No. 141/142 - Julio/Agosto 2003
Integración en el Cono Sur
Alternativas en el escenario global
por
Carlos Abin
Una estrategia adecuada de integración en América Latina supone, como primer paso, definir los objetivos a los que apunta esa estrategia. Tales objetivos son, precisamente, lo que llamamos "alternativas" para el Cono Sur.
Desde nuestra perspectiva, la línea alternativa más fuerte, más importante y más promisoria en la región es la integración. No cualquier integración, sino una bien diferente a cualquiera de las procuradas –sin mayores éxitos- hasta el presente. Una integración basada en un concepto distinto de desarrollo, que implica un conjunto de elementos que necesariamente deben estar presentes en cualquier proyecto y a los que referiremos de inmediato.
En el mundo globalizado se necesitan actores internacionales fuertes y unidos. El poder de negociación de nuestros países –incluso en muchos casos hasta la capacidad de análisis de significados, impactos y consecuencias- está en franca desventaja frente a conglomerados como la Unión Europea o potencias como Estados Unidos y Japón. Para constituir un sujeto internacional potente, capaz de entablar un diálogo en razonable pie de igualdad con las grandes potencias y los países ricos, y enfrentar la capacidad de presión, la influencia política y el poder de hecho de las corporaciones multinacionales, nuestros países tienen una sola opción: unirse y negociar como bloque.
La potencia –la medida de realidad- de este bloque dependerá en alto grado de la fidelidad de todos sus miembros a los compromisos que los agrupen. Para constituir un sujeto internacional que actúe coherentemente es preciso definir algunas líneas básicas de acuerdo que no son otra cosa que los fundamentos de un proyecto de desarrollo e integración compartido y consentido por todos los miembros.
Si nuestra estrategia apunta a un proyecto de integración para el desarrollo, su elaboración pasa entonces por la definición de las líneas maestras de tal proyecto, donde los conceptos llave son precisamente los de integración y desarrollo. Los países del Cono Sur están en muy buenas condiciones para llevar a cabo esta labor, y convocar a incorporarse a ella a los restantes países del continente. La sociedad civil de estos países tiene una responsabilidad inexcusable en esta construcción y está llamada a cumplir un papel fundamental en la misma. Un papel que es absolutamente central, porque –como veremos- el proyecto del que estamos hablando supone la profundización democrática, la construcción de ciudadanía y la participación creciente, tres ejes en los cuales la sociedad civil es el único actor imaginable, al menos el único imprescindible.
Veamos entonces los componentes que perfilan e identifican este proyecto. El primer elemento es de carácter político. Es inconcebible un proyecto de integración –y también de desarrollo- sin un acuerdo sólido sobre las bases y los objetivos políticos del emprendimiento.
Democracia radical, democracia en construcción
La definición democrática es la piedra fundacional de todo este andamiaje. Pero no basta un acuerdo liviano sobre la necesidad de organización democrática de los participantes, porque de ser así, el proyecto estaría comprometido desde su origen. Es necesario fundarlo sobre una concepción radical de la democracia, que sobrepuja y deja atrás los límites tradicionales de la democracia formal. Hablamos de una democracia que incorpora la participación activa, creciente, estimulada y no coartada de la sociedad civil en todas sus expresiones y que alcanza a los aspectos sociales, económicos y culturales de las respectivas formaciones nacionales, y los concomitantes derechos –en todos y cada uno de esos terrenos- de sus habitantes.
Naturalmente, sabemos que una democracia de este tipo es siempre una meta que está más allá del presente, un objetivo que se persigue y se construye todos los días, desde la política, desde la participación, desde un consenso básico teñido de tal intencionalidad en cada una de las sociedades involucradas. Esta concepción de la democracia, entonces, supera y profundiza la que limita su alcance al reconocimiento de los derechos civiles y políticos, e incorpora –definitivamente- el de los derechos económicos, sociales y culturales, entre los cuales el "derecho al desarrollo" ocupan un lugar central y abarcador. El proceso de profundización democrática supone a la vez la participación y la construcción de ciudadanía, en un ejercicio de realimentación recíproca. Pues la ciudadanía se construye ganando espacios de participación, los derechos se hacen realidad cuando se lucha por ellos y se ejercen, la ciudadanía se construye mientras se la pone en acción.
