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No. 59 - Agosto 1996

HÁBITAT II

Una cumbre a mitad de camino de sus ambiciosos objetivos

por Pang Hin Yue

La segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos (Hábitat II), celebrada en Estambul del 3 al 14 de junio de 1996, debía resolver dos temas básicos: vivienda adecuada para todos y el desarrollo de asentamientos humanos en un mundo en proceso de urbanización. Para los optimistas, la cumbre logró un consenso para resolver los problemas de la decadencia urbana. Sin embargo, muchos la vieron como otra de las tantas reuniones repletas de discursos pero faltas de compromisos concretos.

Hábitat II, la última cumbre de las Naciones Unidas en lo que resta del siglo, con un costo de unos 1,7 millones de dólares, casi seis veces menos que el de la Cumbre de la Tierra de 1992, debía finalizar la noche del 14 de junio con un gran despliegue de fuegos artificiales, pero a las 10 de la noche, después de cerca de dos semanas de negociaciones, los dignatarios todavía estaban en la sala de conferencias lanzándose diatribas. Sólo a las 4 de la madrugada -cuatro horas después del plazo oficial- pudieron ponerse de acuerdo para aprobar el Programa de Hábitat y la Declaración de Estambul.

Ambos documentos subrayan el compromiso de los estados miembros por mejorar las condiciones de vida de un mundo en proceso de urbanización para los próximos 20 años, pero se trató de quitarle fuerza al texto.

El Plan de Acción Global, por ejemplo, no tiene carácter obligatorio, carece de objetivos específicos para eliminar el creciente deterioro de las condiciones de los asentamientos urbanos -barrios marginales y personas sin hogar-, que reconoce en especial en el mundo en desarrollo, y tampoco contempla un mecanismo para asegurar su aplicación. En cambio, subraya el derecho soberano de cada Estado a instaurar sus propios programas nacionales para alcanzar dos objetivos del Programa de Hábitat: vivienda adecuada para todos y asentamientos humanos sustentables en un mundo en proceso de urbanización.

La soberanía que cada Estado miembro tan celosamente guardada les da vía libre para interpretar el Programa de Hábitat según su entender o conveniencia.

Muchos países en desarrollo consideran el "desarrollo sustentable" sinónimo de "antidesarrollo", como lo evidenciaron los delegados del Sur. Tal vez ellos ignoren las nobles intenciones del Programa de Hábitat en cuanto a procurar actividades consideradas "económicamente viables". En el pasado, hubo muchos casos en que la maximización de las ganancias se hizo a expensas de la erradicación de los sectores urbanos pobres, desatendiendo los principios más elementales de planificación del uso de la tierra, como atestiguaron en Hábitat II varios representantes de organizaciones comunitarias.

Estas organizaciones sostienen que muchos de los males urbanos tienen su raíz en el acceso desigual a la vivienda y a la tierra. En la medida que los gobiernos no ofrecen seguridad en materia de vivienda y de tenencia de la tierra, declara el coordinador de Eviction Watch, Denise Murphy, los intrusos, u ocupantes ilegales, no tienen motivaciones para preocuparse por el entorno, sumándose así a la degradación del medio urbano y su estado de salubridad.

Pero el énfasis puesto en la globalización de la economía de mercado y la obsesión de la mayoría de los países en desarrollo por la idea de "ponerse al día" con sus pares del Norte sólo sirven para perpetuar las desigualdades que Hábitat II aspira a resolver. Tal vez la falla esté también en Hábitat II por marcar la necesidad de lograr el crecimiento económico a través de la urbanización, a pesar de reconocer sus disfunciones sociales y ambientales.

Los síntomas, no las causas

Quienes se oponen a la dominación de las empresas trasnacionales -que algunos denominan poscoloniales- argumentan que para resolver los males urbanos es necesario corregir en primer lugar el desequilibrio del orden económico mundial. Lamentablemente Hábitat II se convirtió en una cumbre que busca formas de curar los síntomas de la decadencia urbana en lugar de atacar sus causas.

