No. 135/136 - Enero/Febrero 2003
México
El peligro de la desmesurada integración
por
David Barkin
México ha vuelto ser el “milagro” de la economía latinoamericana. Después de sufrir la “década perdida” de los 80, conjuntamente con la mayoría de los otros países de la región, se “reubicó” en forma aparentemente exitosa, para enfrentar los retos de la globalización. No sólo reorganizó su estructura productiva para tomar ventaja de su refrendo del GATT –sucedido por la Organización Mundial de Comercio (OMC)- y emprendió una acelerada simplificación de su sistema de cuotas y otras barreras al comercio internacional, remplazándolo con reducidos impuestos que convirtió al país en uno de los más abiertos a la importación con un importante incremento del comercio internacional. También realizó los ajustes institucionales requeridos para su integración al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El hemisferio está inserto en un mar de desastres económicos y sociales –desde la profunda crisis social de Argentina, los cambios que enfrenta Venezuela, la creciente dosis de violencia en Colombia, hasta los problemas aparentemente insolubles para colocar a las países centroamericanos en el camino hacia el desarrollo económico. ¿Por qué enfocarme en los problemas que actualmente enfrenta México y las contradicciones que le auguran grandes conflictos para los años venideros? En lugar de atribuir este esfuerzo por desentrañar las contradicciones subyacentes en el modelo mexicano actual a los caprichos de un “aguafiestas”, pediría considerar mi análisis como una base para reflexionar acerca de los profundos estragos que están dejando en el país y sobre el peligro de continuar con la presente estrategia de desmesurada integración internacional.
Una breve historia económica[1]
Sin adentrarnos en detalles metodológicos o las nimiedades de los cambios en el significado social del salario mínimo durante los últimos 65 años, considero que una breve descripción de la evolución de su poder adquisitivo ofrece una conveniente metáfora para examinar la historia económica de México durante gran parte del siglo XX (Figura 1).
Basta decir, para este propósito, que después de un prolongado período de prosperidad sin precedentes de 1935 a 1970 compartido por todos los segmentos de la población –caracterizado en su momento como ‘el milagro mexicano’–, una serie de crisis marcó el comienzo de una etapa -aparentemente interminable- de declive de los ingresos reales del pueblo, gráficamente representado por la evolución del valor real del salario mínimo hacia su nivel más bajo desde que fue instituido en 1934. A pesar de que su significado social es diferente en nuestros días de lo que era en su cenit en 1976, no hay duda de que con este declive, que ha durado más de un cuarto de siglo, ahora casi tres-cuartas partes de la población se encuentra viviendo en la pobreza.[2]
El deterioro de los ingresos personales estuvo acompañado por un dramático cambio de la distribución geográfica de la actividad. Con el nuevo énfasis en las maquiladoras como la fuente de dinamismo para la integración de la economía en los mercados globales, comenzando a mediados de los años 80, la región de la frontera norte experimentó una nueva importancia que todavía en nuestros días no está preparada para manejar. Más de 3.000 firmas se establecieron allí, contratando algo más de 1,3 millones de personas en su apogeo, en los parajes del norte semiárido de México. Concentradas en cuatro ciudades enormes (Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo y Matamoros) y más de una docena de otras ciudades fronterizas más pequeñas, los gobiernos locales nunca han contado con los recursos fiscales o administrativos, ni la capacidad humana, para manejar este crecimiento desbordante. La migración interna se volvió una fuerza poderosa, polarizando al país al reorientar el crecimiento de la población hacia el norte, restando recursos de otras regiones. Actualmente, con el repliegue de estas empresas, la región está comenzando a agregar los males asociados con el desempleo y el desmoronamiento social a sus demás problemas.
Una segunda fuente de dinamismo económico, el sector automotor, también ha sido transformado profundamente por la integración. Pasó de ser una industria altamente protegida que elaboraba productos costosos para el mercado local del centro del país, a ser una parte importante de la industria de ensamblaje de vehículos con piezas producidas en los tres países del TLCAN, jactándose de contar con al menos una de las plantas más productivas a escala mundial. Esta industria también fue reubicada en nuevas instalaciones en los desiertos del norte de México para facilitar la importación de autopartes y la exportación de vehículos terminados; intensificó aún más la presión sobre los escasos recursos acuíferos y frágiles ecosistemas, fomentando la migración desde el centro y sur de México.
