No. 69 - Julio 1997
CRISIS ECOLÓGICA LAS TRASNACIONALES Y LA GLOBALIZACIÓN: LOS PRINCIPALES RESPONSABLES
por
Martin Khor
La principal falla de la Cumbre de la Tierra fue la falta de tratamiento del crucial tema de las empresas trasnacionales y su responsabilidad en la crisis ecológica mundial. Desde Río, los procesos de liberalización y globalización facilitaron la expansión de esas empresas y su impacto destructivo sobre el ambiente. Mientras, en muchos países del Sur, los mismos procesos, encarnados en los programas de ajuste estructural, aceleraron el desarrollo de modelos de producción y consumo ambientalmente nocivos.
Así como los procesos posteriores a la Cumbre de la Tierra no lograron resolver los aspectos sociales del desarrollo sustentable, tampoco resolvieron los aspectos ambientales, principalmente porque los poderosos intereses comerciales y financieros lograron que la liberalización y el "libre mercado" se convirtieran en la prioridad política de la mayoría de los gobiernos. En consecuencia, las preocupaciones ambientales, junto con las sociales y de desarrollo, cayeron varios tramos en las agendas políticas a nivel nacional e internacional.
La conclusión inevitable de cualquier evaluación objetiva de la actual situación ambiental sería que la liberalización, la comercialización y la globalización, junto con la carrera por la competitividad, perjudicaron el desarrollo sustentable como principio y como programa.
Lo más importante para reducir o prevenir una degradación ambiental aún mayor es convencer a la opinión pública y a los gobernantes de la necesidad de colocar la sustentabilidad a largo plazo por encima (o, para empezar, a la par de) estrechos intereses comerciales a corto plazo. Dado que el proceso de liberalización y globalización es la principal fuente de problemas ecológicos, la clave para prevenir un agravamiento de la situación consiste en crear condiciones para la intervención estatal e interestatal en las fuerzas del libre mercado. La resistencia de los líderes a instituir políticas que modifiquen o suavicen el enfoque del libre mercado y hagan a las empresas más responsables públicamente constituye la raíz de la actual crisis ambiental.
La liberalización y la globalización se relacionan con la degradación ecológica mundial de varias formas:
La falta de control y regulación internacional de las trasnacionales y las medidas para ampliar sus derechos y su acceso a los mercados ha producido un espectacular aumento de su poder. En general, el volumen y alcance de sus actividades se amplió rápidamente, y en la misma medida aumentó el daño causado al medio ambiente, en términos de volumen y de extensión geográfica.
Las políticas de liberalización y la integración del mercado mundial facilitaron la creación de instituciones y actividades que contribuyen a una mayor explotación y agotamiento de la diversidad biológica y de recursos como bosques y peces, además de promover actividades agrícolas y de acuicultura ambientalmente nocivas.
Otros recursos, como el agua, la tierra y los minerales, continúan utilizándose más allá de ritmos sustentables. La liberalización dio lugar a excesivas concesiones mineras y a una nueva ola de actividades mineras perjudiciales para el ambiente.
El desvío de flujos financieros en desmedro de la mayoría de los países en desarrollo y la falta de recursos de éstos (a causa del problema de la deuda y del bajo precio de sus productos en el mercado mundial), así como las restricciones propias del ajuste estructural, significaron una gran carencia de "espacio económico" para esos países, que encuentran numerosas dificultades para implementar una producción ambientalmente sustentable.
Hubo pocas mejoras en el área de la tecnología: no existe voluntad real para cambiar peligrosos métodos de producción, y la prometida transferencia tecnológica al Sur no se concretó. En vez de ello, surgieron nuevos obstáculos, como el incremento de la protección a los derechos de propiedad intelectual. Además, continúan exportándose tecnologías peligrosas al Sur y otras nuevas se extienden antes de haber sido evaluadas y reguladas adecuadamente.
El progreso en la reducción del comercio de sustancias tóxicas o peligrosas es muy lento, mientras continúa o se incrementa la exportación de dichas sustancias al Sur.
El énfasis en la competitividad ha enlentecido el progreso (y en algunos casos lo ha revertido) en el control de la contaminación y el uso de la energía, mientras proliferan enormes proyectos de infraestructura ecológicamente nocivos. La carrera por la ganancia de divisas ha incrementado las actividades turísticas, con sus efectos colaterales.
