Nº 157-158 Noviembre-Diciembre 2004
Los señores de la genómica.
por
Silvia Ribeiro
Aunque las corporaciones farmacéuticas se presentan como los ángeles cuidadores de la salud y repiten continuamente que hacen enormes esfuerzos de investigación para hallar la cura de las enfermedades que aquejan a la humanidad, la realidad es que la mayor parte de su investigación y ventas están dedicadas a producir drogas para gente sana.
La lógica de la inversión es que las personas enfermas o se curan o se mueren, pero, en cualquier caso, dejan de ser clientes. La gente sana, en cambio, además de ser la mayoría, siempre puede “mejorar”, sobre todo si se manipula el concepto de qué es lo “normal”.
Según estadísticas de Estados Unidos, la fabricación de fármacos para la diabetes en 2000 representó 2.900 millones de dólares, mientras las ventas de las mismas drogas, pero para bajar de peso, son de 33.000 millones de dólares anuales. Y este último mercado crece a razón de ocho por ciento anual. La venta de fármacos para tratamiento de Alzheimer se calcula actualmente en 3.600 millones de dólares. Pero reformulados como drogas “inteligentes” o de “mejoramiento cognitivo”, supuestamente para aumentar la memoria, la concentración, disminuir el cansancio, etc., vendieron 94.500 millones de dólares en 1995. Las medicinas para la disfunción eréctil diagnosticada médicamente se calculaban en 70 millones en 2000. Sin embargo, Viagra sola vende más de mil millones de dólares por año, y ya han surgido varias otras similares que, como dice la propaganda, “no son para los que no pueden, sino para los que quieren más”.
El entusiasmo de la industria farmacéutica por las drogas para gente sana tiene una larga historia. Parke Davis (ahora Pfizer) dedicó en 1892 un libro de 240 páginas para convencer a los médicos de los usos benéficos de la cocaína. Bayer fue uno de los más tempranos entusiastas de las anfetaminas, y en su larga historia trajo al mundo dos de los éxitos comerciales más grandes de la historia: la aspirina y la heroína. Sandoz (ahora Novartis) inventó el LSD. A mediados del siglo XX, la industria mezclaba regularmente barbitúricos y anfetaminas en las drogas para dietas, para que los pacientes se mantuvieran en la dieta y siguieran consumiendo sus productos.
Pese a que han cambiado los productos, la filosofía sigue siendo la misma, pero ahora con un nuevo empaque que está dando enormes dividendos a la poderosa industria farmacéutica, bajo nuevos conceptos como el “mejoramiento del desempeño humano” y lo que llaman “medicina personalizada”.
La base es la genómica, o sea, el mapeo de los genes de los organismos vivos y el conocimiento de sus funciones, por ejemplo, posibles asociaciones de determinados genes con la mayor o menor disposición a enfermedades. Ya se han identificado cientos de genes vinculados con dolencias. Uno de los métodos de identificación de mayor o menor resistencia está en las variaciones genéticas que tienen todos los seres de una misma especie, por ejemplo, en los seres humanos, lo cual ha llevado a la “caza de genes” de los grupos humanos que por razones geográficas, históricas o culturales mantienen ciertos tipos de genes, y que en su mayoría son grupos indígenas.
Lejos de ser un tema “científico”, la investigación genómica está ampliamente dominada por los intereses comerciales y la industria trasnacional: actualmente, 42 por ciento del sector de biotecnología y genómica a escala mundial está en manos de sólo 10 empresas, estrechamente ligadas al sector farmacéutico.
La posibilidad de desarrollar fármacos ligados a ciertos genes daría en teoría la posibilidad de “diseñar” drogas específicas para cada ser humano, bajo la condición de que además entregáramos -o tomaran- nuestra información genética, lo cual tendría un amplio espectro de consecuencias éticas, pero también económicas y políticas, por muchas razones, entre ellas la base que establece para la discriminación genética.
“Mejorar el desempeño humano” a partir de los genes, y de fármacos ligados a éstos, abre perspectivas comerciales inmensas, sobre todo porque si entregamos la definición del concepto de ser humano a la industria farmacéutica nunca nadie será “normal”: siempre podemos ser mejorados para seguir consumiendo sus productos.
Es imposible separar la investigación científica hoy en día del contexto empresarial global y sus intenciones, ya que la abrumadora mayoría de ella, aun en instituciones públicas, está financiada por estas mismas empresas. México y Brasil, los dos países latinoamericanos que tienen proyectos de investigación en medicina genómica, no son excepciones. El Instituto de Medicina Genómica en México está estrechamente ligado a estos intereses, por ejemplo, a través de Funsalud, que integran varias de las empresas farmacéuticas más grandes del mundo. Un folleto de esta institución, titulado “Oportunidades para la industria farmacéutica en el Instituto de Medicina Genómica de México” (traducido al inglés por cortesía de Novartis), aclara para las industrias farmacéuticas globales que el trabajo de este instituto pone a su disposición “60 diferentes grupos étnicos” presentes en la población de México, “lo cual anticipa una sólida plataforma para el desarrollo exitoso de la farmacogenómica en México”.
Estos aspectos vitales han estado ausentes de la discusión pública, opacados por una dicotomía falsa sobre el uso de las células troncales: no hay contradicción de intereses de fondo entre quienes quieren limitar la libertad de elección de las mujeres a concebir o no, y quienes quieren controlar esas mismas células para limitar la libertad de todos a manos de las empresas trasnacionales.
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Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.
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