No. 139/140 - Mayo/Junio 2003
Estados Unidos
El desmoronamiento del imperio
por
Frederic F. Clairmont
Tras la fachada de poder de Estados Unidos hay un imperio sumido en una grave crisis económica. El objetivo central de este artículo es repudiar el pernicioso mito de la omniciencia, omnipotencia e invulnerabilidad de Estados Unidos señalando y analizando el grado de corrupción y desmoralización al cual ha llegado la estructura del capitalismo estadounidense debido al poder destructivo de una de las convulsiones económicas más prolongadas de todos los tiempos.
A primera vista, decir que Estados Unidos es un
imperio que se desmorona puede parecer perverso, paradójico y absurdamente
provocador en esta coyuntura histórica en la que la oligarquía del país
administra los recursos del capitalismo, junto con el chacal británico y otros
mercenarios, para promover algo que pudo convertirse en uno de los peores
holocaustos del siglo. Un imperio cuyo presupuesto de guerra y preparativos en
general alcanzó los 400.000 millones de dólares. (Según la Oficina de
Presupuesto del Congreso, se espera que el gasto militar aumente más de 100.000
millones de dólares al final de la década, y que el promedio anual aumente a
464.000 millones de dólares entre 2005 y 2020). Dicha suma no tiene precedentes
en los anales de guerra y supera por lejos el presupuesto militar de los 20
países que siguen a Estados Unidos en la lista. Los arquitectos ideológicos
imperiales, en su desesperación por entrar en guerra, trataron de engatusar a la
opinión pública respecto de la omnipotencia geopolítica, económica y militar del
imperio. Para colmo, un imbécil reconocido como George W. Bush ha sido casi
obsequiosamente bautizado por una publicación financiera importante como "El
hombre del año".
Las sonadas, arrogantes y repetidas afirmaciones
acerca de la omnipotencia estadounidense por parte de los medios masivos de
comunicación, concentrados en manos de unos pocos empresarios, ignoran que el
edificio financiero de este imperio enfermo tiene grietas y fisuras profundas
que cada día se vuelven más visibles e infames.
Durante la Gran Depresión, Henry Ford tuvo la
celebrada y necia ocurrencia de decir que "la historia es una tontería". La
recurrencia de la gran depresión económica de la Segunda Guerra Mundial confirma
la falacia de ese juicio, aunque no sea sino porque el paso del tiempo también
forma parte del proceso histórico. No podemos pretender entender el presente sin
referirnos a los antecedentes históricos que provocaron la tragedia que el
capitalismo sigue multiplicando. El objetivo central de esta nota es repudiar el
pernicioso mito de la omniciencia, omnipotencia e invulnerabilidad de Estados
Unidos señalando y analizando el grado de corrupción y desmoralización al cual
ha llegado la estructura del capitalismo estadounidense debido al poder
destructivo de una de las convulsiones económicas más prolongadas de todos los
tiempos. Lo que demuestran, una vez más, la depresión y el consiguiente colapso
de los mercados financieros, es que la afirmación de los propagandistas del
capitalismo de que el sistema es un "distribuidor racional de los recursos", es
una falacia. Durante la década del 90, cuando experimentamos la mayor tendencia
especulativa de la historia del capital financiero, los balances de las empresas
resultaron ser poco más que inventos.
Los dueños del universo empresarial, donde los
que se parecen a Bernie Ebbers (WorldCom) son apenas un sórdido prototipo, le
han estafado cientos de miles de millones de dólares a cientos de miles de
trabajadores o, directamente, les han robado los ahorros de toda su vida. Esto
no es un escándalo sino un delito. Los investigadores
Joseph Blasi, Douglas Kruse y Aaron Bernstein han desenmascarado el
mecanismo de esas estafas. Los ejecutivos de Corporate America 100 han utilizado
la propiedad de sus empleados para enriquecerse cada vez más. En 1980, los dos
ejecutivos mejor pagados de una muestra de las 5.000 empresas más grandes de
Estados Unidos ganaron en promedio 1,35 millones cada uno, al precio actual del
dólar. La mayor parte de su paga procedía de un salario de base más
bonificaciones anuales. En 2001, el pago promedio total aumentó a 11 millones
cada uno, 80 por ciento de lo cual procedía de la posesión de acciones. Los
cinco principales ejecutivos de las 15.000 empresas más grandes del país
obtuvieron 650 por ciento de aumento en el valor de las opciones adquiridas
entre 1992 y 2000, y un incremento de más de 1.000 por ciento en las opciones
que no llegaron a ejercer. Sin embargo, el valor total de mercado de dichas
empresas aumentó sólo 350 por ciento durante el mismo período.
