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Nº 155-156 Setiembre-Octubre 2004

Banco Mundial y FMI en armonía.

por Alex Wilks

Es bien sabido que quien paga al gaitero elige la melodía. Con los enormes recursos financieros a su disposición, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial están en muy buena posición para marcar el tono y el ritmo de la planificación de políticas a nivel mundial. Las dos instituciones afirman que han diversificado sus gustos y aprendido a apreciar las tradiciones musicales y los intérpretes de distintos países. Pero los críticos sostienen que ambas ejecutan todavía una melodía mundial uniforme, aunque con una estructura y un contenido más complejos que antes.

El 60 aniversario de las gemelas de Bretton Woods, este año, fue la ocasión adecuada para estudiar cuidadosamente las señales de las instituciones financieras internacionales con sede en Washington y cómo son recibidas en el mundo. Importantes medios de prensa informaron en abril que el número de manifestantes en las últimas reuniones de primavera del Banco Mundial y el FMI fue mucho menor que en años anteriores, lo que llevó a muchos a sospechar que las críticas se estaban aplacando. Sin embargo, Sebastian Mallaby, comentó en The Washington Post: “Los críticos de la globalización combaten en dos niveles, y las protestas callejeras son sólo el nivel más visible. Los críticos también actúan a través de los distintos grupos y comisiones que se han formado para aplacarlos. Y últimamente lo han hecho muy bien”.
Mallaby hacía referencia a los distintos procesos lanzados por el Banco Mundial para estudiar asuntos polémicos vinculados con las actividades de la institución, como la Comisión Mundial sobre Represas, la Revisión de las Industrias Extractivas y la Iniciativa de Revisión Participativa del Ajuste Estructural. En cada uno de estos foros, un amplio espectro de partes interesadas han analizado las pruebas y en cada caso han concluido que el enfoque del Banco Mundial no es lo suficientemente “pro-pobre”, y que la afirmación del Banco de que escucha y aprende de las voces locales no tiene demasiado sustento en la realidad.
Lamentablemente, esas investigaciones no cuentan con mecanismos de seguimiento con carácter obligatorio, pero han expresado opiniones y puesto en evidencia que el Banco Mundial no cumple con el mandato que se autoimpuso: crear “un mundo libre de pobreza”. La más reciente revisión concluyó que “la financiación de proyectos de industrias extractivas no han tenido como principal objetivo o resultado la reducción de la pobreza” y que “en cuanto a la asignación de personal y de fondos, la institución no parece estar tan comprometida con los aspectos sociales y ambientales del desarrollo sostenible como con sus aspectos económicos”.
Esta conclusión cobró especial importancia porque fue presidida por un ex ministro de ambiente de Indonesia que fue asesorado por representantes del sector privado. Estos representantes (entre otros de la empresa Anglo-American) están ahora presionando con fuerza para impedir la plena aplicación de las conclusiones de la revisión. Han cobrado conciencia de que el Banco Mundial es un regulador muy importante, tanto para ellos mismos como para los gobiernos. Muchas empresas utilizan rutinariamente las normas del Banco, aun si esta institución no financia sus proyectos. De hecho, 21 grandes bancos privados han suscrito el acuerdo de los Principios de Ecuador, es decir que todos los proyectos que ellos ayuden a financiar deben cumplir con las normas sociales y ambientales del Banco Mundial.

¿Armonía perfecta?

