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No. 63/64 - Enero/Febrero 1997

FMI Y BANCO MUNDIAL

Las "gemelas de Bretton Woods" en el proceso de globalización

por Michael Tanzer

En el siguiente análisis sobre el papel del FMI y el Banco Mundial en el proceso de globalización, se explica cómo "las gemelas de Bretton Woods" representaron siempre los intereses de los países industrializados en contraposición a los del Tercer Mundo. Pero aunque la globalización incrementó en forma inmensurable el poder de las transnacionales, sería incorrecto sugerir que ha vuelto irrelevante al estado-nación.

La historia del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial se remonta más de 50 años, cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial, y particularmente a los años siguientes a 1950, una vez completada la reconstrucción de Europa.

En el período de posguerra debe hacerse una distinción esencial entre una primera etapa de rápido crecimiento económico, aproximadamente entre 1950 y 1973, y una fase posterior de crecimiento relativamente lento o estancamiento económico, desde 1973 hasta la fecha.

Dos cifras resumen la diferencia entre ambos períodos: para los países industrializados en su conjunto, la tasa promedio de crecimiento anual fue de 4,4 por ciento en el período 1950-1973, mientras desde 1973 sólo alcanza a 2,4 por ciento. Además, y de forma relacionada, en la primera etapa Estados Unidos dominaba unilateralmente la economía mundial, mientras en la actual el dominio lo disputan Estados Unidos, Alemania y Japón.

¿Qué causó este cambio de una economía de alto crecimiento a una de bajo crecimiento? En Estados Unidos, que emergió de la Segunda Guerra Mundial como la economía dominante y la locomotora del crecimiento económico, se produjo en ese entonces una enorme demanda antes reprimida, tanto de bienes de consumo como de inversión, y también salieron a la luz importantes ahorros para la satisfacción de esas necesidades.

Por esta razón, en el período 1950-1973 hubo una explosión en la producción de televisores, automóviles y nuevas viviendas para un público que había visto frustrada la satisfacción de sus necesidades por la depresión y la guerra.

El crecimiento de los años 50 y gran parte de los 60 estuvo conducido por el desarrollo de áreas suburbanas y el auge de la construcción de viviendas y carreteras, con la consiguiente expansión de la industria automotriz. Junto con la demanda de viviendas familiares en los suburbios surgió la demanda de todo tipo de bienes, desde muebles hasta piscinas, y de obras de infraestructura como escuelas, calles y empresas de servicio público. Además, la guerra de Corea (1950-1953) dio un nuevo empuje a la economía estadounidense cuando comenzaba a declinar y el crecimiento casi constante de los gastos militares durante los años siguientes, acelerados por el conflicto de Vietnam, se transformaron en otro pilar de su crecimiento económico.

Finalmente, el crecimiento colectivo de los países industrializados se vio incrementado cuando primero Europa y luego Japón comenzaron a recuperarse de la guerra y a crecer con rapidez.

Pero en algún momento, a fines de los años 60, las fuerzas del estancamiento comenzaron a imponerse y en esto intervinieron varios factores. En primer lugar, primero en Estados Unidos y luego en Europa, se produjo una relativa saturación de la demanda de los consumidores privados. En segundo lugar, mientras el período del gran crecimiento benefició casi exclusivamente a Estados Unidos, para 1970 la competencia de Europa y Japón ya se hacía sentir. Debido a estos dos factores, las altas ganancias de los primeros años comenzaban a disminuir. Más importante aún, no había grandes innovaciones tecnológicas en la industria automotriz o de la construcción que significaran un estímulo para el crecimiento.

Como resultado, las décadas del 70 y 80 estuvieron marcadas por un enorme crecimiento de la inversión financiera y transacciones de naturaleza especulativa. Mientras a mediados de los 60 los préstamos bancarios internacionales representaban sólo uno por ciento del producto interno bruto (PIB) de las economías de mercado, para mediados de los 80 alcanzaban a 20 por ciento de PIB mucho mayores.

