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No. 139/140 - Mayo/Junio 2003

Estados Unidos

El desmoronamiento del imperio

por Frederic F. Clairmont

Tras la fachada de poder de Estados Unidos hay un imperio sumido en una grave crisis económica. El objetivo central de este artículo es repudiar el pernicioso mito de la omniciencia, omnipotencia e invulnerabilidad de Estados Unidos señalando y analizando el grado de corrupción y desmoralización al cual ha llegado la estructura del capitalismo estadounidense debido al poder destructivo de una de las convulsiones económicas más prolongadas de todos los tiempos.

A primera vista, decir que Estados Unidos es un imperio que se desmorona puede parecer perverso, paradójico y absurdamente provocador en esta coyuntura histórica en la que la oligarquía del país administra los recursos del capitalismo, junto con el chacal británico y otros mercenarios, para promover algo que pudo convertirse en uno de los peores holocaustos del siglo. Un imperio cuyo presupuesto de guerra y preparativos en general alcanzó los 400.000 millones de dólares. (Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, se espera que el gasto militar aumente más de 100.000 millones de dólares al final de la década, y que el promedio anual aumente a 464.000 millones de dólares entre 2005 y 2020). Dicha suma no tiene precedentes en los anales de guerra y supera por lejos el presupuesto militar de los 20 países que siguen a Estados Unidos en la lista. Los arquitectos ideológicos imperiales, en su desesperación por entrar en guerra, trataron de engatusar a la opinión pública respecto de la omnipotencia geopolítica, económica y militar del imperio. Para colmo, un imbécil reconocido como George W. Bush ha sido casi obsequiosamente bautizado por una publicación financiera importante como "El hombre del año".

Las sonadas, arrogantes y repetidas afirmaciones acerca de la omnipotencia estadounidense por parte de los medios masivos de comunicación, concentrados en manos de unos pocos empresarios, ignoran que el edificio financiero de este imperio enfermo tiene grietas y fisuras profundas que cada día se vuelven más visibles e infames.

Durante la Gran Depresión, Henry Ford tuvo la celebrada y necia ocurrencia de decir que "la historia es una tontería". La recurrencia de la gran depresión económica de la Segunda Guerra Mundial confirma la falacia de ese juicio, aunque no sea sino porque el paso del tiempo también forma parte del proceso histórico. No podemos pretender entender el presente sin referirnos a los antecedentes históricos que provocaron la tragedia que el capitalismo sigue multiplicando. El objetivo central de esta nota es repudiar el pernicioso mito de la omniciencia, omnipotencia e invulnerabilidad de Estados Unidos señalando y analizando el grado de corrupción y desmoralización al cual ha llegado la estructura del capitalismo estadounidense debido al poder destructivo de una de las convulsiones económicas más prolongadas de todos los tiempos. Lo que demuestran, una vez más, la depresión y el consiguiente colapso de los mercados financieros, es que la afirmación de los propagandistas del capitalismo de que el sistema es un "distribuidor racional de los recursos", es una falacia. Durante la década del 90, cuando experimentamos la mayor tendencia especulativa de la historia del capital financiero, los balances de las empresas resultaron ser poco más que inventos.

Los dueños del universo empresarial, donde los que se parecen a Bernie Ebbers (WorldCom) son apenas un sórdido prototipo, le han estafado cientos de miles de millones de dólares a cientos de miles de trabajadores o, directamente, les han robado los ahorros de toda su vida. Esto no es un escándalo sino un delito. Los investigadores Joseph Blasi, Douglas Kruse y Aaron Bernstein han desenmascarado el mecanismo de esas estafas. Los ejecutivos de Corporate America 100 han utilizado la propiedad de sus empleados para enriquecerse cada vez más. En 1980, los dos ejecutivos mejor pagados de una muestra de las 5.000 empresas más grandes de Estados Unidos ganaron en promedio 1,35 millones cada uno, al precio actual del dólar. La mayor parte de su paga procedía de un salario de base más bonificaciones anuales. En 2001, el pago promedio total aumentó a 11 millones cada uno, 80 por ciento de lo cual procedía de la posesión de acciones. Los cinco principales ejecutivos de las 15.000 empresas más grandes del país obtuvieron 650 por ciento de aumento en el valor de las opciones adquiridas entre 1992 y 2000, y un incremento de más de 1.000 por ciento en las opciones que no llegaron a ejercer. Sin embargo, el valor total de mercado de dichas empresas aumentó sólo 350 por ciento durante el mismo período.

