No. 74 - Diciembre 1997
Alimentos y envases plásticos
Política de migraciones
por
Luis E. Sabini Fernández
A diferencia de lo que sucede en muchos países europeos, donde la xenofobia denuncia y combate las migraciones para sostener una improbable pureza nacional o étnica, otras migraciones pasan más inadvertidas. Curiosamente, las mismas instituciones que acompañan las denuncias de aquellas migraciones humanas suelen ser muy tolerantes respecto de estas otras migraciones: las que sufren los alimentos que consumimos cada día.
¿Qué es una migración en alimentos, más precisamente del envase al alimento? En primer lugar, se trata de un concepto, de una denominación relativamente reciente, con la que se designa el pasaje de sustancias propias del envase a su contenido, el alimento. Ese tipo de desprendimiento era desconocido con envases de vidrio, por ejemplo, que se los llama, por oposición, inertes.
La primera pregunta, entonces, es por qué surge el concepto en las última décadas, dado que el hombre ha ingerido alimentos envasados desde hace milenios. Porque este fenómeno —el de la incorporación de elementos del envase al alimento que contiene— ha pasado a constituir un capítulo actualísimo con un material que constituye la mayoría de los envases actuales: el plástico.
Mucho se habla del aroma que el roble transmite al vino añejado en vasijas de esa madera. Y del sabor especial de la humita en chala, otorgado por el envoltorio vegetal que oficia de envase. Cuando en otros tiempos, el carnicero o el pescadero envolvían la carne con papel de diario, probablemente partículas de tinta, tóxicas, quedaban adheridas al alimento. Sin embargo, en esos casos, el proverbial enjuague solía barrer, literalmente, con alguna "migración" indeseada e inconsciente.
Pero ahora ya no estamos en tiempos modernos a secas, sino en hipermodernos o posmodernos. La situación ha cambiado. La higiene reina. Y uno recibe los alimentos en primorosos envases y estuches, y de allí van directo a la boca. Con alimentos en apariencia limpios, el fenómeno de la migración es mucho más insidioso. Y peligroso, porque la propina involuntaria es tóxica.
Como con tantos otros problemas vinculados con el desarrollo tecnológico, éste fue entrevisto bastante después de que se hubiera implantado en la realidad. Es decir, primero la industria petroquímica desarrolla nuevas aplicaciones "maravillosas", y más tarde se descubren aspectos insospechados e insospechadamente indeseables de algunas de dichas aplicaciones: demasiado tarde, porque el cúmulo de intereses creados hace mucho más difícil torcer el rumbo.
De todos modos, la creciente conciencia ecológica, y el avance del conocimiento sobre tóxicos y enfermedades ambientales han ido planteando un cambio de actitudes hasta en los más recalcitrantes defensores de los envases plásticos, sus fabricantes.
En la década del 80, todavía se podía escuchar declaraciones negando todo tipo de toxicidad del plástico. Se podía proclamar entonces, como lo hacía Leo Peraldo, técnico y vocero de la Cámara Argentina del Plástico, que era "totalmente biodegradable, su factibilidad es apenas un problema comercial, no técnico", "la elaboración de plásticos apenas si tiene toxicidad", "la mala prensa del plástico se debe a que los madereros y vidrieros han sabido sobornar más a los verdes". Pero en los 90, el reconocimiento de los problemas "migratorios" es ilevantable y la actitud de defensa de la petroquímica desde los mismos círculos industriales pasa por "¡no se puede plantear no usar más plástico!", frase que esconde el pensamiento "aunque lo quisiéramos", y que pertenece literalmente a un representante de la industria, en un seminario organizado por el IAE de Buenos Aires en 1991.
Tomemos un ejemplo. El plástico que envuelve gran cantidad de quesos y fiambres es PVC, polivinilcloruro, el mismo que se usa para gran cantidad de botellas, de aceite por ejemplo. Como al resto de los plásticos, para hacerlos maleables, que sirvan como películas para envoltorios, se le agrega ablandadores, estabilizantes, lubricantes, blanqueadores, etcétera. Los elastificantes del PVC pertenecen a la familia química de los ftalatos, comprobadamente cancerígenos, y hasta una cuarta parte del producto final puede estar constituido por tal ingrediente.
