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No. 149/150 - Marzo-Abril 2004

El Exxon Valdez

La historia nunca contada

por Greg Palast

Quince años después del mayor derrame de petróleo del mundo, ExxonMobil aún no ha pagado por los daños causados y el relato de lo que realmente sucedió todavía no se conoce.

El 24 de marzo de 1989, el buque petrolero Exxon Valdez se rajó y cubrió 1.900 kilómetros de la costa de Alaska con una capa de sedimento oleoso. La historia oficial sigue siendo “Capitán borracho encalla contra arrecife”. No crean nada.
Cuando el barco encalló contra el arrecife en cuestión, el capitán Joe Hazelwood no estaba cerca del timón, sino fuera de la cubierta, durmiendo la mona. El hombre que había quedado a cargo, que era el tercer oficial, nunca habría chocado contra el arrecife Bligh al salir de la terminal petrolera, también llamada Valdez, si hubiera mirado su radar Raycas. La razón por la que no lo hizo fue que el radar no estaba encendido. El complejo sistema Raycas es costoso de operar. Y la austera empresa Exxon (ahora ExxonMobil) tenía en el buque Valdez una versión de Raycas que se había roto antes del desastre, y que por lo tanto había estado inutilizado durante todo el año.
La tierra embadurnada y destruida por Exxon le pertenece a los indígenas Chugach del paso de Prince William. A pocos días del derrame, la empresa tribal de los Chugach nos pidió a mí y a mi colega Lenora Stewart que investigáramos las denuncias de fraude de Exxon y el poco conocido consorcio Alyeska. Durante tres años estudiamos 20 años de documentación falsificada, acuerdos ilícitos entre los directores de la empresa petrolera y acoso programático de los testigos. Y también encontramos constancia del éxito obtenido por los gigantes petroleros en ese deporte que consiste en mentirle a los nativos. Nuestro compendio de pruebas llegó a ser de cuatro volúmenes. Casi nada había sido informado: la prensa había apagado su radar.
Encontramos un memorando interno en el cual se hablaba de una reunión cerrada entre los ejecutivos de más alto rango de la empresa, que tuvo lugar en Arizona unos 10 meses antes del derrame. La misma reunió al Comité de propietarios de Alyeska, una compañía formada por otras seis empresas, poseedora del sistema de oleoductos Trans Alaska, de 1.280 kilómetros de extensión, con terminal en Valdez, y propietaria también de la mayor parte del petróleo del estado. En la reunión, dice el memorando, el jefe de operaciones del consorcio en Valdez, Theo Polasek, le advirtió a los ejecutivos: un derrame de petróleo “en el punto medio del paso de Prince William no se podría contener con los equipos que contamos actualmente”. (El punto medio del estrecho es precisamente el lugar donde encalló el Exxon Valdez). Polasek habló de millones de dólares en equipos de contención de derrames. La ley lo exigía, las compañías prometieron que se ocuparían, pero en la reunión se votó contra tales gastos.
El consorcio tenía un plan más barato para contener derrames: se llama “No molestarse”. Según un documento interno, en caso de accidente, echarían algunos agentes dispersadores y se irían. Y eso fue exactamente lo que sucedió luego del desastre del Exxon Valdez. En las notas del propio comité se puede leer: “En la reunión del comité de propietarios se decidió que Alyeska brindaría una respuesta inmediata sólo a los derrames que ocurrieran en Valdez Arm y en Valdez Narrow”. De modo que el paso de Prince William no estaba cubierto.
Derrames más pequeños ocurridos antes del desastre del Exxon Valdez deberían haber servido para alertar a los supervisores del gobierno respecto de la inadecuación del sistema de contención de derrames petroleros del puerto. Pero Erlene Blake, técnica de laboratorio del grupo petrolero, nos dijo que la dirección le exigía a diario que alterara los resultados de las pruebas para eliminar las lecturas de “petróleo en agua”. Se le dijo que volcara el agua contaminada y rellenara los tubos de ensayo con el contenido de un balde que contenía agua de mar limpia, “el balde milagroso”.
Una carta confidencial fechada en abril de 1984 (cuatro años antes del gran derrame) y firmada por el Capitán James Woodle, que entonces era el comandante del grupo en el puerto de Valdez, anunciaba: “Dada la reducción de la tripulación, la antigüedad de los equipos, la falta de entrenamiento y la carencia de personal, tenemos serias dudas de que seamos capaces de contener y limpiar con eficacia un derrame medio o grande de petróleo”. Woodle nos dijo que hubo un derrame en Valdez antes de la colisión del Exxon Valdez, pero no tan grande. Cuando preparaba su informe para presentar al gobierno de Estados Unidos, su supervisor lo obligó a anularlo, con el orwelliano comentario: “Usted comete un error. Esto no ha sido un derrame de petróleo”.