La noción de responsabilidad que debería figurar en el balance general de una empresa ha dejado de existir. La construcción de la burbuja financiera y su implosión explican buena parte de lo que sucede, pero no todo. La condena de Estados Unidos al capitalismo incluyó, sin excepciones, a los principales bancos de inversión del mundo entero, a las cinco megaempresas contables (que ahora son cuatro), a las compañías de relaciones públicas, los gigantes de la publicidad y los estudios de abogados más prestigiosos de Estados Unidos y otros países. Debería ser bastante obvio que tales delitos no pudieron consumarse sin la persistente complicidad de la casta política que gobierna desde hace tiempo en Estados Unidos.

Del auge a la quiebra

El proceso de desmoronamiento del imperio debe verse, entonces, en el contexto del auge comercial más prolongado, que finalizó en otoño de 2000. Nuestro objetivo es investigar ciertos aspectos de la estructura financiera que se está pudriendo rápidamente, socavada por una avalancha de deuda. El "milagroso auge", como lo llamaron los apologistas de la desregulación de mercado, se ha convertido en una quiebra. Desde enero de 2000, 7 billones de dólares fueron tragados por el colapso del mercado de acciones estadounidense. En todo el mundo, la pérdida es de 12 billones. Este no es el fin innoble del espiral descendente que incuba pérdidas financieras. La economía estadounidense rompió el récord como deudora: es el país que más tiempo ha prolongado su deuda y que a la vez reina sobre el mundo entero, sin dar señales de estar dispuesto a ceder el cetro. El número de empresas del mundo que entran en default aumenta a toda velocidad y en forma escalonada. La entrega de créditos está en su nivel más bajo desde 1945. A fines del año pasado, entraron en default más transnacionales que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial. Según las investigaciones de Standard y Poor, 234 de las principales empresas del mundo entraron en default por 180.000 millones de dólares, es decir, más de cuatro veces el default de 2000. O más de ocho veces el de 1990. Izaron la bandera negra de quiebra porque no podían pagar sus deudas.

El endeudamiento creciente de Estados Unidos es llamativo tanto a nivel nacional como internacional debido al lugar aún primordial que ocupa en los mercados financieros y comerciales internacionales, y también por el papel que tiene el dólar como divisa líder a nivel mundial, a pesar del desafío que enfrenta ahora.

En 2001, Estados Unidos concentraba 31 por ciento del PIB mundial a los precios de mercado, mientras que la Unión Europea reunía 26 por ciento y Japón 15 por ciento. Así, las principales regiones del imperialismo en el mundo producen 72 por ciento de la producción total. En todas, aunque en momentos diferentes, la depresión está ganando fuerza, sin que existan señales de cambio a la vista. En todas ellas, el fantasma de la deflación proyecta su sombra, sobre todo en Alemania y Japón. En este último, la brecha creciente entre el gasto público y los ingresos por concepto de impuestos, igual que ocurre en Estados Unidos, revela uno de los aspectos de la crisis en espiral.

La implosión financiera de Estados Unidos coexiste con una rápida disminución de la producción y el comercio mundiales. La capacidad productiva de todo el mundo se ha reducido a 65 por ciento, excepto en China. Ciertos indicadores alcanzan para perfilar el crack. En Estados Unidos, el Indice Compuesto de Standard y Poor pasó de 1.500 a principios de 2000, a menos de 900 en la actualidad. Por tercer año consecutivo, los mercados internacionales de acciones siguen cayendo y éste es el peor récord de tres años desde 1929-31, cuando los mercados mundiales de acciones cayeron 58,8 por ciento. El optimismo inversor de Estados Unidos, compilado por el Union Bank de Suiza, cayó de 180 a principios de 2000, a menos de 40 a fines de 2002. El índice de confianza del consumidor estadounidense cayó de 145 a principios de 2000, a alrededor de 80 al comienzo de 2003.

Sin duda, los mercados de acciones están quebrando, pero algunos estrechos segmentos del capitalismo de casino están florecientes. Los mercados de derivados constituyen la materialización de las manifestaciones más depredadoras y riesgosas de la especulación financiera. Se trata del Gran Casino en su más pútrida expresión. Según el Banco de Pagos Internacionales, el impresionante volumen total de todo el mercado de derivados entre los países era de 128 billones de dólares a fines de junio de 2002. En cuanto al valor teórico, se produjo un aumento de 15 por ciento durante 2001, expansión generada por el aumento de 16 por ciento en el volumen de las tasas de interés de los derivados que llegó a 97 billones a mediados de 2002, contra 67,5 billones el año anterior.