Irónicamente, en respuesta al dinámico crecimiento de estos dos sectores, el balance de comercio internacional ha estado en déficit desde inicios de los años 90 (Figura 2). Si bien se redujo de alguna manera en el reciente período debido al dramático descenso de los ingresos personales, la “desconstrucción” del sector industrial obligó a un incremento muy importante en la importación de materias para la producción de bienes de consumo. Desafortunadamente, la política agrícola se sumó al proceso, alentando la importación masiva de alimentos básicos y agudizando las presiones sobre los campesinos, quienes, al igual que decenas de miles de pequeños empresarios, se encuentran incapaces de enfrentar a la competencia extranjera.[3]
El balance final
En resumen, los mexicanos han transitado de una incipiente prosperidad hacia la pobreza. Durante las décadas que siguieron a la Revolución, México disfrutó de crecimiento industrial, la consolidación de una fuerza de trabajo industrial, y la modernización de su agricultura, con un sector campesino dinámico e innovador, al igual que de mejoras sustanciales en el nivel de vida de casi todos sus grupos sociales, con una amplia disponibilidad de oportunidades educativas y servicios de salud. Es verdad que la desigualdad se incrementó considerablemente en México y que el autoritarismo político resultó cada vez más opresivo, pero para mediados de los 60 había un aura de optimismo que permeó a todo el país, incorporando virtualmente a todos los segmentos de la sociedad.
Los reveses dramáticos desde finales de los años 60 y el desorden político generado por la incapacidad del sistema de continuar cumpliendo con las promesas de la “revolución de expectativas crecientes” le abrieron la puerta a un largo período de crisis múltiples y lucha política. Durante la primera mitad de los 70, un segmento significativo de la clase capitalista incurrió en una guerra abierta contra el gobierno central cuando éste intentó proteger los salarios, comenzando una interrupción sin precedente a la actividad de inversión lo cual provocó un proceso de conflicto social y económico. Tuvo que pasar más de una década para que la situación se tranquilizara, con profundos estragos que afectaron a todos, aunque de manera desigual. Al final, un nuevo grupo social tuvo el control y emprendió una serie de reformas institucionales y sociales para preparar a la nación para su cabal inserción a la economía mundial.
El declive de los salarios reales y de la calidad de vida fue acompañado por el auge de la economía informal, el comienzo de un proceso de desintegración social y el surgimiento de la economía del narcotráfico. Le acompañó un periodo de tranquilidad social engañoso, resultado de una política de represión económica que congeló los salarios para lograr una mayor estabilidad de los precios; un paquete creativo de “apoyos” (sobornos) compró una amplia base de respaldo popular para las políticas que promovían la integración internacional.[4]
La pretensión de pertenecer al “primer mundo” fue simbolizada por su incorporación a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), el club de los países ricos, y la apertura de las negociaciones para su incorporación al TLCAN. Los desequilibrios creados por una moneda sobrevaluada, impropiedades financieras y el desmantelamiento de la estructura productiva nacional provocaron la devaluación devastadora de diciembre de 1994, que causó sufrimiento entre todos los sectores populares extendiéndose a la clase media y sectores mercantiles. El nuevo modelo depende de la inversión extranjera -en nuevas plantas, propiedades, y en la deuda interna y externa de México- y ofrece oportunidades atractivas a los jóvenes profesionales dentro de los sectores financiero, de comunicaciones y de tecnología de la información. A finales de 2002 el futuro económico del país no es alentador: una nueva sobrevaluación cambiaria y la ausencia de una estrategia local para impulsar el aparato productivo, agudizado por los desequilibrios en el escenario mundial, contribuirán a un ambiente de incertidumbre e inestabilidad en todas las dimensiones de la vida nacional.
Modelos alternativos para la organización social y económica
No todos los mexicanos están esperando pasivamente ser arrojados al pantano del sector informal con el hundimiento de los salarios reales y el incremento de la miseria. Aunque parezca irracional, millones de familias campesinas continúan cultivando especies de maíz nativas para su uso doméstico y el de sus comunidades.[5] En los últimos años, ha emergido un grupo de hasta 15 millones de personas que reclaman membresía a comunidades étnicas, aunque muchos de ellos ya no hablan una lengua indígena o de ninguna otra manera califican para este grupo de la población, según el censo oficial, el cual reporta aproximadamente seis millones de personas indígenas.
Después del levantamiento Zapatista en 1994, cientos –si no miles– de comunidades indígenas se afiliaron al Congreso Nacional Indígena y emprendieron programas locales y regionales para protegerse mejor de los problemas de la economía nacional. Estas comunidades están forjando sus propios caminos para implementar sistemas de autogobierno en sus organizaciones internas y en el manejo de sus territorios.
Sin entrar en más detalle, es suficiente decir que comunidades indígenas y campesinas están buscando maneras de fortalecer sus organizaciones y su habilidad de sobrevivir al margen de la sociedad globalizada. Además de mantener relaciones con sus emigrantes y continuar produciendo sus necesidades básicas localmente, están encontrando muchas formas de diversificar su economía. Los sectores donde están adquiriendo mayor experiencia son: ecoturismo, producción artesanal y administración del agua. He estado trabajando en varios de estos proyectos y por lo tanto puedo resumir sus puntos más fuertes: involucran iniciativas que buscan identificar maneras de insertar innovaciones en las estructuras comunales existentes para producir nuevos bienes y servicios; estas iniciativas son más exitosas cuando los bienes pueden ser colocados en buenos mercados que protejan a los productores de la voraz competencia internacional o sistemas costosos de intermediación. En otras instancias, los proyectos ofrecen a las comunidades la oportunidad de producir servicios que se puedan comercializar (por ejemplo, culturales o de ecoturismo) o establecer programas de administración de ecosistemas que generen ingresos en un esfuerzo conjunto para implementar programas bajo la Convención de Kyoto para Combatir el Cambio Climático o esfuerzos regionales para proteger o incrementar mantos acuíferos y bosques.
