Nº 160 - abril-junio 2005
Nuevas pruebas sobre los peligros de la ingeniería genética
Las nuevas biotecnologías que manipulan los genes de bacterias, virus, semillas, animales y seres humanos están inmersas en un mar de controversia e incertidumbre. Desde que se concibió la comercialización de productos transgénicos, a mediados de la década del 70, destacados científicos pidieron cautela y advirtieron sobre los riesgos, aun en la fase de investigación.
En las dos décadas siguientes, la industria estadounidense en particular tomó la delantera. Tras el lanzamiento al mercado del tomate Flavr Savr, el primer alimento transgénico del mundo en comercializarse, comenzó un proceso de desregulación. Ese tomate fue un fracaso comercial y fue retirado del mercado dos años después, pero la industria triunfó, porque hoy en día no existe en Estados Unidos una regulación integral sobre bioseguridad ni el etiquetado de alimentos transgénicos, aunque más de 80 por ciento de los consumidores encuestados lo reclaman.
En contraste, Europa tiene un sistema más estricto y amplio de control y regulación de la biotecnología. Las normas de la Unión Europea exigen a los países miembros, “de acuerdo con el principio cautelar, garantizar que se tomen todas las medidas apropiadas para evitar efectos adversos sobre la salud humana y el ambiente que puedan derivarse del lanzamiento deliberado o la introducción de organismos transgénicos en el mercado”.
Preocupados, los países en desarrollo exigieron un tratado mundial para regular los organismos y productos genéticamente modificados. Pese a la fuerte resistencia de los principales países productores de transgénicos, obtuvieron el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología, si bien bastante debilitado.
Hoy en día, aunque las industrias biotecnológica y agroquímica continúan impulsando enérgicamente la comercialización de cultivos y alimentos transgénicos, están surgiendo pruebas sobre los riesgos de esos productos. Ya no se desmiente la contaminación de cultivos convencionales por parte de los transgénicos.
La ingeniería genética de cultivos como el arroz para producir proteínas farmacéuticas (“biofarmacia”) también es polémica. No obstante, la industria estadounidense impulsa las plantaciones pese a las fuertes protestas de agricultores y de la opinión pública en general.
También hay en el mercado semillas transgénicas aprobadas para alimentación animal y uso industrial, pero no para consumo humano. Éstas y semillas experimentales no aprobadas aún para ningún uso se han hecho camino hasta campos de cultivo y la cadena alimentaria. Dos casos conocidos involucran a semillas originarias de Estados Unidos: el maíz Starlink de la firma Aventis, que fue retirado del mercado nacional en 2000, y otro maíz transgénico de Syngenta.
Sin embargo no se presta suficiente atención a los cultivos ni a los alimentos modificados genéticamente. Las vacunas transgénicas están a punto de entrar al mercado, aunque sus efectos no se conocen lo suficiente. Cada día se realizan investigaciones sobre una amplia variedad de virus, incluido el de la viruela, sin conocimiento de la opinión pública ni de autoridades gubernamentales. Y el programa de “biodefensa” del gobierno de George W. Bush implica la ingeniería genética de virus potencialmente letales a una escala sin precedentes.
En este marco, muchos países en desarrollo son atraídos por la ambición hacia un futuro biotecnológico. Sin embargo no existe en el Sur ni en el Norte la capacidad de evaluar cabalmente estas nuevas tecnologías, ni de controlar las plantas y otros organismos transgénicos en el ambiente ni en la cadena alimentaria.
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