El dólar perdió 12 por ciento de su valor desde enero de 2002, en relación con otras divisas y en un solo año, lo cual representa su mayor caída durante el período de la posguerra. No hay factores de solidez en los mercados financieros internacionales que lo sostengan.

Lo que señalan estos indicadores es que el capitalismo estadounidense va cuesta abajo: han caído el ingreso y los gastos de los hogares, y también ha disminuido ampliamente el número de consumidores, así como la confianza, tanto de los consumidores como de los inversores. Los balances cargados de deudas se han convertido en algo banal y son la pesadilla de las juntas directivas de las empresas. La deuda no financiera de Estados Unidos crece a una velocidad sin precedentes; ya se ha tragado más de 47 por ciento del PIB. La construcción de viviendas está en su ritmo más lento de las dos últimas décadas. El desempleo, un rasgo característico de la hambrienta década del 30, está levantando su asquerosa cabeza en señal de venganza. El porcentaje oficial de desempleo de 6,2, según un estudio del Departamento de Trabajo, está lejos de la realidad. Millones de estadounidenses desempleados dejaron de buscar trabajo por pura desesperación. La mayoría de los puestos laborales que se crean pertenecen al sector de los servicios y los salarios están por debajo del mínimo que establece la ley. El empleo en las fábricas está casi detenido. Los despidos contra la voluntad del empleado no se cuentan como desempleo, de modo que la cifra actual de personas sin trabajo es considerablemente mayor que la dada a conocer oficialmente. Un cálculo más apropiado, basado en otros criterios, llevaría el número de desempleados a 11 millones, cifra que se corresponde con las de los años de depresión del New Deal.

La evolución de la depresión actual y el desmoronamiento del imperio son inseparables de los vínculos por deuda que permean a cada nicho del capitalismo. Esta deuda gigantesca debe pagarse con unos intereses altísimos o, de lo contrario, hay que rechazarla. Esta última parece la única solución viable. En un universo deflacionario, en el que Estados Unidos está ingresando ahora, el pago de la deuda se vuelve cada vez más oneroso. Nuestro análisis estará centrado en tres aspectos de dicha deuda. El primero es el movimiento de una deuda sectorial sorprendente desde mediados de la década del 60 hasta 2002, un intervalo de cuatro décadas. Como lo indica el Cuadro 1, hay cinco puntos centrales: deuda gubernamental, deuda familiar, deuda comercial (no financiera) y deuda comercial financiera, nacional y extranjera. El segundo aspecto cubre el actual déficit contable de la balanza de pagos y el tercero, su corolario: la trayectoria de las acciones netas desde los años 60.

Deuda sectorial extraordinaria

El aumento de la deuda extraordinaria desde 1964 evidencia las ominosas mutaciones que afectan a los principales segmentos del capitalismo estadounidense. Los datos fueron tomados del flujo de fondos de la Reserva Federal. Lo que sobresale es el tamaño de la deuda extraordinaria, que se ha convertido en uno de los ingredientes más explosivos de la debacle económica general, ya que pasó de unos 10 billones, a cerca de 30 billones en 2002, el equivalente al triple del PIB, con un crecimiento de 10 por ciento anual. Con el aumento de velocidad de propagación de la crisis, la diferencia entre el PIB y el total de la deuda se amplía inevitablemente, tanto en crecimiento como en volumen. Una montaña de deuda, como dijimos, que no es reembolsable y que se vuelve más onerosa a medida que el capitalismo estadounidense entra en la modalidad deflacionaria, con el dólar en caída libre hacia el abismo de la depreciación.

Si pasamos del monto total de la deuda a segmentos específicos de la deuda extraordinaria, vemos que el crecimiento más impresionante es el sector financiero comercial nacional, que se multiplicó por 181, disparándose de 53.000 millones de dólares a 9,6 billones, o 96 por ciento del PIB. Uno de los principales propulsores de este crecimiento fue y es la profusión de fusiones y adquisiciones financiadas con deuda. Esto se pudo ver claramente en el intervalo de 1980-1998, sobre todo en la concentración que se produjo en el sector bancario de Estados Unidos, que obviamente no ha llegado a su límite más alto. Esto implicó la fusión y adquisición de 2,4 billones en bienes adquiridos. La tendencia a la concentración no estuvo confinada sólo al sector bancario. En estas dos décadas se registró el crecimiento más rápido en fusiones y adquisiciones. El total mundial de estas operaciones aumentó de 156.000 millones en 1992 a cerca de 3,3 billones en 1999. El tamaño y ritmo del anexionismo empresarial de la década del 90, aceitado por la facilitación de los créditos, eclipsa con creces al de cualquier otro período en la historia del capitalismo.

