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Ecología


No. 40/41 - Enero/Febrero 1995

ECOLOGIA DEBATE DE LAS ONGs

El problema no es el árbol, sino el tipo de desarrollo

por Ricardo Carrere (*)

Al igual que sus similares en otros países del Tercer Mundo, las ONGs uruguayas ven con preocupación el creciente auge de un tipo de desarrollo forestal basado en monocultivos a gran escala, de eucaliptos y pinos, destinados a fabricar pulpa de papel, sin una evaluación seria de sus impactos sociales y ambientales.

En Uruguay, país de praderas, la plantación de árboles exóticos constituye una actividad de larga data, que hasta ahora no había despertado mayor oposición. Sin embargo, el actual auge de la plantación de grandes superficies de eucaliptos y pinos está generando una serie de preocupaciones en torno a sus posibles impactos sociales y ambientales.

Lo primero es ubicar el tema: el problema no son los árboles, sino el enfoque. En efecto, el actual modelo de desarrollo forestal se basa en monocultivos a gran escala de especies de rápido crecimiento, con aplicación de un paquete tecnológico que incluye semillas seleccionadas, preparación intensiva del suelo, fertilización, desmalezado mecánico o químico, control químico de plagas, cosecha mecanizada. Tanto la escala, como las especies seleccionadas y el tipo de manejo implican la posibilidad de impactos mucho mayores a los generados por las pequeñas plantaciones que se realizaron en el pasado, fundamentalmente para abrigo del ganado. Por otro lado, estas plantaciones no están destinadas a satisfacer necesidades internas del país, sino que forman parte del mismo modelo exportador que se está promoviendo –sin resultados positivos para los sectores mayoritarios de la población- en todo el Tercer Mundo.

Uruguay es uno más

Lo primero a señalar es que el tipo de desarrollo forestal que está siendo impulsado en el Uruguay es el mismo que se está promoviendo en numerosos países, particularmente del Sur, como por ejemplo en Brasil, Chile, Argentina, Venezuela, Congo, Sudáfrica, Swazilandia, Indonesia, Tailandia, Filipinas, Malasia y muchos otros.

Si bien las características ambientales de todos estos países son evidentemente muy diversas, todos se caracterizan por la rapidez de crecimiento de los árboles en comparación con la que se logra en los países industrializados. Dentro de la diversidad social tienen asimismo algo en común: mano de obra barata. En lo económico también presentan similitudes en cuanto a que allí la tierra es barata y los gobiernos están proclives a promover el desarrollo de actividades de exportación, en particular cuando reciben el aporte de fuentes de financiamiento externo.

Una estrategia elaborada desde afuera

El hecho de que simultáneamente se esté llevando a cabo en tantos países, prueba que este tipo de desarrollo forestal escapa al ámbito de lo nacional y de allí se puede inferir que forma parte de una estrategia externa. Si bien resulta difícil precisar con exactitud el origen de esta estrategia, lo cierto es que la implementación de la misma se explicita muy claramente a través del impulso que recibe desde organismos internacionales y multilaterales como las agencias de cooperación internacional, la FAO, el PNUD y el Banco Mundial (por citar sólo a los más conocidos). A partir de este enfoque, no resulta extraño descubrir que en la elaboración del Plan Maestro para el desarrollo forestal en Uruguay, la Agencia Japonesa para la Cooperación Internacional (JICA) haya tenido un papel preponderante, al punto de que sus técnicos trabajaron durante dos años en el país y elaboraron un detallado plan de desarrollo forestal.

Del análisis del modelo forestal –que se repite casi sin cambios en más y más países del Sur- surge claramente que el objetivo central de esta estrategia es el logro de fuentes de abastecimiento de materias primas madereras caracterizadas por su homogeneidad, abundancia y bajo precio, fundamentalmente para abastecer a la industria del papel. Este objetivo se logra simplemente impulsando la plantación de las mismas especies en el mayor número de países posible, para así llegar a una oferta abundante y homogénea, con la lógica consecuencia de una baja de precios. Si bien lo anterior es indudablemente el objetivo principal, este tipo de plantaciones también tiene un objetivo secundario: que los árboles se constituyan en sumideros de carbono para el dióxido de carbono –generado fundamentalmente en el norte industrializado- principal responsable del efecto invernadero. Finalmente, un objetivo eventual de esta estrategia es la posible utilización futura de estas plantaciones como fuente alternativa de energía.

