No. 74 - Diciembre 1997
Betinho
La conciencia de una sociedad
por
Roberto Bissio
Se recuerda a los artistas por sus músicas o pinturas, a los estadistas por leyes o planes de gobierno y a los deportistas por las copas o medallas conquistadas. Pero cuando murió Herbet de Souza, conocido sólo por el sobrenombre cariñoso de Betinho, pocos obituarios brasileños lo recordaron como el autor de una pequeña joya literaria como La Lista de Ailce y menos aún por sus incisivos ensayos sobre la democracia, las empresas transnacionales y el Banco Mundial. Es que el legado de Betinho, su "obra" o su "milagro" como quieren los teólogos que han propuesto su canonización, no se parece a la de otros sociólogos o a la de los políticos sino a la de los profetas: Betinho cambió la conciencia de Brasil. Y con ella el rumbo de la historia.
El mérito de los intelectuales suele adjudicarse a lo innovador de sus ideas. El de Betinho estuvo en su capacidad de decir lo obvio. Era obvio que la Presidencia de Fernando Collor de Mello había sumergido a Brasil en el fango de la corrupción, pero hacía falta una voz que lo dijera y que convocara a la movilización ciudadana. Que Brasil, la octava economía del mundo, es también la sociedad más desigual del planeta es un dato que se encuentra en cualquier informe estadístico de los que año a año elaboran los organismos internacionales. Pero hacía falta una voz que dijera que tal situación no sólo es políticamente insostenible a largo plazo y económicamente un freno en cualquier sistema, sino además éticamente inadmisible.
En vez de recurrir a la tradicional búsqueda de responsables y demandar de otros la solución, Betinho se dirigió a la ciudadanía con la parábola del colibrí: El bosque está en llamas y mientras todos los animales huyen para salvar su pellejo, un picaflor recoge una y otra vez agua del río para verterla sobre el fuego. "Es que acaso crees que con ese pico pequeño vas a apagar el incendio?", le pregunta el león. "Yo sé que no puedo sólo, responde el pajarito, pero estoy haciendo mi parte".
La Acción de la Ciudadanía contra la Miseria y por la Vida, conocida por todos como la "campaña del hambre" o también (sin la autorización de su inspirador) como la "campaña de Betinho", convocó a cada ciudadano a hacer su parte, identificar en su vecindad a los pobres y concurrir a ayudarlos. Cada uno de los 32 millones de hambrientos tiene un rostro y alguien que lo conoce. No hace falta pedir permiso ni instrucciones a nadie para ayudarlo.
En pocos meses, un país que sólo parecía sensibilizado por la discusión sobre cómo implantar la pena de muerte para frenar la criminalidad creciente pasó a movilizarse en una enorme cruzada solidaria. Algunos grupos de parroquia, de vecinos, sindicales o de rotarios llegaron hasta las favelas con camiones de donativos y se encontraron para su sopresa que los beneficiarios habían organizado sus propios grupos de campaña para ayudar a otros más pobres que ellos. Un modelo de acción tan innovador, sin jerarquía o institucionalidad resultaba imposible de evaluar. La campaña recurrió a empresas de opinión pública y descubrió que eran millones quienes declaraban ser "parte" de ella. El 60 por ciento de la población dijo conocer la iniciativa pero, lo más sorprendente, ¡90 por ciento decía apoyarla! El poder de lo obvio. Todo el mundo sabía que algo así debía hacerse.
La cercanía de la muerte
¿Cómo llegó Betinho a tener esa capacidad de convocatoria? La biografía política y la vida personal de Herbet de Souza son inseparables. Su amor a la vida tal vez fuera el resultado de su permanente convivencia con la enfermedad y la cercanía de la muerte.