La noción de responsabilidad que debería figurar
en el balance general de una empresa ha dejado de existir. La construcción de la
burbuja financiera y su implosión explican buena parte de lo que sucede, pero no
todo. La condena de Estados Unidos al capitalismo incluyó, sin excepciones, a
los principales bancos de inversión del mundo entero, a las cinco megaempresas
contables (que ahora son cuatro), a las compañías de relaciones públicas, los
gigantes de la publicidad y los estudios de abogados más prestigiosos de Estados
Unidos y otros países. Debería ser bastante obvio que tales delitos no pudieron
consumarse sin la persistente complicidad de la casta política que gobierna
desde hace tiempo en Estados Unidos.
Del auge a la quiebra
El proceso de desmoronamiento del imperio debe
verse, entonces, en el contexto del auge comercial más prolongado, que finalizó
en otoño de 2000. Nuestro objetivo es investigar ciertos aspectos de la
estructura financiera que se está pudriendo rápidamente, socavada por una
avalancha de deuda. El "milagroso auge", como lo llamaron los apologistas de la
desregulación de mercado, se ha convertido en una quiebra. Desde enero de 2000,
7 billones de dólares fueron tragados por el colapso del mercado de acciones
estadounidense. En todo el mundo, la pérdida es de 12 billones. Este no es el
fin innoble del espiral descendente que incuba pérdidas financieras. La economía
estadounidense rompió el récord como deudora: es el país que más tiempo ha
prolongado su deuda y que a la vez reina sobre el mundo entero, sin dar señales
de estar dispuesto a ceder el cetro. El número de empresas del mundo que entran
en default aumenta a toda velocidad y en forma escalonada. La entrega de
créditos está en su nivel más bajo desde 1945. A fines del año pasado, entraron
en default más transnacionales que en cualquier otro momento desde la
Segunda Guerra Mundial. Según las investigaciones de Standard y Poor, 234 de las
principales empresas del mundo entraron en default por 180.000 millones
de dólares, es decir, más de cuatro veces el default de 2000. O más de
ocho veces el de 1990. Izaron la bandera negra de quiebra porque no podían pagar
sus deudas.
El endeudamiento creciente de Estados Unidos es
llamativo tanto a nivel nacional como internacional debido al lugar aún
primordial que ocupa en los mercados financieros y comerciales internacionales,
y también por el papel que tiene el dólar como divisa líder a nivel mundial, a
pesar del desafío que enfrenta ahora.
En 2001, Estados Unidos concentraba 31 por ciento
del PIB mundial a los precios de mercado, mientras que la Unión Europea reunía
26 por ciento y Japón 15 por ciento. Así, las principales regiones del
imperialismo en el mundo producen 72 por ciento de la producción total. En
todas, aunque en momentos diferentes, la depresión está ganando fuerza, sin que
existan señales de cambio a la vista. En todas ellas, el fantasma de la
deflación proyecta su sombra, sobre todo en Alemania y Japón. En este último, la
brecha creciente entre el gasto público y los ingresos por concepto de
impuestos, igual que ocurre en Estados Unidos, revela uno de los aspectos de la
crisis en espiral.