Gobiernos de todo el mundo se resisten a cantar el himno del Banco Mundial y el FMI mientras estas instituciones continúen dominadas por los países más ricos del mundo. La dominación europea en el reciente proceso de selección del director gerente del FMI es testimonio de esto, así como el hecho de que un tercio de los directores ejecutivos de esa institución sean de Europa.
Sin embargo, incluso algunos representantes de gobiernos donantes critican el poder desmesurado del Banco Mundial y el FMI, y cómo lo ejercen. En abril de 2002, el FMI declaró que el gobierno de Bolivia no había cumplido con una de sus condiciones estructurales (la aprobación de un nuevo código tributario) y por lo tanto le retendría un crédito. Dado que el FMI es la cúspide del sistema financiero internacional, su decisión provocó la cancelación de préstamos por 170 millones de dólares del FMI, el Banco Mundial y donantes bilaterales. Ocho agencias donantes oficiales europeas criticaron en un memorando del tratamiento del FMI a Bolivia: “Es necesario actuar con gran responsabilidad para evitar un efecto dominó negativo ante el incumplimiento de alguna condición de las instituciones financieras internacionales, que detiene simultáneamente muchas fuentes potenciales distintas de préstamos concesionales. El corte de fondos a una economía ya en problemas puede agravar su situación económica, causando más inestabilidad financiera y macroeconómica y deteriorando el nivel de vida de los más pobres y vulnerables”.
El memorando, escrito en términos fuertes para el lenguaje habitual de los funcionarios de cooperación internacional, señala que hay “más lecciones que aprender” de los problemas del gobierno boliviano para cumplir con algunas condiciones del FMI. Bajo el lema de la coordinación y armonización de la ayuda para el desarrollo, múltiples donantes participan en el establecimiento de condiciones. Esto significa más poder para el FMI, porque si decide que un gobierno receptor no ha cumplido con una condición clave, entonces puede retenerle sus propios créditos y los de otros donantes.
Asimismo, el memorando plantea otro dilema que enfrentan las ONG que hacen campaña contra el ajuste estructural. ¿Deberían las agencias internacionales ofrecer créditos sin ninguna condición, es decir, tomando en serio el nuevo mantra de la “identificación” de los gobiernos con sus programas de reforma? ¿Hasta dónde deberían llegar para asegurar que el dinero sea usado para la reducción de la pobreza y no se desvíe hacia cuentas bancarias de elites? No existe una respuesta fácil para esto, pero muchos activistas creen que los controles del gasto público corresponden a los propios gobiernos, no a agencias con sede en Washington.

Dinero que rebota

De hecho, gran parte del dinero para el ajuste estructural ni siquiera sale de los bancos de Estados Unidos. Un documento oficial comentó que “el Banco normalmente transfiere el monto de los créditos en divisas a un banco corresponsal del banco central del prestatario. Por ejemplo, en el caso de un crédito denominado en dólares estadounidenses, el Banco típicamente lo desembolsa en una cuenta del banco central del prestatario en el Banco de la Reserva Federal en Nueva York”. Esto resulta muy conveniente, porque gran parte del dinero prestado regresa directamente al Banco Mundial y otras agencias del Norte, como reembolsos de deuda o pagos por contrato.
Como se trata de divisas, se mantienen apartadas para compras de equipos extranjeros, o simplemente para pagar viejas deudas. Debido al monto de los contratos que sus empresas ganan con los proyectos del Banco Mundial, los países del Norte obtienen en realidad un buen retorno de su aporte a la institución. A mediados de la década de 1990, el Banco quiso destacar esto para convencer al escéptico Congreso de Estados Unidos de que le aportara más fondos. En su campaña publicitaria, el Banco afirmaba que las empresas de Estados Unidos ganaban más con los contratos de la institución financiera de lo que los contribuyentes aportaban a la institución, e incluía una larga lista de compañías beneficiarias.

