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No. 72 - Octubre 1997

LA ERA DEL AMBIENTALISMO EMPRESARIAL

Las trasnacionales se pintan de verde

por Joshua Karliner

La Cumbre de la Tierra de 1992 marcó la gran entrada al escenario mundial de empresas trasnacionales autoproclamadas ambientalistas. Mediante la reformulación del discurso ambiental para justificar el crecimiento económico, el ambientalismo empresarial no sólo permitió a dichas compañías enfrentar el desafío del movimiento ecologista, sino que también proveyó la razón fundamental de uno de los negocios de mayor crecimiento en el mundo: la industria del medio ambiente.

"El medio ambiente no será salvado por ecologistas, porque éstos no tienen el poder económico". (Maurice Strong, secretario general de la Cumbre de la Tierra, al defender el papel central de las empresas trasnacionales).

"La dependencia de las 'fuerzas del mercado' y el fracaso de la autorregulación son responsables, en gran parte, de la crisis ambiental mundial. Ha llegado la hora de controlar y regular más eficazmente las trasnacionales, que son los agentes económicos cuyo comportamiento presente y futuro determinará el destino del planeta". (Martin Khor, director de la Red del Tercer Mundo).

Junto al océano azul que baña Río de Janeiro hay verdes cerros dibujados con un mosaico de favelas. Tan precarios son esos montones de casillas de madera, chapa o ladrillo que parece que en cualquier momento se desplomarán hacia las playas, donde los surfistas, los automóviles rápidos y los hoteles de lujo muestran la otra cara de Brasil. Ambos mundos permanecen virtualmente aislados el uno del otro, polarizados a cada lado de la creciente brecha entre la miseria y la riqueza, en un microcosmos de las profundas divisiones que atormentan a nuestro planeta. La construcción de un puente entre ambos polos es la clave para resolver la crisis mundial del ambiente y la pobreza, estrechamente interrelacionados. <

En 1992, el mundo se detuvo por unos días para ser testigo de un intento de construcción de ese puente. Presentada como "la última oportunidad de salvar a la Tierra", la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (CNUMAD) reunió a más de 100 presidentes, primeros ministros y dictadores que llegaron a Río de Janeiro para estrechar manos, firmar documentos, fotografiarse y emitir discursos "verdes" pensados para sus audiencias nacionales. Aunque la CNUMAD, mejor conocida como Cumbre de la Tierra, acaparó los medios de comunicación, no logró determinar cambios fundamentales para salvar el planeta. Sí logró, en cambio, marcar el comienzo de una nueva etapa en la política ambiental internacional, principalmente porque sirvió de escenario para la gran entrada de las empresas trasnacionales como autoproclamadas ambientalistas. Acontecimientos como el Día de la Tierra en 1990 ya habían proporcionado un foro en Estados Unidos para el lanzamiento de una campaña publicitaria verde de las grandes empresas, pero la cita de Río fue diseñada a la medida de las compañías trasnacionales. La Cumbre de la Tierra marcó la mayoría de edad del ambientalismo empresarial, es decir, la fusión de la globalización económica y ecológica en una ideología coherente que permitió a las trasnacionales conciliar, en teoría, su insaciable hambre de expansión y ganancias con la dura realidad de la pobreza y la destrucción ambiental.

Luego de Río, el ambientalismo empresarial mundial contribuyó a institucionalizar las preocupaciones ecológicas incluyéndolas en las agendas de algunas de las mayores empresas mundiales, así como a construir una imagen pública de las trasnacionales como ciudadanas responsables del mundo. También, en cierta medida, comenzó a fijar los términos del debate en líneas favorables a las grandes compañías. En el proceso, el ambientalismo empresarial neutralizó parcialmente los esfuerzos -desde movimientos populares ecologistas hasta tratados y convenios internacionales- que amenazaban sus líneas fundamentales. En realidad, al destinar una proporción relativamente pequeña de sus vastos recursos a asuntos ambientales, las trasnacionales dieron una nueva dimensión al debate ecológico.

Livio De Simone, presidente del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sustentable, una coalición de ejecutivos y juntas directivas de algunas de las mayores empresas del mundo que surgió del proceso de Río, explicó así el logro en la víspera del quinto aniversario de la Cumbre de la Tierra: "Claramente, ha tenido lugar un cambio paradigmático. Antes, la industria era considerada la fuente primaria de los problemas ambientales, pero ahora es vista cada vez más como un factor vital para solucionar esos problemas y garantizar un futuro sustentable para el planeta".

