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No. 139/140 - Mayo/Junio 2003

Después de la guerra contra Irak

Manifestaciones populares y democracia participativa

por Theotonio Dos Santos

Los acontecimientos de orden planetario que circundaron la guerra contra Irak tienen innegablemente múltiples facetas. La acción unilateral estadounidense produjo un estrés sobre todos los aspectos de la vida: en lo económico, en lo social, en lo político, en lo ideológico, en lo ético. La vasta bibliografía que se expande por toda la prensa refleja el enorme esfuerzo de los pensadores de todos los campos por entender los acontecimientos y por buscar caminos de intervención sobre los hechos, a pesar del sentimiento de impotencia que producía el avance inexorable de las confrontaciones militares.

Pero quizás el elemento nuevo y renovador más impresionante en este contexto son las manifestaciones populares en contra de la guerra que no se abaten ante la aparente indiferencia de los detectores del poder mundial. En vez de entregarse a la frustración, los jóvenes y viejos militantes aumentan sus energías y su convicción sobre la importancia de manifestarse. Un fenómeno de esta dimensión y profundidad debe tener razones muy radicales que lo explican y me gustaría intentar aproximarme de la formulación de una teoría sobre la coyuntura actual.

El hecho de que estas manifestaciones impresionantes se hayan desarrollado durante los últimos años en oposición a las reuniones de las organizaciones internacionales indica la existencia de un sentimiento que rebasa el acontecimiento específico de la guerra. Esto se ve más claramente si agregamos el hecho de que ellas se extienden por todo el planeta, a pesar de tener sus mayores expresiones en los países centrales del sistema mundial; si vemos que ellas están asociadas a procesos de discusión, investigación y acción política cotidiana que suponen un inmenso aparato institucional que tiene como fenómeno nuevo las ONGs de distintas formas, que incluyen también los antiguos sectores sindicales y cooperativistas, organizaciones políticas y grupos de intelectuales y militantes de los más diferentes; si observamos que este movimiento encontró un centro de expresión en el Foro Social Mundial de Puerto Alegre, pero que no agota esta búsqueda de coordinación, sino que se desdobla en varios foros locales y regionales; si agregamos los procesos de contestación armada de nuevo tipo y de antiguas formas que se desarrollaron en los últimos años, sobretodo a partir del fenómeno del zapatismo en México; si notamos aún la aparición de nuevos movimientos étnicos de expresión continental, como el movimiento indígena latinoamericano, que se asocia al fenómeno del zapatismo, con los antecedentes de las guerrillas guatemaltecas y otras manifestaciones de explosión indígena, locales y regionales, como el caso reciente de Ecuador y de Bolivia; cuando atendemos a la existencia de movimientos de nuevo tipo, como el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil, las varias formas de asociaciones de masas que se produjeron en Argentina a partir de la crisis final del gobierno de Fernando De la Rúa; cuando finalmente asistimos a procesos electorales hacia los cuales desaguan estos vastos movimientos sociales sin que los gobiernos por ellos generados asuman claramente todas las consecuencias de representar una rebeldía tan significativa, vacilan en sus políticas económicas y tienden a conceder a las presiones de las instituciones internacionales tan combatidas por este mismo movimiento; cuando sumamos a todos estos elementos la presencia creciente de los movimientos religiosos, fuera y dentro de las jerarquías eclesiásticas, involucrando a las más distintas religiones y las más distintas formas de articulación entre lo religioso y lo político.

En fin, cuando sumamos todos estos fenómenos bajo el estrés de la acción insana del gobierno de Bush hijo, comenzamos a configurar un proceso revolucionario cuya ideología y objetivos están aún confusos, pero que claramente desean "otro mundo", como la consigna de Porto Alegre lo identificó. Así como el gobierno de Bush es la coronación de una vasta ofensiva contrarrevolucionaria que se inicia en los gobiernos Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en la década del 80.

Los elementos de esta ofensiva estuvieron articulados en torno de lo que pasó a llamarse neoliberalismo; la doctrina de los ideólogos, economistas y políticos reunidos en torno de las reuniones de Mont Pellerin desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los unía la oposición a las tesis entonces dominantes que ponían en jaque al viejo liberalismo económico que se ahogara durante la crisis de 1929 y sus terribles consecuencias sociales y políticas. Trataban de profundizar y radicalizar el enfoque liberal, asumiendo la crítica del Estado del bienestar, de la planificación económico-social, sin hablar de las experiencias del socialismo soviético y sus áreas de influencia.

Para estos ideólogos -disfrazados de distintas actividades, sobre todo de economistas, por la influencia que ganaron sobre el Premio Nóbel de Economía, que llegaron a otorgar a su máximo jefe, Friedrick Hayeck-, había que retomar los fundamentos del liberalismo del siglo XVIII que reconocía sin ningún pudor la legitimidad del homo economicus, como fundamento de la ética y de la vida pública. Se trataba de retomar la imagen del llamado libre mercado como una entidad metafísica capaz de asignar los recursos de acuerdo con la más mezquina racionalidad.

Un proyecto ideológico de esta dimensión, que se pretendía de gran rigor científico, no podría ir muy lejos al absorber doctrinarios como Milton Friedman, con su monetarismo desmoralizado por los hechos y por la crítica académica, y unos economistas que se llamaron los "nuevos clásicos", asaltando las escuelas de economía de todo el mundo.

