó estrepitosamente. No presentó ningún compromiso para poner fin a su propio proteccionismo, ni indicó ningún cambio en su política de presión a los países en desarrollo para que abran más sus mercados. Esa apertura provocará más daño a las economías nacionales del que ya causó la anterior ola de liberalización, advirtieron algunos analistas. La cumbre se limitó a reiterar la tradicional posición de los países más ricos al acordar la eliminación de los subsidios a las exportaciones agrícolas, pero sin dar una fecha.
El cambio climático fue otra área de profunda decepción. Ante la resistencia de Estados Unidos a comprometerse a cualquier objetivo de reducción de las emisiones de gases invernadero, se intentó al menos que admitiera la existencia de una crisis climática y la responsabilidad de la actividad humana.
Finalmente, el presidente George W. Bush aceptó una declaración que establece que la actividad humana es “en gran parte” responsable y describe el cambio climático como un importante desafío “a largo plazo”. Dada la inminencia de la crisis, climatólogos y ambientalistas consideraron que la cumbre fue una gran oportunidad perdida de acordar objetivos de reducción de emisiones en plazos concretos.
|