No. 50 - Noviembre 1995
JEFAS DE FAMILIA SON EL 25% DE LA POBLACIÓN EN URUGUAY
Mujeres en obra
por
Diana Cariboni
Todas son mujeres fuertes. Acostumbradas a lidiar solas con la vida, se conocieron hace seis años, nucleadas por las necesidades de sus hijos. Cuando Revista del Sur conversó con tres de la doce integrantes de MUJEFA, ninguna quiso que su nombre figurara en la nota. Respetando ese deseo de anonimato, los nombres que aquí figuran son ficticios, pero no los hechos que ellas relatan.
Las integrantes de la cooperativa Mujeres Jefas de Familia (MUJEFA) se conocieron hace seis años en establecimientos del Instituto Nacional del Menor (INAME) donde dejaban a sus niños: el Hogar Maldonado, del Barrio Sur, que atiende a niños hasta cinco años, y el Club de Niños Nº 2, del Centro, para menores en edad escolar. Allí comenzaron a reunirse con asistentes sociales y psicólogas.
Mucho en común
El primer vínculo se dio en la búsqueda de soluciones para los problemas más graves que enfrentaban, sobre todo los niños. Pronto descubrieron que tenían mucho en común: vivían en la zona más antigua y tradicional de la ciudad, tenían enormes dificultades económicas y, sobre todo, eran madres jefas de hogar y el único sustento de sus familias. La mayoría vivía en piezas de pensiones o inquilinatos. Cualquier solución de vivienda que encararan debía contemplar estos aspectos.
Permanecer en la zona era vital para ellas, porque allí cuentan con la atención para sus hijos, cercanía de hospitales y el transporte que las conduce a sus trabajos: casi todas son empleadas domésticas, otras cuidan enfermos o son vendedoras ambulantes.
Helena fue electa presidenta de la cooperativa por sus compañeras. Tiene 32 años y dos hijos. "En enero de 1994 habíamos hecho los primeros trabajos de limpieza en la casa", recuerda. "Pero la pre-obra comenzó en octubre del 94 y la obra en sí, en diciembre. Vamos bastante bien. Se ha finalizado la mayoría de los entrepisos, es decir el trabajo bruto. Queda toda la parte de terminaciones: baños, patios, etcétera. La obra debe estar terminada para julio o agosto del año próximo". La finalización de la obra está prevista para mediados del año próximo.
La experiencia de trabajar como albañil "es muy dura, afirma Helena, porque el trabajo en la construcción ya es duro, pero además tenemos que seguir trabajando, ya que la única entrada al hogar es la que aportamos nosotros. Yo hago limpiezas, y la obra me ha obligado a cambiar mis horarios. De mañana vengo a la cooperativa tres veces por semana, y cambio mis trabajos para la tarde. Salgo de mi casa a las 7 de la mañana y vuelvo a las 10 de la noche".
Una situación parecida enfrenta Susana -39 años, tres hijos- y Franca -29, dos hijos-. Susana es encargada en una pensión. Ella también se vio obligada a cambiar de trabajo para poder cumplir con las horas en la obra. "Los días que vengo a la cooperativa, tengo que dejar a alguien en mi lugar, y pagarle las horas, para poder cumplir".
Dieciséis horas-mujer
Según disposiciones de la Intendencia, cada integrante de la cooperativa debe aportar 16 horas semanales de trabajo en la obra.
Susana señala: "Esto es nuevo y tiene sus riesgos. La experiencia es buena y con los albañiles la relación ha sido positiva. El capataz de la obra es muy afín a enseñarnos, y a veces nos larga a hacer cosas pensando que nosotras ya sabemos".
Franca es vendedora ambulante y está acostumbrada a las largas jornadas. "Ahora vengo todos los días a la obra porque estoy de licencia en el puesto", afirma.
Pero la situación no es igual para todas. Helena recuerda que actualmente sólo 7 de las 12 integrantes está cumpliendo con su aporte de horas.
Para la asistente social Raquel Mórtola, integrante del equipo técnico, "16 horas semanales es demasiado. Ellas deben trabajar fuera todo el día, cuidar a sus hijos y no tienen ningún apoyo familiar. El límite debería establecerse en la mitad, 8 horas".
Los hijos y la obra
La historia de Susana es la de muchas mujeres. Mientras estuvo casada, alquilaba una casa en el barrio de Buceo, "pero tuve que entregarla porque no podía pagar el alquiler. Los chiquilines sufrieron la separación, el divorcio, el cambio de vivienda: terminamos en una pieza de pensión". Los hijos de Susana permanecen durante la semana en un hogar del INAME, Las Brujas. "No me animo a dejarlos solos, por eso los fines de semana no vengo a la cooperativa".