La implosión financiera de Estados Unidos
coexiste con una rápida disminución de la producción y el comercio mundiales. La
capacidad productiva de todo el mundo se ha reducido a 65 por ciento, excepto en
China. Ciertos indicadores alcanzan para perfilar el crack. En Estados Unidos,
el Indice Compuesto de Standard y Poor pasó de 1.500 a principios de 2000, a
menos de 900 en la actualidad. Por tercer año consecutivo, los mercados
internacionales de acciones siguen cayendo y éste es el peor récord de tres años
desde 1929-31, cuando los mercados mundiales de acciones cayeron 58,8 por
ciento. El optimismo inversor de Estados Unidos, compilado por el Union Bank de
Suiza, cayó de 180 a principios de 2000, a menos de 40 a fines de 2002. El
índice de confianza del consumidor estadounidense cayó de 145 a principios de
2000, a alrededor de 80 al comienzo de 2003.
Sin duda, los mercados de acciones están
quebrando, pero algunos estrechos segmentos del capitalismo de casino están
florecientes. Los mercados de derivados constituyen la materialización de las
manifestaciones más depredadoras y riesgosas de la especulación financiera. Se
trata del Gran Casino en su más pútrida expresión. Según el Banco de Pagos
Internacionales, el impresionante volumen total de todo el mercado de derivados
entre los países era de 128 billones de dólares a fines de junio de 2002. En
cuanto al valor teórico, se produjo un aumento de 15 por ciento durante 2001,
expansión generada por el aumento de 16 por ciento en el volumen de las tasas de
interés de los derivados que llegó a 97 billones a mediados de 2002, contra 67,5
billones el año anterior.
El dólar perdió 12 por ciento de su valor desde
enero de 2002, en relación con otras divisas y en un solo año, lo cual
representa su mayor caída durante el período de la posguerra. No hay factores de
solidez en los mercados financieros internacionales que lo sostengan.
Lo que señalan estos indicadores es que el
capitalismo estadounidense va cuesta abajo: han caído el ingreso y los gastos de
los hogares, y también ha disminuido ampliamente el número de consumidores, así
como la confianza, tanto de los consumidores como de los inversores. Los
balances cargados de deudas se han convertido en algo banal y son la pesadilla
de las juntas directivas de las empresas. La deuda no financiera de Estados
Unidos crece a una velocidad sin precedentes; ya se ha tragado más de 47 por
ciento del PIB. La construcción de viviendas está en su ritmo más lento de las
dos últimas décadas. El desempleo, un rasgo característico de la hambrienta
década del 30, está levantando su asquerosa cabeza en señal de venganza. El
porcentaje oficial de desempleo de 6,2, según un estudio del Departamento de
Trabajo, está lejos de la realidad. Millones de estadounidenses desempleados
dejaron de buscar trabajo por pura desesperación. La mayoría de los puestos
laborales que se crean pertenecen al sector de los servicios y los salarios
están por debajo del mínimo que establece la ley. El empleo en las fábricas está
casi detenido. Los despidos contra la voluntad del empleado no se cuentan como
desempleo, de modo que la cifra actual de personas sin trabajo es
considerablemente mayor que la dada a conocer oficialmente. Un cálculo más
apropiado, basado en otros criterios, llevaría el número de desempleados a 11
millones, cifra que se corresponde con las de los años de depresión del New
Deal.
La evolución de la depresión actual y el
desmoronamiento del imperio son inseparables de los vínculos por deuda que
permean a cada nicho del capitalismo. Esta deuda gigantesca debe pagarse con
unos intereses altísimos o, de lo contrario, hay que rechazarla. Esta última
parece la única solución viable. En un universo deflacionario, en el que Estados
Unidos está ingresando ahora, el pago de la deuda se vuelve cada vez más
oneroso. Nuestro análisis estará centrado en tres aspectos de dicha deuda. El
primero es el movimiento de una deuda sectorial sorprendente desde mediados de
la década del 60 hasta 2002, un intervalo de cuatro décadas. Como lo indica el
Cuadro 1, hay cinco puntos centrales: deuda gubernamental,
deuda familiar, deuda comercial (no financiera) y deuda comercial financiera,
nacional y extranjera. El segundo aspecto cubre el actual déficit contable de la
balanza de pagos y el tercero, su corolario: la trayectoria de las acciones
netas desde los años 60.
