No. 151/152 - Mayo-Junio 2004
América Latina
Inmigración y remesas
por
Humberto Campodónico
El autor analiza las principales causas determinantes de la inmigración en América Latina y el impacto de las remesas de dinero de los que se van.
En las últimas décadas, América Latina y el Caribe se han convertido en fuentes de emigrantes hacia los destinos más diversos. Hoy, uno de cada 10 de los 150 millones de inmigrantes internacionales (Informe de migraciones mundiales de la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York, 2000) nació en un país de América Latina o el Caribe, y se trata de una cifra conservadora, ya que no tiene en cuenta el número de personas que emigran (y trabajan) sin documentos oficiales ni a los que emigran transitoriamente o a los que han vuelto.
La información disponible indica que alrededor de 20 millones de personas de América Latina y el Caribe no viven en su país de origen y la mitad emigraron en la década del 90, sobre todo a Estados Unidos, aunque durante la misma década hubo nuevas olas migratorias a Europa, en menor escala, pero el crecimiento ha sido sin precedentes.
La migración intrarregional que tuvo lugar en las diversas etapas del desarrollo de América Latina y el Caribe en el pasado mantiene el patrón inicial, pero ha disminuido ahora debido en parte a la pérdida de atractivo de los principales países de destino (Argentina y Venezuela).
Desigualdades en el grado de desarrollo
La complejidad del flujo migratorio internacional actual de personas de América Latina y el Caribe se debe a la gran diversidad de factores que lo estimulan y lo caracterizan. Ya no alcanza con identificar a los países fuente o receptores. También hay que considerar a aquéllos que, debido a su posición geográfica, se han convertido en zonas de tránsito hacia otro destino final, y también se ha multiplicado bastante el número de tales destinos.
La inmigración ya no se limita a un grupo humano claramente identificable, como en el pasado: el abanico de personas cuya migración repercute sobre la reproducción social de su familia y el desarrollo de su comunidad de origen es cada vez mayor, y en sus lugares de destino establecen lazos con diversos grupos sociales, generan redes de contactos que van más allá de las fronteras nacionales y utilizan diferentes medios y estrategias para moverse.
El factor determinante de la migración en el plano internacional lo constituyen las desigualdades existentes en los grados de desarrollo y la gran magnitud, persistencia y evidencia de dichas desigualdades en el mundo globalizado de hoy.
En las últimas décadas, los países de América Latina y el Caribe han tenido un comportamiento inestable en lo económico y la modesta recuperación que se perfiló durante la década del 90 no fue suficiente para revertir las consecuencias de la “década perdida” de los años 80 (CEPAL, Evaluación preliminar de la situación económica de América Latina y el Caribe-, Santiago de Chile, 2003).
La desigual distribución de los beneficios que brinda la economía internacional es muy notoria en la región, ya sea respecto del derrotero del capital humano y de conocimiento, los cambios en el rol del Estado en el área social o, más en general, en cuanto a las insuficiencias estructurales del desarrollo.
Simultáneamente, la naturaleza precaria del empleo y el aumento de las tensiones sociales han generado un sentimiento generalizado de vulnerabilidad social en la región. En vista de la generalizada percepción de esa inseguridad, de los riesgos y el desamparo –que se reflejan en las encuestas de opinión pública que publican los medios de prensa- la emigración parece cada vez más una manera de resolver condiciones de vida difíciles, incertidumbre laboral e insatisfacción con los resultados del anterior modelo de desarrollo.
En el análisis final, la reducción de las disparidades sociales y la convergencia de las condiciones económicas son fundamentales en la reducción de los factores de incentivo para la emigración de largo plazo. Mientras, los países de la región tendrán que vivir con la inmigración internacional y enfrentar las diversas consecuencias, además de aprovechar las oportunidades que ofrece.
Remesas en América Latina
Las transferencias monetarias de los emigrantes a su país de origen forman un lazo estrecho entre la migración y el desarrollo. Si bien no hay dudas de que esas remesas constituyen una fuente importante de divisas, factores tales como las diversas formas de transferencia (familiar o colectiva), las vías de las mismas (formales o informales), su costo y el modo en que se utiliza el dinero (consumo, ahorro e inversión) hacen que sea difícil evaluar su impacto, tanto verdadero como potencial, sobre el desarrollo de las comunidades receptoras.