La participación de los hijos es un tema de importancia para las cooperativistas. Las familias reúnen un total de 29 hijos, algunos de más de veinte años, y otros muy pequeñitos. Según las reglamentaciones vigentes, a la obra no pueden ingresar menores de 16 años.
Sin embargo, las mujeres necesitan que sus hijos conozcan la cooperativa y entiendan el esfuerzo de sus madres. Algunos hijos mayores colaboran en el cumplimiento del trabajo. "Los chicos entienden lo que estamos haciendo", afirma Susana. "Mi hijo mayor, que tiene 15 años, a veces viene a hacer algunas cosas porque tiene la necesidad de sentir que también es su casa", cuenta Susana.
Helena se muestra esperanzada, pero agrega: "Este invierno ha sido brutal, la etapa que encaramos hasta ahora fue la más pesada y hemos pasado momentos bravos".
"Mujeres antes que madres"
Según Raquel Mórtola, un 25% de la población del país está constituido por mujeres jefas de familia, cifra que revela una realidad social y personal muy extendida.
Sin embargo, "las jefas de familia, y en particular las madres solteras, son bastante marginadas, en especial en el ámbito del INAME. La institución y sus funcionarios tienden a depositar en ellas todas las culpas por los problemas que viven sus hijos. Hay una fuerte tendencia en ese sentido. Por otra parte, ellas se sienten, social y psicológicamente, madres antes que mujeres".
Por eso "los objetivos de este trabajo son más ambiciosos que resolver el problema de vivienda: Apuntamos desde el principio a un crecimiento personal de las mujeres, y a que pudieran lograr una forma de vida más solidaria. Nuestro trabajo no se agota cuando la obra esté terminada y sus propietarias viviendo en ella. Allí en todo caso comenzará otra etapa".
En el abordaje multidisciplinario, Mórtola trabaja en conjunto con una psicóloga, "por lo general en sesiones grupales, pero también hay una asistencia individual. Creo que en este tiempo, las mujeres han experimentado un importante cambio, sobre todo en su autoestima", señala.
En el grupo se han generado muchos lazos y fuertes relaciones de reciprocidad y ayuda. La prueba más cabal es que luego de seis años ninguna desertó. "Además, pese a las dificultades, en todas hay una resistencia muy grande a cualquier posible expulsión de alguna compañera".
Vivir al día
Otro aspecto en el que la vida de las cooperativistas experimentó un fuerte cambio fue en la forma de encarar lo cotidiano: "Debieron aprender a planificar sus vidas. Creo que la esperanza es lo que las mantiene", señala Mórtola.
Helena relata cómo apareció la idea de organizar microempresas: "Recibimos de Alemania ayuda para formar dos microempresas. Un grupo de cuatro compañeras eligió sanitaria y están haciendo el curso correspondiente, con la posibilidad de ir estudiando y haciendo sus horas en la obra, ya que el curso está a cargo de nuestra técnica sanitaria, que es además profesora de la UTU". Otra idea que aún no se ha concretado es organizar una pequeña empresa de organización de fiestas.
La solidaridad
El apoyo del exterior provino sobre todo de la organización no gubernamental Marie Schlei Verein -un grupo de mujeres socialdemócratas de Hamburgo- que ya contaba con experiencia en financiación para la capacitación femenina en diversos oficios en el país.
"Nosotros recibimos un gran apoyo de algunas mujeres alemanas que vinieron a colaborar desde el principio. También trabajó la gente del SUNCA (Sindicato Unico de la Construcción y Afines), que han acercado herramientas, y ahora un grupo de chicos de quinto año del Seminario, que vienen los sábados a hacer ocho horas de trabajo. Esto ha sido muy importante", asegura Helena.
Peonas, albañilas y más...
La mayoría de las viviendas tienen dos dormitorios, además de cocina, baño, y comedor, en dos niveles. Otras cuentan con tres dormitorios. Los tres patios, la azotea y espacios abiertos serán comunes, así como los dos salones al frente, que serán utilizados con usos múltiples por las cooperativistas: para celebrar fiestas, cumpleaños.
La escalera que conduce a la azotea tiene un origen especial: fue hecha por carpinteros alemanes que utilizaron las vigas de los pisos originales de la casa.
Las mujeres han recuperado las bellas baldosas del primer patio. Ese trabajo valoriza los materiales, la historia de la casa y ayuda a identificar a los futuros habitantes con el lugar.
Las cooperativistas trabajan como peones, según las tareas que el capataz de la obra va considerando apropiadas a cada una. "Pero además hacen trabajos que son de mayor nivel, tanto en la recuperación de materiales, como en la fabricación, por ejemplo, de losetas de ladrillo armado con las cuales se hacen los entrepisos", cuenta la arquitecta Furman. "Es un trabajo que definimos con el capataz como ideal para la mano de obra femenina, que en general es muy cuidadosa para las terminaciones".