Al mismo tiempo, la época Reagan-Thatcher de desregulación y privatización estuvo acompañada por una modificación de la política fiscal y de gastos que desvió notoriamente los ingresos hacia los ricos. El cambio debilitó la demanda de bienes reales y servicios. Además, con el fin de la guerra fría, el sostén de la economía estadounidense en los años 80 -los gastos militares- ya no tenía mucha justificación.

Finalmente, es importante destacar que el proceso de globalización se inició precisamente en la etapa de estancamiento posterior a 1973, en gran medida como respuesta al fin del período de gran crecimiento.

De esta forma, la sobreacumulación de capital de producción para fines de la primera etapa (la otra cara de la moneda del subconsumo) significó un aumento de la competencia, y una consiguiente disminución de las ganancias. Esto, a la vez, obligó a las compañías a expandirse hacia el extranjero y causó un aumento de la inversión y la especulación financiera. Estos hechos fueron facilitados, más que causados, por los avances tecnológicos posteriores a 1973 en materia de computación, comunicación, transporte, etc.

Las gemelas de Bretton Woods

¿Cuál es el papel del FMI y el Banco Mundial en este proceso de globalización? Ambas instituciones fueron concebidas en la Conferencia de Bretton Woods de 1944 en reflejo de los intereses de Estados Unidos, la potencia abrumadoramente dominante del mundo en aquel entonces, que durante la Gran Depresión había sido afectada adversamente por la restricción defensiva de la moneda, el comercio y el capital en las colonias y ámbitos de influencia de sus rivales industriales.

Por lo tanto, Estados Unidos deseaba una era de posguerra basada en su tradicional política "de puertas abiertas", con la meta final de la abolición de casi todas las restricciones al flujo internacional de dinero para crear las máximas oportunidades de comercio e inversión. Así, el FMI y el Banco Mundial fueron concebidos como instituciones gemelas que trabajarían conjuntamente pero en diferentes ámbitos.

La tarea del FMI consistía en asegurar que en períodos de declive económico, los países no intentaran, como en la década del 30, solucionar sus problemas mediante la política de "pídele a tu vecino", por ejemplo, intentando aumentar sus exportaciones y reducir sus importaciones mediante restricciones al comercio y competitivas devaluaciones de sus monedas. De esa forma, la meta del FMI era que las naciones con dificultades en su balanza de pagos adoptaran medidas internas para mejorar su competitividad, tales como la reducción de los costos de producción mediante el recorte de salarios o de gastos gubernamentales, y no tomaran medidas que pudieran afectar negativamente a otros países, como la restricción o devaluación de la moneda.

El incentivo para la integración al FMI consistía en que, en caso de que un país tuviera algún desequilibrio en su balanza de pagos, podría obtener de la entidad préstamos a corto plazo que le darían el tiempo necesario para realizar los ajustes requeridos. Como condición para obtener tales préstamos, los países miembros tendrían que adoptar medidas sumamente impopulares, como recortes de salarios, eliminación de subsidios, privatizaciones y apertura a la inversión extranjera.

La estructura de votación en el FMI estaba directamente relacionada con el monto de dinero suscrito por los estados miembros, lo cual aseguraba que Estados Unidos, con 36 por ciento, fuera la voz dominante, junto con los otros países industrializados, que en total poseían la gran mayoría del capital suscrito. Aunque su proporción del capital cayó a 23 por ciento para 1974, Estados Unidos adquirió un poder de veto mediante una disposición que requería una mayoría de votos de 80 por ciento para ciertos temas clave. Cheryl Payer ofreció en 1974 un buen resumen del impacto real del FMI en la primera etapa de gran crecimiento económico: "El FMI nunca jugó un papel decisivo en el ajuste de las tasas de cambio o en las prácticas comerciales entre las ricas naciones industrializadas, pese a las grandes sumas que ha ofrecido para la defensa de sus monedas... ya que no puede dictar normas cuando existen desacuerdos fundamentales entre los titanes de las finanzas internacionales. Son, en cambio, los países más débiles los que están sujetos a la fuerza de los principios del FMI".