Muchos considerarán estas palabras muy duras, pero así se trataban a estos señores hasta la década del 70, cuando el grupo de la Universidad de Chicago, donde se atrincheraron en la post guerra, fue llamado a poner en práctica sus ideas en el primer gobierno abiertamente fascista de la pos-guerra: el del general Augusto Pinochet en Chile. La crisis general del capitalismo que se profundizó en la década del 70 facilitó el camino para la valorización artificial de la experiencia chilena.

El Chile post Allende gozaba de ventajas excepcionales: ahí se había realizado la reforma agraria más radical de los años 60- 70, iniciada por los demócrata cristianos, eliminando una oligarquía latifundista parasitaria que no pudo recomponerse con el régimen militar. Durante el gobierno de Allende, se nacionalizó el cobre por voto unánime del Congreso chileno y se puso a disposición del Estado más de la mitad de sus recursos cambiarios. Los avances educativos del período Frei y Allende profundizaron una vocación histórica de Chile por la educación en sus más diversas manifestaciones.

La dictadura militar pudo detener las fuerzas sociales que habían impulsado estos cambios revolucionarios. Lo que consiguió fue reorientar estos avances hacia un capitalismo mezquino y utilitarista que transformó el Chile actual en una nación de individualistas, dejando de lado las capas sociales más bajas que habían avanzado hacia el poder durante el período del gobierno de la Unidad Popular.

El caso chileno, a pesar de la crueldad de los datos sociales y de las mediocres realizaciones económicas del gobierno militar, que cae en 1986 bajo la influencia de la terrible crisis económica que enfrentaba el país, fue presentado como modelo hacia el resto del mundo por la señora Thatcher y por los ideólogos de Reagan. Estaba abierto el camino para que los "magos" de la estabilidad económica alcanzasen el poder en varios países con el apoyo sistemático de los mayores beneficiados de la política económica del monetarismo actualizado.

El Fondo Monetario Internacional, otra trinchera del pensamiento monetarista, fue abriendo espacio a los ideólogos neoliberales y varias universidades los incorporaron a sus departamentos que ellos buscaron copar, ya que traían toda una "teoría" económica, cuyas raíces atrasadas (una vuelta al siglo XVIII, como hemos visto) obligaban a un conjunto de conocimientos, cristalizados en manuales que los nuevos economistas de los países del Tercer Mundo traían de las universidades norteamericanas, donde estudiaban a costa de nuestros limitados contribuyentes. El espíritu crítico y las contribuciones del pensamiento económico latinoamericano fueron puestos de lado, por ejemplo, para abrir camino a "científicos exactos" que sustituían a los economistas antiguos que pretendían ser "científicos sociales". La profesión de economista ya había sido asaltada por ingenieros con post grado en economía, que desconocen totalmente qué es una ciencia social y qué representa la complejidad de los fenómenos históricos.

Una de las características más claras de esta ideología es considerar la ciencia como una aplicación de leyes generales de las cuales se deducen las políticas económicas y sociales. En esta visión positivista arcaica no hay lugar alguno para la democracia. ¿Para qué consultar al pueblo y darle el poder de voto que define el tipo de gobierno que desea si las políticas económicas son fenómenos técnicos que se deducen de las "teorías" económicas?

Creo que ahí está uno de los nudos centrales que ha generado un odio tan generalizado de los pueblos al llamado neoliberalismo y a las instituciones internacionales que lo representan. Se trata de una dictadura de los técnicos que se ponen evidentemente a servicio de los poderes económicos más fuertes que les abren los recursos privados y dan origen a una época de corrupción pública y corporativa colosal, como jamás se conociera.

La forma más común que ha asumido este modelo de gestión estatal es lo que hemos llamado de "golpes de Estado electorales". Se permite que se realicen elecciones relativamente limpias, pero gane quien gane, tienen que aplicar las políticas económicas del FMI y de los nuevos y viejos aparatos institucionales internacionales. Casi siempre los nuevos gobiernos se hacen elegir en contra de estas políticas económicas para adoptarlas cuando ocupan el poder. Y todavía hay que soportar el escarnio de estos ideólogos y de sus publicistas, que afirman siempre: "No tienen alternativas sino aceptar nuestras políticas científicas". Las campañas electorales son el campo de la demagogia y el gobierno es el campo del "realismo".

Hemos discutido en varias oportunidades la esencia de estas tesis pretendidamente científicas y hemos demostrado que lo que se presenta como un plan coherente y "científicamente" deducido de un cuerpo teórico cerrado no son más que manifestaciones del más descarado oportunismo pragmático a servicio de intereses poco confesables.

La verdad es que la gente percibe lo que está pasando. Han transformado los procesos electorales y la democracia en un espectáculo, una farsa para aquietar a la gente. Este sentimiento es extremamente fuerte en el momento actual en el cual vastas mayorías sociales se manifestaron en contra de la guerra contra Irak y vieron a los políticos ignorar olímpicamente sus manifestaciones. Hay algo de podrido en el Reino de Dinamarca, decía el vate, hay algo de podrido en la democracia representativa contemporánea. Tenemos que encontrar una forma de democracia no sólo representativa sino también participativa, donde la voz del pueblo se imponga sobre los burócratas, los tecnócratas y sus patrones. (ALAI)

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Theotonio dos Santos es profesor titular de la Universidad Federal Fluminense y Coordinador de la Cátedra y Red UNESCO–Universidad de las Naciones Unidas sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible.






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