Reciclando el futuro
En una antigua y bella casona de la Ciudad Vieja de Montevideo, doce mujeres jefas de familia están construyendo sus viviendas. Mientras revalorizan la herencia arquitectónica de un barrio y demuestran que se puede habitar la Ciudad Vieja, dan una nueva dimensión a su esfuerzo y a sus vidas.
Una cooperativa de vivienda constituida sólo por mujeres no es cosa común. Menos aún si se dedican a reciclar y recuperar una casa que fue palaciega para dar vivienda a sus familias. El proyecto cuenta con el apoyo del Departamento de Obras y Servicios a la Comunidad de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM), y un equipo técnico multidisciplinario con participación de la Unidad Permanente de Viviendas de la Facultad de Arquitectura.
Historia y barrio
La casa de la calle Pérez Castellano fue finalizada en 1886. "El primer propietario fue un patricio de apellido Cajaravilla -recuerda la arquitecta Charna Furman, integrante del equipo técnico- perteneciente a la alta burguesía, que tuvo once hijos".
Aproximarse a la historia de la casa es una tarea permanente para las mujeres, que desde que comenzaron los trabajos han recibido las anécdotas y los recuerdos de los vecinos, a través de los cuales se mantiene la memoria del barrio.
"Un día cuando recién estábamos abriendo la casa, un señor que pasaba por la vereda se acercó y nos dijo: 'Yo nací en esta casa'", asegura Furman.
En su largo siglo de vida, la casa fue sucesivamente vivienda de un médico inglés, pensión de señoritas, el Hotel San Marcos, y más tarde tugurio, habitada por hurgadores de basura. Luego de dos años de obstáculos legales, la casa fue adquirida por la IMM, para dar lugar al plan piloto de reciclaje.
Una ciudad que se vacía
En un proceso histórico que ya tiene décadas, los barrios tradicionales de la ciudad -Ciudad Vieja, Centro, Barrio Sur, Palermo- fueron vaciándose de habitantes. Las viviendas más viejas fueron paulatinamente deshabitándose, en algunos casos como consecuencia de la especulación inmobiliaria. Por otra parte, los sectores más pobres de la población, ante la imposibilidad de pagar los altos alquileres, fueron empujados hacia las zonas periféricas de la ciudad, precisamente donde no existen los servicios básicos: transporte, saneamiento, agua potable.
Por lo general, las políticas gubernamentales en Uruguay han promovido la construcción de viviendas en las zonas alejadas, donde la falta de infraestructura urbana hace más difícil el afincamiento de las familias pobres, que gastan mucho más en transporte y carecen de otros servicios, como escuelas, guarderías y hospitales.
Este fenómeno movió a la IMM a desarrollar un plan piloto de reciclaje de viviendas en barrios tradicionales.
Según Furman, dicho plan "se lleva a cabo para demostrar que es posible radicar población de bajos recursos en los barrios históricos de la ciudad, en contraposición a las políticas que promueve el gobierno central de llevar adelante programas de viviendas en zonas muy alejadas del centro. Montevideo es una ciudad cuya población no crece. Sin embargo, la ciudad cada vez se extiende más. A veces con casitas humildes, otras con asentamientos precarios o "cantegriles" (villas-miseria). Eso sucede porque cada vez hay más sectores de población que no pueden pagar los altos precios de los arrendamientos".
Según cálculos recientes, el promedio del costo de los arrendamientos es de US$ 400 mensuales, unos 2.600 pesos uruguayos, lo que representa casi cuatro salarios mínimos.
El casco de la ciudad se va vaciando. Según el último censo nacional, efectuado en 1985, un 10% del parque habitacional de Montevideo está deshabitado.
Como las políticas de vivienda no son cometido de la comuna capitalina, la IMM encaró el proyecto piloto en sólo tres emprendimientos: en el barrio Palermo, en Goes y en la Ciudad Vieja.
Ayuda mutua
Por otra parte, la solución de la vivienda para los sectores más pobres no es posible en forma individual, el plan se apoya en la modalidad de la ayuda mutua. "El Sistema Integral de Acceso a la Vivienda (SiAV), implementado por el gobierno nacional, a través del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, está demostrando que la gente que sale sola a resolver su vivienda encuentra muchas dificultades, por los pocos recursos de que dispone", afirma la arquitecta Furman. Como contrapartida, una cooperativa por ayuda mutua, que además supone el trabajo solidario de sus integrantes en la misma obra, con el asesoramiento de un equipo técnico y la financiación adecuada, representa una opción diferente.
El equipo multidisciplinario que asiste a la cooperativa está compuesto por la asistente social Raquel Mórtola, la psicóloga Rosa Acher, la escribana Teresa Gutiérrez, el contador Jorge Croche, y las arquitectas Beatriz Tavokjián, María del Carmen Queijo y Charna Furman.
(D.C.) |
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