No. 72 - Octubre 1997
El derecho al anonimato
por
Estela Acosta y Lara
No deja de sorprender la arremetida de algunos contra el anonimato en Internet, que actúan como si éste no fuera permitido en otros medios de comunicación tan extendidos como el correo y el teléfono.
¿Tenemos derecho a conocer la identidad de quien se dirige a nosotros? Muchas de las personas acosadas por llamadas telefónicas obscenas dirán que sí, al igual que muchos aparatos represivos. ¿Tenemos derecho a expresarnos anónimamente? Muchas de las personas perseguidas por aparatos represivos dirán que sí, a diferencia de cualquier aparato represivo.
Hay muchas razones por las que la gente quiere expresarse sin revelar su identidad. Algunos lo hacen para evitar posibles reacciones adversas de los que no concuerdan con sus decires -la intolerancia es un vicio muy extendido. También para evitar represalias: si alguien busca trabajo en una empresa de la competencia y sospecha que sus actuales jefes se molestarán si se enteran, probablemente no quiera que se conozcan sus intenciones. Muchos testigos o víctimas de delitos los denunciarían si hubiera garantías de privacidad y se asegurara el anonimato.
En los comienzos de la Internet no se insistió demasiado en asegurar la privacidad, quizás debido a su cometido original como herramienta para hacer más fluidas las comunicaciones en el ámbito científico y académico. Quizá también por el hecho de haberse impuesto tan fuertemente en un medio muy cercano al centro hippie de California, donde se acuñaron consignas como "La información estima ser libre". De hecho, en la muy extendida Netiqueta se alerta explícitamente: por correo electrónico no envíe nada que no quiera que aparezca publicado en la portada del diario local la semana siguiente.
Con el avance de las telecomunicaciones, la cantidad de situaciones en que la actividad de un individuo es registrada diariamente se acerca cada vez más a las fantasías paranoides que antes estaban restringidas a escenarios de ciencia ficción.
Los comerciantes, que suelen traficar información acerca de sus clientes -insumo básico del mercadeo- están interesados en los hábitos de compra para difundir propaganda dirigida. Pero también se presumen gustos para detectar potenciales compradores, a partir por ejemplo de los diversos detalles de las transacciones comerciales que las personas que usan tarjetas de crédito llevan a cabo. O en base a los sitios Web que uno visita, a las huellas que va dejando en su recorrido por el ciberespacio.
Como dice Kevin Kelly, editor ejecutivo de la revista Wired, en la aldea global propiciada por las telecomunicaciones la privacidad se volvió asimétrica. El editor sostiene que en las aldeas tradicionales había un equilibrio entre lo que un individuo sabía acerca de los demás y lo que éstos sabían de él, por ello no se suscitaban problemas en torno a la frontera entre lo privado y lo público. Actualmente esta relación se habría vuelto desigual: no sabemos exactamente quiénes saben qué acerca de nosotros.
Para revertir esta situación y restablecer la simetría respecto al acceso a lo privado, propone tener más conocimiento sobre los que nos vigilan. Para ello, las mismas tecnologías que permiten que otros sepan quiénes somos y qué hacemos en el ciberespacio pueden ser utilizadas de manera de proteger la información accesible sobre nosotros. No sólo podemos dejar de usar tarjetas de crédito o solicitar ser excluidos de los listados telefónicos, también es factible recorrer el Web sin dejar rastros.
Otra de las defensas practicables consiste en expresarse anónimamente. En Internet, la expresión anónima es ahora posible y segura gracias a los anonymous remailers (reenviadores anónimos), un servicio que permite total privacidad en el envío de mensajes: el receptor no puede acceder a la dirección electrónica del remitente. Este servicio es además gratuito -y lo será hasta que se implementen formas realmente privadas de manejar dinero- por lo que su uso se está extendiendo mucho. Hay de dos tipos. El llamado "pseudoanónimo" consiste en un servidor de correo intermediario que elimina los datos identificatorios del remitente del mensaje, lo encripta y lo envía. Con el otro tipo de reenviador, el anónimo propiamente dicho, se elimina el mediador, el propio usuario interesado hace anónimo a su mensaje.
Los reclamos y las objeciones al refuerzo de la privacidad en las comunicaciones provienen de los que reivindican el control como ejercicio legítimo para velar por la seguridad de los individuos. Al igual que con lo relativo al cifrado de mensajes, desde esas filas se hace hincapié en las ventajas que la privacidad total acarrearía a los delincuentes, por lo que se derivaría inmediatamente que no debe ser permitida. El precursor de los servidores de correo anónimo, el sitio finlandés anon.penet.fi que era administrado estrictamente según normas "libertarias" ha cesado de funcionar, en parte debido a numerosas acciones penales, que en por lo menos dos casos obligaron al operador a divulgar direcciones reales a la policía. También sonado es el caso de la Iglesia de Cientología, que recientemente fracasó en su intento de obligar a un proveedor de servicios importante a bloquear el acceso de mensajes anónimos a sus conferencias electrónicas.
No deja de sorprender la arremetida de algunos contra el anonimato, que actúan como si éste no fuera permitido en otros medios de comunicación tan extendidos como el correo y el teléfono.
Más información en www.skypoint.com/members/gimonca/anonmail.html y www.strassmann.com/pubs/anon-remail.html
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