Igualdad y solidaridad en la diferencia
Cada uno de los países que puedan aspirar a ser parte de este proyecto es una unidad irrepetible. Cada uno de ellos es un estado independiente, que debe disponerse –soberana y autónomamente- a renunciar a una parte de su soberanía para entregarla como prenda común al emprendimiento colectivo. Una entrega de esta naturaleza requiere de certezas y garantías. La democracia radical en construcción como objetivo político de cada sociedad es la primera de esas garantías.
Y la segunda –en el mismo nivel de importancia y exigibilidad- es la igualdad en la diferencia. Con este concepto queremos expresar que los sujetos de la integración son ante todo iguales en su individualidad soberana, a la vez que el conjunto reconoce y consiente las diferencias y las hace suyas para compensarlas y, de este modo, asegurar la equidad, establecer los contrapesos y evitar las consecuencias de los desequilibrios y asimetrías que existen en el punto de partida.
El tercer componente, que completa el triángulo de la equidad es la solidaridad recíproca, que provee de los apoyos, los respaldos y las contribuciones que resultarán imprescindibles para sostener esta forma de integración. La solidaridad es el cemento de esta forma de unidad internacional.
Institucionalidad y proyección
Desde el punto de vista político, el objetivo ha de ser la constitución –a lo largo del tiempo- de un nuevo sujeto internacional de cohesión y potencia crecientes. Para dar forma a este sujeto parece necesario dotarlo de organismos institucionales comunes: un órgano deliberativo capaz de legislar (un parlamento), un cuerpo de administración, una multitud de agencias ejecutoras y unidades de coordinación. Incipiente al comienzo –aunque sobre la base ya bien desarrollada de una institucionalidad parcial preexistente-, el nuevo sujeto se construirá asimismo también en la medida en que se exprese, es decir, que se proyecte en la arena internacional asumiendo plenamente la condición de tal. Esto supone la definición de metas comunes, la unidad de acción, la coordinación de esfuerzos.
La institucionalización específica –los organismos específicos- serán imprescindibles para la elaboración de tales metas, la consolidación de las formas de acción de sentido unívoco y convergente, y la coordinación general. Es precisamente en la proyección colectiva del bloque integrado –o en proceso de integración sustentado en fuertes compromisos nacionales- donde mejor se expresa su fuerza y alcanza el rendimiento superior su potencia. Prevemos que se proyectará en la escena internacional, tanto a nivel político, ante los organismos internacionales o en el seno de éstos, así como en el terreno de las negociaciones comerciales, económicas y financieras.
Desarrollo sustentable, equitativo e incluyente
Un proyecto político no es jamás un fin en sí mismo. La política –en su acepción adecuada- no lo es. Su finalidad es metapolítica y se halla en la zona en que alientan las vidas, las necesidades y los derechos de los seres humanos concretos que constituyen su objetivo último. El proyecto de integración, en su vertiente política, no es otra cosa que un medio –un medio fundamental- para alcanzar un fin superior. Y ese fin es el desarrollo, definido, al igual que la democracia, en términos radicales y por lo tanto omnicomprensivos. Hablamos de un desarrollo integral, que incorpora ciertamente los tradicionales campos de lo económico, lo comercial, lo financiero pero que avanza mucho más allá y se define como sustentable, equitativo e incluyente.
La sustentabilidad alude a una convivencia armoniosa con el entorno natural, físico y geográfico, respetuosa de la naturaleza y enfocada en la preservación de los bienes fundamentales que recibimos de ésta; la equidad remite al contenido mismo de ese desarrollo, cuya razón de ser es el acceso de todos los habitantes a los bienes básicos que aseguran una vida digna, la satisfacción de las necesidades elementales del ser humano en materia de alimentación, salud, educación, vivienda, tierra, trabajo y condiciones adecuadas de retiro o jubilación. La inclusión invoca el respeto a la diversidad, la ausencia de discriminación y el desarrollo de las políticas compensatorias que apuntan a la incorporación equitativa al disfrute y acceso a los bienes de la vida social por parte de las minorías –raciales, religiosas, de elección sexual-, de las mujeres, de los jóvenes, de los ancianos.
