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   No. 63/64 - Enero/Febrero 1997
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Comunicación


No. 63/64 - Enero/Febrero 1997

COMUNICACIÓN

En Internet somos balseros

En la calma chicha de océanos vacíos, teléfonos ocupados, conexiones abortadas, lentitudes desesperantes para llegar a la esquina, se dibuja el perfil de un servicio caro y poco servicial, dice el escritor Juan Martini en un artículo publicado el 4 de diciembre en el diario Clarin de Buenos Aires. Entre las innumerables dificultades que afrontan los usuarios de Internet la menor no es tener que pedir socorro a los proveedores.

Prisioneros en la red, los usuarios argentinos de Internet nos movemos en el ciberespacio con el corazón en la boca y repitiendo incesantemente algunas plegarias de rigor que buscan moderar la furia de los elementos en ese mar desconocido y bravío.
La primera plegaria está destinada a la comunicación telefónica. Entre las 18 y las 24, de lunes a domingo, conseguirla en el primer intento es un logro que debería figurar con letras de oro en el libro de los récords.

La segunda plegaria, si es que se puede de alguna manera entrar en Internet, tiene la forma de una súplica o de un exorcismo para que la comunicación --conseguida con tanta paciencia, o de pura casualidad-- no se corte. No hay nada más bochornoso, cuando --¡por fin!-- se llega a la página tan deseada, que la conexión se corte y nos deje en el vacío, en la nada.

La tercera plegaria se dirige a las enigmáticas ecuaciones que rigen la velocidad en la red. Hay días --casi todos-- en que la lentitud en la que se ahogan los internautas haría empalidecer de envidia a las tortugas. En el mundo, los usuarios llegan a los 35 millones. En la Argentina apenas somos 18.000. Es fácil imaginar la lentitud que alcanzaremos en cuanto se abonen 10 o 12 argentinos más.

Entonces, de vez en cuando, a la deriva o decisos entre la desilusión y la ira, los usuarios resuelven pedir ayuda a los soportes técnicos de los proveedores. Esto es peor. Las respuestas que reciben son demoledoras: "Su módem es de 14,4, una miniatura, cómprese uno más grande"; "Usted tiene un problema de incompatibilidad en el software"; "Su hardware, no se ofenda, es una porquería", "Lamentablemente...", etcétera.

El oro y el moro

Bien: ninguna de estas respuestas es ni muy cierta ni deasiado consistente. En el 90 por ciento de los casos, cualquier usuario que cuente en su PC con un procesador 486 o Pentium, como un módem de 14,4 Kbps, con una plaqueta de sonido, con programas tales como Netscape, Eudora y otros, o con Windows 3.1 o 95, tiene todo lo que hay que tener para estar correcta y dignamente en Internet. Lo único que le falta es un buen proveedor. Pero casi siempre el proveedor cree que usted es un ignorante, por no decir un idiota. Hace pocos días, en un diario de Buenos Aires, los proveedores argentinos de Internet denunciaban que el 90 por ciento de las consultas que reciben se debe a la ignorancia de los usuarios.

Esto no es exactamente así. El problema es que los proveedores prometen más de lo que cumplen: conexiones instantáneas, comunicaciones on line, velocidad de vértigo, sonido como en el cine, acceso a foros o newsgroups... el oro y el moro. El problema es que los proveedores no configuran bien los programas que cada usuario necesita. El problema es que los soportes técnicos están compuestos sólo por dos o tres jóvenes que no dan abasto para sostener tanta demanda insatisfecha. Así que, cuando los usuarios reclaman con un poco más de energía que se cumpla con lo ofrecido, y que usted paga, los soportes técnicos --que se fastidian a gran velocidad-- pretenden que usted se reprograme solo, pero, eso sí, con la ayuda de un fax de 30 o 40 páginas con instrucciones. O sea, comience a fabricar su balsa, porque navegar, lo que se dice navegar, será difícil para usted.

Hay, como siempre, una alternativa. Es la siguiente pesadilla: usted insiste y su proveedor le manda un técnico a su casa --servicio que hay que pagar aparte, es claro--, y así llega a su casa un joven que no habla, no escucha, mastica chicle, se sienta cinco minutos frente a su máquina, teclea con indiferencia, hace una brevísima demostración, dice "Ok, man". Usted firma y él se va.

La pesadilla se hace realidad cuando usted intenta reproducir algo de lo que el joven técnico le demostró que se podía hacer. Lo más probable es que ni siquiera consig abrir el modesto programa de su correo electrónico. Y cuando vuelva a llamar al soporte, le dará infinitamente ocupado o no lo atenderán nunca.

Es un momento, ese, difícil. Usted está solo, sin ayuda, acusado en los diarios de ignorante, inválido frente al futuro que se le escapa de las manos.

Guía para idiotas

Algunos casos son todavía más desconcertantes. Usted, por ejemplo, tiene una Pentium de una marca imbatible, multimedia, perfectamente equipada. Pero su proveedor, después de un vuelo rasante de algún joven de soporte técnico, le informa sin que le tiemble la voz que su máquina es incompatible consigo misma. O sea, que para entrar en Internet, por ejemplo, a través del programa Explorer de Windows 95 usted debe realizar 15 o 16 pasos previos para desconectar el teléfono, el fax, el acceso directo a líneas telefónicas, tres o cuatro programas más que a su proveedor le molestan o no conoce y habilitar, en cambio, otros tres o cuatro programas que según su proveedor son los únicos que usted puede usar en esa chatarra de última generación que ha cometido, usted, la estupidez de comprarse. Vale decir: como si le dijeran a Damon Hill que con un Renault es de idiotas querer correr en Fórmula 1.

Desde 1993, en los Estados Unidos existen manuales como la Guía completa de Internet para idiotas. Sin llegar a tanto, Microsoft ha probado con Windows que a nadie le interesa ya que nadie sea un experto en computación para poder usar una computadora. Este disparate sólo lo sostienen, hoy, aparentemente, los proveedores argentinos de Internet, que después de aceptarlo a usted como usuario se quejan de que usted no entiende nada.

Por eso en la Argentina no hay navegantes. En la calma chicha de océanos vacíos, teléfonos ocupados, conexiones abortadas, lentitudes desesperantes para llegar a la esquina, etcétera, se dibuja el perfil de un servicio caro y poco servicial. No, aquí no hay navegantes. Los argentinos, en Internet, somos balseros.






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