No. 141/142 - Julio/Agosto 2003
Bioterrorismo y neumonía atípica
por
Mae-Wan Ho
El mundo ha sufrido una crisis de histeria por los ataques terroristas y las "armas de destrucción masiva". La autora analiza la epidemia del síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) y explica por qué son equivocadas las medidas propuestas para controlar el bioterrorismo y qué es lo que realmente se necesita.
Mientras las "fuerzas aliadas" destruían y mataban en Irak para dar captura a Saddam Hussein y sus esquivas "armas de destrucción masiva", una epidemia de neumonía atípica atravesaba continentes enteros viajando en el cuerpo de los pasajeros de las líneas aéreas y diseminándose como bombas de dispersión molecular que, al explotar, liberan millones de partículas infecciosas, a poco tiempo de llegar a su objetivo.
El Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS) o neumonía atípica es una enfermedad infecciosa completamente nueva que se contagia por contacto humano y mata a cuatro por ciento de las víctimas. La epidemia se originó en la provincia de Guangdong, en el sur de China. El gobierno chino admitió que no supo manejar la crisis y demoró en informar a la población.
La enfermedad apareció en noviembre de 2002. En marzo, Liu Jianlin, un profesor de medicina de 64 años que también atendía pacientes, viajó de Guangdong a Hong Kong a una boda. Se enfermó casi enseguida de su llegada y fue internado en un hospital. Pidió que lo pusieran en cuarentena, pero su pedido fue ignorado. El hospital tampoco advirtió a quiénes habían estado en contacto con el enfermo. El resultado fue que nueve pasajeros del hotel donde se había hospedado Liu se contagiaron y fueron internados en los hospitales Singapur, Canadá, Vietnam y otros de la ciudad de Hong Kong.
El 10 de febrero se envió información sobre la nueva enfermedad en ProMed, un servicio de información internacional sobre enfermedades infecciosas por correo electrónico. Al día siguiente, China notificó a la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero se negó a permitir el ingreso de un equipo de dicho organismo en Guangdong hasta abril. El 8 de ese mes, había 2.671 casos confirmados de neumonía atípica en 19 países y habían muerto 103 personas.
El pánico se apoderó de las autoridades de Salud del mundo entero. "La madre Naturaleza es la principal terrorista", es el título de un editorial del periódico Nature. "Incapacidad para detener la propagación", dice la revista New Scientist, cuyo editor denuncia la carencia de control internacional cuando se trata de enfermedades epidémicas: "La comunidad internacional tiene inspectores de armas con poder para entrar por la fuerza en un país a la primera señal de que pueda tener armas químicas. Pero cuando se trata de una enfermedad, no tenemos ningún organismo internacional con potestades para hacerse cargo, aunque la enfermedad sea mucho más peligrosa".
Cacería de virus
Once laboratorios del mundo participan en la cacería del agente infeccioso desde el 17 de marzo, en un esfuerzo conjunto organizado mediante teleconferencias por el virólogo Klaus Stöhr, desde la sede de la OMS en Ginebra.
La publicación Science informa que Malik Peiris, de la Universidad de Hong Kong, fue la primera persona que identificó el coronavirus (que provoca resfríos y neumonía), apenas cuatro días más tarde. Este descubrimiento se repitió en otros laboratorios. Ese virus y sus anticuerpos fueron detectados en muchos pacientes infectados –si no en todos-, pero no se encontró en más de 800 controles de salud sometidos a prueba.
New Scientist dice que fue la muerte de Carlo Urbani, el médico de la OMS que reconoció en primer lugar que el SRAS era una enfermedad nueva, lo que llevó al descubrimiento del coronavirus. El virus fue aislado de sus pulmones y enviado a Joe DiRisi, de la Universidad de California, en San Francisco, quien lo identificó y le puso el nombre de Urbani.
Sin embargo, aún quedan dudas en cuanto a si el coronavirus cierra esta historia. John Tam, director de virología en el Hospital Príncipe de Gales, de Hong Kong, encontró otro virus, el metaneumovirus humano, en 25 de los 53 enfermos de neumonía atípica que investigó, y lo mismo encontraron laboratorios de Canadá y Alemania. El metaneumovirus pertenece a la familia de los paramyxoviridae, a la cual pertenecen los virus responsables de la parainfluenza, las paperas y el sarampión, al igual que los virus Nipah y Hendra que surgieron en los últimos brotes.
El coronavirus apareció sólo en 30 pacientes estudiados, pero se identificaron bacterias clamidia en todas las muestras tomadas en Hong Kong, aunque se supone que esa cepa de clamidias no provoca enfermedades.