Integración social y cultural
Un proyecto de integración como el que definimos, que apunta a la concepción del desarrollo que hemos establecido, implica inevitable, necesaria y gozosamente también a los aspectos sociales y culturales. Si en este proyecto son reconocidos y puestos en acción los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de los habitantes de la región, éstos serán ejercidos y se expresarán.
Una de las forma de expresión más ricas y deseables, es precisamente la integración social y cultural, que supone la interacción cultural libre, la circulación también libre de las personas, la coordinación y ajuste de las políticas migratorias, la complementación y cooperación en el terreno de la investigación, la ciencia, la innovación, la educación y la producción cultural.
Integración económico-productiva
Los proyectos de integración que hasta ahora hemos afrontado –tal vez debiera decir padecido- han limitado su alcance –y consecuentemente sus posibilidades- a la esfera comercial, y poco más. La integración para el desarrollo que hemos definido como alternativa estratégica para la región, supera abiertamente la modestia de esos límites e ingresa en un territorio mucho más amplio que abarca lo comercial, sin duda alguna, pero incorpora la complementación productiva, la armonización macroeconómica, la autoprotección financiera incluyendo –aspiración tan difícil de cumplir cuanto imprescindible- un cierto grado de autosuficiencia financiera, necesario para asegurar un alto grado de autonomía, corregir las desviaciones más gruesas, atender con recursos propios las situaciones de emergencia, prevenir los desastres mayores, restaurar los desequilibrios coyunturales y compensar ciertas diferencias y asimetrías que, como ya hemos dicho, parecen evidentes en el punto de partida.
Un proyecto con las características que hemos definido es extraordinariamente ambicioso. Tiene el perfume de la utopía y al mismo tiempo el atractivo imperioso de ésta. Es –descrito en unas pocas páginas- el proyecto alternativo para la región, el que fija una orientación y da sentido y dirección a los esfuerzos particulares de cada sociedad. Es una meta, y a ella podrá llegarse al cabo de un tiempo que no es posible predeterminar y a lo largo de un camino –extenso, erizado de dificultades y saturado de trampas y tentaciones. Una ruta que exigirá una y otra vez recomponer la sintonía entre los caminantes, esforzarse por acompasar sus ritmos variables, detenerse a esperar a los rezagados o retroceder para ayudarlos a adelantarse. Pero es un objetivo posible. Está a nuestro alcance. Asistimos a un momento de la historia de nuestra nación americana en que confluyen un conjunto de condiciones y posibilidades que quizás nunca antes se vieron reunidas en tal número y con tal potencia. En todo caso, si de establecer una estrategia se trata, tracemos la que apunta a la obtención del objetivo máximo, sabiendo como sabemos, que en cualquier camino se avanza paso a paso sin olvidar que a veces se presenta también la oportunidad de dar algún salto.
La sociedad civil como sujeto activo
La sociedad civil es un actor esencial de este proceso. Sus integrantes –todos los habitantes de la región- son los titulares de los derechos tantas veces desconocidos, y por lo tanto, los seres humanos objetivamente interesados en llevar a la práctica una política que asegure su reconocimiento y su realización.
Y también son sus integrantes los que a través de la participación, de la construcción de ciudadanía, del ejercicio de sus derechos básicos –que comienza por la exigencia y la reclamación- están llamados a llevar adelante la profundización democrática, armonizar los intereses contrapuestos y construir un conjunto de sociedades distintas: más democráticas, más justas, sin excluidos, hermanadas en un proyecto común y mayor que todas ellas
Finalmente, es en el seno de la sociedad civil donde nacen, respiran y crecen las organizaciones capaces de dar impulso, coherencia y orientación a este proceso, articulando con los actores políticos; son las que tienen capacidad para reproducir y ampliar el movimiento, contribuir a su expansión, alentar desde la tolerancia y el respeto a la diversidad la creación de nuevas organizaciones y la incorporación de nuevos activistas.