En cuanto al Banco Mundial, una vez completada la reconstrucción de los países industrializados devastados por la guerra, su principal función consistió en ofrecer préstamos a países del Tercer Mundo para financiar grandes proyectos de infraestructura como represas, plantas de energía, carreteras, etc. La inversión privada no podía o no deseaba hacerse cargo de estos proyectos, pero éstos sentaban las bases para la inversión privada en otros sectores, particularmente en la explotación de recursos naturales y en la manufactura.

La realidad

Como en el FMI, el poder de votación en el Banco estaba determinado por el capital suscrito, lo cual aseguraba que esta entidad también tuviera en cuenta, en primer término, los intereses de los países industrializados, y no los del Tercer Mundo. Así, desde un principio, Estados Unidos poseyó un gran porcentaje del capital suscrito del Banco (35 por ciento), y las naciones industrializadas en su conjunto, la gran mayoría. Además, la influencia de los países ricos aumentaba con la política del Banco de financiar gran parte de sus créditos pidiendo préstamos en los mercados de capital del mundo, los cuales, obviamente, estaban dominados por esos mismos países.

Aunque la creencia convencional es que los préstamos del Banco Mundial están destinados a promover el desarrollo económico en el Tercer Mundo, la realidad es que su función consiste en promover la inversión privada extranjera en las naciones pobres. Un buen ejemplo de los verdaderos motivos de la institución puede apreciarse en el área del petróleo.

Durante décadas, el Banco Mundial se negó a prestar dinero a países en desarrollo para inversiones altamente rentables en las áreas de refinación y producción de petróleo, insistiendo en que estas lucrativas oportunidades debían reservarse a los inversores extranjeros.

De esta forma, se puede concluir que en el período de gran crecimiento económico previo a la etapa de globalización, el Banco Mundial y el FMI funcionaron básicamente como servidores del capital occidental frente al Tercer Mundo, y su papel en la relación entre países industrializados era insignificante. En los años 70 y comienzos de los 80 ambas instituciones cumplieron su tradicional pero cada vez más importante función de contrarrestar el desafío presentado por el Tercer Mundo. Este desafío nació con el surgimiento de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y el esfuerzo de otros países productores de materia prima clave por mejorar las condiciones del comercio de sus exportaciones. El Banco Mundial en particular jugó un papel importante al impedir que países industrializados celebraran acuerdos unilaterales con naciones productoras de materia prima; en su lugar, encabezó esfuerzos multilaterales para incrementar el suministro de materia prima a todos los países industrializados. En otras palabras, el Banco Mundial realizó esfuerzos por impedir la formación de potenciales rivalidades entre naciones industrializadas, que hubieran favorecido la posición negociadora del Tercer Mundo. Además, en la década del 80, con el aumento de la globalización y la especulación financiera, ambas instituciones continuaron sus esfuerzos por asegurar que el Tercer Mundo permaneciera subordinado a las necesidades del capital internacional, cualquiera fuera el costo. Así, colaboraron para coordinar el manejo de la crisis de la deuda, en la que grandes bancos occidentales reciclaron petrodólares imponiendo préstamos a países como México y Brasil con un pésimo asesoramiento y utilizaron su enorme influencia para asegurar que esos países pagaran sus deudas. Como dice un informe de las Naciones Unidas, ''en 1983-89, los acreedores ricos recibieron 242.000 millones de dólares en transferencias netas sobre préstamos a largo plazo de países en desarrollo endeudados''. Sin embargo, pese a este enorme flujo de dinero del Tercer Mundo, la deuda total de éste, que era de 100.000 millones de dólares en 1970, se duplicó en los años 80, pasando de 650.000 a 1.350 millones de dólares.

Estas cifras no hacen justicia a su costo en términos humanos. Así lo explicó Davison Budhoo, un economista del FMI que renunció por principios en 1988: "Los programas de ajuste estructural (PAE) del FMI y el Banco Mundial fueron creados para reducir el consumo en los países en desarrollo y redirigir los recursos a la manufactura de exportación para el reembolso de la deuda.... El mayor fracaso de estos programas tiene que ver con su impacto sobre la población. Se estima que al menos seis millones de niños menores de cinco años murieron anualmente desde 1982 en Africa, Asia, y América Latina debido a la política genocida de los PAE del FMI y el Banco Mundial, y eso es sólo la punta del iceberg. Unos 1.200 millones de personas del Tercer Mundo viven actualmente en la pobreza absoluta (el doble que hace 10 años). Respecto del medio ambiente, millones de indígenas fueron desplazados de sus tierras ancestrales por grandes compañías ganaderas y madereras. En general, actualmente se reconoce que el impacto ambiental de las políticas del FMI y el Banco Mundial sobre el Sur ha sido devastador, así como el efecto social y económico sobre pueblos y sociedades".