Betinho nació en Bocaiuva, un pueblo del interior de Minas Gerais, reducto del catolicismo y el conservadurismo brasileños. Al igual que todos sus hermanos varones heredó la hemofilia, enfermedad que impide que la sangre se coagule y que lo obligó a una infancia de reclusión y padecimiento. Contrajo tuberculosis en la adolescencia y fue de los primeros pacientes en salvar su vida gracias al descubrimiento de la penicilina. Una experiencia le llevó décadas más tarde, cuando una de las frecuentes transfusiones a las que debía someterse le contagiara el VIH, a conceptualizar el sida como "una condición no una condena".
Militante de las juventudes estudiantiles católicas, Betinho era dirigente estudiantil y asesor del gobierno de Joao Goulart cuando el golpe militar de 1964. Acción Católica, luego convertida en Acción Popular fue una de las primeras expresiones políticas de la naciente Teología de la Liberación. Tras un breve primer exilio en Uruguay, el "golpe en el golpe" de 1968 (un viraje derechista inspirado en la doctrina de seguridad nacional) lo encuentra en la clandestinidad en Brasil. Acción Popular se radicaliza y adhiere al maoísmo.
La tesis según la cual los dirigentes debían "proletarizarse" para poder ser revolucionarios no era fácil de llevar a la práctica para Betinho, que nunca llegó a pesar 50 kilos y a quien nadie quería contratar como obrero. Después de vender baratijas en la puerta de las fábricas consigue un empleo pintando cerámicas. Un día se le ocurre una manera mejor de hacer la tarea. Se le plantea al dilema: ¿si yo hago mi tarea más fácil y aumenta la productividad, no estaré contribuyendo a aumentar la plusvalía del burgués y la explotación de la clase obrera? Tal vez fuera esta vivencia personal, más que el análisis de la muy desfavorable correlación de fuerzas y la esterilidad de las estrategias heroicas de la izquierda lo que impulsara a Betinho a tomar el camino del exilio a Chile, reanudar sus estudios de sociología en el marco de ese gran laboratorio de transformación social que era el gobierno de Salvador Allende y, sobre todo, decidirse a publicar una primera autocrítica, vinculando el análisis político a su experiencia personal en la obra colectiva Memorias del Exilio.
El afán por comprender las fuerzas complejas que hacen la historia sin caer en dogmatismos ya no lo abandonaría y sus críticas siempre estuvieron legitimadas por la disposición a exponer los errores propios. En 1973, nuevo exilio, esta vez en Glasgow y Toronto, donde termina sus estudios y funda grupos de análisis de la realidad brasileña y latinoamericana. Betinho es de los primeros en tomar las empresas transnacionales como objeto de análisis, superando la tendencia a atribuir a conspiraciones todos los males latinoamericanos. En México, donde enseñó durante un año en la UNAM, funda con otros intelectuales una revista, que como tantas otras nunca llegó al tercer número. No importaba. El primero alcanzó para poner por primera vez en el debate de la izquierda el tema de la democracia. "Democracia sin adjetivos", como solía decir Betinho, y a la que se concebía como meta, como utopía u horizonte que debía guiar las propuestas y no como mero instrumento.
Emblema de la amnistía
Sin jamás proponérselo, Betinho se convirtió en México en emblema de la campaña brasileña por la amnistía: su hermano Henfil, caricaturista de gran popularidad burlaba por esa época a la censura escribiendo semanalmente "cartas a mi mamá" en las que las entrelíneas de las cotidianidades familiares aludían a los temas de todos. Entre ellas la eterna pregunta de ¿cuándo vuelve mi hermano? El retorno del hermano de Henfil, cantado por la popularísima Elis Regina finalmente se produjo en 1979. Betinho volvió para fundar el Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (IBASE) y poner al servicio de los movimientos sociales su capacidad de análisis y la potencia de un nuevo instrumento: las computadoras personales que posibilitaban a grupos pequeños el acceso a herramientas que hasta entonces sólo podían utilizar el Estado o las grandes empresas.
