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   No. 72 - Octubre 1997
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Tema de tapa


No. 72 - Octubre 1997

EL MERCADO LIBRE

¿Crecimiento equivale a desarrollo sustentable?

por Joshua Karliner

Para los empresarios ambientalistas, es un hecho que el crecimiento económico resultará en sustentabilidad ambiental. Bajo esta creencia subyace una confianza inquebrantable en la capacidad del mercado para resolver todos los problemas ecológicos. Los más sofisticados estarían dispuestos a aceptar, de palabra, la necesidad de controles estatales, pero la mayoría de ellos promueve la autorregulación como alternativa.

El ambientalismo empresarial respalda acuerdos económicos internacionales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el propuesto Acuerdo Multilateral de Inversión, y los considera esenciales para abordar cuestiones ecológicas. En realidad, su principio es que "el libre comercio es un requisito clave del desarrollo sustentable". Pero como señaló David Korten, ex profesor de la Universidad de Harvard, al jugar un papel integral en la redacción y aprobación de esos acuerdos, las trasnacionales "reescriben activamente las reglas del mercado para garantizar que sus propios derechos y libertades prevalezcan sobre los de los demás ciudadanos del mundo".

Las implicaciones ambientales de esos tratados son muy graves, ya que burocráticos y oscuros paneles de decisión tienen la facultad de derogar leyes ambientales nacionales y locales, así como derechos de los consumidores y los trabajadores. Por ejemplo, el GATT y su sucesora, la OMC, determinaron que una medida de conservación de los bancos de pesca de Canadá, una ley tailandesa que limitaba las importaciones de cigarrillos y leyes estadounidenses que gravaban a las industrias petrolera y química para financiar la limpieza de residuos tóxicos constituían barreras comerciales desleales. Los acuerdos comerciales también limitan la formulación de políticas gubernamentales en materia de ambiente y otras al sujetarla a las normas de la OMC. Mientras, tratados ambientales internacionales como el Protocolo de Montreal para la Protección de la Capa de Ozono, que prevé la transferencia de tecnologías no dañinas para la capa de ozono al mundo en desarrollo, también están potencialmente en conflicto con la OMC, que podría considerar la medida como un subsidio desleal.

Además, estos acuerdos prácticamente desplazan a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en lo relativo al gobierno mundial al sustituir el principio de "un país, un voto" por un sistema mundial dominado por la OMC, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En realidad, el documento de creación de la OMC no menciona a la ONU, sino que exhorta a cooperar con "las instituciones de Bretton Woods" (el Banco Mundial y el FMI) en materia de política económica. "Al excluir a la Asamblea General y otros organismos del foro mundial de la formulación de políticas económicas mundiales", la OMC "se asegura que éstas no sean decididas en un escenario multilateral y democrático, sino sobre la base del poder económico", señalaron Harris Gleckman y Riva Krut, ex funcionarios de la ONU. Esta posición constituye un mal augurio para las numerosas cuestiones ambientales íntimamente ligadas con el campo de la economía.

Liberalización comercial

En realidad, ya hay gestiones en curso para facultar a ambas instituciones financieras a decidir sobre asuntos ambientales. Si la OMC obtiene el dominio sobre cuestiones ecológicas, cederá la responsabilidad a entidades cuya prioridad es la liberalización comercial, dominadas por países industrializados y fuertemente influidas por empresas trasnacionales. Estas basan su concepción del ambiente y el desarrollo en la firme creencia de que la actual tendencia de la economía mundial (globalización de la producción y el consumo, aceleración de la privatización, reducción de las barreras nacionales al comercio y las inversiones, y expansión de los mercados y las oportunidades de inversión) crearán a la vez una mayor prosperidad económica y sustentabilidad ecológica.

Ese crecimiento continuado, arguyen los empresarios ambientalistas, llevará tecnologías ecológicamente sustentables al Sur en desarrollo y aliviará la pobreza mientras aumenta las ganancias de las trasnacionales. O como lo señaló la Cámara Internacional de Comercio, "el crecimiento económico, la apertura de los mercados y la protección ambiental son objetivos compatibles y complementarios entre sí. No puede haber desarrollo sustentable sin crecimiento económico real; sólo ese crecimiento puede crear la capacidad de resolver problemas ambientales".

El crecimiento se ha transformado en un fin en sí mismo. Sin embargo, el modelo de crecimiento actualmente vigente fomenta, en lugar de aliviar, la pobreza y la destrucción ambiental. Más importante que la tasa de crecimiento es la naturaleza de la actividad económica: qué tipo de crecimiento es, a quién beneficia y a quién o a qué perjudica. Como lo profesa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, "mucho depende de cómo se distribuyan los frutos del crecimiento económico, en particular de lo que obtengan los pobres, y de la medida en que los recursos adicionales se utilicen para apoyar los servicios públicos, en especial la atención primaria de la salud y la educación básica". No obstante, en nuestra economía crecientemente globalizada, cada vez se destinan menos frutos del crecimiento a satisfacer las necesidades básicas de la gente. En lugar de ello, mientras las ganancias de las trasnacionales aumentan, los débiles gobiernos disponen de menos y menos recursos para destinar a asuntos sociales como la salud, la educación y el ambiente, que quedan librados a los caprichos del libre mercado.