Consecuente

Por lo tanto, el FMI y el Banco Mundial representaron en forma consecuente, durante los períodos de gran crecimiento y estancamiento, los intereses de los países industrializados frente al Tercer Mundo. Actualmente, sin embargo, vivimos un período de extrema rivalidad económica entre las tres principales potencias industriales. Con el colapso del comunismo, Japón y Alemania ya no necesitaron la protección militar de Estados Unidos, aunque la guerra del Golfo puede considerarse como un intento de Estados Unidos por demostrarles su vulnerabilidad y la importancia del poder militar estadounidense en la protección de su acceso a los recursos.

Pero hoy la rivalidad tiene que ver fundamentalmente con las restricciones al comercio y la inversión, en especial entre Estados Unidos y Japón, pero también entre Estados Unidos y Europa.

En esta situación de extrema rivalidad, no está muy claro que las instituciones financieras multinacionales hagan lo que deben ante disputas entre miembros clave, y algunos hechos recientes prueban la veracidad de esta afirmación. El primero fue el colapso del peso mexicano, tras lo cual el FMI satisfizo rápidamente las demandas de Estados Unidos ofreciéndole a México, en pocas horas, un crédito stand-by de casi 18.000 millones de dólares, cifra superior a cualquier préstamo otorgado antes a un país individual, y que representaba una gran proporción de su capacidad de préstamo. Potencias europeas como Alemania y Francia, además de Japón, se indignaron ante estas acciones del FMI, y en una medida sin precedentes se abstuvieron de votar formalmente el crédito. En este caso, los rivales de Estados Unidos se molestaron por la forma en que la burocracia del FMI se esforzó por solucionar lo que veían esencialmente como un problema de Estados Unidos, que éste debió resolver por sí mismo.

El segundo ejemplo lo ofrece la publicitada caída del dólar frente al yen y el marco. Japón y Alemania declararon abiertamente que Estados Unidos debería resolver su tradicional problema del dólar -que consideran causado por el enorme déficit presupuestal y comercial estadounidense- mediante los métodos impuestos tradicionalmente al Tercer Mundo por el FMI: ajuste fiscal y recorte de gastos sociales, aun si esto arroja al país a la recesión. La continua devaluación del dólar no es aceptable para los rivales porque perjudica su posición en el comercio con Estados Unidos y porque, como poseedores de numerosas obligaciones de deudas estadounidenses, se ven afectados por la caída del valor de esas deudas.

Según las prescripciones normales del FMI, tales devaluaciones de moneda son inaceptables y el país debe tomar medidas internas para resolver el problema. Pero Estados Unidos, como la principal potencia económica del mundo, no desea aplicarse las restricciones que impuso al Tercer Mundo por medio del FMI. Por lo tanto, la institución se encuentra atrapada en su propia trampa, y todo el mundo puede ver que su ideología de libre mercado y disciplina financiera se aplica a los débiles, pero no a los poderosos.

La globalización, que junto con su coinspiradora, la privatización, implica la penetración del capital privado y los principios de mercado en todos los aspectos de la vida, es una fuerza poderosa en todas partes del mundo. Como ya no existen países socialistas que ofrezcan una opción práctica o ideológica, los pueblos y los líderes políticos de todo el mundo sucumben a la idea de que no existe alternativa a las privatizaciones y el libre mercado. Sin embargo, el propio éxito de la globalización podría sentar las bases para que algún día se revierta la tendencia.