El otro actor imprescindible es el actor político. Este se mueve en un campo que no es enteramente libre ni enteramente espontáneo, por cuanto aparece acotado por los juegos y balances de poder, por los intereses electorales, por la pérdida relativa de su credibilidad, por una historia de logros limitados y fracasos abundantes. Los partidos políticos constituyen una expresión de la democracia y –al menos hasta ahora- un componente necesario de ella; las organizaciones de la sociedad civil –mucho más diversificadas y mejor insertadas en lo profundo del tejido social- constituyen otra expresión, una expresión en pleno desarrollo, libre de aquellos juegos y limitaciones, y esencialmente identificada con la construcción de una democracia integral y radical.
El papel específico de las redes
La democratización del proyecto de integración para el desarrollo supone la democratización de su concepción y su definición, la democratización de su construcción, la democratización de su gobierno y dirección. Y en este terreno, las organizaciones de la sociedad civil deben ocupar su lugar y echarse a andar.
Las redes constituyen, a su vez, un recurso sustantivo para esta tarea. Bajo las formas alternativas de coaliciones, plataformas, observatorios y redes propiamente dichas, aportan de manera decisiva a la propagación del impulso democratizador, alimentan y dan forma a la internacionalización de las campañas y de las ideas, proporcionan sistemas de apoyo y solidaridad recíprocos, flexibles, dinámicos.
De este modo, las redes expresan una modalidad de organización internacional de los sujetos activos y militantes de la sociedad civil, logran un grado de influencia y una modalidad de participación que están fuera del alcance de los partidos políticos clásicos, permiten desarrollar procesos de construcción ciudadana colectivos e internacionales, se anticipan y acumulan trabajo y experiencia en la conformación de sujetos integrados, y en este sentido señalan un rumbo para los procesos de integración, de cuya fase social, política y cultural constituyen un anticipo, un ejemplo a seguir y una parte fundamental.
Este enfoque –la integración para el desarrollo como objetivo y la preeminencia de la sociedad civil como actor inexcusable- nutre nuestras definiciones estratégicas y conduce a la sugerencia de un conjunto de acciones complementarias y convergentes, todas ellas funcionales a la profundización democrática, a la construcción de ciudadanía, a la participación y la puesta en práctica del objetivo central:
Construcción, expansión y expresión del poder ciudadano
Estos son elementos estratégicos de tipo instrumental y metodológico, que apuntan a la acumulación de poder ciudadano por vía de la expansión del movimiento y la asunción de ciudadanía Se trata de asuntos permanentes, válidos en cualquier hipótesis.
La comprensión del mundo en que vivimos, de los procesos y batallas en curso, de los intereses en juego, de quiénes son los oponentes y los aliados, es un elemento básico para despertar la conciencia ciudadana y focalizarla en los puntos esenciales.
El análisis, diagnóstico y develamiento de la realidad es parte de esta tarea, pues permite afinar y actualizar el contenido mismo del objetivo estratégico planteado, a la vez que incrementa aquella comprensión, suministra insumos para la toma de conciencia a través de la educación y otorga bases sólidas a ésta y a los procesos de explicación y difusión.
El conocimiento de los derechos que son naturales y propios de todos los seres humanos es el punto de partida para su exigibilidad y reclamación y la puesta en práctica de la construcción ciudadana a través de la acción.
El apoyo a la organización de los ciudadanos, a la constitución de nuevas organizaciones y a sus luchas es parte de la tarea educativa y responsabilidad de quienes ya tienen un largo camino y una vasta experiencia en estas materias.
Fortalecer las organizaciones, fortalecer las redes
Si la sociedad civil es el actor principal de este proceso, contribuir a organizarla es una tarea ineludible.
Del mismo modo, fortalecer las organizaciones, procurar su arraigo profundo en el seno de aquella, hacerlas cada vez más democráticas, poderosas y eficientes es parte de la misma labor.
Fortalecer y desarrollar las redes implica un avance en varias direcciones positivas: la de la integración, la de la internacionalización de una conciencia común, la de constitución de sujetos capaces de operar con eficacia en el escenario regional y global y, a la vez, incidir en las realidades –y en las luchas- locales.