Exportaciones crecientes

Muchos países del Tercer Mundo basan su crecimiento económico en el aumento de las exportaciones de productos agrícolas e industriales. Esto tiende a crear nueva riqueza mediante el remplazo de antiguas economías comunitarias basadas en la propiedad común de recursos agrícolas y bosques. Como observó el experto indio Rajni Kothari, "el pensamiento modernista de que el crecimiento económico generará riqueza y ésta a su vez beneficiará a la población no toma en cuenta la riqueza que ya existía históricamente y que ahora es destruida en el proceso de creación de nueva riqueza".

En realidad, muchas personas estarían en mejor situación sin ese crecimiento económico. Además, la multiplicación por cinco de la producción mundial desde 1950 se debe en gran parte a la industria del petróleo, la petroquímica, la agroindustria, la generación de energía, el transporte, la minería y la industria de los metales, dominadas por un puñado de empresas trasnacionales que son precisamente las responsables de algunos de los problemas ecológicos más graves.

Un punto que la mayoría de los ambientalistas empresariales consideran no negociable en su teoría de que "crecimiento es igual a desarrollo sustentable" es que el consumo y el consumismo deben continuar expandiéndose en todo el mundo. Excepto por sus discursos sobre el desarrollo sustentable, es muy raro oír a los líderes de las trasnacionales hablar sobre la necesidad de que todos, en todas partes, consumamos menos. Por el contrario, se embarcaron en una serie de campañas de marketing "verde" destinadas a asegurar al público que puede continuar consumiendo con una clara conciencia ecológica, pero esto simplemente no es verdad. El modelo globalizado de crecimiento, destinado a ampliar los modelos estratificados de consumo, se opone diametralmente a la sustentabilidad ecológica y la igualdad social.

Valoración económica del medio ambiente

Los ambientalistas empresariales más sofisticados responden a las críticas a la ideología del crecimiento diciendo que la reforma de los mecanismos del mercado es el instrumento que le ayudará a cambiar el curso destructivo que está tomando. Changing Course, por ejemplo, arguye que los sistemas económicos nacionales e internacionales deben ser transformados para que puedan continuar creciendo tomando en cuenta los costos ambientales. Argumentos similares fueron esgrimidos por economistas ambientales como Herman Daly y líderes empresariales "verdes" como Paul Hawken, quien sostiene que el mercado y la economía pueden funcionar a favor del medio ambiente y la igualdad social si el precio de los recursos naturales y el costo de la contaminación se refleja con precisión en los sistemas de contabilidad.

La conversión del sistema de mercado en una fuerza que promueve, en lugar de debilitar, la sustentabilidad ecológica requeriría cambios profundos, pero sin integrar a la Tierra en el balance económico, será casi imposible construir sociedades ecológicamente sanas y socialmente justas. Pese a ciertos discursos, éste es precisamente el cambio que las trasnacionales no parecen dispuestas a aceptar. Es importante que algunas empresas mundiales reclamen una valoración económica del medio ambiente, pero debe reconocerse que, hasta ahora, lo hacen casi exclusivamente en teoría, mientras promueven la globalización económica y todas sus consecuencias destructivas.

Si la modificación de la contabilidad ha de ser la brújula que guíe a las empresas mundiales lejos de una situación insustentable, entonces los autoproclamados ambientalistas empresariales deberán modificar no sólo sus palabras, sino también sus acciones.

Aires cambiantes

Si bien es cierto que los sistemas de contabilidad del ambiente (si llegaran a implementarse) podrían impulsar la industria en una dirección más sana ecológicamente, el mundo no puede dejar las cuestiones de la sustentabilidad y la justicia en manos del mercado, porque la internalización de los costos ambientales puede ser muy subjetiva y enfrentar entre sí diferentes visiones del bienestar económico. Como dijo la científica y ambientalista india Vandana Shiva en una crítica a las gestiones del Banco Mundial para desarrollar un sistema de contabilidad ambiental, éste "utiliza la lógica de la economía para 'internalizar' los recursos de la población en el mercado, en lugar de internalizar los costos sociales y ecológicos del comercio, alienando así cada vez más los derechos de las comunidades locales y eliminando los escasos límites ecológicos y sociales al uso de recursos". Además, algunas cosas son invaluables, intangibles o de valor impredecible. Al decir de Shiva, "los recursos pueden tener un valor muy alto y a la vez no tener ninguno. Los ríos y bosques sagrados son un ejemplo de esto".

El mercado tampoco podrá valuar en forma adecuada el potencialmente catastrófico cambio climático hasta que ya haya ocurrido y sea demasiado tarde, ni anticipar e integrar plenamente el impacto de futuras sequías, inundaciones, huracanes y enfermedades en una fórmula económica, ni tampoco dar cuenta del criterio de casi todos los climatólogos del mundo según el cual debemos reducir en 60 por ciento nuestras emisiones de dióxido de carbono para evitar el efecto perjudicial del cambio climático. La valoración económica de éste también plantea una serie de inquietantes preguntas, por ejemplo cómo se valoraría la vida humana en tal situación o si una vida del Sur tendría el mismo valor que una del Norte. La prevención de situaciones como el recalentamiento planetario requiere mucho más que mecanismos de mercado que simplemente asignen un valor económico a bienes intangibles. Se necesita un enfoque que, en lugar de promover una versión "verdosa" del crecimiento económico, haga de su prioridad la eliminación de la pobreza y la promoción de la sustentabilidad ecológica, y permita el control de las comunidades sobre la producción y los recursos. Mediante este enfoque, un nuevo tipo de mercado regulado serviría los intereses de la justicia social, ambiental y económica.

Extraído de Joshua Karliner. The Corporate Planet: Ecology and Politics in the Age of Globalization. Sierra Club Books.






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