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No. 147/148 - Enero/Febrero 2004

Estados Unidos y las relaciones internacionales

El palo y la zanahoria

por Alberto Piris

Los dirigentes del Departamento de Defensa de Estados Unidos prescinden de las vías diplomáticas, que consideran caducos e innecesarios formulismos.

No ha sorprendido mucho la reciente difusión de un documento del Pentágono, fechado el 5 de diciembre y firmado por el secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz, que restringe la adjudicación de contratos para la reconstrucción de Irak a “Estados Unidos, Irak, los miembros de la coalición (los que cooperaron a la invasión) y las naciones que han aportado tropas”. Durante los forcejeos diplomáticos que en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas precedieron a la ilegal decisión estadounidense anunciada por el “trío de las Azores” (Estados Unidos, Gran Bretaña y España) ya había quedado claro que la superpotencia imperial aplicaría el método del palo y la zanahoria a todos los países, excluidos, claro está, los componentes del variable y fantasmagórico “eje del mal”, que sólo tendrían opción al palo.
En aquellos días, hoy recordados con bochorno, hasta se llegó a aplaudir en Estados Unidos un vergonzoso e infantil boicoteo patriótico a los productos franceses. Bajo las retóricas y engañosas razones sucesivamente aducidas (inminente peligro terrorista, terribles y amenazadoras armas, imposición forzada de la democracia, eliminación de un dictador, etc.), siempre se entrevieron razones puramente económicas y no sólo petrolíferas.
Reconstruir lo previamente destruido por las armas es uno de los más prósperos negocios del mundo posmoderno. Se trata ahora de repartir casi 20.000 millones de dólares, en forma de contratos relacionados con la energía, el petróleo, las infraestructuras de comunicaciones, las construcciones públicas y la preparación de los ejércitos, entre otras cosas.
Sin sentir embarazo, el gobernador de Florida, Jeb Bush, hermano del presidente, manifestó en su visita a Madrid que, por apoyar a Estados Unidos, España obtendría grandes ventajas que los españoles “no podrían ni imaginar”. Sin embargo, en la primera ronda de adjudicación de contratos España nada obtuvo (tampoco Italia ni Gran Bretaña), y los bocados más sabrosos se quedaron en casa y fueron adjudicados a Bechtel (unos mil millones de dólares para reconstruir infraestructuras) y a Kellog, Brown & Root (filial de la petrolera Halliburton), ambas muy relacionadas con miembros del poder político estadounidense. Así que el reciente anuncio puede reavivar en Madrid, Londres y Roma la esperanza de que algunos empresarios locales sean premiados en ese peculiar reparto posbélico que casi coincide con la lotería navideña española.
Convendría no ignorar, sin embargo, que el Centre for Public Integrity (Centro en pro de la Honradez Pública), un grupo de presión independiente, ha denunciado que muchas de las empresas estadounidenses beneficiadas con contratos ventajosos en Irak han sido donantes destacados en las diversas campañas electorales de Bush.
Las razones aducidas por Wolfowitz en el documento citado inducirían a risa si no fuera porque está por medio la sangre de muchos Iraquíes inocentes muertos en esta ilegal invasión. Se dice que la selección obedece a la necesidad de salvaguardar los “intereses esenciales de seguridad para Estados Unidos” y que se hace para “ampliar la cooperación internacional en Irak y en futuros esfuerzos”. Son dos razones ficticias.
La primera implicaría que un contratista mexicano o chileno -países vetados por el Pentágono- sería menos fiable para la Autoridad Provisional de la Coalición (es decir, para el Pentágono) que otro de Mongolia o Uzbekistán, países sí incluidos en la lista de los “buenos”. La segunda razón no es sino un chantaje dirigido a los países que se opusieron a la invasión, a los que se les viene a decir: “Si ahora cambian de idea y envían tropas o mucho dinero, podremos reconsiderar el veto y quizá les dejemos un trozo del pastel”. Suena a venganza y, aunque estemos ya acostumbrados a las arrogantes maneras de Washington, apoyado en la suprema razón de su fuerza militar, el documento en cuestión se pasa de la raya.
Muchas voces se han alzado proclamando la arbitrariedad de la medida. El secretario general de las Naciones Unidas, constreñido por la necesaria imparcialidad de su cargo, se limitó a tacharla de “desafortunada”. La queja más cercana a Estados Unidos quizá sea la del nuevo primer ministro de Canadá, que manifestó su perplejidad a la vez que recordaba que su país ofreció ayuda a Irak por valor de 300 millones de dólares y que es el que más tropas tiene desplegadas en Afganistán. Por el contrario, entre los países autorizados por el Pentágono figuran algunos -como la República de Palau o el Reino de Tonga- que poco podrán hacer para reconstruir Irak y a los que se les recompensa de modo virtual por su apoyo a las aventuras bélicas de Bush y su fidelidad al Imperio.
El palo y la zanahoria han quedado tan a la vista que no es preciso ser un diplomático experto en las artes de la carrera para sentir disgusto ante tan burda tosquedad. Cuando se posee el monopolio de la fuerza bruta y se carece de una visión global de las relaciones internacionales, los dirigentes del Pentágono prescinden de las vías diplomáticas, que consideran caducos e innecesarios formulismos.

--------------- Alberto Piris es general de Artillería español en la Reserva y analista del Centro de Investigación para la Paz de Madrid.






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