Los plásticos, y en particular sus ablandadores, tienen una enorme sensibilidad al calor. Cualquiera puede observar con qué rapidez se deforman o queman los plásticos, sobre todo los blandos. Pues bien, el calor actúa modificando el plástico a temperaturas increíblemente moderadas. Se han hecho investigaciones con alimentos de uso cotidiano embolsados o envasados a 40 grados (véase cuadro). Se ha verificado que el proceso de cesión se inicia de inmediato, que una temperatura de 20 grados es suficiente para desencadenarlo, y que el calor es decisivo para su incremento exponencial.
En 1982, la Dirección Nacional de Alimentos de Suecia se vio precisada a investigar las láminas plásticas que envolvían cada vez mayor cantidad de alimentos. La investigación, llevada a cabo por una decena de expertos, no dejó lugar a dudas:
* las películas plásticas de PVC con ablandadores son las preferidas por el comercio, por el grado de adherencia y consiguiente comodidad para su manejo;
* los ablandadores con ftalatos son tóxicos (causante de cáncer de hígado);
* algunos alimentos grasos, como quesos, son particularmente sensibles al fenómeno migratorio; otros alimentos, como frutas, registran mucho menor traspaso.
En las conferencias de prensa brindadas en aquel momento, los representantes de la protección alimentaria sueca procuraron evitar el pánico. "Con lo que se sabe hasta el momento, no hay riesgo para la salud, pero el sabor se puede alterar", y "la Dirección no quiere recomendar tirar la primera rebanada que se corte pero el público tiene que saber que la migración sólo alcanza a la capa más superficial del alimento", declaró Eva Sandberg al Dagens Nyheter, el 16 de diciembre de 1982. Declaraciones magistrales para no reconocer un problema y, sin embargo, zafar de él, del problema que no existe (véanse recuadros).
Veamos ahora otro aspecto "migratorio" del mismo plástico, el PVC. Por ser un plástico obtenido mediante cloro, es soluble en grasas y alcoholes, lo cual lo hace altamente inconveniente para contenidos de tal naturaleza. Es decir que, en este caso, sus migraciones ya no dependen sólo de los ablandadores que suele tener incorporado, sino de su misma composición. Por tanto, incluso un PVC no particularmente blando resulta tóxico con determinados contenidos, como por ejemplo cuando es usado para botellas cuyos contenidos sean grasos o alcohólicos. La industria aceitera parece haber encontrado, sin embargo, su envase "ideal" en el PVC. Basta una recorrida por góndolas para darse cuenta. Sabemos el por qué: es seguramente el más barato. Pero estamos hablando de salud, no de negocios. Y menos de negocios a costa de la salud, humana y ambiental.
En España, tradicional país aceitero, se han librado grandes batallas civiles para impedir el envase de PVC para aceites. En Francia, el país del vino, han ocurrido similares batallas para impedir el envasado de vino en recipientes plásticos. En esos países hay investigaciones como para advertir aspectos negativos de "avances" tecnológicos.
Los envases para alimentos nunca han sido herméticos. Pero en el pasado, lo habitual eran las pérdidas, de aromas, de gases, las mermas. Ahora, gracias a algunos envases plásticos (no son los únicos, pero sí los más difundidos), tenemos "ganancias", sólo que indeseables.
¿Cómo es posible que "autoridades responsables", consorcios con enorme fama a lo largo y a lo ancho del planeta en el rubro de suministros de alimentos a la población permitan agresiones tan serias o graves a la salud? Vale la pena recordar, en primer lugar, lo que acabamos de señalar para el éxito del PVC como envase de aceites: el interés primordial de tales empresas es obtener beneficios, colocando sus productos, no preservar la salud del planeta o de su población.
