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No. 139/140 - Mayo/Junio 2003

La "vieja América"

por Jeremy Seabrook

Hay algo más que una pizca de ironía en el comentario del secretario de Defensa de Estados Unidos, Ronald Rumsfeld, que tildó de "viejos" a países europeos como Alemania y Francia, que se opusieron al ataque contra Irak. El hecho es que el envejecimiento ideológico de Estados Unidos es un factor muy significativo en su actual postura beligerante.

El trato desdeñoso dado por el gobierno estadounidense a la "Vieja Europa" es más patético de lo que el gobierno de George W. Bush es capaz de reconocer: el entorno del presidente se compone de personas que, si no son viejas de edad, representan viejas ideologías de supremacía y de poder aplastante en un mundo cada vez más interdependiente. El envejecimiento ideológico de Estados Unidos es un factor muy significativo en su actual postura beligerante.

Estados Unidos está acostumbrado a su imagen de "país joven", ambicioso e innovador. La perspectiva de aumento de la proporción de personas mayores de 65 años tiene aterrados a todos aquellos que suponen que el poder de dominación va de la mano con la agilidad y la vitalidad propias de la juventud.

Paul Hewitt, del Centro de estudios estratégicos e internacionales, sostiene que el envejecimiento de la población mundial puede significar un nuevo período de inestabilidad para todo el planeta. En 2030, cerca de 30 países pueden tener una población envejecida. Esto podría provocar una "bancarrota fiscal" en Occidente, que se traduciría en escasez de puestos de trabajo, caída de las tasas de ahorro y del valor del capital. Hewitt teme que la desviación de fondos de Defensa hacia el cuidado de los mayores de 65 termine socavando el poder militar de Estados Unidos. Es posible que la dominación pase a manos de algún otro país más dinámico. Un artículo publicado en el International Herald Tribune el 30 de enero sugiere que "las hordas de jubilados de pelo gris podrían causarle más daño a la globalización que los activistas llenos de juventud que, en estos días, tratan de provocar interferencias en las reuniones económicas internacionales".

Parece que, con la perspectiva de tener dentro de poco entre 70 y 80 millones de personas mayores de 65, Estados Unidos está sufriendo una transformación demográfica, al igual que otras democracias "maduras". La creciente proporción de personas mayores constituye no sólo una carga para la economía, sino también un freno a su capacidad para estar a la cabeza del juego mundial, a su puesto de líder del tipo de creatividad que puede garantizar que el país se mantenga industrial y militarmente insuperable en el futuro próximo.

¿Qué podría ser peor que una esclerosis política, un endurecimiento de las arterias políticas, cuando el mercado global requiere una perpetua renovación, dado el clima de intensa competencia? Estados Unidos teme que otros países más jóvenes desafíen su fuerza y poder prodigiosos; quizá China o incluso, en el largo plazo, India; quizá un renacimiento de Rusia; tal vez, quien sabe, una Unión Europea revitalizada -aunque esto es menos posible-, o un resurgimiento de la izquierda transnacional en América del Sur, o incluso una causa común entre los países islámicos.

Vagando por la ruta de la memoria

La atrofia de la imaginación de Estados Unidos se manifestó especialmente durante los preparativos para la guerra contra Irak. Por un momento, después del impacto del 11 de setiembre, pareció que Estados Unidos iba a desplegar una estrategia más reflexiva en respuesta a los ataques de los que fue víctima. El publicitado "éxito" en Afganistán no fue tal: la imposibilidad de capturar a Osama bin Laden y de destruir las redes del terror llevaron a Washington a desenterrar anécdotas históricas referidas a triunfos anteriores. Estados Unidos vaga por la ruta del recuerdo de guerras en las cuales la intervención militar garantizó la victoria, como el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, que detuvo a los beligerantes, y la ocupación "benigna" de Alemania y Japón, para reconducir a dichos países hacia la democracia. Se trata de viejos triunfos que se proyectan sobre una época bastante diferente, sobre un enemigo también diferente que provoca gran inquietud en el mundo, ya que los recuerdos a los que apela Washington no corresponden a las urgencias evidentes del presente.