La concentración empresarial con una deuda enorme como hecho concomitante no es simplemente una fase específica del ciclo comercial sino que impregna tanto los períodos de auge como los de quiebra. Tal como lo demuestra la investigación de Peter Nolan y Jin Zhang (The Challenge of Globalization for Large Chinese Firms, julio 2002, Papeles de la UNCTAD) el capitalismo corre con desventaja en el mundo en desarrollo, donde vive 84 por ciento de la población mundial pero sólo están 26 de las 500 empresas que Fortune considera las principales, 16 de las 500 que forman la lista del Financial Times, 15 de las 250 más competitivas, una de las 100 marcas principales del mundo y ninguna de las 300 empresas que más invierten en investigación y desarrollo.

Deuda hogareña

La deuda de los hogares, que crece a toda velocidad, está acelerando la crisis y eso constituye un indicador crucial de que los estadounidenses están viviendo con tiempo y dinero prestados. En estas cuatro décadas, el ritmo del endeudamiento de los hogares se multiplicó por 2.400. Los créditos personales saltaron de 26 por ciento del ingreso individual en 1985, a 40 por ciento a fines de 2002. El endeudamiento de los hogares se disparó de 290.000 millones en 1964 a 7,2 billones o 72 por ciento del PIB. Este incremento de la deuda de los hogares ha tenido un impacto negativo sobre la tasa de ahorro. Las familias están utilizando sus ahorros acumulados, o mejor aún, están apostando ese dinero en los mercados de acciones utilizando sus bienes inmuebles para financiar el consumo diario.

La proporción de endeudamiento personal saltó de 106 por ciento del ingreso disponible en 1993, a 138 en 2002. La caída de la tasa de ahorro es uno de los síntomas de degeneración del capitalismo estadounidense. El ahorro y las inversiones son los principales propulsores de la acumulación de capital. Según los analistas de Morgan Stanley, el ahorro nacional neto (es decir, la suma del ahorro familiar, comercial y gubernamental luego de la depreciación) cayó a 1,6 por ciento del PIB durante el último trimestre de 2002. Esto equivale a menos de la tercera parte del porcentaje de la década del 90 y a un sexto del porcentaje de los años 60 y 70. El déficit presupuestal federal, inventado por Bush y sus acólitos y en crecimiento constante, provocará una mayor reducción de la tasa de ahorro. En el primer trimestre de 2000, se registró un excedente presupuestal de 2,3 por ciento del PIB y el ahorro nacional neto llegó a 6,4 por ciento. En el tercer trimestre de 2002, el presupuesto tuvo un déficit de 1,8 por ciento. Esta fue la señal de empeoramiento del saldo presupuestario que llevó a una reducción del ahorro nacional desde principios de 2000. En consecuencia, dado el irreversible aumento del déficit, el ahorro nacional se hundirá aún más.

El déficit en cuenta corriente

Un elemento clave del endeudamiento de Estados Unidos, que constituye el talón de Aquiles del imperio, es el rápido deterioro de su balanza en cuenta corriente. Se puede comparar, por su relevancia histórica, con la situación del imperialismo británico antes de 1914. El historiador británico Martin Wolf nos recuerda que en las décadas que precedieron a la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido tenía un excedente de cuenta corriente de cuatro por ciento del PIB. Hoy, el imperio estadounidense tiene un déficit en cuenta corriente de cinco por ciento.

La cuenta corriente del ingreso nacional es la diferencia entre el ahorro y la inversión nacionales; equivale a la acumulación neta de bienes estadounidenses –directos e indirectos- por parte de los inversores extranjeros. Y abarca el comercio de bienes y servicios, así como el ingreso por inversiones, como dividendos e intereses. La cuenta corriente de la balanza de pagos mide el tamaño y la dirección de los créditos internacionales. También representa la diferencia entre la exportación y la importación de bienes y servicios. Cuando un país compra más productos extranjeros de los que exporta, debe financiar lo que le falta pidiendo un préstamo. La casta gobernante del imperialismo estadounidense está financiando su déficit en cuenta corriente con los recursos acumulados de la exportación para pagar sus importaciones. Gastar la riqueza acumulada por concepto de exportaciones equivale a generar una deuda exterior neta.