Deuda sectorial extraordinaria
El aumento de la deuda extraordinaria desde 1964
evidencia las ominosas mutaciones que afectan a los principales segmentos del
capitalismo estadounidense. Los datos fueron tomados del flujo de fondos de la
Reserva Federal. Lo que sobresale es el tamaño de la deuda extraordinaria, que
se ha convertido en uno de los ingredientes más explosivos de la debacle
económica general, ya que pasó de unos 10 billones, a cerca de 30 billones en
2002, el equivalente al triple del PIB, con un crecimiento de 10 por ciento
anual. Con el aumento de velocidad de propagación de la crisis, la diferencia
entre el PIB y el total de la deuda se amplía inevitablemente, tanto en
crecimiento como en volumen. Una montaña de deuda, como dijimos, que no es
reembolsable y que se vuelve más onerosa a medida que el capitalismo
estadounidense entra en la modalidad deflacionaria, con el dólar en caída libre
hacia el abismo de la depreciación.
Si pasamos del monto total de la deuda a
segmentos específicos de la deuda extraordinaria, vemos que el crecimiento más
impresionante es el sector financiero comercial nacional, que se multiplicó por
181, disparándose de 53.000 millones de dólares a 9,6 billones, o 96 por ciento
del PIB. Uno de los principales propulsores de este crecimiento fue y es la
profusión de fusiones y adquisiciones financiadas con deuda. Esto se pudo ver
claramente en el intervalo de 1980-1998, sobre todo en la concentración que se
produjo en el sector bancario de Estados Unidos, que obviamente no ha llegado a
su límite más alto. Esto implicó la fusión y adquisición de 2,4 billones en
bienes adquiridos. La tendencia a la concentración no estuvo confinada sólo al
sector bancario. En estas dos décadas se registró el crecimiento más rápido en
fusiones y adquisiciones. El total mundial de estas operaciones aumentó de
156.000 millones en 1992 a cerca de 3,3 billones en 1999. El tamaño y ritmo del
anexionismo empresarial de la década del 90, aceitado por la facilitación de los
créditos, eclipsa con creces al de cualquier otro período en la historia del
capitalismo.
La concentración empresarial con una deuda enorme
como hecho concomitante no es simplemente una fase específica del ciclo
comercial sino que impregna tanto los períodos de auge como los de quiebra. Tal
como lo demuestra la investigación de Peter Nolan y Jin Zhang (The Challenge
of Globalization for Large Chinese Firms, julio 2002, Papeles de la UNCTAD)
el capitalismo corre con desventaja en el mundo en desarrollo, donde vive 84 por
ciento de la población mundial pero sólo están 26 de las 500 empresas que
Fortune considera las principales, 16 de las 500 que forman la lista del
Financial Times, 15 de las 250 más competitivas, una de las 100 marcas
principales del mundo y ninguna de las 300 empresas que más invierten en
investigación y desarrollo.
Deuda hogareña
La deuda de los hogares, que crece a toda
velocidad, está acelerando la crisis y eso constituye un indicador crucial de
que los estadounidenses están viviendo con tiempo y dinero prestados. En estas
cuatro décadas, el ritmo del endeudamiento de los hogares se multiplicó por
2.400. Los créditos personales saltaron de 26 por ciento del ingreso individual
en 1985, a 40 por ciento a fines de 2002. El endeudamiento de los hogares se
disparó de 290.000 millones en 1964 a 7,2 billones o 72 por ciento del PIB. Este
incremento de la deuda de los hogares ha tenido un impacto negativo sobre la
tasa de ahorro. Las familias están utilizando sus ahorros acumulados, o mejor
aún, están apostando ese dinero en los mercados de acciones utilizando sus
bienes inmuebles para financiar el consumo diario.
