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Ambiente


Nº 157-158 Noviembre-Diciembre 2004

Cambio climático.

La estufa está encendida.

por Mark Lynas

El calentamiento planetario no afecta sólo al clima, influye sobre la salud individual y la capacidad de los ecosistemas de adaptarse y sobrevivir.

Al principio, nadie podía creer lo que estaba sucediendo. Las casas velatorias de París empezaron a rechazar muertos, mientras los ancianos de la capital francesa caían como moscas por el calor, que alcanzó una temperatura récord de 40 grados. Las morgues se desbordaron y hubo que armar rápidamente una serie de tiendas refrigeradas para almacenar el exceso de cadáveres.
El director del servicio de salud de Francia declaró que el número de muertes podía llegar a 5.000. Se equivocó. La ola de calor del verano de 2003 dejó un saldo mucho mayor: casi 15.000 muertos. Algunos fueron enterradas en tumbas provisorias porque nadie pudo identificar el cuerpo. Gran Bretaña también tuvo temperaturas que superaron record anteriores.
Un grupo de científicos alemanes calculó que la probabilidad estadística de que suceda una cosa así es de 0,0001. Es decir que una ola de calor de la magnitud de la de 2003 sólo se puede esperar una vez cada 10.000 años. Sin embargo, los pronósticos indican que estos veranos serán bastante comunes a mediados de este siglo, debido al calentamiento planetario.
Pero no sólo en Europa hace más calor. En India se registraron más de 1.500 muertes cuando una ola de calor se abatió sobre el país en junio y en la ciudad vecina de Jacobabad, en Pakistán, hubo 52 grados, ocho por encima de lo normal. Estas temperaturas hacen que la vida normal se vuelva imposible y si el calentamiento global sigue a este ritmo, las regiones continentales secas y subtropicales como Pakistán, Medio Oriente y el norte de Africa pueden volverse inhabitables en las próximas décadas.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 150.000 muertes ocurridas en 2000 se pueden atribuir al cambio climático. Dicho cambio tiene que ver también con el aumento de la malaria y la diarrea, que actualmente causan cada una la muerte de más de un millón de personas cada año. Las temperaturas más cálidas pueden provocar un aumento de las enfermedades tanto de manera directa -al promover el crecimiento y la reproducción de las bacterias y otros agentes patógenos- como indirecta.
Un estudio sobre una epidemia de malaria que hubo en el oeste de Papúa en 1997 vinculó el estallido a una grave sequía. Grandes corrientes rápidas se convirtieron en charcos de agua estancada y la población, que además de poco resistente a la malaria tenía escasez de alimentos, sucumbió enseguida. Como suele suceder, la población de mayor riesgo es la de los países pobres, que casi no se han ocupado del calentamiento del planeta.
El intento de cuantificar los impactos del cambio climático en la salud humana para las próximas décadas se enfrenta a obstáculos considerables. En primer lugar, nadie sabe a qué ritmo irá aumentando el calentamiento planetario. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambios Climáticos calculó en el informe de 2001 un aumento de temperatura de entre 1,4 y 5,8 grados para el siglo XXI. La incertidumbre se debía no tanto a las imperfecciones de un modelo virtual o a la incomprensión humana del clima, sino a la falta de conocimiento sobre cómo ascienden las concentraciones de gases de efecto invernadero que tenemos en la atmósfera. Y eso depende, más que nada, de la economía y la política.
Pero está claro que aunque todas las emisiones de gases de efecto invernadero se detuvieran mañana mismo, el calentamiento seguiría durante varias décadas, y lo más probable es que fuera el doble de los 0,6 grados que aumentó la temperatura en el siglo pasado. Si es así, el planeta pasaría por el momento de mayor calor desde la Era Glaciar.
El pronóstico del Grupo Intergubernamental de Expertos implica las temperaturas promedio más altas de los últimos 40 millones de años y están fuera del rango experimentado por la humanidad y las demás especies con las que compartimos el planeta.
El aumento de las temperaturas facilitan la colonización de nuevas áreas por parte de especies extrañas y patógenas. En Alaska, los escarabajos descortezadores exterminaron una hectárea de árboles en los últimos 12 años. Es la peor plaga de insectos que ha afectado a los bosques de América del Norte y está directamente vinculada al aumento de las temperaturas, ya que en los inviernos más fríos, los huevos del escarabajo descortezador mueren.
