No. 68 - Junio 1997
En los mercados globales, el crimen sí paga. Y paga mucho. Tanto paga que en un mundo ávido de capitales los mercados financieros "desregulados" compiten entre sí por atraer las inversiones de los traficantes de drogas, mercaderes de armas y proxenetas de gran escala. Algunos gobiernos miran discretamente a otro lado cuando se trata de que ingrese dinero que ayude a equilibrar su balanza de pagos. En no pocos casos los criminales están en el gobierno.
En los mercados globales, el crimen sí paga. Y paga mucho. Tanto paga que en un mundo ávido de capitales los mercados financieros "desregulados" compiten entre sí por atraer las inversiones de los traficantes de drogas, mercaderes de armas y proxenetas de gran escala. Algunos gobiernos miran discretamente a otro lado cuando se trata de que ingrese dinero que ayude a equilibrar su balanza de pagos. En no pocos casos los criminales están en el gobierno.
No, no se trata de gobernantes que abusen de su poder para cometer crímenes, que de esos siempre hubo (¿se acuerdan de Calígula?), sino de gobiernos enteros controlados por las "mafias" o al servicio de ellas, de la vieja mafia siciliana, a la jakusa japonesa, de los ya famosos carteles colombianos a las nuevas mafias de Europa Oriental, que parece ser la única actividad económica exitosa entre las ruinas del socialismo real. Las Naciones Unidas estiman en mil millones de dólares las ganancias anuales del crimen organizado. Más que el producto interno bruto total de 25 países en los que viven 3.000 millones de personas.
Convenientemente "lavado", esos millones van a la construcción, se invierten en la industria, compran hoteles y medios de prensa. Y sobre todo las finanzas. Como demuestra Michel Chossudovsky en esta edición de Revista del Sur, la ideología globalizadora, con su énfasis en privatizaciones y desmantelamiento del Estado ha abierto nuevas oportunidades para las inversiones del crimen organizado. La desregulación de los mercados financieros y la proliferación de paraísos fiscales protegidos por el secreto bancario (más importante para el crimen que la ausencia de impuestos) han facilitado el proceso de reciclaje del dinero "sucio". El crimen organizado se metamorfosea en "actor económico" de primera línea, pronto a saltar a la política, como lo revelan investigaciones en Italia, Rusia, Japón o varios países latinoamericanos.
A estos escándalos conocidos se suma el escándalo menos publicitado de que muchas de estas mafias fueron protegidas durante décadas por el gobierno de Estados Unidos. En este año el territorio de Hong Kong vuelve a China, de la que le fuera arrebatado como botín de guerra por la Gran Bretaña triunfante en la "guerra del opio".
Al menos hace cien años los ingleses no disimulaban su condición de narcotraficantes y justificaban su tráfico de estupefacientes de India a China en nombre del "libre comercio". Hoy los defensores del libre comercio a ultranza quieren ser, al mismo tiempo, los paladines de la cruzada antidrogas y anticorrupción. Una prédica moralizante que sólo se mantiene por el manto de silencio cómplice que tiende la gran prensa y que un veterano de la lucha antidrogas revela en este número a través de una carta que The New York Times nunca se animó a publicar.
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