Ricardo Carrere, coordinador del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, lo expresó de una manera diferente: "Antes de Río, el movimiento ecologista utilizaba al sistema para promover sus objetivos. Actualmente el sistema se ha apropiado del discurso ambiental y lo ha vaciado de contenido". El surgimiento del ambientalismo empresarial como una fuerza que en cierto sentido reemplaza al movimiento ecologista tradicional es un fenómeno complejo. Por un lado, bajo la presión de la organización comunitaria y/o de la regulación gubernamental, las trasnacionales instituyen varios cambios reales en sus tecnologías y prácticas que conducen a una producción más limpia y a una menor destrucción de recursos en algunos lugares. Por otra parte, se han apropiado del lenguaje y las imágenes de los ecologistas en un esfuerzo por evitar que éstos convenzan a los gobiernos de obligarlas a realizar cambios más profundos. Los autoproclamados ambientalistas empresariales lograron su meta absorbiendo en su propia agenda de la globalización económica la cuestión de la sustentabilidad ambiental. De pronto, han hecho de la expansión mundial de la extracción, producción, comercialización y el consumo de recursos, un sinónimo del desarrollo sustentable. Esta hábil maniobra ha convertido el imperativo de resolver la crisis ambiental en una justificación para el mantenimiento del statu quo.

Magistral utilización

Esta magistral utilización de la ecología no debería sorprender, sugiere la científica y activista india Vandana Shiva. "En los últimos 500 años de colonialismo, siempre que el alcance mundial de gobiernos, empresas e instituciones internacionales se ha visto amenazado por la resistencia, el lenguaje de ésta fue adquirido colectivamente, redefinido y utilizado para legitimar el control futuro". Actualmente, destaca Shiva, somos testigos "del 'ecologizamiento' del alcance global".

En una posición contraria se encuentra Maurice Strong, el empresario y diplomático que fue secretario general de la CNUMAD. Strong insistió en que la industria debe redefinir el ambientalismo a su propio modo para que el mundo resuelva los inmensos problemas que enfrenta. En parte tiene razón, al afirmar que presidentes, ministros de finanzas y funcionarios del Banco Mundial deben ayudar a mover las palancas del poder para lograr un cambio ambiental. Pero al promover una solución vertical, tecnocrática y ejecutiva al problema y minimizar el papel de los ambientalistas, margina a la gran mayoría de la población mundial. En esencia, la afirmación de Strong es profundamente antidemocrática, desafía una larga historia de movimientos populares para el cambio social y rechaza la presión de los grupos ambientalistas, que obligaron en primer lugar a colocar la cuestión de la sustentabilidad entre las prioridades de las agendas diplomáticas y empresariales a nivel internacional.

La industria ambiental

El papel que las comunidades organizadas, los grupos ecologistas y otros han jugado al obligar a las trasnacionales a modificar su comportamiento es un logro que la mayoría del ambientalismo empresarial se niega a reconocer. Esto es particularmente notorio en sus discursos públicos, que con frecuencia los presenta como líderes ecológicos y visionarios, aunque no hacen más que cumplir con la ley luego de haberse resistido a ella durante largo tiempo, o simplemente procurar ganancias.

Por supuesto, los líderes de varias de las principales empresas del mundo han reconocido públicamente que está en su propio interés superar los desafíos que presentan las crisis mundiales del ambiente y la pobreza. Pero la presión desde abajo ha contribuido en gran forma a imponerles esa realidad. De hecho, los movimientos ambientales surgidos en los años 60 en Estados Unidos, Europa y Japón han tenido una influencia tan poderosa sobre la conducta empresarial que bien podrían compararse a los oponentes de los trusts de comienzos de siglo o a los movimientos sindicales de años posteriores. Movimientos ambientalistas integrados por consumidores, víctimas urbanas de la industrialización y residentes rurales realizaron campañas específicas que lograron forzar a empresas individuales y amplios sectores industriales a cambiar la forma en que producían y en algunos casos lo que producían.