De todos modos, se han valido de dos recursos, fundamentalmente, para llevar adelante esta "política de migraciones". El primero, el silencio. De lo que no se habla, no existe. Lo cual en términos masmediáticos y televisivos, se acerca a "la verdad pragmática". El segundo, cuando las investigaciones han hecho inocultable el problema, como sucede en la actualidad con las migraciones o cesiones a los alimentos envasados, las autoridades públicas y los responsables privados han encontrado un recurso mágico para tolerarlas, mejor dicho para hacer tolerarlas: los límites aceptables. Mediante este recurso se puede llegar a calificar positivamente lo que originariamente se presentaba como negativo, peligroso, como sucede con la perversa expresión PADI, de la jerga de la industria del envasado (Packaging acceptable daily intake, es decir, ingestión diaria aceptable de envase. Sobre este punto, ver "El mito de ALARA", publicado en Revista del Sur, N° 70, agosto 1997).
Por otra parte, los límites de tolerancia no son iguales para los mismos productos en diferentes jurisdicciones, como que no provienen de resultados científicos sino de posiciones políticas. Así, por ejemplo, en tanto en América Latina se usa como solvente graso de envases plásticos un simulador, el heptano, en España se usa aceite de oliva, que es un alimento real. También varían las temperaturas y los lapsos de observación, con lo cual resultados aparentemente iguales dan límites efectivos distintos.
La industria petroquímica ha desarrollado tales recursos de persuasión —envases cómodos, prácticos, livianos, no frágiles, muy bien impresos, a menudo con imágenes de paisajes incontaminados, "naturales" y muy agradables— que resulta "de locos" plantear que su producción y el consumo correspondiente resultan un atentado a la salud de la población. Sin embargo, es sencilla y crudamente así.
El gran "adelanto" del queso sin cáscara
Hace ya un tiempo, salió al mercado el queso fresco sin cáscara, envuelto en una funda plástica. Para el fabricante, negocio redondo; elimina la cáscara y todo el peso pasa a ser "aprovechable". Para el consumidor, gran comodidad; no tiene que molestarse en cortar la cáscara y lo que paga es todo comestible. La elaboración milenaria del queso, con cáscara, desaparece así como un desperdicio de gente no moderna. El queso sin cáscara se contiene en plástico, y así, está expuesto a las cesiones de sustancias tóxicas que atentan contra la salud de la población. En ciudades como Buenos Aires, prácticamente ya no se encuentran quesos frescos con cáscara, con lo cual ni siquiera existe la posibilidad para el consumidor de elección: si prefiere "perder" parte del queso como cáscara o salir "ganancioso" comiéndolo todo. |
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Pequeños asesinatos
Cada día, en todos los puestos de venta de queso, enérgicos y dispuestos vendedores, blandiendo sus cuchillas, hienden los quesos partidos generalmente recubiertos de una película plástica. ¿Cuántas partículas cancerígenas, microscópicas, claro, nos llevamos con el trozo que compramos e ingerimos con la primera rebanada, la que recogió el "aporte" del filoso cuchillo y el empuje voluntarioso del vendedor?
Lo más pesadillesco es procurar un diálogo. Si a uno se le ocurre pedirle buenamente al vendedor que retire primero el plástico y corte después.
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Cesión de dietilhexilftalato
(plastificante con el que se logra un PVC maleable) tras siete días de
almacenamiento a 40°
SAL COMÚN |
21,4 PARTES POR MILLÓN |
MOSTAZA |
96,8 " " " |
lentejas |
73,6 " " " |
PASAS |
150,6 " " " |
LECHE EN POLVO |
222,2 " " " |
POLVO DE FLAN |
225,8 " " " |
Fuente: Kemper, F., Zum Thema Weichmacher-Phtalsaurediakylester,
pharmakologische und toxikologische Aspekte, Verband Kunstofferzeugende
Industrie, Frankfurt, 1983. Citado por Integral, Barcelona, n° 98, 1988. |
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