El consumismo se ha agudizado con la rápida difusión de la información y el avance en la tecnología de las comunicaciones. No hay cambios en el estilo de vida derrochador del Norte y de las elites del Sur, y en general existe un incremento de modelos de consumo insustentables.
El ascenso de las trasnacionales y su repercusión sobre el ambiente
En vísperas de la Cumbre de la Tierra, en 1992, la Red del Tercer Mundo declaró que la mayor falla de los documentos consistía en "la ausencia de propuestas para la regulación o control internacional de las grandes empresas y compañías trasnacionales, para garantizar que reduzcan o detengan las actividades perjudiciales para el ambiente, la salud y el desarrollo".
El hecho es que las trasnacionales representan la mayor parte de la actividad económica mundial y son las principales responsables por la crisis ambiental mundial. La Red del Tercer Mundo expresó su preocupación porque la secretaría de la Cumbre minimizó la necesidad de fortalecer la regulación de esas empresas y en su lugar promovió su autorregulación mediante un Consejo Comercial para el Desarrollo Sustentable. Y concluyó que "una serie de principios voluntarios nunca puede ser un sustituto adecuado de normas acordadas multilateralmente que las industrias estatales y las empresas trasnacionales deban cumplir en forma obligatoria".
Tras la Cumbre, la tendencia a desregular las trasnacionales y a otorgarles mayores derechos y libertades sin el correspondiente aumento de responsabilidad se aceleró, particularmente con la conclusión de los acuerdos de la Ronda Uruguay del GATT. Es probable que esta tendencia se agudice aún más si tienen éxito las iniciativas de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) sobre acuerdos multilaterales de inversión, competencia y compras del Estado.
Los siguientes hechos demuestran que las trasnacionales constituyen el principal factor en la destrucción del medio ambiente mundial:
Generan más de la mitad de los gases invernadero emitidos por las industrias, a los que se atribuye el recalentamiento del planeta.
Tienen prácticamente el control exclusivo de la producción y utilización de clorofluorocarbonos y compuestos relacionados, destructores de la capa de ozono.
Dominan la minería y están intensificando sus actividades. Por ejemplo, 63 por ciento de la industria del aluminio está controlado por sólo seis empresas.
Controlan 80 por ciento de la tierra cultivada para exportación en todo el mundo, y 20 de ellas venden 90 por ciento de los plaguicidas.
Fabrican la mayor parte del cloro utilizado en todo el mundo, que constituye la base de algunas de las sustancias químicas más tóxicas, como el difenil policlorado, el DDT y las dioxinas.
Son las principales transmisoras de sistemas de producción ambientalmente insustentables y materiales peligrosos al Sur en desarrollo. Por ejemplo, 25 por ciento de las exportaciones de plaguicidas de Estados Unidos a fines de los años 80 fueron sustancias prohibidas en el propio mercado estadounidense.
Dominan el comercio (y en muchos casos la extracción o explotación) de recursos naturales, que contribuye al agotamiento o la degradación de bosques, agua y recursos marinos, así como al aumento de desechos tóxicos.
Promueven también una cultura de consumo insustentable mediante la promoción de sus productos.
Un reciente análisis del comportamiento de 20 trasnacionales realizado por Greer y Bruno demuestra que, pese a sus esfuerzos por promover una imagen ecológicamente responsable y a los códigos voluntarios de conducta de algunas industrias, las grandes compañías continúan realizando actividades perjudiciales para el ambiente. Se prevé que, con el crecimiento de estas empresas, aumentará también la degradación ecológica.
Debido a su mayor capacidad tecnológica, el uso de técnicas de producción o sustancias ambientalmente perjudiciales y el gran volumen de producción que las caracteriza, las trasnacionales provocan en general un impacto ecológico negativo cuando por primera vez producen en determinada área, aumentan sus actividades en ella o exportan hacia dicha área. Junto con la expansión y penetración de mercados por las trasnacionales ha aumentado la degradación del medio ambiente, y este efecto no es exclusivo de empresas del Norte. En los últimos años, hubo un incremento significativo de las inversiones y actividades en el exterior de empresas de países en desarrollo, especialmente del este y sudeste de Asia, que son en gran parte responsables, por ejemplo, del aumento de la tala de bosques y la consiguiente deforestación en el Pacífico y América del Sur.
