No. 61 - Octubre/Noviembre 1996
CUBA-ESTADOS UNIDOS
El fin del bloqueo es cuestión de tiempo
por
Lisandro Otero (*)
Las relaciones con Cuba es una de las primeras tareas que debe enfrentar Bill Clinton tras su reelección como presidente de Estados Unidos y aunque tiene una deuda con los cubanos exiliados que en Florida lo hicieron triunfar con sus votos, el escritor cubano Lisando Otero considera que más pesarán el fracaso del bloqueo y el anonadante rechazo mundial a la ley Helms-Burton.
Una de las primeras tareas que debe enfrentar el nuevo gobierno de Bill Clinton, en política exterior, es la de las relaciones con La Habana.
Después de haber iniciado una serie de acercamientos con la isla del Caribe, la administración demócrata retrocedió rápidamente tras el derribo de las avionetas de la organización contrarrevolucionaria "Hermanos al Rescate", el pasado 24 de febrero. Clinton firmó con prontitud una iniciativa que había estado demorándose en las oficinas de la Casa Blanca: la ley Helm-Burton. La intensificación del bloqueo a Cuba que esa ley llevó hasta extremos demenciales, recibió una repulsa mundial.
Ante tanto rechazo Clinton utilizó una de las facultades que le otorgaba la ley: la suspensión temporal de una parte de ella, alegando el interés nacional, por períodos de seis meses. Esa interrupción no podía ser revocada por el Congreso. Fue una especie de tregua mientras terminaba la campaña electoral.
Pero ahora el reelecto presidente debe decidir si deja que la ley siga su curso o si prorroga la suspensión. El mantenimiento del Congreso en manos republicanas hará más difícil cualquier rectificación. También pesar en el ánimo del presidente que el estado de la Florida le entregó sus 25 votos electorales y esto se debió a los sufragios de los cubanos que han hecho de la península su segundo hogar.
Habría que hacer una evaluación de los efectos de la iniciativa en su primera etapa. Hace cuatro años, cuando se aprobó la Ley Torricelli --un anterior dispositivo congresional para apretar aún más las tuercas a la isla--, existían en Cuba 50 asociaciones económicas con capital extranjero. Ahora hay 240.
El gobierno de La Habana asegura que la cifra de inversiones foráneas en Cuba asciende a 2.100 millones de dólares. La Ley Torricelli no ha hecho tanto estrago como se esperaba.
También sería indispensable evaluar cuál es la disposición de Fidel Castro para intentar una avenencia con Washington. Cuba nunca se ha negado a negociar indemnizaciones con los gobiernos que lo han solicitado, dentro de un marco de razonables reclamos amparados por un saludable comercio. Así se ha hecho con España y Argentina, entre otros.
En México ha ocurrido una unanimidad sorprendente de todos los partidos y organizaciones políticas en el rechazo a la Ley Helms-Burton, lo cual no se logra fácilmente, aún en proyectos de interés nacional. El Congreso mexicano diseñó una legislación que aplicaría medidas de reciprocidad al comercio con Estados Unidos, en la misma medida en que resulten perjudicados sus connacionales.
El rechazo mundial que ha recibido la Ley Helms-Burton ha sido anonadante. Ello ha sido fuente de terribles dificultades de Estados Unidos en sus relaciones internacionales.
Tanto la Unión Europea como la Organización de Estados Americanos, Japón, Gran Bretaña, Francia, entre muchos otros países, han expresado su desaprobación de la injerencista iniciativa. Canadá ha elaborado una ley antídoto, la "blocking statute".
Hasta el gobierno de España, liderado por el conservador José María Aznar, que en un inicio pareció dispuesto a apoyar la ley, presionado por la visita del vicepresidente Al Gore, ha dado marcha atrás y su canciller, Abel Matutes, ha declarado que la considera "intrínsecamente inadmisible e inaceptable".
La Ley Helms-Burton implica otras áreas de fricción internacional. Estados Unidos tiene tratados bilaterales con 61 países, que permiten la libre entrada de sus ciudadanos para realizar intercambios comerciales. Impedirles el acceso significaría una ruptura de convenio y muchos nacionales de Estados Unidos pudieran verse impedidos de acceder a otros países donde tienen negocios en marcha.
Es sabido que el Título III de la ley Helms-Burton, que reglamenta las demandas, fue redactado por Ignacio E. Sánchez, un abogado de Miami. Sánchez fue consultado en el proceso de redactar la Ley y reflejó en sus opiniones los ambiciosos intereses de los cubanos exiliados.
Es poco usual que una norma legislativa estadounidense haya sido hecha a la medida de los deseos de una minoría de extranjeros, olvidando los grandes intereses nacionales y las metas estratégicas de la nación.
Muchos empresarios consideran que dados los inmensos saltos tecnológicos efectuados en los últimos 35 años las industrias que Estados Unidos poseía en Cuba ha pasado a la categoría de chatarra.
Ello no incluye a la importante industria azucarera que ha tenido que ser modernizada varias veces, al costo de importantes inversiones, a lo largo de estos decenios.
Existen dos vías claramente manifiestas: de una parte, quienes desean apretar más la tuerca para hacer caer a Cuba por estrangulamiento y de la otra, quienes quieren normalizar las relaciones para suavizar desde adentro, o sea, propiciar una democratización apoyándose en las fuerzas locales. De una parte, quienes promueven un cambio con violencia, con derramamiento de sangre y valor ejemplificador contra toda rebeldía, y de otra, quienes desean una transición pacífica que favorezca una apertura.
La opinión internacional se inclina, cada vez más hacia quienes promueven un puente sin rupturas. El levantamiento del bloqueo de Estados Unidos a Cuba es cuestión de tiempo, más o menos. La campaña electoral de este año y los estertores finales de los revanchistas de Miami, solamente lograron retardar una inevitable concertación.
Algunos se preocupan con lo que va a suceder después de la normalización. Durante 35 años de enemistad entre Cuba y Estados Unidos se acrecentó una inmersión profunda en las raíces de la identidad isleña. Pero ahora vendrán los años de la amistad.
¿Resistirán los rasgos nacionales una armonización feliz con Estados Unidos? Esa es la interrogación que se abre ante la perspectiva de que nuevos estilos de vida más holgados irrumpan en la sociedad cubana educada en la austeridad, y de que los medios de comunicación masiva, la cultura oral, escrita y electrónica estadounidenses entren como un huracán avasallador en una isla que se ha mantenido ajena a ese orbe y no ha creado anticuerpos.
Todos los cubanos desean, con razón, el mejoramiento de la calidad de su vida, pero ¿sería Cuba sofocada por la concordia?
¿Logrará la paz lo que no pudo la guerra?.
(*) Lisandro Otero, escritor y periodista cubano radicado en Mexico.
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