Los más exitosos de estos programas para construir alternativas a la globalización tienen un compromiso en común para no simplemente depender de nuevos productos o servicios. Explícitamente incluyen programas para fortalecer capacidades locales para la administración social, productiva y ambiental junto con algunas medidas de inversión para mantener o expandir la posibilidad local o regional de suplir las comodidades básicas requeridas para la supervivencia y bienestar de la comunidad. El proceso de la diversificación de la estructura productiva está cimentado en el fortalecimiento de las instituciones existentes y la defensa de las prácticas heredadas de producción y administración de ecosistemas. Estos son los elementos fundamentales para transportarse hacía una administración sustentable de los recursos regionales.[6]
Notas
[1] Muchos de estos detalles, son parte del análisis histórico en mi libro, Un desarrollo distorsionado: México en la economía mundial, (México: Siglo XXI, 1991)
[2] Uno de los principales académicos mexicanos, analista de las estadísticas sobre estándares de vida y niveles de ingreso, Julio Boltvinik, estima que una familia en la actualidad requiere de más de seis salarios mínimos para ser capaces de vivir sobre el nivel de pobreza establecido oficialmente, muy por encima del ingreso de más de tres cuartos de los hogares mexicanos. También sostiene que por encima del 40% de la población está actualmente viviendo en la pobreza extrema, un estándar de vida que no permite adquirir y/o producir los bienes mínimos indispensables necesarios para la mera supervivencia.
[3] La nueva estructura de las importaciones y exportaciones confirma los enormes cambios esbozados en el texto. La estructura de las exportaciones del país se transformó drásticamente, de productos primarios -agrícolas y del petróleo- a los productos manufacturados, provenientes de las maquiladoras y la industria automotriz. Paralelamente, los bienes “intermedios” para la industria nacional han incrementado su participación en las importaciones, para proveerse de partes y materiales necesarios para el consumo nacional y la manufactura de los productos que serán exportados, ya que pocas empresas nacionales las que se encuentran en condiciones a surtir las necesidades de los productores de manufacturas.
[4] Estos “sobornos” incluyeron la importación masiva de ropa barata (zapatos tenis, ropa interior de algodón, y otros artículos provenientes de China) para las clases trabajadoras, alimentos industrializados y aparatos domésticos para las mujeres de clase media quienes se encontraban obligadas por primera vez a trabajar para completar el gasto familiar, créditos baratos para que las clases medias adquiriesen vivienda y productos electrónicos, y permisos para importar automóviles de lujo para los más acaudalados, entre otros programas.
[5] “Irracional” porque sembrar granos localmente cuesta más que importarlos desde países donde existen menores tasas de interés y mayores subsidios, como Estados Unidos. Para una discusión más extendida del nuevo valor del maíz en la sociedad mexicana, véase mi artículo: “The Reconstruction of a Modern Mexican Peasantry,” The Journal of Peasant Studies, Vol. 30:1 (2002).
[6] Para mas información acerca de algunos de estos proyectos en los cuales estoy involucrado y que pretenden apoyar a las comunidades en aplicar estos principios, consultar los siguientes: Innovaciones Mexicanas en el Manejo del Agua, (México: Universidad Autónoma Metropolitana - Xochimilco, 2001); “Superando el Paradigma Neoliberal: Desarrollo popular Sustentable.” En: ¿Una Nueva Ruralidad en América Latina?, Norma Giarracca, (comp.), Buenos Aires: CLACSO, 2000, Pp. 81-99. (http://www.clacso.org/libros/rural/rural.html); “Producción de Carne de Puerco “Lite” como Estrategia de Desarrollo Sustentable para Campesinos Michoacanos.” Espiral. No 26, (Ene.-Abr. 2003) (con Ma. de Lourdes Barón y Mario Alvizouri); "El desarrollo autónomo: Un camino a la sostenibilidad," En: H. Alimonda (comp.), Ecología Política: Naturaleza, sociedad y utopía, Buenos Aires: CLACSO, 2002. Pp. 169-202. (http://www.clacso.edu.ar/~libros/ecologia.pdf)
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David Barkin es economista y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.
barkin@cueyatl.uam.mx
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Este es un resumen de la Conferencia Magistral “México 25 años después: Hacia un nuevo entendimiento”, dictada en la Conferencia Anual de la Sociedad de Estudios Latinoamericanos del Reino Unido, marzo de 2002. Traducido del inglés por Maya Delgado y revisado por el autor.
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