¿Es posible que ambos virus sean transeúntes de la enfermedad y que un virus que aún no ha sido identificado sea el responsable de la neumonía atípica?
El coronavirus era atípico. Infectó rápidamente a las células de cultivo, cosa que otros coronavirus humanos no hacen. Los virus del tejido pulmonar de los pacientes de Toronto provocaron rápidamente la infección de las células renales de un mono, pero ningún coronavirus humano conocido infecta a esa cepa de células.
El laboratorio de DiRisi tiene un chip detector de virus capaz de buscar 1.200 virus a la vez. Cuando se examinaron las muestras enviadas desde los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, aparecieron varias especies de coronavirus. Las más fuertes, lo cual indica una mayor identidad, eran el virus de la bronquitis Avian y un coronavirus bovino. Esto parece coincidir con la declaración de China de que los primeros casos aparecieron en personas que tenían pájaros.
Sin embargo, un análisis más detallado a cargo de dos grupos que utilizaron reacción en cadena de la polimerasa y publicaron sus resultados en la versión electrónica del New England Journal of Medicine indica que el nuevo virus no está relacionado con ningún otro virus conocido, ya sea en seres humanos, ratas, vacas, gatos, cerdos o pájaros.
El virus sólo se pudo aislar de células de cultivo, nunca del tejido de los pacientes. Los fragmentos de la reacción en cadena de la polimerasa del nuevo coronavirus no fueron detectados en ninguna persona saludable hasta ahora. Pero no todos los pacientes con neumonía atípica dieron positivo para uno de los fragmentos de reacción en cadena de la polimerasa. ¿De dónde vino este virus?
¿Super virus de ingeniería genética
Mientras la epidemia sigue su curso, el Journal of Virology publicó un informe que describe un método para introducir mutaciones en un coronavirus a fin de crear nuevos virus. Un paso clave del procedimiento es hacer virus quiméricos recombinantes interespecíficos. Esto significa reemplazar parte del gen proteico del virus de la peritonitis infecciosa felina –que provoca infecciones mortales en los gatos- con el del virus de la hepatitis de los ratones. El virus recombinante de la peritonitis infecciosa felina deja de infectar a las células de gato y pasa a hacerlo con las del ratón; además, se multiplica rápidamente en su nuevo hábitat.
Hoy, éste y otros experimentos de manipulación de genomas virales son rutina. Esto muestra lo fácil que es hoy crear nuevos virus que salen de la especie que los alberga, en el curso de experimentos aparentemente legítimos de la ingeniería genética. Podrían estar ocurriendo experimentos similares en la naturaleza mientras nadie se da cuenta, como parecen demostrarlo la neumonía atípica y varias otras enfermedades epidémicas.
Ni siquiera es necesario crear virus letales intencionalmente ya que, en realidad, es más rápido y más efectivo permitir que ocurran recombinaciones y mutaciones típicas en un tubo de ensayo. Se pueden generar millones de recombinantes en pocos minutos utilizando la técnica de hibridoma molecular y luego analizarlos para ver cuáles mejoraron su función, en el caso de las enzimas, o su virulencia, en el caso de los virus y bacterias.
En otras palabras, los ingenieros genéticos pueden acelerar ahora la evolución en el laboratorio a fin de crear virus y bacterias que nunca habían existido en los miles de millones de años que lleva la evolución en la Tierra.
Controlar el bioterrorismo
John Steinbruner, experto en control de armas de la Universidad de Maryland, ha pedido que se hagan controles internacionales obligatorios en las áreas inherentemente peligrosas de investigación biomédica y que para ello se cree un equipo de científicos y representantes de la opinión pública. Steinbruner ha presentado su propuesta en reuniones de la American Association for the Advancement of Science, en la World Medical Association y, en abril, formuló su pedido en una reunión sobre bioterrorismo que se celebró en Londres con el patrocinio de la Royal Society of Medicine y la New York Academy of Medicine.
El sistema de supervisión sería obligatorio y operaría antes de la realización de experimentos que podrían resultar peligrosos. El acceso a los resultados se podría limitar a quiénes pasen la prueba.
La exigencia de que los científicos, las instituciones e incluso los experimentos obtengan un permiso para actuar "tendrá un efecto devastador sobre la investigación biomédica", declaró Ronald M. Atlas, presidente de la American Society for Microbiology. Su respuesta es que habría que promover la autorregulación, es decir, el respeto de los requisitos éticos necesarios para evitar los usos destructivos de la biología. La American Society for Microbiology redactó y apoya una declaración presentada el 15 de febrero por un grupo de editores y escritores sobre ciencias de la vida que admiten la necesidad de bloquear la publicación de resultados de investigación que podrían ayudar a los terroristas.
