No. 149/150 - Marzo-Abril 2004
Argentina
¿Bye, bye, Monsanto?
por
Jorge Eduardo Rulli
Que la empresa multinacional agrícola Monsanto decida retirarse de la comercialización de semillas de soja transgénica en Argentina pone al descubierto de manera brutal la enorme dependencia del país de las empresas de biotecnología.
El común de la dirigencia política, los grandes medios y la opinión pública expresan reacciones de shock o de desvalimiento, sospechan que algo muy grave que escapa a su información amenaza con cambiar sus vidas… Nosotros, que tantas veces desde el Grupo de Reflexión Rural nos esforzamos por anticipar el futuro ominoso de los monocultivos de soja, hoy nos interrogamos si acaso Monsanto abandona el barco de la soja antes que llegue la terrible enfermedad de la Roya... o tal vez antes de que se materialice el tan anunciado colapso de los suelos agrícolas de Argentina. Tal vez, y en forma simultánea, estemos frente a un enorme chantaje al gobierno de Néstor Kirchner para que se modifiquen los derechos constitucionales del agricultor a su propia semilla.
De todas maneras, recordemos que el gran negocio de Monsanto en Argentina no fue nunca el royalty de la semilla sino la venta masiva de su herbicida estrella Roundup y que inclusive Felipe Solá, entonces Secretario de Agricultura y actual Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, habilitó en 1996 la Soja RR sin que Monsanto la hubiese patentado en el país. Esto demuestra no sólo la complicidad de Solá con la empresa y el proyecto de sojización, sino también que en ese momento le interesaba a Monsanto la bolsa blanca, o sea la distribución de semilla sin certificar entre los productores, para difundir rápidamente la mancha sojera, involucrar y subordinar a la Federación Agraria Argentina y ganar a Argentina como portaviones de la empresa.
Exactamente lo mismo viene haciendo Monsanto en el vecino Brasil. Durante los años 90, en el estado de Río Grande do Sul, cuando el gobernador Olivio Dutra, del Partido de los Trabajadores (PT), se vanagloriaba de presidir el único territorio libre de transgénicos, Monsanto obsequiaba graciosasmente el glifosato a quienes le exhibieran el marbete de Soja RR contrabandeaba desde Argentina. No se preocupaban de la patente porque el objetivo era dominar políticamente el territorio, quiere decir, el apropiarse de la seguridad alimentaria de las poblaciones.
La bolsa blanca fue de ese modo en Argentina, la miserable participación en el banquete con que los exportadores de granos sobornaron al agricultor argentino, subsidiándole la producción. Por eso era y continúa siendo un gran negocio hacer soja en Argentina. Y cuando durante años las Asociaciones de farmers norteamericanos se quejaban de la competencia desleal por parte de la “Republiqueta sojera”, donde los agricultores no pagaban las semillas, donde el glifosato valía la tercera parte que en Estados Unidos, y donde además el gobierno se desinteresaba absolutamente de los terribles impactos del modelo sobre los ecosistemas, Monsanto miraba para otro lado, indiferente. Era “su” propio territorio, éramos “su” país laboratorio, donde los pobres y los indigentes continúan alimentándose con enormes donaciones de sojas transgénicas.
Hay, por supuesto, muchas otros elementos que juegan en estas decisiones. Recordemos que las multinacionales tienen siempre estrategias múltiples y complejas. Sin dudas que ahora que disponen de todo el territorio y nos han hecho dependientes de la droga, quieren cobrar también sus patentes a las semillas. De hecho, lo vienen haciendo cuando pueden mediante contratos al agricultor, contratos que transforman al productor en un mero locatario de la semilla que ya no le pertenece. Pero ellos bien saben que el control es imposible con las monógamas como la soja, porque el productor hace fácilmente su propia semilla y porque el Estado ausente ni siquiera puede plantearse modificar los hábitos de intercambiar semillas de los productores. El nuevo negocio de Monsanto será, seguramente, ir ahora por los maíces, por los sorgos o por otras oleaginosas transgénicas RR que, por ser además plantas híbridas, el productor las deberá comprar indefectiblemente cada año. Continuamos entonces en medio de la película Matrix. Argentina sigue siendo una republiqueta forrajera y un país laboratorio. Un país en que el propio ministro de Economía, Roberto Lavagna, ha reconocido sin pudor que su Consultora Ecolatina tiene como principal cliente a la empresa Monsanto.
Como consecuencia de los monocultivos de soja, Argentina es un país que marcha hacia horizontes de catástrofes colosales, catástrofes por desertización, por colapsos hídricos generalizados, por un mayor despoblamiento y muerte de su cultura rural, por deforestación absoluta del territorio y por creciente vulnerabilidad de su comercio exterior atado a los subproductos de la soja. Es hora de enormes y valientes decisiones, pero para ello es preciso ser capaces de pensar una Argentina diferente. Una Argentina capaz de rediseñar su territorio y repoblar el campo, una Argentina que se proponga recuperar la propia producción de semillas y asegurar la soberanía alimentaria respetando el derecho de millones de argentinos hoy carecientes a una alimentación sana y suficiente. Una Argentina capaz de renegociar la deuda externa con la dignidad suficiente como para no atarse a modelos agroexportadores que sólo se justifican por el interés usurero de los grandes bancos. Una Argentina que recupere sus fuentes de petróleo para dejar de pagarlo a precios internacionales y que pueda de ese modo darse proyectos productivos industriales. Una Argentina capaz de unirse decididamente con el resto de la América del Sur en un proyecto cultural y de mercados comunes. Esa es nuestra propuesta y nuestra lucha desde el Grupo de Reflexión Rural, y junto a numerosas organizaciones de desempleados, de campesinos y de estudiantes, y frente a la parálisis de buena parte de la dirigencia política, asumimos hoy frente a la gigantesca extorsión de Monsanto, las voces de un pueblo que persiste con dignidad en preservar sus mejores sueños de felicidad y de soberanía nacional.
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Jorge Eduardo Rulli es miembro del Grupo de Reflexión Rural (Argentina).
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