No. 51 - Diciembre 1995
Las mujeres como consumidoras y productoras en el mercado mundial
por
Evelyne Hong (*)
En la mundialización económica, las mujeres del Sur reciben dos tratamientos. Como consumidoras, son el blanco de una gran cantidad de productos peligrosos y de una cultura que las reduce a objetos de consumo. Como productoras, están expuestas a la explotación laboral y a riesgos ocupacionales.
La salud es la necesidad de consumo más básica de la humanidad y la posesión más preciosa; tal vez lo único que se sitúe antes sea la vida misma. La buena salud es particularmente importante para las mujeres porque su ausencia las afecta por diversos motivos.
Como madres potenciales que requieren cuidado y atención, las mujeres necesitan servicios especializados relacionados con el sistema reproductivo. Como madres se convierten en responsables de la salud de sus hijos y familias. Y como trabajadoras dentro y fuera de su casa, con frecuencia tienen que soportar una doble carga; en consecuencia tienen exceso de trabajo, son objeto de malas condiciones laborales y sufren una indebida sobrecarga y estrés intelectual. Son más dependientes del sistema de salud que los hombres y son las principales consumidoras de atención de salud por sus muchos roles.
En los últimos años muchos productos relacionados con la salud de la mujer han resultado ser peligrosos o han dado lugar a enfermedades que en algunos casos las llevaron a la muerte. Muchos de esos productos fueron prohibidos o restringidos en países desarrollados y pese a ello se siguen comercializando en el Tercer Mundo.
Los países del Tercer Mundo se han convertido así en convenientes vertederos de productos y medicamentos que trafican las trasnacionales. La mayoría de estos productos no cumplen las normas de seguridad de los países de origen del Norte y muchas mujeres del Tercer Mundo se han convertido en desafortunados conejillos de India y víctimas. Algunos de estos productos son peligrosos anticonceptivos como Depo Provera, Dalkon Shield y Norplant.
Pero las trasnacionales no solamente afectaron la salud de las mujeres del Tercer Mundo con la comercialización de anticonceptivos peligrosos; también han introducido nuevos alimentos y nuevos gustos a costa de sanos hábitos nutritivos tradicionales. Muchos de estos alimentos son presentados por las trasnacionales como modernos artículos de consumo.
Por todo el Tercer Mundo es posible encontrar hoy una amplia colección de costosas bebidas, en atractivas latas y botellas, alimentos enlatados, comidas congeladas, comidas rápidas y alimentos procesados que no sólo inundan los supermercados, sino que también se exhiben prominentemente en almacenes de las aldeas más remotas.
Irónicamente en la mayoría de los países del Tercer Mundo, las necesidades básicas de unos dos tercios de la población todavía no son satisfechas. Pero las familias empobrecidas han sido persuadidas por tácticas de ventas de las trasnacionales para gastar el dinero que tanto les cuesta ganar en comer porquerías y en productos que no necesitan.
La Coca Cola es vendida en todos los almacenes e inclusive las familias de pescadores compran pescado enlatado del cual se hace publicidad en radio, televisión y revistas. Es sabido que agricultores que apenas pueden cubrir sus mínimas necesidades gastan un tercio del ingreso familiar en cigarrillos y bebidas alcohólicas, perdiendo así una valiosa porción del dinero que tanto les costó ganar y que podría ser utilizado para cubrir las necesidades nutricionales de su familia.
Las bebidas embotelladas o la comida en cajas se han convertido en artículos esenciales no solamente en zonas urbanas, sino también rurales y no sólo durante fiestas y celebraciones sino también en la vida cotidiana. Durante los últimos años, la cultura norteamericana de la comida rápida se ha generalizado en muchos países del Tercer Mundo, que ahora saborean los deliciosos frankfurters, las pizzas, las hamburguesas de McDonald's, el pollo de Kentucky Fried Chicken, etcétera.
Cuando la población con presupuestos limitados de los países del Tercer Mundo es influenciada por la cultura predominante para que cambie los alimentos tradicionales y nutritivos por alimentos de alto costo y poco valor nutritivo, hay un perjuicio para su salud.
Alimentación de bebés con biberón
Un ejemplo sobresaliente y bien conocido de la perjudicial influencia de introducir nuevos alimentos que sustituyan las prácticas tradicionales es el caso de las fórmulas infantiles y la leche condensada azucarada. Debido a la agresiva promoción de ventas de las compañías de productos lácteos, muchas madres pobres del Tercer Mundo han sustituido la lactancia materna por alimentar a sus hijos con biberón. Debido a las presiones de las compañías de lácteos y la cultura de consumo predominante, las mujeres pierden confianza en la lactancia materna y en sí mismas como madres. La comercialización del cuerpo femenino como objeto para el regocijo visual y el consumo de ansiosos ojos masculinos, se ve en fotos de mujeres desnudas y semidesnudas -en poses sugestivas y con mucho busto- en almanaques de publicidad de cigarrillos, bebidas, tractores, pinturas y maquinaria. La imagen de mujeres en los medios de comunicación no es otra cosa que el reflejo, si bien distorsionado, de cómo son vistas las mujeres y cómo se las hace ver en una sociedad de consumo.
