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América Latina


Nº 161 - Julio - Setiembre 2005

Entrevista a Raúl Lugo, sacerdote de Yucatán

Los mayas entre el NAFTA y el maíz

por Nicolás Minetti

Raúl Lugo es sacerdote católico en la península de Yucatán, México. Los contrastes entre los magníficos hoteles de Cancún, las impresionantes construcciones de los mayas en Chichen Itzá o Tulum y la pobreza de las comunidades campesinas de sus descendientes lo motivó a buscar un camino pastoral fuera de los templos. En esa ruta descubrió nuevas iniciativas productivas junto a la construcción de esperanza, la defensa de la identidad maya frente al avance de la cultura occidental y las consecuencias del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), más conocido como NAFTA, por su sigla en inglés.

¿Cuáles son las condiciones de los pueblos indígenas y de los campesinos de Yucatán?

Habría que dividir el asunto en dos partes. Una es la realidad propia de los pueblos indígenas, que no es similar en todas las etnias. México es uno de los países latinoamericanos con mayor número de etnias, tiene más de cincuenta. La región en la que estoy está ocupada por una sola etnia: la conocida como “maya peninsular”. Ahí ha habido algunos problemas en los que coinciden con el resto de los indígenas del país, por ejemplo no hay reconocimiento en las leyes locales de la existencia misma de la etnia, a pesar de que el 60 por ciento de la población es maya parlante y sólo tiene el castellano como segunda lengua. A pesar de eso no hay ninguna seguridad jurídica ni para sus costumbres ni para su sistema de justicia ni para su lengua. Hay toda una batalla para que logren derechos específicamente de los pueblos indios.
Otra cosa es la realidad que estos indígenas comparten con otros yucatecos no indígenas que viven en el campo, y ahí el problema se basa fundamentalmente en el cultivo del maíz. Nuestra región es una región de tierras muy poco fértiles, en la mitad del territorio puede sembrarse maíz. La otra mitad durante mucho tiempo se dedicó al cultivo de un agave que se llama henequén (una especie de cactus, de aspecto parecido a una yuca verde; otras variedades de agave se utilizan para hacer el tequila), con el cual se hacían después las sogas de los barcos (también conocida como fibra o hilo de sisal), pero que internacionalmente fue desplazado cuando apareció el plástico, y la empresa -que era estatal- se vino abajo y los campesinos quedaron desprotegidos.
En cambio, la zona del maíz durante mucho tiempo fue la que salió adelante económicamente, pero ya no alcanza siquiera a cubrir las necesidades de la población. Particularmente por la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, el gobierno mexicano ha dejado la política de los subsidios y diversas ventajas que otorgaba a los campesinos, con precios de garantía al cultivo del maíz, por ejemplo.

¿Sólo el maíz se vio afectado por el Tratado de Libre Comercio?

En nuestro caso es el único producto que se puede decir que es absolutamente básico para la alimentación campesina, y hasta hace algún tiempo, al menos en la zona, había casi un nivel de cobertura de las necesidades alimentarias. Ahora ya no lo hay. Pero no lo hay porque el país mismo no lo tiene. En otras partes del país el Tratado de Libre Comercio ha afectado también a otros cultivos, particularmente el frijol, el trigo, que se cultivan en algunas otras regiones y donde hay ahora un déficit.

Y esos alimentos, ¿de dónde vienen ahora?

Se importan de Estados Unidos y parte del trigo también viene de Canadá, porque el tratado es entre estos tres países. México permite la entrada de granos sin problemas fiscales, y en cambio dejó de apoyar al campo mientras estos países, particularmente Estados Unidos, continúan con su política de subsidios.
Cuando se firmó el NAFTA, estaba programado que hacia el 2015 debería darse la plena liberalización de los productos agropecuarios. México aceleró ese proceso, de tal manera que nosotros llegamos al 2002 prácticamente sin ninguna protección en ninguno de nuestros granos. O sea nos volvimos, digamos así, los más ortodoxos en el TLC.
Entonces en 2002, cuando la crisis en la producción de productos agrícolas, los movimientos sociales campesinos presionaron para que, en el momento que tenía que darse una revisión del tratado comercial en el 2004, se retirara el capítulo agropecuario para renegociarlo y que se consideraran las asimetrías, que ya existían al principio pero que se habían acentuado con la política de subsidios de Estados Unidos. Pasó el tiempo de la revisión y México no movió un dedo por ningún cambio.

¿Cómo afecta al tema de la diversidad de las variedades de maíz? ¿Hay alguna en peligro de extinguirse?