La proporción de endeudamiento personal saltó de
106 por ciento del ingreso disponible en 1993, a 138 en 2002. La caída de la
tasa de ahorro es uno de los síntomas de degeneración del capitalismo
estadounidense. El ahorro y las inversiones son los principales propulsores de
la acumulación de capital. Según los analistas de Morgan Stanley, el ahorro
nacional neto (es decir, la suma del ahorro familiar, comercial y gubernamental
luego de la depreciación) cayó a 1,6 por ciento del PIB durante el último
trimestre de 2002. Esto equivale a menos de la tercera parte del porcentaje de
la década del 90 y a un sexto del porcentaje de los años 60 y 70. El déficit
presupuestal federal, inventado por Bush y sus acólitos y en crecimiento
constante, provocará una mayor reducción de la tasa de ahorro. En el primer
trimestre de 2000, se registró un excedente presupuestal de 2,3 por ciento del
PIB y el ahorro nacional neto llegó a 6,4 por ciento. En el tercer trimestre de
2002, el presupuesto tuvo un déficit de 1,8 por ciento. Esta fue la señal de
empeoramiento del saldo presupuestario que llevó a una reducción del ahorro
nacional desde principios de 2000. En consecuencia, dado el irreversible aumento
del déficit, el ahorro nacional se hundirá aún más.
El déficit en cuenta corriente
Un elemento clave del endeudamiento de Estados
Unidos, que constituye el talón de Aquiles del imperio, es el rápido deterioro
de su balanza en cuenta corriente. Se puede comparar, por su relevancia
histórica, con la situación del imperialismo británico antes de 1914. El
historiador británico Martin Wolf nos recuerda que en las décadas que
precedieron a la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido tenía un excedente de
cuenta corriente de cuatro por ciento del PIB. Hoy, el imperio estadounidense
tiene un déficit en cuenta corriente de cinco por ciento.
La cuenta corriente del ingreso nacional es la
diferencia entre el ahorro y la inversión nacionales; equivale a la acumulación
neta de bienes estadounidenses –directos e indirectos- por parte de los
inversores extranjeros. Y abarca el comercio de bienes y servicios, así como el
ingreso por inversiones, como dividendos e intereses. La cuenta corriente de la
balanza de pagos mide el tamaño y la dirección de los créditos internacionales.
También representa la diferencia entre la exportación y la importación de bienes
y servicios. Cuando un país compra más productos extranjeros de los que exporta,
debe financiar lo que le falta pidiendo un préstamo. La casta gobernante del
imperialismo estadounidense está financiando su déficit en cuenta corriente con
los recursos acumulados de la exportación para pagar sus importaciones. Gastar
la riqueza acumulada por concepto de exportaciones equivale a generar una deuda
exterior neta.
El crecimiento de la demanda interna en la década
del 90 llegó al mismo nivel que los créditos extranjeros descontrolados para
pagar las importaciones. Fue un paraíso de tontos, como se pudo ver cuando
estalló la burbuja y aparecieron las secuelas. El volumen actual de
importaciones, que aumentaron a toda velocidad en los últimos 15 años, es ahora
42 por ciento mayor que el de las exportaciones. Esto significa que las
exportaciones tienen que aumentar, al menos, 42 por ciento para equilibrar la
balanza de pagos. La perspectiva de reducir la brecha entre la importación y la
exportación es casi nula, dada la incapacidad de Estados Unidos para competir en
el mercado mundial, a pesar de la depreciación de su moneda. El déficit en
cuenta corriente, en aumento constante, fue financiado por ingresos de capital
equivalentes al sorprendente excedente de 76 por ciento en la cuenta corriente
mundial. Los 500.000 millones de déficit, que aumentan 10 por ciento anual,
requieren casi 1.900 millones de dinero extranjero por día laboral para
financiar la carencia, lo cual es evidentemente insostenible incluso en el corto
plazo. Si bien sigue entrando dinero exterior en los mercados financieros de
Estados Unidos, el ritmo ha disminuido bastante, como se corroboró en las
transacciones de capital. Las acciones privadas exteriores crecieron a toda
velocidad a mediados de la década del 90 y llegaron a la cima en 2000 –el año
del quiebre de Nasdaq-, con un billón, pero hoy suman sólo 500.000 millones y no
hay señales de mejoría.
