Nº 157-158 Noviembre-Diciembre 2004
La identidad digital.
“Las nuevas tecnologías nos imponen tener una identidad digital”, afirma la socióloga holandesa Saskia Sassen, actualmente profesora en la Universidad de Chicago. La mayoría de la gente asume esa identidad digital como un juego, en una vertiente lúdica como son los videojuegos o el ejercicio de las relaciones virtuales o cuando pretenden ser una persona que no son. Es el caso de ciertos chats donde un hombre puede tener una identidad como mujer o un anciano como joven y viceversa. Son formas de propiciar relaciones fáciles y sin compromiso en un mundo complejo donde se están perdiendo habilidades de comunicación cercana y se van sustituyendo por otras a distancia, teclado por medio.
Existen grupos y comunidades virtuales que ya tienen una identidad digital. Entre sus miembros existe una confianza e interactividad muy fluida en el mundo digital, pero suelen perder el interés y la comunicación cuando se llegan a conocer físicamente. La identidad real suele romper esa magia. Por eso la mayoría prefiere no conocerse. “Estas tecnologías, diseñadas sobre todo para comunicaciones a distancia, se usan en el ámbito local y generan comunidades en nuestras sociedades urbanas. Pero eso es tener una sensación de pertenencia a una comunidad a través de interacciones digitales; genera efectos positivos, pero no es una identidad digital”, comenta Sassen.
Las comunidades virtuales pueden aportar un grado de fortaleza a determinados movimientos sociales. Recordemos cuando en 600 ciudades, el pasado año se organizaron manifestaciones en contra de la Guerra de Irak. Habría sido imposible sin Internet. Actualmente, para comprar un pasaje de avión en el aeropuerto, podemos acudir a una máquina que reconocerá nuestro código, pero no atenderá nuestro saludo o nuestras dudas como lo hacen los empleados.
La oportunidad de tener una identidad digital parece ser un privilegio de quienes pertenecen a un país desarrollado. Con ello se agrandan las diferencias entre los pueblos. En algunos sectores marginados, como en algunos barrios de Lima o de Quito, uno se puede conectar y usar Internet a través de cabinas públicas. Este acceso permite a gente con pocos recursos comunicarse con el exterior, les hace sentirse parte de una comunidad global. Es el caso de miles de inmigrantes que chatean con sus familias a miles de kilómetros de distancia.
|