Sí, nosotros hemos organizado en la región un evento anual al que le llamamos “Feria del Maíz Criollo”. Como región productora somos bastante poco importantes, porque casi todo se usa para consumo interno, mientras que en estados vecinos, como por ejemplo Oaxaca, además de ser cuna de varias especies, tiene una producción bastante grande que mueve hacia otras partes del país. Ésas son las zonas que han resultado más afectadas por la introducción del maíz transgénico, que ha contaminado una parte de la siembra de Oaxaca, que al ser una región de origen del maíz puede hacerlas desaparecer.
Nosotros trabajamos en algunos lugares bastante apartados de la región maya donde han conservado mucho la pureza en diferentes clases de maíz. Pero en el mismo territorio maya alguna gente no conoce el tipo de maíz que cultivan en el otro lado del estado. Entonces, la feria del maíz ha ayudado para que las comunidades puedan llevar sus semillas y puedan intercambiarlas. Tenemos varios tipos de intercambios: uno es intercambio semilla por semilla, otro es para completar la producción cuando en algún lugar hubo alguna pérdida, y otro es para evitar la contaminación. Que haya cierta garantía del poblado que comparte su maíz de que no ha sido contaminado por ningún otro tipo de siembra.
En algunas ocasiones, han venido indígenas a la feria que se han asombrado de las variedades que hay. Incluso hay una universidad especializada en asuntos agropecuarios que dijo que siendo la región maya yucateca tan poco importante en cuestión de comercio y distribución de granos, conservaba gran relevancia por las variedades de maíz que tiene.

¿Cuál es tu trabajo con las comunidades mayas?

Nosotros fundamos hace diez años una escuela de agricultura ecológica. Éramos un grupo de sacerdotes que trabajábamos en comunidades rurales y nos dimos cuenta de que esas comunidades expulsaban gente, aumentando la migración hacia Cancún y a otros centros turísticos cercanos o directamente a Estados Unidos. Por esa razón decidimos comenzar algún proyecto, ya no sólo de estudio, de investigación o pastoral, sino también productivo.
Encontramos un grupo campesino en el sur del estado que había desarrollado un trabajo muy interesante durante cuatro años que se llamaba “Árboles para el Pueblo”. Ellos estuvieron investigando cómo retornar a las técnicas de cultivo de los mayas antiguos, y habían hecho una mezcla muy buena de una agricultura sustentable y respetuosa del medio ambiente. Su financiamiento se había terminado. Ellos habían hecho el trabajo de una práctica común pero quedaron más o menos aislados. Nosotros les pedimos que hicieran un equipo y nos comprometimos a encontrar cierto financiamiento por parte de las parroquias, para que visitaran nuestros grupos de campesinos. Luego pasamos a una etapa con una educación un tanto más formal que una simple asesoría campesina y entonces fundamos la escuela de agricultura ecológica “Rocío del Cielo”.
La escuela tiene un sistema que abarca todo un año completo para que cubran todas las etapas productivas, donde campesinos y campesinas residen de martes a viernes en una especie de internado con instalaciones y campo de cultivo. Asociados a las universidades de Yucatán y Chapingo, hicimos un programa que cubre un área agrícola (siembra, milpa -plantación de maíz-, hortalizas, árboles maderables), una pecuaria (cerdos, vacas, peces, abejas, aves, etc.) y un área social (organización campesina para enfrentar los problemas que van desde la comercialización al rescate de tradiciones indígenas, medicina tradicional, espiritualidad de la tierra, etc.).

¿Forman cooperativas o son agricultores individuales?

Después de siete años en los que habían salido ya siete grupos de egresados de más o menos veinticinco campesinos cada uno, algunos de ellos siguieron trabajando en sus terrenos individuales, pero otros tuvieron la inquietud de que no fuera solamente agricultura de subsistencia sino que pudieran comercializarse excedentes, por lo que inventaron un proyecto de “Granjas Ecológicas Integrales”.
La idea consiste en que un grupo de familias, con cuando menos un ex alumno a la cabeza, lleva adelante el proyecto y se trata de convertir la granja ecológica integral al mismo tiempo en un centro de capacitación y de producción, en la que los egresados comparten el conocimiento que tuvieron en la escuela con otros campesinos, para que todas las técnicas utilizadas sean respetuosas del medio ambiente y para que todos los productos que se cultiven sean netamente orgánicos.

¿Cómo distribuyen esos productos?

La experiencia comenzó hace tres años. Después del primer año que tuvieron producción lanzamos un primer programa al que llamamos “Canastas de hortalizas orgánicas”. Conseguimos un número de familias en la ciudad que estaban dispuestas a asociarse al proyecto en la modalidad de comercio justo. Esto quiere decir en concreto que las personas van a pagar un precio más elevado que el que conseguirían en el supermercado pero son hortalizas mucho mejores. Además se comprometen a pagar por adelantado y a asumir los riesgos del trabajo junto al productor. En contraparte los productores se comprometen a dar una canasta de hortalizas orgánicas de cuando menos siete kilos a la semana y a entablar relación directa con el consumidor, de manera que en dos ocasiones al año el consumidor visita la granja para conocer el lugar, lleva sus hijos -hay un programa de formación ecológica para niños-, entonces la familia consumidora que entra al proyecto queda ligada con una granja en concreto, va recibiendo su producto cada semana y con los productores establece otro tipo de lazos.

¿Eso permite la sustentabilidad económica de las personas involucradas?