El crecimiento de la demanda interna en la década del 90 llegó al mismo nivel que los créditos extranjeros descontrolados para pagar las importaciones. Fue un paraíso de tontos, como se pudo ver cuando estalló la burbuja y aparecieron las secuelas. El volumen actual de importaciones, que aumentaron a toda velocidad en los últimos 15 años, es ahora 42 por ciento mayor que el de las exportaciones. Esto significa que las exportaciones tienen que aumentar, al menos, 42 por ciento para equilibrar la balanza de pagos. La perspectiva de reducir la brecha entre la importación y la exportación es casi nula, dada la incapacidad de Estados Unidos para competir en el mercado mundial, a pesar de la depreciación de su moneda. El déficit en cuenta corriente, en aumento constante, fue financiado por ingresos de capital equivalentes al sorprendente excedente de 76 por ciento en la cuenta corriente mundial. Los 500.000 millones de déficit, que aumentan 10 por ciento anual, requieren casi 1.900 millones de dinero extranjero por día laboral para financiar la carencia, lo cual es evidentemente insostenible incluso en el corto plazo. Si bien sigue entrando dinero exterior en los mercados financieros de Estados Unidos, el ritmo ha disminuido bastante, como se corroboró en las transacciones de capital. Las acciones privadas exteriores crecieron a toda velocidad a mediados de la década del 90 y llegaron a la cima en 2000 –el año del quiebre de Nasdaq-, con un billón, pero hoy suman sólo 500.000 millones y no hay señales de mejoría.

Lo que se observa es más bien una fuga de capitales extranjeros hacia fuera de los mercados financieros de Estados Unidos que bien podría convertirse en una inundación con las guerras de Bush en Medio Oriente y sus planes de llevarlas a otros lugares. Como un drogadicto, el país se ha vuelto dependiente del ingreso de capitales del exterior para financiar el despilfarro fiscal. El alcance de esta marcada dependencia de dinero procedente del exterior está dado por el hecho de que los capitalistas extranjeros poseen ahora más de 18 por ciento del total del valor de mercado a largo plazo de los bienes de Estados Unidos, y 42 por ciento de los bonos del tesoro. Estas sumas prodigiosas podrían salir del país a la velocidad con la cual se teclea una clave en una computadora. Cualquier intento de cerrar la brecha de la financiación exterior tendrá escasos resultados. Los crecientes déficit presupuestales, junto con el déficit en cuenta corriente que aumenta a un ritmo constante, incrementarán los requisitos de financiación entre seis y siete por ciento del PIB en 2003.

Lo que solía facilitar la financiación del déficit de cuenta corriente eran los altos retornos que tenía Estados Unidos de sus bienes que, ahora, están bajando a toda velocidad. Uno de los atributos sobresalientes del imperialismo estadounidense es que tiene el privilegio exclusivo de pedir préstamos en su propia moneda y la posibilidad de devaluar sus deudas. Ya lo ha hecho. La casta imperial paga sus importaciones imprimiendo más dólares. Este es un privilegio del cual no goza ningún otro país, pero en la actual coyuntura de mercados financieros agotados, se está terminando. Pero sigue habiendo una intolerable cadena de déficit en cuenta corriente y de otros tipos que producen un aumento del valor neto de sus deudas. En resumen, el déficit en cuenta corriente es la soga alrededor del cuello del imperialismo estadounidense.

Deuda neta sobre el activo

La deuda neta sobre el activo mide la diferencia entre el activo y la deuda exteriores de un país. La de Estados Unidos ronda 10 por ciento anual. En un período relativamente corto, de 1999 a 2002, aumentó rápidamente, saltando de 1,9 billones a 2,5 billones, lo cual equivale a 25 por ciento del PIB. La posición de los haberes en la balanza de pagos es primordial y surge de la acumulación de déficit en cuenta corriente. Debería ser evidente, a partir de lo explicado y dejando de lado los costos especulativos de las guerras genocidas que se propone llevar a cabo, que la deuda en sus diversas manifestaciones es la pieza central de la desintegración de las estructuras financieras. La debacle económica que se avecina es parte de las crisis geoeconómica y política que sufre el imperialismo en este momento. Las interminables crisis que se suceden unas a otras a toda velocidad también han servido para desacreditar los dogmas del neoliberalismo.