Juego de presiones

El Banco Mundial y el FMI reciben presiones de países ricos, y ambas instituciones a su vez presionan a los países prestatarios. Claramente, la presión es mayor cuanto más un país depende de la ayuda para el desarrollo. Pero los países de medianos ingresos también esperan ansiosamente los informes del FMI, que ofrecen importantes señales a los mercados financieros. Y en tiempos de dificultades económicas, pueden encontrarse en una situación similar a la de los países de bajos ingresos. Los gobiernos del Norte también son evaluados por el FMI, y a veces por el Banco Mundial, y pueden ser estimulados o avergonzados en algunas áreas, como el comercio. Sin embargo, por suerte para ellos, no precisan los créditos de ninguna de las dos instituciones y pueden darse el lujo de ignorar sus recomendaciones.
El Banco Mundial y el FMI sostienen que la influencia que ejercen es para bien de los países miembros. El lema del Banco es crear “un mundo libre de pobreza”, y en los últimos años el FMI también se comprometió a “atender las necesidades de los pobres”, por medio del entonces director gerente, Michel Camdessus. Ambas instituciones sostienen que los criterios modelo son cosa del pasado y que ahora aplican enfoques múltiples en todos los países en que trabajan. También afirman que su gestión se ha vuelto más transparente, lo que permite a cualquiera con acceso a Internet enterarse de la agenda de sus directorios, el contenido de los documentos de sus proyectos y de sus evaluaciones.
Es innegable que los cambios realizados en ambas instituciones fueron resultado de la presión de ONGs, movimientos populares, académicos, medios de prensa y algunos gobiernos. Pero ¿hasta qué punto esos cambios han sido eficaces? Claramente, en las instituciones de Bretton Woods hay todavía numerosos funcionarios abocados a privatizar y liberalizar todos los sectores económicos. Un informe publicado en abril de este año por la organización humanitaria ActionAid presentó ejemplos de Ghana, India y Uganda, y concluyó que “la ayuda para el desarrollo, los nuevos créditos y el alivio de la deuda son condicionados todavía a la aceptación de reformas económicas muy específicas, que son concebidas, creadas y aprobadas en Washington”. El informe celebró los recientes esfuerzos del Banco Mundial y el FMI por abrir el espacio político para los países pobres, pero señaló que dicho espacio es con frecuencia cerrado por amenazas de retención de fondos o de maneras más sutiles. Entre éstas se cuenta el empleo de consultores para definir y aplicar objetivos políticos. Uno de los consultores regularmente contratados es el Instituto Adam Smith, sinónimo del boom de la privatización en Gran Bretaña y luego en todo el mundo.
Es fácil tomar instantáneas de las actividades del Banco Mundial y demostrar que son contrarias a su misión declarada de aliviar la pobreza. Un excelente ejemplo es el del informe Malls, spas y hoteles cinco estrellas, de Environmental Defense, sobre las actividades del Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (OMGI) del Banco Mundial. Según el informe, el OMGI ofrece garantía para “inversiones avergonzantes para una institución que dice tener por meta principal el alivio de la pobreza: hoteles de lujo, spas, centros de compra, plantas embotelladoras de refrescos y cerveceras”. Uno de los ejemplos citados es el de la garantía ofrecida en 2002 a un empresario suizo para establecer un spa de “talasoterapia” (terapia oceánica) en las instalaciones del hotel Meridien President, en Dakar, Senegal.
Menos fácil es encontrar soluciones. Clausurar el Banco Mundial es una opción tentadora, pero ¿cuál sería la alternativa? ¿Una influencia más directa de Estados Unidos y otros gobiernos poderosos sobre los más vulnerables? Quizá sea mejor mantener a las instituciones de Bretton Woods y presionarlas para que sean realmente multilaterales que cerrarlas en la esperanza de crear otras mejores. Sin embargo, ciertamente es posible resistir la expansión del mandato del Banco Mundial y el FMI, desafiar su enfoque monopólico y luchar para que otras organizaciones, incluida las Naciones Unidas, recuperen facultades y responsabilidades que han sido entregadas a Washington.

---------- Alex Wilks es coordinador del Proyecto Bretton Woods, una red de ONGs con sede en Londres que vigila las actividades del Banco Mundial y el FMI, y de la Red Europea sobre Deuda y Desarrollo (Eurodad), con sede en Bruselas.
awilks@eurodad.org






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