No. 141/142 - Julio/Agosto 2003
La línea alternativa más fuerte, más importante y más promisoria en el Cono Sur es la integración. No cualquier integración, sino una bien diferente a cualquiera de las procuradas –sin mayores éxitos- hasta el presente. Una integración basada en un concepto distinto de desarrollo, que implica un conjunto de elementos que necesariamente deben estar presentes en cualquier proyecto
La línea alternativa más fuerte, más importante y más promisoria en el Cono Sur es la integración. No cualquier integración, sino una bien diferente a cualquiera de las procuradas –sin mayores éxitos- hasta el presente. Una integración basada en un concepto distinto de desarrollo, que implica un conjunto de elementos que necesariamente deben estar presentes en cualquier proyecto.
La definición democrática es la piedra fundacional de todo este andamiaje. Pero no basta un acuerdo liviano sobre la necesidad de organización democrática de los participantes, porque de ser así, el proyecto estaría comprometido desde su origen. Es necesario fundarlo sobre una concepción radical de la democracia, que sobrepuja y deja atrás los límites tradicionales de la democracia formal. Hablamos de una democracia que incorpora la participación activa, creciente, estimulada y no coartada de la sociedad civil en todas sus expresiones y que alcanza a los aspectos sociales, económicos y culturales de las respectivas formaciones nacionales, y los concomitantes derechos –en todos y cada uno de esos terrenos- de sus habitantes.
Cada uno de los países que puedan aspirar a ser parte de este proyecto es una unidad irrepetible. Cada uno de ellos es un estado independiente, que debe disponerse –soberana y autónomamente- a renunciar a una parte de su soberanía para entregarla como prenda común al emprendimiento colectivo.
Desde el punto de vista político, el objetivo ha de ser la constitución de un nuevo sujeto internacional de cohesión y potencia crecientes. Para dar forma a este sujeto parece necesario dotarlo de organismos institucionales comunes: un parlamento, un cuerpo de administración, una multitud de agencias ejecutoras y unidades de coordinación.
Los proyectos de integración que hasta ahora hemos afrontado han limitado su alcance a la esfera comercial, y poco más. La integración para el desarrollo que hemos definido como alternativa estratégica para la región, supera abiertamente la modestia de esos límites e ingresa en un territorio mucho más amplio que abarca lo comercial, sin duda alguna, pero incorpora la complementación productiva, la armonización macroeconómica, la autoprotección financiera incluyendo –aspiración tan difícil de cumplir cuanto imprescindible- un cierto grado de autosuficiencia financiera, necesario para asegurar un alto grado de autonomía, corregir las desviaciones más gruesas, atender con recursos propios las situaciones de emergencia, prevenir los desastres mayores, restaurar los desequilibrios coyunturales y compensar ciertas diferencias y asimetrías que, como ya hemos dicho, parecen evidentes en el punto de partida.
La sociedad civil es un actor esencial de este proceso. Sus integrantes –todos los habitantes de la región- son los titulares de los derechos tantas veces desconocidos y, por lo tanto, los seres humanos objetivamente interesados en llevar a la práctica una política que asegure su reconocimiento y su realización.
Mirado desde la región, el Mercado Común del Sur (Mercosur) aparece como la principal herramienta para un proyecto de integración para el desarrollo. Hablamos de un Mercosur diferente, que debe ser reformulado en profundidad.
|