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Comunicación


No. 63/64 - Enero/Febrero 1997

COMUNICACIÓN

Irak y la prensa occidental

por John Pilger

¿Cuándo comenzarán los periodistas occidentales a informar sobre la hipocresía y el terrorismo de sus propios gobiernos, en lugar de encubrirlos?, se interroga el autor en alusión a la actitud asumida por los grandes medios de prensa en la guerra del Golfo.

Aunque en general la opinión pública se opuso a la guerra del Golfo en 1991, la acción encabezada por Estados Unidos recibió el apoyo de todos los grandes medios de prensa occidentales, con la única excepción de The Guardian.

Las noticias consistían a menudo en la descripción de grandes hazañas tecnológicas, muchas veces falsas, como los ataques sobre los depósitos de misiles scud de Irak, que no fueron destruídos como se afirmó. Contrariamente a lo que se decía en la propaganda, menos de 10 por ciento de armas "inteligentes" alcanzaron sus objetivos.

The Independent y otros periódicos destacaban "el número de víctimas milagrosamente bajo", aunque luego se demostró que los aliados, principalmente las fuerzas estadounidense y británica, mataron a 200.000 personas. La mayoría de ellas pertenecían a las minorías kurda y chiíta, a quienes el presidente estadounidense George Bush y el primer ministro británico John Mayor supuestamente protegían.

En setiembre pasado, cuando Estados Unidos envió misiles a Irak como represalia por el ataque a los kurdos en el norte de país, muchos informativos de televisión se refirieron a edificios totalmente destruídos como "supuestamente alcanzados" y afirmaron que los Tomahawks y los B52 destruyeron sólo "instalaciones de radar" y "centros estratégicos de control".

En una nueva celebración de la tecnología, la BBC y la ITN presentaban a los Tomahawks elegantes y maravillosos mientras despegaban en el amanecer. Las prioridades electorales del presidente Bill Clinton fueron mencionadas al pasar, como si los asuntos de vida o muerte fueran irrelevantes.

El segundo Adolfo Hitler

Además de la promoción de la guerra como ciencia, el triunfo de la propaganda de la guerra del Golfo consistió en la presencia de Saddam Hussein como segundo Adolfo Hitler. "Atrapar a Saddam" era el imperativo que todo lo justificaba, mientras se desatendía cualquier sugerencia sobre el sufrimiento de miles de iraquíes inocentes.

Pero la deformación del intelecto del público no era únicamente responsabilidad de los diarios. En el estudio sobre la cobertura de la guerra del Golfo por la prensa británica realizado en 1993 para Glasgow Media Group por los analistas Greg Philo y Greg Mc Laughlin, se describe la incesante difusión de videos del Pentágono en la BBC. "Como si fuesen dos comentaristas deportivos, David Dimbleby y el corresponsal David Shukman eran presas del entusiasmo", dice el informe. "Pedían congelación de imágenes y replays mientras señalaban en la pantalla con punteros luminosos", agrega.

Esta actitud no se modificó después de 1991. La última acción de Clinton en Irak fue, por lo menos, ilegal. Además, sus misiles se dirigieron al sur del país, donde no hay kurdos que "defender" ni tropas iraquíes que castigar. Y los kurdos a los que Saddan Hussein ayudó ocuparon todo el norte en disputa, lo cual echa por tierra el argumento utilizado para justificar el ataque de Estados Unidos.

Resulta fácil de imaginar la reacción de los medios si Rusia hubiera hecho algo similar en Turquía, un "aliado" de la OTAN cuyo ejército ha diezmado a la población kurda con armas suministradas por Estados Unidos y la aprobación de Clinton.

Ningún misil sobre Jakarta

Ningún misil cayó sobre Jakarta, en cambio, cuando el dictador indonesio Alí Suharto llevó a cabo la tarea -aprobada por Occidente- de diezmar la población de Timor Oriental y asesinar a su propio pueblo "en una escala asombrosa", según Amnistía Internacional.

La lista de gobiernos que merecerían misiles podrían llenar muchas páginas más.

La cuestión subsiste: ¿cuándo se dedicarán los periodistas a informar sobre la hipocresía y el terrorismo de sus propios gobiernos, en lugar de encubrirlos? "Imperialismo" es la palabra que nadie se atreve a pronunciar; sin embargo, la gente tiene derecho a saber sobre la rehabilitación del poder y el pensamiento imperial de Occidente en el mundo de la posguerra fría. Los periodistas que entienden esto elogian los informes de Reiner Luyken, corresponsal en Londres del diario independiente de Hamburgo Die Zeit, quien escribió: "He vivido en Gran Bretaña por mucho tiempo, y sé que la autocensura es tan común que los periodistas la admiten sin avergonzarse".

La Organización Mundial de la Salud informó recientemente que 500.000 niños murieron en Irak como consecuencia directa de las sanciones impuestas por Estados Unidos y Gran Bretaña. La Cruz Roja describió las "catastróficas condiciones" en que vive la población iraquí, mientras Washington intentaba impedir una excepción al embargo por el cual Irak finalmente fue autorizado a vender 2.000 millones de dólares en petróleo para adquirir alimentos y suministros médicos para su pueblo.

Para la mayoría de los medios, esto no es noticia.

Tampoco lo es la falsedad de la campaña angloestadounidense contra Saddam Hussein, ni que "la bestia de Bagdad" continúa siendo la conveniente encarnación de lo que la Oficina de Asuntos Exteriores denominó "la fachada árabe". El gobierno de Estados Unidos según The New York Times, siente nostalgia por los viejos tiempos, cuando "la mano de hierro de Saddam mantenía a Irak unido, para la satisfacción de los aliados estodounidenses Turquía y Arabia Saudita".

Durante la matanza de 1991, el gobierno británico apresó a cuantos líderes de la oposición iraquí pudo. La verdad es que Saddam Hussein aún era su hombre, o el hombre de George Bush, a quien respaldaba contra los mullahs de Irán y en quien confiaba para proteger los intereses de Estados Unidos.

Sin interés

Poco después de la invasión de Saddam a Kuwait en 1990, el jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el general Colin Powell, se opuso a la intervención militar, prediciendo que Saddam se retiraría y colocaría en su lugar "un títere, y todo el mundo árabe estaría feliz".

En realidad Saddam intentó desentenderse, pero la administración Bush no estaba interesada en ello. Por el contrario, quería demostrar su nueva condición de única superpotencia, e irak era el escenario perfecto. También deseaba hacer alarde de su perdurable poder militar y así encubrir la disminución de su poder económico, y de paso proteger el petróleo saudita de la competencia iraquí, de menor costo.

Cada una de las numerosas ofertas formuladas por Saddam fue ignorada. Los medios occidentales apenas informaron sobre este asunto, excepto la publicación neoyorquina Newsday. Para más detalles, recomiendo la lectura del último libro de Noam Chomsky, poder y perspectivas (South End Press, Boston).

"Necesitamos unir nuestras fuerzas populares para resistir y superar la sórdida confusión que permitimos crear y las elites cínicas, para así transformar este mundo en un planeta de belleza arrolladora", exhortó Erskine Childers, el gran escritor irlandés y pacificador de las Naciones Unidas, quien falleció el 24 de agosto pasado. Aquellos periodistas que se sientan agentes de las personas, y no del poder, seguramente escucharán sus palabras.

El artículo que antecede fue publicado por primera vez en The New Statesman (13 de setiembre de 1996) y se reproduce con la autorización de sus editores.






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