Articular con los actores políticos
Siendo los actores políticos el otro agente imprescindible, y la política el medio para alcanzar los objetivos propuestos, la articulación de la sociedad civil organizada con los políticos y los partidos es inevitable y necesaria.
Articular supone a la vez pesar, influir, ilustrar, orientar, dialogar, negociar y también oponerse, resistir y actuar en consecuencia cuando llega el momento.
La sociedad civil –desde una óptica radicalmente independiente- debe desarrollar crecientemente los medios para pesar en las definiciones políticas y ocupar progresivamente su lugar, que es el lugar de la diversidad, de la fidelidad a sus objetivos y luchas específicas no condicionada ni mediatizada, de la conciencia ciudadana más amplia y profunda.
Esta articulación se expresará entonces en el lobby y en el diálogo (para presionar, orientar, explicar e influir en las definiciones), en la movilización (para apoyar o resistir, para empujar o detener según el caso), en la denuncia, y –cuando fuere posible y se justificare racionalmente, desde un compromiso radical con la independencia- en la acción convergente.
Una propuesta: integración para el desarrollo
Lo que sigue es una propuesta acerca de los ejes estratégicos que permitirán orientar la acción en relación a los objetivos planteados.
1. Reformular el Mercosur
Mirado desde la región, el Mercado Común del Sur (Mercosur) aparece como la principal herramienta para un proyecto de integración para el desarrollo. Hablamos de un Mercosur diferente, que debe ser reformulado en profundidad.
La primera línea estratégica en este sentido apunta a lograr la incorporación a los objetivos políticos del Mercosur, materia de compromiso inexcusable para todos los miembros, de algunas definiciones básicas:
a) La definición de la integración para el desarrollo, con el significado que se ha expresado en la primera parte de este trabajo, a partir de la idea de desarrollo como un derecho de los pueblos.
b) La definición de un concepto radical y profundo de democracia, como objetivo a construir en forma permanente y progresiva en la región y elemento central del pacto común.
c) El reconocimiento de los derechos económicos, sociales y culturales de los habitantes como un objetivo político a cumplir, inspirador de las políticas a emprender.
d) La construcción de un sujeto político internacional que actúe en forma unificada en el área global, sobre la base de los intereses de los países miembros debidamente armonizados.
e) La definición de "unidad en las posturas y unidad en la negociación" como un elemento fundamental para la existencia y acción de ese sujeto político internacional.
f) El reconocimiento de las asimetrías y desequilibrios "en el punto de partida" como elemento fundamental para la armonización de intereses y el respeto de los derechos de todos.
g) La definición de plena apertura a la conformación de un conglomerado integrador que abarque a todos los países de A. Latina y el Caribe, sobre la base de los principios antes indicados.
2. Incorporar la integración para el desarrollo a nuestro bagaje conceptual y a nuestra tarea
Si la integración para el desarrollo es definida como el objetivo estratégico más importante de la etapa –que absorbe, arrastra y enmarca a todos los demás- ese concepto debe ser incorporado activamente a nuestro bagaje conceptual y a nuestra actividad en forma permanente, incluyendo:
a) El desarrollo teórico del concepto, para profundizar en la comprensión, afinar la definición, ajustar su contenido, alimentar la educación y las campañas, reforzar la labor integradora de las redes.
b) Educar, difundir y explicar este concepto estratégico en el seno de la sociedad civil.
c) Emprender acciones de diálogo, lobby y movilización para impulsar la reformulación del Mercosur en la forma indicada anteriormente.
d) Emprender acciones de diálogo, lobby y movilización para apoyar el proceso de integración en América Latina y el Caribe sobre las bases ya definidas
e) Profundizar en el análisis y perspectivas de la articulación con los actores políticos para la consecución del objetivo central.
Es posible, y lo admito, que en esta intervención haya una buena dosis de componentes utópicos. Personalmente, no reniego de la utopía; al contrario, la concibo como el alimento que sostiene nuestras grandes luchas y nuestras pequeñas tareas. Por eso quiero cerrar citando una frase de Ernesto Sábato que me parece extremadamente pertinente: "Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo: el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido".
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