Todos los números seguían diciendo que el problema de los pobres en Brasil era, como antes, el problema de la tierra. Agravado ahora por el de la pobreza urbana, el "capitalismo salvaje" y su saldo de contaminación ambiental y desintegración social. Betinho trabajó con los "nuevos actores": los niños de la calle, el movimiento de mujeres, los negros, las comunidades de base y los nuevos sindicatos. Sin perder su independencia y su capacidad de criticarlos, como cuando condenó públicamente una "huelga salvaje" de la salud que dejó morir pacientes sin atención.
El sida
En 1984 lo diagnosticaron como "seropositivo". Betinho fue el primer brasileño en declarar públicamente: "tengo SIDA y voy a vivir con él". Asumió el nuevo desafío y respondió como sabía, organizando campañas que forzaron cambios en las políticas públicas discriminatorias, e incluso osando criticar las de Cuba, en una valiente carta pública a Fidel Castro. Betinho ideó un video sobre "el día que se descubrió la cura del sida" y actuó en él como el farmacéutico que vende a un portador de VIH sus pastillas cotidianas. La idea no era sembrar ilusiones sobre terapias milagrosas, sino demostrar que, igual que la diabetes u otros padecimientos crónicos, el sida es una condición con la que la gente vive y no un estigma, la lepra moderna. Horrorizado con los padecimientos que rodearon la muerte de sus dos hermanos, Betinho osó desafiar incluso a sus aliados y amigos católicos y defendió públicamente la eutanasia.
"Tierra y democracia"
Cuando Brasil se preparaba para albergar la Cumbre de la Tierra en 1992, Betinho sintetizó en el lema de "tierra y democracia" el vínculo entre lo ambiental lo social y lo político, movilizando cantantes populares, artistas plásticos, gente de teatro y cine en campañas de insólito impacto para un país en el que se creía que la "reforma agraria" era una bandera olvidada salvo para un puñado de viejos izquierdistas nostálgicos.
El movimiento por tierra y democracia dio origen al de ética en la política y éste a la campaña contra el hambre. Un vendaval de energías sociales desatadas por una persona de salud cada vez más precaria. El presidente Itamar Franco lo postula al premio Nobel de la Paz cuando estalla la bomba: el nombre de Betinho apareció en una lista capturada por la policía entre políticos y periodistas que habían recibido dinero del "jogo do bicho", la popular quiniela clandestina controlada por la mafia carioca. Mientras los políticos se callaban a la espera de que "se asiente la polvareda", Betinho salió a la televisión a reconocer que sí había recibido 50.000 dólares de donación para la Asociación Brasileña de Iniciativas contra el Sida que él presidía y que no hubiera sobrevivido sin esa contribución. "No estoy por encima del bien y del mal", admitió. "Reconozco que debí haber consultado la decisión de recibir o no ese dinero".
El premio Nobel fue a otras manos. El pueblo de Río le rindió su propio homenaje a través de una escola do samba que cantó su vida como la de un "moderno Don Quijote" y lo paseó rodeado de bailarinas por la avenida del carnaval.
Betinho no había terminado de descansar del carnaval cuando comenzó a lanzar nuevas iniciativas. No alcanza con paliar el hambre. Hay que generar empleos. Las empresas, públicas o privadas, no sólo tienen que rendir cuentas a sus accionistas. Como parte de la sociedad que son deben publicar un "balance social". Gazeta Mercantil, el principal diario empresarial del país, y varias asociaciones industriales y cámaras empresariales adhirieron a la iniciativa.
Cuando llegaron las nuevas terapias contra el sida, Betinho ya llevaba 14 años de vivir con esa condición, pero la esperanza de que éstos se prolongaran indefinidamente se frustró: una nueva falla en los bancos de sangre lo volvió a contagiar, esta vez de hepatitis, lo que obligó a suspender la aplicación del "triple cóctel". Murió en su casa, como había querido, rodeado de su familia y los amigos que continúan su lucha. En su homenaje. Y porque su lucha no era en el fondo más que la lucha por la vida. La que merece ser vivida. Nada menos.
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