Ingleses resbalosos

El rumor del capitán alcohólico sirvió para camuflar a una parte que es más culpable que Exxon: se trata de British Petroleum, la empresa que en 2001 se pintó de verde (y fue literal, ya que todas sus estaciones de servicio y su propaganda luce ahora un tono verde mar). El petróleo de Alaska es petróleo de British Petroleum. La compañía es seguramente el principal actor del consorcio Alyeska: posee y controla casi la mitad (46 por ciento) del Sistema de oleoductos Trans Alaska. ExxonMobil es un socio menor y los otros cuatro miembros de Alyeska simplemente marcan presencia.
Es natural que British Petroleum prefiera que su nombre no quede asociado a las imprudencias de Alyeska. Pero descubrí que en la sede central de la empresa en Londres sabían que se habían falsificado informes para el gobierno de Estados Unidos nueve años antes del derrame del Exxon Valdez. Y el transportista estadounidense independiente de petróleo Charles Hamel me dijo que en setiembre de 1984 viajó en un Concorde, corriendo con todos los gastos, para advertirle a los gerentes de Londres que el Valdez estaba en situaciones escandalosas. Woodle jura incluso que él le entregó personalmente al director de British Petroleum de Alaska, George Nelson, la lista de equipos faltantes y de personal “fantasma”.
British Petroleum nunca tuvo deseos de que esos detalles salieran a la luz del día. Cuando Alyeska supo de las quejas de Woodle, le mostró un archivo con sus infidelidades maritales (falso) y le ofreció dinero a cambio de su silencio y de que se fuera de Alaska enseguida, para no volver. British Petroleum le agradeció a Hamel su visita a Londres. Luego empezó una campaña para sacarlo de la industria petrolera. Contrataron a un experto de la CIA para que le interviniera las líneas telefónicas. Le pusieron micrófonos en la casa, interceptaron su correspondencia e intentaron encontrarlo con mujeres jóvenes. El ataque fue ordenado y controlado por James Hermiller, ejecutivo de British Petroleum y presidente de Alyeska. Un juez federal opinó que se trataba de una estrategia “con reminiscencias de la Alemania nazi”.