Las políticas de liberalización y el ambiente
Los procesos de liberalización, comercialización y desregulación tienen en general efectos perjudiciales para el ambiente a nivel nacional, tanto en el Norte como en el Sur. En los países del Sur, los programas de ajuste estructural no sólo son adversos al desarrollo sustentable, sino que también contribuyen a la degradación ambiental.
Las preocupaciones ambientales no fueron explícitamente tomadas en cuenta en la elaboración de los programas de ajuste estructural. Las medidas de desregulación, privatización y liberalización inherentes a esos programas aceleraron el desarrollo de modelos de producción y consumo ecológicamente nocivos, mientras la reducción de los presupuestos gubernamentales afectó la capacidad del Estado para solucionar problemas ambientales.
Mediante la promoción de la liberalización externa, los programas de ajuste estructural estimularon la extracción y exportación de materia prima en muchos países, contribuyendo así a la degradación y el agotamiento de recursos. Además, la pobreza y las injusticias resultantes de la deuda y el ajuste empujaron a muchos agricultores y comunidades pobres a abrir sus bosques para poder vivir de la tierra.
Según Walden Bello (1994), la mayoría de los 15 principales deudores del Tercer Mundo triplicaron el ritmo de explotación de sus bosques desde fines de la década de 1970. Ello está relacionado con el imperativo de supervivencia de las personas pobres y sin tierra, y la gran necesidad de los gobiernos de obtener divisas para pagar los intereses de sus deudas. Bello también analizó el caso de cuatro países que adoptaron programas de ajuste estructural (Chile, Costa Rica, Ghana y Filipinas), demostrando la dinámica y la interrelación entre el ajuste estructural, la pobreza, la liberalización del mercado y la degradación ambiental. En esos países, la necesidad de pagar los intereses de la deuda produjo un aumento en la exportación de recursos y productos naturales, como madera, pescado, banana, cacao y minerales. Además, como consecuencia de los programas de ajuste, muchos agricultores sin tierra tuvieron que explotar bosques, tierras y bancos de pesca, y el resultado fue la rápida degradación o el agotamiento de la frágil base de recursos naturales de esos países.
El ambiente y la salud pública de muchos países del Sur también se vieron adversamente afectados por la liberalización de las importaciones, promovidas a través de los programas de ajuste estructural y de medidas comerciales del gobierno estadounidense y la OMC. Por ejemplo, hubo un significativo aumento del tabaquismo en varios países asiáticos que fueron obligados a facilitar la importación de cigarrillos. La liberalización de las importaciones también produjo una proliferación de productos de consumo modernos (destinados inicialmente a los grupos de mayores ingresos, beneficiarios de los programas de ajuste) que promueven modelos de consumo ecológicamente insustentables. Existe el peligro de que esos productos importados reemplacen a otros más apropiados social y ambientalmente, utilizados actualmente.
De acuerdo con el Instituto de Investigaciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (1995), la efectividad de las respuestas políticas a la degradación ambiental también se ve restringida por los programas de ajuste estructural. Por ejemplo, el crecimiento de la agricultura de exportación, alentado por estos programas, tiene a menudo consecuencias negativas en el ambiente, especialmente en aquellas regiones donde las condiciones ecológicas son tales que el cultivo para exportación es menos sustentable que los cultivos tradicionales. Asimismo, los programas de conservación y las agencias de protección ambiental son los más vulnerables a los recortes presupuestales. Los programas de ajuste estructural también debilitan el potencial de acción de las comunidades y la capacidad de éstas de adaptarse a las cambiantes condiciones ecológicas, reduciéndose la posibilidad de implementar "cuidados ambientales primarios" comunitarios.
Así, la visión de que el libre comercio es el mejor camino hacia la protección ambiental (porque generaría riqueza para financiar medidas de protección) ignora el papel que juega la liberalización comercial en el agotamiento de los recursos y la promoción de modelos insustentables de producción y consumo. El actual modelo comercial en realidad contribuyó a acelerar la degradación del ambiente a nivel mundial.
Puede predecirse que la liberalización de las inversiones, sumada a la desregulación, sólo agravará la crisis ambiental. El gran flujo de inversión extranjera directa en países en desarrollo en los últimos años está aumentando el ritmo de las actividades ecológicamente perjudiciales. El propuesto acuerdo multilateral de inversión de la OCDE y medidas similares de la OMC para liberalizar las normas de inversión tendrán graves consecuencias ambientales y ya preocupan profundamente a muchos grupos ecologistas.
Martin Khor es el director de la Red del Tercer Mundo.
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