Buen negocio y conciencia tranquila

Las plantaciones están siendo promocionadas como mejoradoras del medio ambiente. El argumento es sencillo. Se dice que en Uruguay hay pocos árboles y que la deforestación a escala mundial constituye uno de los principales problemas ambientales. Por lo tanto, cuanto más árboles se planten, mejor para el medio ambiente. Se logra así conciliar la realización de un buen negocio con el sentimiento de estar haciendo algo positivo para el país y el mundo. Sin embargo, este razonamiento es falso por dos razones:

1) La primera y principal es que el ecosistema natural históricamente predominante en Uruguay es la pradera. Los bosques nativos se encontraban –como al presente- marginando los cursos de agua y en las áreas de sierras del país. Por lo tanto, dado que las plantaciones se están haciendo sobre ecosistemas de pradera, no sólo no se puede hablar de "reforestación", sino que además resultan en la destrucción completa de dichos ecosistemas.

2) La segunda falsedad de ese razonamiento surge de la confusión entre bosque y cultivo forestal. Las plantaciones forestales a gran escala con especies exóticas de rápido crecimiento no tienen ninguna similitud con un bosque. Un bosque es un ecosistema completo, donde los árboles constituyen uno de los componentes de un todo interactuante. Esto hace que ni siquiera se pueda hablar de impactos positivos o negativos de los árboles en lo referente a suelos, agua, clima, flora y fauna, puesto que forman parte de ese todo. En un cultivo forestal, en cambio, los árboles no interactúan de la misma forma con el ambiente y en mayor o menor medida generan desequilibrios en cada uno de esos componentes.

¿Y la evaluación de impactos?

Puesto que se parte de la base de que los cultivos forestales son bosques y dado que los bosques son positivos para el medio ambiente, se desprende que estos no van a generar impactos negativos. Sin embargo, aún sin ningún estudio previo, se puede afirmar que los impactos negativos necesariamente van a existir.

En efecto, al tratarse de cultivos con especies exóticas, su relación con los demás componentes del ambiente va a implicar cambios con respecto al ecosistema nativo. Dichos cambios se van a ver potenciados, tanto por la escala de estos emprendimientos (miles de hectáreas), como por la rapidez de crecimiento de los árboles. Podrá afirmarse por consiguiente que por lo menos implicarán impactos sobre el agua, los suelos y la biodiversidad. La evaluación de impactos deberá simplemente medir la magnitud de los mismos, para que la sociedad pueda adoptar decisiones informadas al respecto.

En el caso concreto de Uruguay, donde la sequía es un fenómeno relativamente normal, que además en general coincide con los meses más calurosos, los impactos sobre el ciclo hidrológico podrían afectar gravemente al conjunto del país. La propia ciudad de Montevideo, que se abastece de agua del río Santa Lucía, podría quedarse sin agua a consecuencia de la plantación masiva de eucaliptos que se está llevando a cabo en las nacientes de este río. No se trata de ser alarmista, sino de exigir la realización de estudios para determinar si estos impactos podrían ocurrir o no y en caso de que así fuese, que se adoptaran las medidas pertinentes.

Los costos y los beneficios

La sociedad uruguaya en su conjunto está haciendo una gran inversión en esta área. En efecto, las empresas forestales –tanto nacionales como extranjeras- reciben importantes subsidios, exhoneraciones impositivas y líneas de crédito blando, todo lo cual implica mayores impuestos al conjunto de la población. A eso se suma la adaptación de la red vial al tránsito de vehículos cargados de madera y la remodelación de las facilidades portuarias, todo lo cual será realizado por el Estado y pagado por la sociedad toda.