Sí, porque lo que se supone es que la familia saca en cuestión de hortalizas lo que necesita para vivir, y esas canastas las sacan del excedente. No son granjas muy grandes, de manera que cada granja obtiene cinco canastas por semana nada más. Tiene que garantizar treinta y cinco kilos de hortalizas para sus cinco familias clientes. Ellos cosechan el lunes por la tarde y el martes por la mañana lo trasladan a la ciudad de Mérida, donde la gente va a un lugar donde se concentra y deja una canasta vacía y se lleva una canasta nueva, y así cada semana. Los compradores abonan tres meses por anticipado, lo que garantiza el ingreso a los campesinos más allá de algún problema, por ejemplo en la época de ciclones cuando la cosecha no puede salir.

Compartir el riesgo...

Compartir el riesgo de la producción es uno de los ejes de la propuesta, logrando un nuevo relacionamiento entre productores y consumidores.

¿Cuántas granjas de este tipo tienen en funcionamiento?

Las que tienen dos años de funcionamiento son cinco y han surgido ahora, en diciembre se inauguraron otras diez más pero todas ellas en torno a estas cinco, de manera que se conservan como centros de capacitación. Las granjas llegan a tener tres familias, donde trabajan hombres y mujeres.

Además de hortalizas orgánicas, ¿qué otras cosas producen?

El año pasado hicimos la feria del pavo ecológico. Como toda la gente come pavo, avisamos que íbamos a vender pavos que no han comido nunca alimentos tratados con químicos y entonces necesitan año o año y medio para llegar a siete u ocho kilos.

En caso contrario, ¿cuánto tarda el engorde del pavo?

Se puede lograr hasta en tres meses. Pero claro, esos pavos, además de que te los venden congelados, no saben a nada, mientras que estos pavos es lo que la gente conoce como “pavos crecidos en el patio” porque ahí les dan grano, maíz, hierbas o lo que queda de la comida, entonces son pavos que no tienen ningún ingrediente artificial para su crecimiento. Entonces aprovechamos y los vendemos casi al doble, pero la gente busca esos pavos. La gente los espera porque al mismo tiempo van conociendo el proyecto de las granjas y buscan maneras de apoyarlas. Se llevan un pavo que tiene mucho más sabor que otros.
Además, pretendemos para el tiempo de floración hacer la feria de la miel ecológica. Nosotros tenemos abejas nativas, son abejas adaptadas a la región que no tienen aguijón, y que producen una miel bastante concentrada con muchas propiedades medicinales.

El pueblo maya peninsular, ¿cómo ha enfrentado este Tratado de Libre Comercio? ¿Cómo enfrentó esta nueva realidad que le saca sus medios de subsistencia ancestrales? ¿Ha emulado la experiencia de los zapatistas en Chiapas?

En el caso de los mayas peninsulares hay cierto problema. Su proceso de autoidentificación como indígenas no ha sido tan acelerado como el de los zapatistas.

¿No son indígenas?

Son indígenas, tienen su propia lengua, sus propias formas, pero la mayor parte de ellos no enseñan ya la lengua a sus hijos, por ejemplo. La sublevación zapatista ha venido realmente a remover un poco el asunto de la identificación, porque normalmente hasta hace unos veinte años el ideal de un indígena era que su hijo estudiara y saliera de ese ambiente, dejara de hablar maya, se hiciera mestizo. No había autovaloración, producto de cientos de años de desprecio y humillaciones. Pero a partir de la situación zapatista las cosas han cambiado de manera notable porque ahora, por ejemplo, hay círculos de discusión acerca de la propia identidad. Nosotros hemos participado en algunos talleres junto con ellos y que simplemente tienen la pretensión de que al final la gente pueda tener argumentos propios para su propia identificación, y esto ha soltado, ha destrabado, una discusión sobre un asunto del que normalmente no se hablaba.
En ese sentido alguna cosa se ha encaminado. Por ejemplo, los zapatistas estuvieron proponiendo modificaciones a la Constitución luego de un acuerdo al que llegaron con el gobierno federal. El gobierno federal traicionó los acuerdos, aseguró una reforma distinta y los zapatistas entonces comenzaron su proyecto de autonomía por su cuenta. Los mayas de Yucatán, por ejemplo, enfrentan ahora un asunto interesante porque la cámara local quiere legislar por primera vez sobre cuestiones de derecho del pueblo indígena. Lo primero que la Constitución tendría que hacer es decir que hay mayas, porque no existen legalmente hablando. Quieren hacerles una ley particular, pero los mayas ya dijeron “nosotros no queremos una ley que ustedes hagan” y “no queremos ninguna ley hasta que no reformen lo mal que hicieron con los zapatistas en la reforma federal”. Entonces yo noto, por ese tipo de posiciones, que ya hay un eco bastante grande del fenómeno zapatista también dentro de los mayas de Yucatán. Eso en relación con los derechos de los pueblos indios.
Ahora, las otras consecuencias de la globalización económica han sido devastadoras. Nuestro proyecto, por mucho que se oiga muy bonito en el discurso, no alcanza más que a una parte bastante pequeña de la población, y en cambio el proceso de emigración no se ha frenado en absoluto.

--------------- Nicolás Minetti es analista de información en CLAES – D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad – América Latina).






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