En episodios pasados de cambio climático –como el calentamiento ocurrido luego de la última Era Glaciar-, las especies pudieron adaptarse a medida que subía la temperatura. Pero esta vez es diferente.
Primero, el ritmo al que aumenta la temperatura parece superar la capacidad migratoria de varias especies. Al final de la última glaciación, por ejemplo, hubo árboles que colonizaron nuevas áreas a una velocidad de un kilómetro por año, esparciendo sus semillas. Pero los incrementos de temperaturas que se han pronosticado superan ampliamente esta capacidad de adaptación: las zonas climáticas cambiarán siete veces más rápido en el siglo XXI que la mayoría de las especies vegetales.
Segundo, ahora interfiere también el desarrollo humano. Dado que buena parte del espacio está ocupado por ciudades, grandes rutas y enormes áreas muertas, dedicadas a la agricultura intensiva, los ecosistemas están atrapados en una colcha de retazos de reservas naturales inamovibles.
Tercero, y ultimo, la Tierra no está pasando de un período frío a uno caliente, como sucedió cuando empezaron a derretirse las capas de hielo hace 18.000 años. Está cambiando de una época cálida, “interglaciar”, a una aún más caliente, en la que se esperan temperaturas que son ajenas a la experiencia evolutiva de muchas especies.
El umbral de tolerancia térmica ya ha sido cruzado en el caso de los arrecifes de coral tropicales, por ejemplo, que han sufrido fuertes decoloraciones en los últimos años como consecuencia directa del calentamiento de los mares. La decoloración alcanzó niveles catastróficos en 1998, con el fenómeno de El Niño, que destruyó la sexta parte del ecosistema coralino tropical del planeta. Y es probable que este tipo de desastres se vuelva común dentro de sólo dos décadas.
La probable desaparición de los arrecifes tropicales es un problema grave. Los arrecifes de coral son los ecosistemas marinos de mayor biodiversidad del planeta, ya que tienen nueve millones de especies diferentes de plantas y animales, entre los que se incluye la cuarta parte de las especies de peces marinos. La mayor parte del resto de la biodiversidad se encuentra en los bosques húmedos tropicales, en peligro no sólo por los intentos directos de tala y plantación, sino también por los cambios climáticos que ya los han vuelto vulnerables al fuego. En Indonesia, 80 por ciento de los bosques originales ha sido destruido y una sequía que hubo en 1997-1998 provocó los peores incendios de la historia.
Los modelos virtuales que desarrolló la Oficina de Meteorología indican la existencia de un momento a partir del cual el calentamiento planetario provocará un rápido colapso de los ecosistemas de bosque tropical y los convertirá en sabanas. Uno de los principales será la Amazonia. En Australia, los bosques tropicales de Queensland, una zona declarada Patrimonio Mundial debido a su gran biodiversidad, están al borde de “una catástrofe ambiental inminente”, según Stephen Williams, un científico que descubrió que incluso los menores incrementos de temperatura provocan pérdidas.
La comunidad internacional le presta cierta atención a estas advertencias –aunque el gobierno de George W. Bush no lo haga- gracias a la Convención Marco sobre Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas y el Protocolo de Kyoto. Si Rusia lo ratifica y el Protocolo de Kyoto entra en vigor, habremos dado un gran paso. Pero todos los países tienen que adoptar un acuerdo de reducción de la emisión de gases de efecto invernadero, cuya forma ideal se basaría en la “contracción y convergencia”.
Pero mientras los gobiernos se toman su tiempo –y Bush sigue en la Casa Blanca-, cada uno debe dar algún paso y, por ejemplo, sumarse a la campaña por el cambio, adaptar su casa u oficina al sistema de electricidad verde o usar combustible biodiesel. La reducción de las emisiones personales de gases de efecto invernadero es una opción que todos tenemos, pero sólo un fuerte acuerdo mundial servirá para proteger al planeta de los peores embates del cambio climático.

---------- Mark Lynas es escritor y activista ambiental, autor de High Tide: News from a Warming World (Flamingo, 2004).






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