En teoría, esos costos serán recuperados por la exportación de madera y en el futuro quizá por la exportación de pulpa de papel. Sin embargo, es muy factible que ello no suceda. La madera de eucalipto y pino es un producto de escaso valor unitario en relación con su volumen. Los componentes del costo son: la producción de la madera, su cosecha y su transporte al punto de destino. Los costos de cosecha y en particular de transporte son relativamente rígidos. Por lo tanto, cualquier caída –por pequeña que fuera- de los precios a nivel internacional puede llevar a que la corta de los árboles no sea redituable. En ese caso y al no existir un mercado interno capaz de absorber volúmenes importantes de madera, todo ese enorme esfuerzo podrá verse frustrado y una gran superficie del país quedaría prácticamente fuera del ciclo productivo por muchos años.

El tipo de árboles promovidos (principalmente eucaliptos) hace que las opciones en materia de comercialización internacional estén básicamente reducidas a su transformación en pulpa de papel o en madera industrializada de baja calidad. La inversión en una planta de pulpa escapa a las posibilidades de los capitales nacionales (alrededor de US$ 1.000 millones), por lo que esta opción quedaría en manos de capitales extranjeros, con o sin participación del Estado. Por otro lado, la propia pulpa ha pasado a ser una materia prima para la industria del papel y mientras esta última continúa concentrada en los países industrializados, crecientemente se está dando la instalación de fábricas de pulpa en el sur. Esto se explica en gran medida por la creciente conciencia ambiental en los países del norte, que ha llevado a imponer normas ambientales muy estrictas a las plantas de pulpa –que se cuentan entre las industrias más contaminantes del mundo- que prefieren entonces instalarse en países menos exigentes con respecto al cumplimiento de normas ambientales. A ello se suman las oscilaciones en el precio internacional de la pulpa y su tendencia a la baja a consecuencia de la instalación de más y más fábricas modernas de pulpa en el Tercer Mundo.

No más espejitos ni cuentas de colores

La solución a nuestros problemas no pasa por dejarnos engañar con los espejismos que nos venden desde el Norte. Los grandes monocultivos forestales con especies de rápido crecimiento implican modificaciones de muy diverso orden que es necesario evaluar y no negar.

El agua, los suelos, la flora, la fauna, el paisaje e incluso la sociedad sufren un conjunto de impactos, algunos de los cuales pueden resultar irreversibles. Los impactos no se limitan al área ocupada por las plantaciones, sino que pueden afectar a amplias zonas del país, tanto en la etapa de producción como durante el transporte y la industrialización de la madera. Lo mínimo a exigir de los poderes del Estado es una evaluación de impactos inmediata, con participación de toda la comunidad, en particular de las áreas donde estos cultivos se están implantando. Se debe comenzar por abandonar la publicidad engañosa de que los árboles mejoran siempre el ambiente y aceptar la posibilidad de que generen impactos negativos, que deben ser investigados con seriedad.

La sociedad podrá entonces, con todos los elementos en la mano, decidir si está dispuesta a aceptar esos impactos o si, por el contrario, entiende que los costos –económicos, sociales y ambientales- son demasiado elevados.

(*) El Instituto del Tercer Mundo (ITeM) y la Red de Ecología Social – Amigos de la Tierra organizaron el pasado mes de noviembre el primer encuentro nacional de ONGs para analizar este tema. El taller contó con un panel integrado por Carlos Pérez Arrarte, del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo, Daniel Panario y Ofelia Gutiérrez, de la Facultad de Ciencias, Ruben Prieto, de REDES/Amigos de la Tierra y Ricardo Carrere, del ITeM. Este artículo resume parte de la exposición realizada en esa ocasión por el autor.

Posteriormente el Instituto del Tercer Mundo y REDES (Red Ecología Social), Amigos de la Tierra, Uruguay, publicaron en forma de libro el resultado del taller, bajo el título Impactos de la forestación en Uruguay.






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