Más barato que Manhattan

El papel poco honroso de British Petroleum en la escena del petróleo de Alaska empezó en 1969, cuando, junto con el grupo Alyeska, le compró el bien raíz más valioso de toda la zona -la tierra de la terminal petrolera Valdez- a los nativos Chugach por un millón de dólares. El ex ministro de la Corte Suprema de Estados Unidos Arthur Goldberg intentó ayudar a los indígenas en su reclamo de tierras. Pero el abogado de la comunidad nativa, el legislador más poderoso del estado, les recomendó no presionar por dinero. Más adelante, ese abogado entró a trabajar en Alyeska.
Los indígenas de Alaska, que son los únicos nativos de Estados Unidos que aún viven de la casa y la pesca, obtuvieron promesas escritas del consorcio petrolero según las cuales el paso Prince William se mantendría a salvo de derrames y pérdidas. Como buenos pescadores, conocían bien el océano Artico. El jefe ekak George Gordaoff y el pescador chenega Paul Kompkoff exigieron que los buques petroleros tuvieran radares de alta tecnología y que fueran escoltados por naves de emergencia. Las empresas aceptaron con reticencias dichas exigencias en su Plan de Respuesta para Derrames de Petróleo de 1973, aprobado por el gobierno.
Cuando se trata de derrames de petróleo, el nombre del juego es “contención” porque, con o sin radar, siempre hay algún buque que choca contra las rocas. Detener una catástrofe petrolera es una tarea demencial. Para contener un derrame es necesario rodear al barco golpeado con una gran cortina de goma y luego aspirar el petróleo derramado. En el documento firmado que presentaron al gobierno del estado de Alaska y la Guardia Costera, British Petroleum, ExxonMobil y sus socios prometieron que no habría traslado de petróleo a menos que en la ruta del buque estuvieran los equipos necesarios y que el barco-aspiradora estuviera cerca y listo para salir.
Los gigantes petroleros cumplieron con su promesa de la manera más barata: mintiendo. Cuando el Exxon Valdez chocó contra el arrecife Bligh, el equipo de contención de derrames, que podría haber evitado la consecuente catástrofe ambiental, no estaba cerca. Los barcos de escolta no fueron asignados hasta después del accidente. Y la noche en la que el Exxon Valdez encalló, la flota de respuesta de emergencia ante un derrame se encontraba en un muelle seco de Valdez, trancada en el hielo.
Cuando se inauguró el oleoducto Trans-Alaska en 1974, la legislación le exigía a Alyeska que tuviera equipos de respuesta para derrames de petróleo durante las 24 horas. Como parte de los pasos previos a la compra de la propiedad de los Chugach en Valdez, Alyeska contrató a varios indígenas para este trabajo de emergencia. Los nativos se entrenaron tirándose desde helicópteros al agua helada y aprendieron a rodear a un barco que tenía pérdidas con barreras de goma. Pero pronto se dieron cuenta que los habían contratado para cubrir pérdidas, no para limpiarlas. Su capataz, David Decker, me dijo que él debía informar que había una pérdida de siete litros y medio cuando, en realidad, se habían derramado 7.500.
Alyeska mantuvo a los indígenas en la terminal durante dos años (lo suficiente como para que el consorcio lograra levantar la huelga de los trabajadores portuarios) y luego los echó discretamente. Para distraer a los inspectores que investigaran lo sucedido con los trabajadores del sistema de respuesta de emergencia ante un derrame, Alyeska creó una lista falsa de integrantes de equipos de emergencia que no tenían la menor idea de cómo utilizar los equipos que, además, habían desaparecido, estaban rotos o existían sólo en el papel. Cuando el Exxon Valdez encalló, no había ningún equipo de nativos entrenados para responder ante la emergencia, sino sólo caos.
La fábula del capitán borracho ha sido muy útil para la industria petrolera, al convertir al derrame de petróleo más destructivo de la historia en una historia sobre la debilidad humana. Pero fueron el radar roto, los equipos faltantes, el personal fantasma y las pruebas falsas -todo para recortar gastos- los que hicieron que el desastre fuera inevitable.
Volví al paso Prince William justo antes del décimo aniversario del derrame. En el pueblo de los chenegas, todos se estaban preparando para pasar otro verano fregando rocas. Una década después del desastre, sacaron 20 toneladas de grasa negra de sus playas. En el pueblo Nanwalek, el estado ha declarado que las almejas no son comestibles por envenenamiento con “hidrocarbonos persistentes”. Los salmones aún tienen abscesos y tumores. Los arenques nunca volvieron a esos mares. Y el roquedal que solía llenarse de los lobos marinos en la Isla Montague permanece silencioso y vacío. Si uno va hoy al paso Prince William, en la tierra de los chugach, y golpea una roca, puede oler el mismo aroma que en una estación de servicio de Exxon.
Pero a pesar de lo que ven mis ojos, debo estar equivocado, porque en el folleto de Exxon que tengo entre mis manos dice: “El agua está limpia y la vida animal, vegetal y marina es abundante y saludable”.

La injusticia final

Todos hemos oído hablar del gran veredicto del jurado contra Exxon a causa del desastre de Valdez: debían pagar una compensación de 5.000 millones de dólares. Pero lo que no hemos escuchado es que ExxonMobil no pagó ni un centavo. Ha pasado una década desde el juicio. British Petroleum se tiñó de verde y ExxonMobil decidió pintar la Casa Blanca con “verde”: es el segundo patrocinador vitalicio de la carrera de George W. Bush (después de Enron). Los puestos legislativos de la industria petrolera, las campañas de “reforma” y las generosas inversiones en el proceso democrático de Estados Unidos han servido para que la Corte Suprema de Justicia y los tribunales de apelación parezcan clubes de consultores empresariales, en lugar de órganos de defensa de la justicia. En noviembre de 2001, luego de recibir las directivas de la Suprema Corte, el Tribunal de Apelaciones del Noveno Circuito de Estados Unidos rechazó el veredicto del jurado -que estableció el pago de la compensación- con el argumento de que era demasiado severo para la pobre ExxonMobil.
El consorcio de Alyeska pudo acallar todas las denuncias relativas al Exxon Valdez por dos por ciento del costo conocido de los daños: alrededor de 50 millones de dólares. El pago fue cubierto por una compañía aseguradora.
¿Y los indígenas? La jefa Agnes Nichols y el pescador Paul Kompkoff murieron sin que Exxon cumpliera con sus promesas de compensación. Y cuando no aparecieron los arenques y fracasó la pesca en el paso Prince William, en 1991, la empresa tribal que nos contrató a Lenora y a mí para investigar las malas prácticas de Exxon y Alyeska entró en quiebra. Así, mi documentación en cuatro volúmenes que contenían pruebas de los fraudes cometidos contra los nativos se volvió, efectivamente, inútil.

----------- Greg Palast es el autor de The Best Democracy Money Can Buy (Constable y Robinson Editores), de donde fue extraído este artículo, que también se publicó en The Ecologist (noviembre de 2003). Su sitio web es: www.gregpalast.com

Leyenda de foto: El buque petrolero Exxon Valdez.






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