En síntesis

El desmoronamiento de la infraestructura financiera del capitalismo estadounidense no sugiere que las riquísimas megaempresas estén a punto de ser enterradas. Sin duda, dado el alcance y la energía demoníaca de la debacle financiera, han sufrido pérdidas. Pero lo que no se puede ignorar es que la lógica del capital sigue generando desigualdades. Esta es su sistémica e irrevocable naturaleza. Veamos apenas un sector, el de la industria de semiconductores de Silicon Valley. Según Chris Benner, de Pennsylvania, una parte importante de la fuerza laboral de Silicon Valley recibe una remuneración miserable, no tiene seguridad laboral y tiene escasas chances de obtener una promoción o un aumento. En el otro extremo del espectro, en cambio, los salarios ejecutivos se dispararon. Entre 1991 y 2000, las ganancias promedio de los 1.000 ejecutivos más altos de las empresas de Silicon Valley subieron más de 3.000 por ciento en términos reales. En el mismo período, el ingreso anual promedio de los obreros de la industria electrónica cayó siete por ciento: de 38.000 a 35.000 dólares anuales. Esto significa que los ingresos en el sector aumentaron de una proporción de 42 a uno en 1991, a una proporción de 956 a uno en 2000. Silicon Valley ha sido reconocido como un gran símbolo de la Nueva Economía. Sólo puede haber unas pocas áreas de las economías capitalistas avanzadas donde la disparidad de ingresos sea tan marcada.

Las desigualdades en Estados Unidos han aumentado mucho en las últimas tres décadas, si se miden según el coeficiente de Gini. El capitalismo estadounidense ha generado una de las transferencias de riquezas más colosales de la época moderna. Alrededor de la décima parte de la casta hiperprivilegiada del capitalismo estadounidense posee 80 por ciento de la riqueza del país. Las 10.000 familias más ricas se han apropiado de una riqueza neta (activo sin pasivo) equivalente a lo que poseen los 20 millones de familias más pobres. Los 10 ejecutivos mejor remunerados del mundo empresarial obtuvieron un ingreso de 154 millones de dólares por año, mientras que en 1981 esa cifra era de apenas 3,5 millones. Como nos recuerda el novelista Gore Vidal, Bush y sus acólitos, junto con su guardia pretoriana de empresarios, no fueron catapultados al poder para aumentar la carga impositiva de la plutocracia. En 1950, el impuesto sobre las utilidades representaban 25 por ciento del ingreso federal; en 2001, el porcentaje cayó a 8,9. La brecha que se abre monstruosamente entre los salarios anuales promedio de los trabajadores, ajustables con la inflación, y los de los ejecutivos de las 500 compañías seleccionadas por Fortune entre 1970 y 2000 (ver Cuadro 2), constituye un síntoma de la desigualdad creciente.

El crecimiento de la deuda, que va de la mano con las desigualdades existentes, no es una aberración sino parte del imperio que se desmorona y cuyos apóstoles siguen ocultando la enfermedad que afecta a la sociedad con la sórdida retórica de los "derechos humanos" y la "democracia".

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Frederic Clairmont es especialista en finanzas internacionales.

Cuadro 1
Estados Unidos: Deuda extraordinaria por sectores
(en miles de millones de dólares)

Año  Total Gobierno Hogares Comercio Comercio financiero
        No 
inanciero
Nacional Extranjero
1961 10.278   355,5  289,9 285,4 53,0 35,0
1974 2.411,8   566,4 663,4 842,5 258,3 81,2
1984 7.439,0  1.877,8 1.918,2 2.355,1 1.052,4 235,5
1994 17.204,3  4.614,0 4.426,8 3.971,0 3.822,2 370,3
1999 25.678,7  4.933,5 6.464,3 6.055,7 7.607,0  618,2
2000 26.497,2  4.664,4 6.497,4 6.529,3 8.547,1 746,7
2001  29.472,7  4.762,0 7.088,5 6.921,3 9.383,8 712,9
2002 29.968,4  4.806,1 7.245,1 6.953,2 9.617,1 725,2
1964 = 100
1964 100 100 100 100 100 100
1974 235 159 222 295 487 232
1984 724 528 642 825 1.986 673
1994 1.675 1.298 1.481 1.391 7.212 1.058
1999 2.498 1.388 2.163 2.122 14.353 1.766
2000 2.578 1.312 2.241 2.287 15.958 2.133
2001 2.867 1.339 2.445 2.425 17.705 2.064
2002 2.915 1.353 2.449 2.436 18.146 2.072

 

Cuadro 2

  1970 2000 Indice de 
crecimiento
1. Salarios 35.522 35.974  0,33
2. Remuneración real
de empleados ejecutivos
1,3 m 45,0 m 12,53
Proporción (1:2) 1:40 1:1.250  






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