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No. 135/136 - Enero/Febrero 2003

Informe Social Watch 2003

La economía de Hood Robin

por Roberto Bissio

Social Watch, una red de organizaciones de la sociedad civil creada en 1996 para la vigilancia de los compromisos de desarrollo internacional sobre la erradicación de la pobreza y la equidad de género, presentará su Informe 2003 en el Foro Social Mundial, que tendrá lugar del 23 al 29 de enero en Porto Alegre. Social Watch consideró que debía contribuir con el debate internacional concentrando el informe de este año, titulado "Los pobres y el mercado", en los servicios que son esenciales para los sectores más vulnerables de la población. A continuación se incluye el prefacio del Informe 2003.

La transferencia neta de recursos financieros hacia los países en desarrollo ha sido negativa cada uno de los años a partir de 1997, según informara Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, a la Asamblea General en 2002. En otras palabras, se está quitando dinero de los pobres para dárselo a los ricos. La economía mundial está funcionando como un Robin Hood al revés.

La transferencia neta de dinero es el resultado final de muchos factores. La ayuda, por ejemplo, representa una transferencia positiva, de los países desarrollados a las naciones más pobres, pero la amortización de la deuda constituye una transferencia negativa. La ayuda está disminuyendo. La promesa de la cancelación de la deuda anunciada por los líderes de los siete países más poderosos del mundo (que casualmente también son los mayores acreedores) se está aplicando demasiado lenta y tímidamente para que sus efectos puedan percibirse. La inversión es una transferencia positiva de recursos cuando las empresas extranjeras traen capital para comenzar a operar en un país, pero pesa negativamente en el balance final si las ganancias no se reinvierten en el país sino que se retiran de él. Una balanza comercial negativa (cuando el país compra al exterior más de lo que exporta) se suma a los egresos de dinero. Los países en desarrollo, incluso cuando exportan más, ganan menos, como consecuencia de la caída de los precios de las materias primas y del aumento de los costos de los productos manufacturados. Las remesas que envían a sus familiares los trabajadores que emigraron constituyen un aporte sustancial para sus familias y aportan a la balanza de pagos de sus países de origen, pero la fuga de capitales socava esas cuentas. La fuga de capitales se origina con frecuencia en dinero corrupto depositado en paraísos fiscales, pero también es el resultado de ahorros nacionales legítimos que se transfieren al exterior buscando seguridad de posibles crisis financieras, que a su vez a menudo son provocadas o agravadas por capitales especulativos ("inversiones de cartera") cuyo interés radica en la ganancia de corto plazo y no en el bienestar público.

El dinero que se origina en los países en desarrollo y termina en el Norte no surge de los bolsillos de los pobres y los trabajadores. Ellos no poseen ahorros para transferirlos al exterior; compran menos artículos de lujo importados; no gastan dinero en el exterior como turistas. Ese dinero surge de las arcas de los gobiernos, en la forma de amortización de la deuda, y de los bolsillos de la élite. Pero las cuentas de los gobiernos siempre tienen que cerrar, por lo que compensan sus déficit fiscales recortando los servicios esenciales y elevando los impuestos. Y los ahorros perdidos o enviados al exterior por los ricos son inversiones perdidas por el país, que a su vez hubiera generado empleos e impuestos. Al final, son los pobres y vulnerables quienes más sufren.

Un registro de promesas incumplidas

Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el posterior fin de la Guerra Fría, una serie de importantes conferencias y cumbres trazaron el diseño general para una nueva era, en la cual los "dividendos de la paz" finalmente harían posible la antigua ambición de alimentar, educar y cuidar la salud de cada niño y niña del planeta. Al mismo tiempo, el concepto tradicional de "desarrollo" (que anteriormente se entendía solamente como crecimiento económico) se actualizó con consideraciones por el ambiente, los derechos humanos, la diversidad cultural y la situación de la mujer. Se alentó la participación de organizaciones de la sociedad civil, y respondieron de a miles, incorporando un entusiasmo poco habitual a los procesos de negociación diplomática, captando la atención de los medios de comunicación y abogando por compromisos concretos, mensurables y limitados por el tiempo.

La red de Social Watch se creó en 1996 para vigilar la implementación de esos compromisos y exhortar a los líderes a esforzarse más, cuando fuera necesario. Cada año desde entonces, Social Watch publicó informes como el presente, siguiendo indicadores, resumiéndolos en cuadros y, más importante aún, divulgando las conclusiones e inquietudes de grupos de ciudadanos que informaban acerca de las realidades cotidianas en sus países.