Lo que se observa es más bien una fuga de
capitales extranjeros hacia fuera de los mercados financieros de Estados Unidos
que bien podría convertirse en una inundación con las guerras de Bush en Medio
Oriente y sus planes de llevarlas a otros lugares. Como un drogadicto, el país
se ha vuelto dependiente del ingreso de capitales del exterior para financiar el
despilfarro fiscal. El alcance de esta marcada dependencia de dinero procedente
del exterior está dado por el hecho de que los capitalistas extranjeros poseen
ahora más de 18 por ciento del total del valor de mercado a largo plazo de los
bienes de Estados Unidos, y 42 por ciento de los bonos del tesoro. Estas sumas
prodigiosas podrían salir del país a la velocidad con la cual se teclea una
clave en una computadora. Cualquier intento de cerrar la brecha de la
financiación exterior tendrá escasos resultados. Los crecientes déficit
presupuestales, junto con el déficit en cuenta corriente que aumenta a un ritmo
constante, incrementarán los requisitos de financiación entre seis y siete por
ciento del PIB en 2003.
Lo que solía facilitar la financiación del
déficit de cuenta corriente eran los altos retornos que tenía Estados Unidos de
sus bienes que, ahora, están bajando a toda velocidad. Uno de los atributos
sobresalientes del imperialismo estadounidense es que tiene el privilegio
exclusivo de pedir préstamos en su propia moneda y la posibilidad de devaluar
sus deudas. Ya lo ha hecho. La casta imperial paga sus importaciones imprimiendo
más dólares. Este es un privilegio del cual no goza ningún otro país, pero en la
actual coyuntura de mercados financieros agotados, se está terminando. Pero
sigue habiendo una intolerable cadena de déficit en cuenta corriente y de otros
tipos que producen un aumento del valor neto de sus deudas. En resumen, el
déficit en cuenta corriente es la soga alrededor del cuello del imperialismo
estadounidense.
Deuda neta sobre el activo
La deuda neta sobre el activo mide la diferencia
entre el activo y la deuda exteriores de un país. La de Estados Unidos ronda 10
por ciento anual. En un período relativamente corto, de 1999 a 2002, aumentó
rápidamente, saltando de 1,9 billones a 2,5 billones, lo cual equivale a 25 por
ciento del PIB. La posición de los haberes en la balanza de pagos es primordial
y surge de la acumulación de déficit en cuenta corriente. Debería ser evidente,
a partir de lo explicado y dejando de lado los costos especulativos de las
guerras genocidas que se propone llevar a cabo, que la deuda en sus diversas
manifestaciones es la pieza central de la desintegración de las estructuras
financieras. La debacle económica que se avecina es parte de las crisis
geoeconómica y política que sufre el imperialismo en este momento. Las
interminables crisis que se suceden unas a otras a toda velocidad también han
servido para desacreditar los dogmas del neoliberalismo.
En síntesis
El desmoronamiento de la infraestructura
financiera del capitalismo estadounidense no sugiere que las riquísimas
megaempresas estén a punto de ser enterradas. Sin duda, dado el alcance y la
energía demoníaca de la debacle financiera, han sufrido pérdidas. Pero lo que no
se puede ignorar es que la lógica del capital sigue generando desigualdades.
Esta es su sistémica e irrevocable naturaleza. Veamos apenas un sector, el de la
industria de semiconductores de Silicon Valley. Según Chris Benner, de
Pennsylvania, una parte importante de la fuerza laboral de Silicon Valley recibe
una remuneración miserable, no tiene seguridad laboral y tiene escasas chances
de obtener una promoción o un aumento. En el otro extremo del espectro, en
cambio, los salarios ejecutivos se dispararon. Entre 1991 y 2000, las ganancias
promedio de los 1.000 ejecutivos más altos de las empresas de Silicon Valley
subieron más de 3.000 por ciento en términos reales. En el mismo período, el
ingreso anual promedio de los obreros de la industria electrónica cayó siete por
ciento: de 38.000 a 35.000 dólares anuales. Esto significa que los ingresos en
el sector aumentaron de una proporción de 42 a uno en 1991, a una proporción de
956 a uno en 2000. Silicon Valley ha sido reconocido como un gran símbolo de la
Nueva Economía. Sólo puede haber unas pocas áreas de las economías capitalistas
avanzadas donde la disparidad de ingresos sea tan marcada.