Dada la naturaleza informal de muchas remesas –una parte que se desconoce viaja en el bolsillo de emigrantes, amigos y parientes-, los bancos centrales no pueden calcular el total. Pero aún así, se estima que han alcanzado los 32.000 millones de dólares en 2002 (ver tabla). México, con 10.500 millones, es el principal receptor de la región y el segundo del mundo, después de India. Aunque la incidencia de dichas remesas en la economía nacional es relativamente baja (1,1 por ciento del PIB), provocan una entrada de dinero mayor que la mayoría de los rubros de exportación.
Su impacto es mucho mayor en la economía de Ecuador, El Salvador, Jamaica, Nicaragua y República Dominicana, donde representan entre ocho y 14 por ciento del PIB y, en el caso de El Salvador, equivalen a 48 por ciento del valor total de las exportaciones. Los montos que reciben Brasil, Colombia y Perú también son considerables, aunque su impacto en el PIB es mucho menor (0,2, 1,3 y 1,3 por ciento, respectivamente). En la década del 90, se produjo un rápido aumento del monto de las remesas, sobre todo en Ecuador, Honduras, Nicaragua y Perú.
Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) revela que la remesa promedio de los emigrantes latinoamericanos y caribeños es de 250 dólares entre ocho y 10 veces por año (Remesas para América Latina y el Caribe: Estadísticas comparadas, BID, 2001), lo cual evidencia el enorme esfuerzo que hace la mayoría de los emigrantes para tener esa capacidad de ahorro.
Esto es particularmente cierto en el caso de los emigrantes de América Central: aunque el tipo de empleo que consiguen en los países de destino ofrece salarios magros, apoyan a su familia de manera sustancial, ya que la mayoría vive en la pobreza. Según estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), alrededor de 80 por ciento de las remesas familiares que se reciben en El Salvador, Guatemala y Nicaragua se usa para comprar alimentos. El corolario de esto es que el costo social y personal de la emigración suele ser una familia desintegrada y niños que quedan al cuidado de familiares o amigos.
El uso de las remesas con fines de producción se ve limitado por el hecho de que las familias receptoras no tienen muchas opciones. Es más, las tasas de interés de las cuentas bancarias de los pequeños ahorristas suelen ser negativas y la falta de programas de ayuda técnica o crediticia inhibe el desarrollo de las aptitudes comerciales de muchos. Así, muchos de los negocios que se constituyen gracias a las remesas familiares son microempresas de venta de alimentos, talleres de costura o pequeños comercios.
Muchas microempresas dirigidas por emigrantes que vuelven, o por sus familias, tienen un horizonte muy limitado y suelen fracasar. Algunos de los inmigrantes más emprendedores crean empresas prósperas en Estados Unidos u otros países de destino, pero rara vez establecen lazos productivos o comerciales con sus países de origen, por ejemplo para importar bienes “nostálgicos” o “idiosincráticos” (alimentos específicos de un lugar o productos artesanales). Otros emigrantes, sobre todo los que están en edad de retirarse y piensan volver a su hogar, compran tierras, animales y herramientas agrícolas allí. En general, hay pocos ejemplos de promoción exitosa del uso productivo de las remesas mediante políticas públicas.
El potencial de las remesas familiares se multiplica a través de lo generado por las organizaciones de inmigrantes. Aunque esos recursos son menores que las transferencias familiares, sirven para financiar trabajos de infraestructura social y comunitaria tales como construcción de sistemas sanitarios, centros de educación e instalaciones deportivas y religiosas, así como para el suministro de servicios básicos y la construcción de calles y caminos.
Se sabe muy poco sobre los diversos costos que deben pagar los emigrantes para ahorrar dinero y enviarlo a sus países de origen, además del costo inevitable de la partida de un integrante de la familia, con las disrupciones que eso causa. Pero también tienen que adaptarse a las nuevas condiciones de trabajo, a una cultura diferente -para empezar, hay que aprender una lengua nueva- y, en general, a la vida cotidiana.
También están los costos de la mudanza –combinación de las comisiones que cobran las empresas que se especializan en esas cosas y de tasas de cambio desfavorables-, que son bastante altos y reducen las remesas. Hoy, la progresiva generalización de transferencias electrónicas (en lugar de a través del servicio postal o de correos informales) y la creciente competencia en este sector están llevando a una reducción de dichos costos.
Otro aspecto que habría que estudiar es la dependencia que generan estas remesas en las familias y comunidades. La cantidad y la regularidad del flujo de recursos están sujetas a fluctuaciones, algunas ligadas al entorno social y económico del país de origen y de destino, y otras al comportamiento y la situación de cada individuo una vez que hace tiempo han emigrado. Esto puede tener repercusiones graves sobre los receptores.