Steinbruner y Atlas concuerdan, sin embargo, en que los esfuerzos para mantener a la "buena" ciencia fuera del alcance de personas con malas intenciones deben ser internacionales para ser efectivos. Y ambos aprueban la iniciativa de redactar un acuerdo que haga del bioterrorismo un delito internacional, causa que hace tiempo abrazan el microbiólogo Mathew Meselson, de la Universidad de Harvard, y el químico Julian Robinson, de la Universidad de Sussex.
Steinbruner y sus críticos, así como los críticos de sus críticos, han perdido de vista un asunto importante. No se han dado cuenta de que los experimentos genéticos son peligrosos en sí mismos, cosa que señalaron los mismos pioneros de la ingeniería genética en la Declaración de Asilomar, a mediados de la década del 70, y que últimamente hemos tenido que recordarle a la opinión pública y los políticos.
¿Para qué queremos bioterroristas si tenemos ingenieros genéticos?
Lo que captó la atención de los principales medios de comunicación fue el informe de enero de 2001 acerca de cómo un equipo de investigadores de Australia había creado "por accidente" un virus que mató a todas sus víctimas mientras manipulaban un virus inofensivo. "Desastre en puerta: Un virus de ratón modificado genéticamente nos deja un paso más allá de la bioarma más moderna", fue el titulo del artículo publicado en The New Scientist. La nota editorial era aún más explícita: "El genio está suelto, la biotecnología acaba de darnos una sorpresa desagradable. La próxima vez podría ser catastrófica".
El episodio de neumonía atípica debería servir para recordarnos algunos hechos muy simples de la ingeniería genética.
En primer lugar, la ingenería genética implica la recombinación descontrolada de material genético procedente de una amplia variedad de fuentes que, de otra forma, casi no tendrían la oportunidad de mezclarse en la naturaleza. Y, como dije antes, algunas técnicas nuevas permiten crear, en el laboratorio y en cuestión de minutos, millones de nuevos recombinantes que nunca habían existido, en los miles de millones de años que lleva la evolución.
En segundo lugar, la materia prima de la ingeniería genética son sobre todo virus y bacterias causantes de enfermedades, igual que los utilizados por los creadores de armas biológicas.
Y en tercer lugar, los constructos artificiales creados por la ingeniería genética están diseñados para atravesar la barrera de las especies e introducirse en los genomas, es decir, para mejorar y aumentar la velocidad de la transferencia horizontal y recombinación de genes, que ahora se sabe es la principal ruta de creación de nuevos agentes patógenos, posiblemente mucho más importante que las mutaciones puntuales que modifican bases aisladas de ADN.
Con los constructos modificados genéticamente y los organismos que habitualmente se liberan al ambiente, casi no necesitamos la ayuda de terroristas. Ese puede ser el motivo por el cual aparecen nuevas enfermedades epidémicas, virales o bacteriales, con mayor frecuencia. La madre naturaleza no es la mayor terrorista, somos nosotros.
¿Qué habría que hacer?
No tiene sentido controlar la publicación de resultados científicos delicados porque las técnicas de recombinación no tienen nada especial, ya se conocen. "La única manera de entender estos fenómenos naturales es a través de la ciencia de primera clase y sus publicaciones", sostiene Lynn Enquist, editor del Journal of Virology, refiriéndose a la creación del coronavirus que pasa del gato al ratón.
La publicación abierta constituye sólo parte de la historia. La otra parte es la importancia de la bioseguridad. Ya existe un instrumento internacional para regularla: se trata del Protocolo de Bioseguridad de Cartagena, de enero de 2000, firmado por 43 países, incluida la Unión Europea, que subsiste a pesar de todos los intentos por socavarlo, sobre todo por parte de Estados Unidos y sus aliados de la industria de la biotecnología. Lo que hace falta es reforzar dicho Protocolo, para ampliar su alcance y su contenido.
También es urgente democratizar la información en las áreas de investigación científica que cuentan con financiación pública. Todos los sectores de la sociedad civil han sido llamados a la "responsabilidad", incluso las empresas, así que ¿por qué no exigirle lo mismo a los científicos?
Hemos hecho un borrador de un documento de discusión titulado "Hacia una convención sobre el conocimiento", que contiene algunas ideas acerca de cómo podrían volverse socialmente responsables los científicos.
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Mae-Wan Ho es cofundadora y directora del Instituto de Ciencia en la Sociedad www.i-sis.org.uk, una organización sin fines de lucro que promueve la comprensión y la discusión de asuntos de ciencia y tecnología, sobre todo en cuanto a la responsabilidad social, las consecuencias éticas y la sustentabilidad.
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