Por otro lado, los estados miembros podrían interpretar que los grandes complejos de bloques de apartamentos son "viviendas adecuadas". ¿Pero a qué costo? La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que las formas de convivencia que impliquen una proximidad demasiado cercana podrían provocar una serie de problemas sociales y de salud, como violencia familiar y consumo abusivo de drogas.

En Hábitat II se debatió sobre muchos temas: economía, estructura social, política, medio ambiente, salud, derecho a la vivienda, derechos de la mujer, tenencia de la tierra, gestión de los recursos, cultura y el papel de las autoridades locales. Pero con tantos y tan variados temas, la cita se convirtió en escenario de un pugilato, viendo resurgir temas muy sentidos, como los relacionados con el control demográfico frente a los derechos reproductivos de la mujer.

Todos querían hacerse oir: los representantes gubernamentales y los de ONG, los defensores del derecho a decidir y sus acérrimos enemigos, los que se manifiestan "a favor de la vida". También estaban allí los bohemios hoy líderes espirituales, los ambientalistas, los trabajadores sociales, los sindicalistas, los políticos, los jóvenes, los sin techo, los pobres, los planificadores urbanos, los arquitectos, los doctores, los activistas de los derechos de los homosexuales y los que discriman a los homosexuales.

Los países desarrollados, que no quisieron comprometerse a ofrecer el "derecho a una vivienda adecuada", fueron los que más fuerte hablaron en la cumbre, siendo sólo igualados por los países del Sur, que gastaron sus energías acusando al Norte de no pagar sus deudas en lugar de buscar soluciones de autoayuda.

En los días siguientes, Estados Unidos quedó como el malo de la película, luchando sistemáticamente por omitir cualquier referencia al "derecho a una vivienda adecuada" en el Programa de Hábitat, por miedo a enfrentar internamente las posibles demandas de sus ciudadanos en este sentido. La reticencia a reconocer ese derecho provocó una reacción de las ONG de todo el mundo, que en las calles de Estambul reclamaron "¡Derecho a la vivienda ya!"

Sin duda que causaron efecto. El Grupo de los 77 y China, y la Unión Europea apoyaron la movilización y finalmente se logró un acuerdo con Estados Unidos. Se evitaría toda referencia concreta con la frase "lograr cabal y progresivamente que se haga realidad el derecho a una vivienda adecuada".

La financiación

Por supuesto, el tema del financiamiento necesario para cumplir los objetivos de asentamientos humanos sustentables con viviendas y condiciones sanitarias adecuadas y otras comodidades nunca estuvo alejado de las mentes de los países menos desarrollados. Pero sus primos ricos, como los países de la Unión Europea que todavía se están recobrando de una recesión económica, no se comprometieron con una cifra concreta para ayudarlos.

"El dinero no viene de los gobiernos. Viene de nuestros contribuyentes. Es por eso que debemos volver a nuestros países respectivos a buscar la aprobación de nuestros parlamentarios antes de hacer cualquier tipo de promesa", declaró un vocero de la Unión Europea.

El secretario general de Hábitat II, Wally N'Dow, quien tuvo una ardua tarea tratando de convencer a los delegados y a la prensa que la cumbre había sido todo un éxito, admitió que el dinero gastado en armas podía haber sido usado para mejorar los asentamientos humanos. "Parte de los 800 millones de dólares que se gastan anualmente en armas deberían gastarse en servicios básicos, como agua potable y saneamiento. Si cada nación reduce su presupuesto militar en un 5 por ciento, el mundo podría resolver las necesidades en materia de vivienda", afirmó.

El presidente de Turquía, Suleyman Demirel, expresó en forma concisa: "el éxito de Hábitat II depende de la voluntad política para traducir la Declaración y el Programa en acciones concretas. No deberíamos dejar estos dos documentos durmiendo en algún estante; deberíamos considerarlos fuentes de consulta para que de tanto en tanto nos refresquen la memoria."

Pang Hin Yue es periodista del diario de Malasia "The New Straits Times". El presente artículo apareció en dicha publicación el 25 de junio de 1996 y es reproducido aquí con la debida autorización de sus editores.






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