Lo más importante es que la cultura de consumo ha creado una imagen de mujer en términos de rostro y cuerpo. Esto por su parte contribuye para que las mujeres generen una visión de sí mismas como los otros las ven. En nuestros corazones y en nuestras mentes empezamos a creer que la mujer verdadera, el significado de "femineidad" es el que vemos con tanta frecuencia en revistas de belleza o en las modelos que hacen publicidad de artículos de belleza o productos para la mujer. Entonces la mujer verdadera es todo belleza, sofisticación y seducción.
Y en el proceso de tratar de alcanzar "esta cosa real" las mujeres no solamente compiten con las demás por superarlas en sofisticación y seducción (por la atención sexual de los hombres), también pierden confianza en sí mismas y en su auténtico valor. De esta manera, la cultura de consumo manipula y distorsiona la personalidad de las mujeres, destruyendo su autoestima y convirtiéndolas a todas en víctimas.
Mujeres productoras
Durante los últimos años las trasnacionales han ubicado algunas de sus plantas de fabricación e industrias en el Tercer Mundo. El motivo principal que aducen es la abundancia de mano de obra barata, trabajadora y dócil. Con esto quieren decir, por supuesto, mujeres trabajadoras.
La explotación de mujeres en este sector en cuanto a bajos ingresos, malas condiciones laborales, inestabilidad, ausencia de beneficios laborales y leyes opresivas que niegan a las trabajadoras sus derechos a representación, sindicalización e indemnización está bien documentada en diversos materiales. Esta situación también es cierta en la economía de plantación donde las trabajadoras sufren una doble opresión y explotación: trabajan como culis y labradoras en las plantaciones de té, caucho y aceite de palma y trabajan como bestias de carga para su otro amo o señor: el marido en la casa.
La sociedad de las plantaciones es una sociedad cerrada y atrofiada. Las trabajadoras aquí no tienen control sobre las decisiones que afectan sus vidas. Tal vez sea apenas un poco mejor que las plantaciones con esclavos durante la primera oleada de expansión colonial en el Nuevo Mundo.
Riesgos
Una de las formas más graves de explotación que las mujeres trabajadoras enfrentan son los riesgos a que están expuestas en el lugar de trabajo. Estos riesgos no solamente amenazan su salud sino la de sus hijos no nacidos si es que están embarazadas. Si bien tanto hombres como mujeres enfrentan riesgos en el trabajo, las mujeres por su dualidad de empleos -en la fábrica por un lado y en la casa por otro- tienen que soportar mayores cargas y por consiguiente están expuestas a mayor riesgo. Así, la fatiga y el estrés que sufre la mayoría de las trabajadoras "es el resultado de sus jornadas de 80 horas semanales: 40 en el trabajo y 40 en la casa, además de estar de guardia las 24 horas al servicio de su familia".
Las mujeres trabajadoras afrontan cuatro tipos de riesgos laborales: psicológico, físico, biológico y químico.
El riesgo laboral psicológico más grave es el estrés y una importante fuente de estrés ocupacional es la insatisfacción laboral. La mayoría de las mujeres trabajan en ocupaciones donde los salarios son bajos y donde no tienen control sobre las decisiones que las afectan. Esto unido al trabajo por turnos y a las malas condiciones laborales produce estrés, una de cuyas manifestaciones es la histeria colectiva, muy común en las obreras de las fábricas de Malasia.
Los riesgos físicos comprenden el ruido, el calor, la mala ventilación y la falta de luz, la vibración, los traumatismos, la radiación, y los riesgos biológicos, que comprenden el contacto con bacterias, virus, hongos e infecciones.
Los riesgos químicos son los más comunes. Abarcan una amplia gama de solventes industriales, gases anestésicos, metales pesados, tintas, tinturas, amianto, champúes, detergentes, plaguicidas y materiales radiactivos. Las mujeres trabajadoras ya sea en la casa, fábricas, hospitales y comercios, donde trabajen como dactilógrafas, trabajadoras agrícolas, maestras o peluqueras, todas están expuestas a estos riesgos.
Para las trabajadoras de las plantaciones, su prolongado y peligroso trabajo como sostén de la familia es una carga mayor por su trabajo en casa. Como consecuencia, las trabajadoras sufren inmenso estrés, penurias y tensión y un deterioro general de su salud.
Mujeres vendedoras
Muchos países del Tercer Mundo dependen del comercio exterior. Esto se complica por el hecho de que una gran parte de las exportaciones de países del Tercer Mundo consiste solamente en unos pocos productos: las materias primas que son más permeables a las fluctuaciones de precios y de demanda que los productos manufacturados. En el mercado mundial, productores y productoras del Tercer Mundo sufren por los bajos precios que reciben por lo que producen. Sus ingresos también son reducidos. Y los países industrializados dominan el comercio mundial. Esta relación desigual con relación al Tercer Mundo equivale a que los países industrializados controlen los mercados, tanto de materias primas como de productos manufacturados. Los países del Tercer Mundo tienen que tomar el precio que se les ofrece: tanto para sus exportaciones de materias primas como para las importaciones de productos manufacturados e industriales de países industrializados.