Las desigualdades en Estados Unidos han aumentado
mucho en las últimas tres décadas, si se miden según el coeficiente de Gini. El
capitalismo estadounidense ha generado una de las transferencias de riquezas más
colosales de la época moderna. Alrededor de la décima parte de la casta
hiperprivilegiada del capitalismo estadounidense posee 80 por ciento de la
riqueza del país. Las 10.000 familias más ricas se han apropiado de una riqueza
neta (activo sin pasivo) equivalente a lo que poseen los 20 millones de familias
más pobres. Los 10 ejecutivos mejor remunerados del mundo empresarial obtuvieron
un ingreso de 154 millones de dólares por año, mientras que en 1981 esa cifra
era de apenas 3,5 millones. Como nos recuerda el novelista Gore Vidal, Bush y
sus acólitos, junto con su guardia pretoriana de empresarios, no fueron
catapultados al poder para aumentar la carga impositiva de la plutocracia. En
1950, el impuesto sobre las utilidades representaban 25 por ciento del ingreso
federal; en 2001, el porcentaje cayó a 8,9. La brecha que se abre
monstruosamente entre los salarios anuales promedio de los trabajadores,
ajustables con la inflación, y los de los ejecutivos de las 500 compañías
seleccionadas por Fortune entre 1970 y 2000 (ver Cuadro 2),
constituye un síntoma de la desigualdad creciente.
El crecimiento de la deuda, que va de la mano con
las desigualdades existentes, no es una aberración sino parte del imperio que se
desmorona y cuyos apóstoles siguen ocultando la enfermedad que afecta a la
sociedad con la sórdida retórica de los "derechos humanos" y la "democracia".
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Frederic Clairmont es especialista en finanzas
internacionales.
Cuadro 1
Estados Unidos: Deuda extraordinaria por sectores
(en miles de millones de dólares)
Año |
Total |
Gobierno |
Hogares |
Comercio |
Comercio financiero |
|
|
|
|
No
inanciero |
Nacional |
Extranjero |
1961 |
10.278 |
355,5 |
289,9 |
285,4 |
53,0 |
35,0 |
1974 |
2.411,8 |
566,4 |
663,4 |
842,5 |
258,3 |
81,2 |
1984 |
7.439,0 |
1.877,8 |
1.918,2 |
2.355,1 |
1.052,4 |
235,5 |
1994 |
17.204,3 |
4.614,0 |
4.426,8 |
3.971,0 |
3.822,2 |
370,3 |
1999 |
25.678,7 |
4.933,5 |
6.464,3 |
6.055,7 |
7.607,0 |
618,2 |
2000 |
26.497,2 |
4.664,4 |
6.497,4 |
6.529,3 |
8.547,1 |
746,7 |
2001 |
29.472,7 |
4.762,0 |
7.088,5 |
6.921,3 |
9.383,8 |
712,9 |
2002 |
29.968,4 |
4.806,1 |
7.245,1 |
6.953,2 |
9.617,1 |
725,2 |
1964 = 100 |
1964 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
1974 |
235 |
159 |
222 |
295 |
487 |
232 |
1984 |
724 |
528 |
642 |
825 |
1.986 |
673 |
1994 |
1.675 |
1.298 |
1.481 |
1.391 |
7.212 |
1.058 |
1999 |
2.498 |
1.388 |
2.163 |
2.122 |
14.353 |
1.766 |
2000 |
2.578 |
1.312 |
2.241 |
2.287 |
15.958 |
2.133 |
2001 |
2.867 |
1.339 |
2.445 |
2.425 |
17.705 |
2.064 |
2002 |
2.915 |
1.353 |
2.449 |
2.436 |
18.146 |
2.072 |
Cuadro 2
|
1970 |
2000 |
Indice de
crecimiento |
1. Salarios |
35.522 |
35.974 |
0,33 |
2. Remuneración real
de empleados ejecutivos |
1,3 m |
45,0 m |
12,53 |
Proporción (1:2) |
1:40 |
1:1.250 |
|
|