No. 63/64 - Enero/Febrero 1997
En la primera quincena de enero de 1997 las oficinas de estadística de los Estados Unidos divulgaron los datos oficiales sobre el desempleo en el último trimestre, mostrando que éste había bajado medio punto porcentual y llegaba a uno de los menores niveles de las últimas décadas. Junto a la noticia la prensa divulgó la reacción inmediata de la bolsa de valores: el índice Dow Jones cayó de inmediato. Lo que para la gente era una buena noticia resultó ser un mal síntoma para Wall Street.
En la primera quincena de enero de 1997 las oficinas de estadística de los Estados Unidos divulgaron los datos oficiales sobre el desempleo en el último trimestre, mostrando que éste había bajado medio punto porcentual y llegaba a uno de los menores niveles de las últimas décadas. Junto a la noticia la prensa divulgó la reacción inmediata de la bolsa de valores: el índice Dow Jones cayó de inmediato. Lo que para la gente era una buena noticia resultó ser un mal síntoma para Wall Street.
No hace muchos años los economistas hubieran esperado el resultado inverso: más gente trabajando quiere decir mayor capacidad de consumo, más producción, crecimiento económico y por lo tanto mayor prosperidad para las empresas y mejores cotizaciones de sus acciones. En la economía de fin de siglo, en cambio, lo que es bueno para los que trabajan y producen genera temores de inflación, recalentamiento de la economía, aumento de las tasas de interés y por consiguiente menor rentabilidad para las colocaciones financieras.
En febrero de 1996 durante una reunión convocada por el Banco Interamericano de Desarrollo, el consultor Luis Ratinoff divulgó un estudio comparativo sobre tasas de homicidios en el mundo: menos de dos cada cien mil habitantes en Asia y el Oriente Medio Entre dos y tres para los países desarrollados (sin contar a Estados Unidos, con 11). Rusia registró más de cinco muertes cada cien mil habitantes, mientras que Argentina, que tradicionalmente tuvo un índice "normal" de menos de cinco subió a 12, el mismo nivel de Sri Lanka, donde hay una guerra civil. Brasil, con la distribución de ingresos más desigual del mundo (51% de la riqueza en manos de 10% de la población) tiene 24 homicidios al año cada cien mil habitantes. En Uruguay, con una de las mejores escalas latinoamericanas de distribución de ingresos, la tasa era de 4, similar a la Francia e Italia.
No obstante, en declaraciones al semanario "Búsqueda" el autor del estudio señaló que es probable que la criminalidad "aumente un poco" en este país, que tiene a Argentina y Brasil como vecinos y en el que "las tendencias económicas van a crear un poco de inestabilidad en esta sociedad que hasta ahora ha sido tan estable". Las "tendencias económicas" son de mayor integración de la economía a los mercados regionales y mundiales.
La criminalidad ya es concebida como inevitable, un precio a pagar. El desempleo es visto por los economistas como necesario para contener la inflación. La insatisfacción personal es deseable, ya que sin ella no habría mercado para tantos productos innecesarios. Son facetas de este fenómeno al que los franceses llaman "mondialization" y en inglés se denomina "globalization".
En este número dedicado al tema optamos concientemente por el anglicismo: la idea de globo lleva intrínseco el concepto de que puede desinflarse... o reventar.
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