Los movimientos sociales que surgieron de lugares como Love Canal en Estados Unidos, Minamata en Japón y Sveso en Italia, también presionaron a los gobiernos a aprobar leyes y reglamentos para reducir algunos de los efectos más perjudiciales del industrialismo moderno. En consecuencia, se aprobaron y aplicaron leyes para limpiar y proteger el aire, el agua y la tierra en muchos países. El gobierno de Japón, por ejemplo, en respuesta a las crecientes protestas populares y a la amplia cobertura periodística de una serie de desastres ambientales producidos por las industrias, aprobó una ley integral en 1967 (la Ley Básica para el Control de la Contaminación) y creó su propio organismo ambiental en 1971. Con estas herramientas, Japón comenzó a implementar una serie de controles destinados a contener la contaminación. Leyes similares proliferaron en toda Europa occidental en esa época. En Estados Unidos, los ecologistas obligaron a la aprobación de leyes de regulación de la contaminación del aire, el agua y el suelo, entre ellas la Ley de Conservación y Recuperación de Recursos de 1976, la Ley de Control de Sustancias Tóxicas del mismo año y el llamado Superfondo en 1980. Tal regulación produjo en los últimos 30 años una significativa reducción de la contaminación en la Unión Europea, Estados Unidos y Japón, y al obligar a los contaminadores a invertir grandes sumas de dinero en tecnología de control, dio lugar a una "industria ambiental" multimillonaria, dominada por algunas de las mayores trasnacionales del mundo. En realidad, los problemas ambientales se están convirtiendo en un gran negocio para muchos capitalistas a medida que el sistema intenta adaptarse a sus propios defectos. La industria del ambiente es calificada por gobernantes y empresarios del mundo industrializado como una forma de combinar la rentabilidad con la sustentabilidad, aunque ha generado sus propios problemas ambientales. Esta aparente ironía tiene origen en los iniciales esfuerzos de las grandes empresas por resistir, evitar o debilitar los controles y regulaciones. Por ejemplo, cuando la mayor parte de la legislación ambiental estadounidense estaba en discusión en los años 70, las industrias contaminantes admitieron que la regulación era inevitable, pero se opusieron al control gubernamental sobre el proceso de producción. Dow Chemical, el segundo mayor productor de residuos tóxicos en Estados Unidos, argumentó que otorgar al gobierno "autoridad para controlar la producción, la composición y la distribución de los productos sería devastador para el libre comercio de las empresas". Por su parte DuPont, el principal productor de desechos tóxicos del país, sugirió que "debería regularse la disposición final de los residuos en lugar de la naturaleza y el uso del producto o el proceso de fabricación utilizado". Los argumentos tuvieron éxito. Así, en lugar de atacar la fuente del problema, los legisladores del Norte cedieron a la presión de los industriales e instituyeron una serie de soluciones sintomáticas. Tales respuestas legislativas -como la de obligar a colocar filtros en los cigarrillos cancerígenos - preservaron el statu quo de la producción y simultáneamente crearon las condiciones para el surgimiento de una nueva industria.

Hoy en día, la llamada industria ambiental -un grupo de empresas que acarrean desechos tóxicos, tratan aguas residuales y depuran el aire contaminado- es una gigantesca industria mundial de pleno derecho y un bastión del ambientalismo empresarial. Aunque la industria en sí misma es difícil de definir, un estudio preparado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (integrada por los países más industrializados) estimó el mercado mundial de equipos y servicios ambientales en unos 200.000 millones de dólares en 1990 y pronosticó un crecimiento de otros 100.000 millones para el año 2000. La Corporación Financiera Internacional, una de las filiales del Banco Mundial, se basó en una definición más amplia que incluyó "otras" tecnologías como el carbón "limpio" y calculó la cifra de 1990 en 300.000 millones de dólares, estimando que se duplicará para fin de siglo. A modo de comparación, cabe señalar que el mercado anual de la industria aeroespacial representa unos 180.000 millones de dólares, y el de los productos químicos 500.000 millones. Estas cifras convierten a la industria ambiental en uno de los negocios de más rápido crecimiento en el planeta. Una auténtica industria ambiental debería concentrarse en la prevención de la contaminación y el desarrollo de tecnologías de producción limpias y ambientalmente sustentables. Pero parece que, a menos que se les imponga lo contrario, las trasnacionales continuarán moldeando el concepto de lo ambientalmente sustentable a su conveniencia.

Extraído de: Joshua Karliner. The Corporate Planet: Ecology and Politics in the Age of Globalization. Sierra Club Books.

Joshua Karliner es coordinador editorial de Corporate Watch (www.corpwatch.org) y director ejecutivo de Transnational Resource & Action Center, de San Francisco, Estados Unidos.






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