En cuanto a promover el uso productivo de las remesas, aún queda mucho por investigar, ya que se podría brindar incentivos –tomando medidas para dar apoyo técnico y crediticio, reducir riesgos o conseguir que sean exentas de impuestos- para que se formaran asociaciones entre los emigrantes, los receptores, las comunidades, organismos públicos y privados locales e internacionales, y agentes privados. Tales medidas deberían considerarse complementarias de los esfuerzos de desarrollo de cada país y respetar las decisiones de las personas involucradas.
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Humberto Campodónico es investigador del Centro de Estudios para la Promoción y el Desarrollo (DESCO) de Lima, Perú.
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Este artículo está basado en el libro Globalización y Desarrollo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Santiago, 2002; y en el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) “Sending money home: An International Comparison of Remittance Markets”, Washington, 2003.
Remesas hacia América Latina y el Caribe 2002
País |
Remesas en 2002
(en millones de dólares) |
México |
10.502 |
Brasil |
4.600 |
Colombia |
2.431 |
El Salvador |
2.206 |
Republica Dominicana |
2.111 |
Guatemala |
1.689 |
Ecuador |
1.575 |
Jamaica |
1.288 |
Perú |
1.265 |
Cuba |
1.138 |
Haití |
931 |
Honduras |
770 |
Nicaragua |
759 |
Venezuela |
235 |
Argentina |
184 |
Costa Rica |
134 |
Guyana |
119 |
Bolivia |
104 |
Trinidad-Tobago |
59 |
TOTAL |
32.044 |
Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo (BID)
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Remesas, los hechos
Las remesas a América Latina y el Caribe en 2002 aumentaron 17,6 por ciento y superaron los 32.000 millones de dólares. Esto representa una notable aceleración de un crecimiento ya sustancial en los dos años anteriores, que lleva a casi 40 por ciento el aumento combinado de remesas a la región desde 2000.
América Latina y el Caribe constituyen el principal destino mundial de remesas, y recibieron más de 31 por ciento de todas las enviadas a países en desarrollo en 2002. Las remesas recibidas por esta región representan más de 60 por ciento del aumento mundial de los últimos tres años.
Las remesas a cada país de América Latina y el Caribe, excepto Bolivia, aumentaron al menos 10 por ciento en 2002. Los mayores aumentos se registraron en Colombia (28 por ciento), Jamaica (27) y Perú (24). Entre los países con tasas de crecimiento por encima del promedio figuran Guatemala (23), Honduras (22), Cuba (22) y México (18). Entre los países con tasas de crecimiento de 10 por ciento o más figuran República Dominicana (16,9), El Salvador (15,4), Nicaragua (15), Haití (15), Ecuador (10) y Brasil (10).
México siguió siendo el mayor receptor de América Latina y el Caribe por un amplio margen. Este país recibió 10.500 millones de dólares, lo que representó casi un tercio de todas las remesas a la región (32,8 por ciento).
Las remesas a América Central aumentaron 18,6 por ciento, a la región andina 19,8 por ciento, y al Caribe 20,7 por ciento.
Los costos y mecanismos
Los costos totales asociados con las remesas a América Latina y el Caribe en 2002 sumaron aproximadamente 4.000 millones de dólares, que representan un promedio de 12,5 por ciento del total de las remesas.
Los costos del envío de remesas a América Latina y el Caribe son los más altos del mundo, por una diferencia significativa. El costo promedio del envío de remesas a la región es cerca de 50 por ciento más alto que el de otros grandes países receptores, como India, Filipinas, Turquía, Pakistán, Egipto y otros cuatro países estudiados.
Esta diferencia es resultado de un uso mucho menor de instituciones financieras para el envío de remesas a la región, en comparación con las enviadas a países de Asia, Africa y el sur de Europa.
El impacto
Las remesas recibidas por América Latina y el Caribe en 2002:
* Casi igualaron el total de inversiones extranjeras directas en la región, y se cree que lo superaron considerablemente en 2003.
* Excedieron sustancialmente la ayuda oficial al desarrollo a cada país.
* Representaron al menos 10 por ciento del PIB en seis países: Nicaragua (29,4), Haití (24,2), Guyana (16,6), El Salvador (15,1), Jamaica (12,2) y Honduras (11,5).
* Produjeron actividades económicas por 100.000 millones de dólares, en base a estudios que indican un efecto multiplicador de las remesas de tres a uno.
* Si las remesas a América Latina y el Caribe continúan creciendo a una tasa anual relativamente modesta de siete por ciento, el total de remesas recibidas por la región en esta década (2001-2010) superará los 400.000 millones de dólares.
Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo (BID). |
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