Entonces, los países del Tercer Mundo tienen muy malas condiciones de comercio para sus productos con relación a los productos industriales de países desarrollados. Sus condiciones comerciales se han ido deteriorando durante los últimos decenios y continúan haciéndolo.
Aparte de las malas condiciones comerciales para los productos del Tercer Mundo, gran cantidad de ingresos de exportación de los países del Tercer Mundo se van en pago de servicios de fletes, seguros, envasado, comercialización y embarque: todos controlados por las trasnacionales, que a través de sus empresas de transporte imponen costos elevados y crecientes por los mismos.
Si bien este problema no está específicamente relacionado con la mujer, las mujeres sufren porque ellas son también las productoras de materias primas como caucho, estaño, té, banana, algodón, café y azúcar. Indirectamente, también se ven afectadas si sus hombres, que son los que reciben el sostén primario en la familia, ganan menos. Con menos dinero en casa, la calidad de vida, salud, nutrición y el bienestar general de toda la familia se ven afectados.
Turismo sexual
Una forma de explotación insidiosa de las mujeres está vinculada al turismo mundial. Esta industria mundial ha dado surgimiento al comercio carnal por el cual se hace que mujeres y hasta niños vendan su cuerpo con fines sexuales. Cientos de miles de mujeres en los países de Asia, obligadas por circunstancias socioeconómicas, han sido explotadas sexualmente trabajando como prostitutas, acompañantes sociales, cabareteras y otros trabajos en clubes nocturnos y fiestas.
El turismo sexual es la forma más deshumanizada de explotación sexual y económica de la mujer. Tiene su arraigo en la decadente vida urbana de Occidente, donde la sociedad está alienada y desculturizada, y donde la necesidad de consumir se ha vuelto obligatoria y carente de sentido real. Así, se buscan nuevos estímulos, distracciones y diversión en busca de satisfacción constante y, ¿qué puede ser más satisfactorio que las fantasías sexuales?
Esta existencia vacía ha sido bien caracterizada por un joven carpintero de Amsterdam que va todos los años a Bangkok en una excursión sexual: "Es realmente increíble, todas estas 'minas' fabulosas aquí. Esta es la tercera vez que vengo y juro que ninguna de las veces he visto otra cosa que no sea este bar. Te vuelven loco y con poco dinero puedes elegir a la más bella de las bellezas. Esto es mejor, por lo menos, que tirarse al sol en España para broncearse. Aquí eres el rey y por unos pocos pesos."
Esto es lo que valen las mujeres asiáticas. A través del turismo sexual, los países industrializados exportan su alienación y perversión sexual al Tercer Mundo.
Marginación a través del desarrollo
El impacto del Norte occidental, que comenzó primero con la intervención colonial y las posteriores décadas de desarrollo, tuvieron consecuencias nocivas en el papel y la condición de la mujer en la tradicional sociedad de subsistencia.
La introducción de conceptos occidentales de propiedad de la tierra privó a las mujeres de sus derechos usufructuarios al cultivo y control de la tierra. La introducción de la producción de cultivos comerciales y conceptos occidentales masculinos de propiedad llevaron a la exclusión de la mujer de la economía del dinero. La negación del sector de la alimentación de subsistencia al que fueron confinadas las mujeres y la instauración de cultivos de exportación y nuevas tecnologías en la agricultura no solamente aumentaron la carga para las mujeres sino que en muchas instancias las llevaron a ser consideradas excedente en sus actividades agrícolas tradicionales.
Esto ha desembocado en una creciente marginación de la mujer en la economía rural tradicional. La discriminación contra las mujeres rurales ha llevado a un desplazamiento constante de las mujeres en el sector tradicional. Mayor desplazamiento debido a las obras de desarrollo, como construcción de represas, actividades mineras, proyectos de acuicultura y desarrollo del turismo, obligan a la mujer a marchar a las ciudades en busca de empleos como asalariadas. En las fábricas son expuestas a condiciones laborales de riesgo y estresantes, acoso sexual y a una cultura y estilo de vida urbano.
Pese a los diversos intentos de la ONU y de organismos internacionales por resaltar y aliviar los problemas de las mujeres, un estudio de la UNESCO de fines de 1993 reveló que la condición de la mujer en los países en desarrollo de Asia se ha deteriorado durante las tres últimas décadas.
De ahí que los problemas de la mujer deban ser analizados a la luz de las actuales estrategias de desarrollo. Como tales, las soluciones a los problemas tienen que ser vistas y entendidas en el contexto de todo el proceso de desarrollo que está teniendo lugar tanto en las zonas rurales como urbanas.
(*) Evelyne Hong es editora de Third World Resurgence
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