Una razón es que la globalización estuvo marcada por el desarrollo de bloques políticos basados en América del Norte, Europa y Asia oriental. El empuje por la privatización podría encontrar obstáculos en la competencia de esos bloques por los beneficios del proceso. Por ejemplo, en la conferencia anual del Banco Mundial y el FMI celebrada en Washington en 1995, se acordó que el Banco debía orientar sus créditos hacia inversores privados, y no hacia los gobiernos del Tercer Mundo.

Pero esto plantea la interrogante de qué inversores privados de qué países deberían ser los beneficiarios. Otra limitación consiste en que en la actual era de estancamiento, la globalización está agravando la desigualdad de ingresos en todo el mundo. En 1970, el 20 por ciento más rico de la población tenía un ingreso promedio 32 veces superior al del 20 por ciento más pobre; actualmente, esa relación casi se duplicó. Como lo destaca el Informe sobre Desarrollo Humano, "la desigualdad de ingresos y oportunidades de empleo entre naciones ricas y pobres, y entre personas ricas y pobres está aumentando a un ritmo alarmante". El mismo fenómeno puede apreciarse en Estados Unidos.

Una de las consecuencias del aumento de la desigualdad es el agravamiento de la sobreacumulación de capital o subconsumo, que dio lugar al período del estancamiento. Cada vez menos personas en el mundo pueden adquirir los artículos necesarios y las comodidades que la economía global es capaz de producir. El nivel de vida de las clases media y trabajadora está reduciéndose, y en algunos casos destruyéndose. Un ejemplo de este fenómeno, relacionado directamente con el impacto de la acelerada especulación financiera de la globalización, es México. Como resultado de la fuga de capitales en 1994 que produjo una fuerte devaluación del peso, miles de empresas mexicanas fueron destruidas, cientos de miles de mexicanos perdieron su trabajo y el salario real, que ya se había reducido en los años 80, cayó otro 20 por ciento para fines de 1995.

Reacción

Actualmente, la reacción de las personas en todo el mundo ante las dificultades generadas por la globalización varía de la espera paciente a la desesperación y a aisladas acciones violentas. Por otra parte, los ideólogos del libre mercado, líderes políticos y personalidades de los medios se lamentan por el sufrimiento de las masas, mientras afirman que la vida de todos mejorará cuando se hagan evidentes las virtudes del sistema. La realidad, sin embargo, es que hoy no existen mecanismos dentro del mercado para impedir la caída indefinida del nivel de vida de la mayoría de las personas. En verdad, algunos ideólogos ya están preparando el terreno para aceptar una nueva era de desigualdad de ingresos sin precedentes, a menudo basada en prejuicios raciales y de clase.

¿Hay algo alentador en este lúgubre panorama? Sí lo hay, en el sentido de que la mayoría de las personas no son tontas, y una vez pasados el choque y la desesperación, se darán cuenta de que la promesa de los ideólogos era falsa. En ese momento, que diferirá según la ubicación geográfica, la gente procurará nuevas soluciones y nuevas formas de organizar sus economías. Podrá ver, como lo hizo en la década del 30 en Estados Unidos o en países revolucionarios del Tercer Mundo, que no corresponde sentarse pasivamente mientras vastos sectores de la población están desempleados y en la pobreza, sino que, utilizando la inteligencia, la planificación y la cooperación, puede construir una vida económica decente para su comunidad y su país.

La naturaleza de esas nuevas comunidades económicas es algo sumamente difícil de predecir, pero lo importante es presentar la globalización y el dominio total del capital como lo que son: un plan para resolver el estancamiento y la crisis económica enriqueciendo a unos pocos a niveles sin precedentes y empobreciendo a la mayoría.

Con motivo del 50 aniversario de la fundación del FMI y el Banco Mundial, se publicaron varias críticas a las instituciones, así como gran variedad de sugerencias de reforma. En mi opinión, dado que ambas instituciones fueron siempre servidoras de un sistema económico internacional injusto, la solución no radica en su reforma, ni siquiera en su abolición. Lo que se necesita es una revisión completa del orden económico internacional y el remplazo de la primacía del capital por la primacía de los seres humanos. Sólo entonces podremos saber qué tipo de instituciones financieras mundiales son necesarias.

Republicado con licencia de Monthly Review Press.






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