Cada informe nacional es elaborado por coaliciones ciudadanas autónomas y es el resultado de muchas semanas de investigación, consultas y debates. Los autores tienen diferentes antecedentes. Unos se dedican a la defensa de los derechos humanos; otros organizan los pobres a nivel comunitario. Algunos trabajan para sindicatos que representan a miles de trabajadores; en tantos otros se concentran en los problemas de género.

Lo que tanto las estadísticas internacionales como los informes nacionales muestran en el Informe 2003 de Social Watch es que las promesas de desarrollo no se cumplieron. Esos compromisos se asumieron en un mundo de rápido crecimiento económico que creía en la magia de una "nueva economía" revolucionaria donde los chicos inteligentes ganaban millones antes de recibirse y los países esperaban "catapultarse" de la pobreza absoluta hacia el siglo XXI gracias a la inyección infinita de los capitales privados.

Que las promesas no se hayan realizado no es sólo otro cuento de políticos que no cumplieron su palabra una vez que fueron elegidos. La economía mundial privó incluso a los gobiernos sinceramente comprometidos a mejorar la suerte de sus pueblos de los medios para hacerlo.

La "Declaración del Milenio" adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en setiembre de 2000, y fortalecida políticamente por la presencia de un número sin precedentes de jefes de Estado, actualizó muchas de las metas de desarrollo fijadas originalmente (e incumplidas) para el año 2000 y las reformuló para el año 2015. La declaración también otorgó el apoyo oficial de las Naciones Unidas a la meta de "reducir la pobreza extrema a la mitad" para esa fecha.

El grupo de objetivos incluido en ese documento, conocidos como los Objetivos de Desarrollo para el Milenio (MDGs), es levemente menos optimista que las fijadas originalmente para 2000, pero aún exige un cambio sustancial en el entorno económico mundial para poder alcanzarlas.

Cinco de las ocho MDGs refieren casi directamente a la prestación de servicios básicos, en las áreas de la salud, la educación y el abastecimiento de agua. El Objetivo 1, sobre la pobreza, también está, en gran medida, relacionada con el acceso a los servicios (aunque la pobreza es reconocida ahora como un problema multidimensional, con una variedad de causas internas y externas). Por lo tanto, resultaba lógico que Social Watch concluyera que debía contribuir con el debate internacional concentrando el informe actual en los servicios que son esenciales para los pobres.

Todos opinan que los servicios básicos deben mejorar y ser accesibles para todos, pero la discusión de cómo lograrlo es cada vez más polémica. El comienzo de las negociaciones sobre el acceso de las empresas extranjeras a la prestación de servicios está previsto para 2003 según el Acuerdo General sobre Comercio de Servicios (GATS), un tratado de la Organización Mundial de Comercio, y el Banco Mundial está preparando un informe sobre "servicios para los pobres" que condena el modelo vigente de prestación gubernamental de servicios y aboga por las concesiones privadas y la subcontratación.

Semejante fe en que la capacidad del mercado contribuirá al logro de los objetivos para el milenio no encuentra eco en lo informado en el presente informe por las coaliciones de Social Watch de todo el mundo. Como consecuencias de sus intentos de "ganarle al mercado", muchos conocidos ejecutivos terminaron en la cárcel en 2002, mientras las familias que confiaron en ellos perdieron sus ahorros jubilatorios. Para que los mismos protagonistas del mercado, sin restricciones ni reglamentos, no les ganen a los pobres, tanto gobiernos como empresas deberán asumir su obligación de rendir cuenta a los ciudadanos de todo el mundo.

La tinta aún no se secó sobre el documento donde más de cien jefes de Estado reconocieron que "además de las responsabilidades que todos tenemos respecto de nuestras sociedades, nos incumbe la responsabilidad colectiva de respetar y defender los principios de la dignidad humana, la igualdad y la equidad en el plano mundial". No permitir que esa responsabilidad quede en el olvido es una de las maneras de ayudarlos a cumplir su compromiso de "hacer realidad para todos ellos el derecho al desarrollo y a poner a toda la especie humana al abrigo de la necesidad".

Notas

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Roberto Bissio es coordinador de Social Watch.






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