La decisión de volver a adoptar modelos conocidos es más alarmante porque esta vez, el enfrentamiento es con algo desconocido y extraño. La comparación del tirano Saddam Hussein -que cuenta con escasos admiradores en el mundo- con Adolf Hitler marchando por Checoslovaquia o Polonia no es sino una señal de la macabra nostalgia de la senectud: Estados Unidos vive de sus recuerdos -su prodigioso armamento sin igual- en lugar de elaborar una estrategia imaginativa y adecuada, no sólo para derrocar a Saddam Hussein, sino para llevar a cabo su guerra contra el terror, esa curiosa abstracción que de algún modo se materializa en la artillería pesada desplegada en Irak y los alrededores. Como si el terror se hubiera instalado en los palacios presidenciales y la megalomanía de Saddam Hussein.

El despliegue espectacular de armamento ante el mundo entero, como si estuviera enseñando su imbatible poder, en todo caso, constituye un curioso curso de acción para un país con una trayectoria tan larga y copiosa en hacer caer gobiernos tanto en forma clandestina como explícita, ya fuera directa o indirectamente. Cuando Jacobo Arbenz fue derrotado en Guatemala y Salvador Allende en Chile, cuando, sin demasiado esfuerzo, se urdieron levantamientos populares a favor de dictadores civiles y militares, así como de otros gobiernos impopulares, Estados Unidos le dio la bienvenida inocentemente a los tiranos más salvajes como si se tratara de grandes libertadores y prestó su apoyo en diferentes momentos a modelos de justicia como Mobutu, Idi Amin o Papa Doc Duvalier. E incluso, en su momento, respaldó a Saddam Hussein.

Con el rico y ecléctico historial de gobiernos indeseables derrocados que tiene Estados Unidos, se podía esperar que esta vez eligiera un lugar menos proclive a desestabilizar la región, que no quisiera cobrar víctimas entre el ya sufriente pueblo de Irak –con cuyo dolor ha contribuido tan activamente Washington en los últimos 12 años-, que no hiciera saltar en pedazos una civilización antigua, en particular cuando presenta el argumento de la liberación. No es posible que "sacar" a Saddam Hussein -para recurrir al elegante vocabulario que los militares estadounidenses comparten con los gángsters- sea una tarea que supere el poderío de Estados Unidos, si es que ese es el verdadero objetivo.

La "vieja América", la agotada América de Bush, con las figuras espectrales de Dick Cheney y Donald Rumsfeld envejeciendo, el negocio inconcluso de George Bush padre, los fantasmas de un imperialismo que no se termina y un Tony Blair agitado en el mostrador de atención al público, representa precisamente la pesadilla anunciada por los estrategas para el próximo siglo americano: que el mundo estadounidense se está poniendo viejo. Y está envejeciendo sin volverse más sabio, está envejeciendo sin madurar, ha entrado en una especie de demencia senil en su comprensión errónea de lo que hay que hacer para combatir las injusticias políticas y económicas en el mundo.

La prueba de todo esto no es tanto que Estados Unidos se entrega a juegos de fuerza cada vez mayores, cuanto que está dando vía libre a la ira que le provoca su propia impotencia en la guerra contra el terror, desplazando su odio de su lugar de impotencia hacia un frenesí de destrucción para arrasar con el villano de Saddam Hussein. El hecho de que todo se concentre en un solo individuo sugiere que, sin duda, es una suerte de representante de Osama bin Laden, un suplente en el teatro de la guerra, una figura capaz de absorber el dolor y la ira de Estados Unidos por el estallido del 11 de setiembre de 2001. Sólo un iluso o un demente puede creer que una guerra como ésta servirá para difundir la paz en el mundo.

Quizá la vieja Europa tenga más templanza y sagacidad que este Estados Unidos que pretende demostrarnos una vez más su invulnerabilidad y recordarnos que su supremacía no admite desafíos, mientras subsiste la sospecha de que, por sobre todas estas cosas, lo que intenta es calmar a su propio "yo" envejecido y tambaleante.

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Jeremy Seabrook es periodista independiente radicado en Gran Bretaña.






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