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Irak


Resurgence No. 4 - 2003

Noticias del imperio y nuevo imperialismo

por Oliver Boyd-Barrett*

La guerra ilegal contra Irak se vio facilitada, en buena medida, por la connivencia de los medios de comunicación masiva con el gobierno de Estados Unidos. La mayoría de los canales de televisión adoptaron un marco informativo que respondía casi completamente a las políticas del gobierno de Bush.

Los expertos en informativos de prensa destacan hace tiempo la importancia del “marco” que determina cuáles son los temas sobre los que se debe informar, cómo cubrirlos y cómo interpretarlos. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, la cobertura de asuntos internacionales desde Occidente se basaba en el presupuesto de que un hecho era “importante” si tenía alguna consecuencia sobre el equilibrio de poderes entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
En el caso de la invasión y ocupación de Irak por parte de Estados Unidos, desde marzo de 2003, los medios de comunicación tuvieron que elegir entre por lo menos dos marcos, contradictorios entre sí. El primero consiste en aceptar en forma incuestionable que Estados Unidos, como principal potencia mundial, tiene la responsabilidad internacional de protegerse a sí misma y al mundo entero de cualquier país o elemento que pudiera usar armas de destrucción masiva, aunque ello implique un ataque preventivo en ciertos casos y aunque muchos países se muestren escépticos ante la posibilidad de que acciones de ese tipo cuenten con el apoyo del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Dentro de este marco, están los que creen en las denuncias hechas principalmente por Estados Unidos y Gran Bretaña de que Irak tiene armas de destrucción masiva. También había otro tema concomitante, en este marco, que era el carácter represivo del gobierno iraquí, que constituía una razón más para justificar una acción militar inmediata. La muerte de soldados pertenecientes tanto a la “coalición” cuanto al “bando enemigo” en el cumplimiento de los objetivos militares de la coalición, así como cualquier muerte “accidental” de civiles (“daños colaterales”), se interpretaría, en este marco, como algo triste pero inevitable y, en último término, justificable.
El segundo marco da por sentado que existe un sistema de derecho internacional que gobierna el uso de la fuerza y cuyo principal guardián es la ONU, pero que dicho foro no dio su consentimiento para la invasión de Irak por parte de las fuerzas de la “coalición” en marzo de 2003. Este marco considera que una acción no sancionada por la ONU es ilegal y, probablemente, inmoral, aunque hubiera motivos para sospechar la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, e incluso a pesar de la naturaleza del gobierno de dicho país.
Desde este marco, la inquietud por la existencia de armas de destrucción masiva en Irak se analizaría en referencia a la existencia de un arsenal nuclear considerable en Israel, por ejemplo, o a las armas de las cuales dispone Estados Unidos, incluido el controvertido uso de uranio empobrecido para fabricar buena parte de sus misiles. Dentro de este marco, entonces, las acciones de Estados Unidos y otras fuerzas de la “coalición” serían actos de agresión no sancionada contra el territorio soberano de otro pueblo y la resistencia a tal invasión sería una respuesta justificable a una agresión no provocada. La muerte de soldados y civiles provocaría cuestionamientos acerca de si las fuerzas de la coalición serían culpables de cometer crímenes de guerra y asesinato. Al considerar si se pueden justificar las acciones de Estados Unidos y sus aliados, quienes adhieren a este punto de vista examinarían las supuestas pruebas que tiene Estados Unidos de la existencia de armas de destrucción masiva y la plausibilidad de sus objetivos explícitos respecto del petróleo y otros intereses.
De estos dos marcos posibles, la mayoría de los informativos de la televisión estadounidense eligió el primero, sobre todo durante la guerra, aunque también fue el marco predominante en el período inmediatamente previo y posterior al conflicto armado.

“Colonización del ciberespacio mundial”

Hoy existen seis fuentes principales de informativos televisivos en Estados Unidos. Los más populares son las redes de noticias que transmiten las 24 horas: CNN, Fox News y MSNBC. CNN es propiedad de la megaempresa de comunicación AOL-Time Warner, Fox News es parte del imperio mediático que controlan Rupert Murdoch y News Corporation, y MSNBC pertenece a las empresas gigantes Microsoft y General Electric. También están los canales “terrestres” tradicionales (si bien para la mayoría de las personas, éstos vienen con los servicios que se brindan por cable o por satélite, y a los cuales se accede por suscripción, pagando una cuota mensual). Los canales tradicionales son ABC, CBS, NBC y Fox. ABC es de Disney, CBS es parte del conglomerado de empresas Viacom, NBC pertenece a General Electric, y Fox, nuevamente, es parte del imperio de Murdoch y su red Fox. Entre las cuatro tradicionales, Fox es la más nueva (1985); el canal de noticias de Fox por cable se creó en 1996. Se puede ver rápidamente que las cuatro fuentes principales de noticias de Estados Unidos son controladas por un número pequeño de conglomerados gigantes de empresas, dentro del círculo apenas más amplio que gobierna la mayoría de los informativos y programas de entretenimiento que consume la población. La guerra tuvo lugar cuando la Comisión Federal de Comunicación, al mando de Michael Powell -hijo de Colin Powell- se proponía socavar las ya desreguladas normas aplicables a la posesión de medios de comunicación en Estados Unidos, con el probable resultado de que se producirían concentraciones aún más enormes de capital, en un proceso que he descrito como “colonización del ciberespacio mundial”, en un capítulo del libro Electronic Empires (Imperios electrónicos), editado por Daya Thussu.
Los principales canales de televisión de Estados Unidos adoptaron un marco informativo de guerra que cumplía casi por completo con las políticas del presidente George W. Bush. Hubo desacuerdos menores en cuanto a si la guerra estaba ocurriendo con anticipación o si se habían enviado suficientes tropas. Estos desacuerdos reflejaron más bien los desacuerdos internos del gobierno, sobre todo los desfase entre los departamentos de Defensa y de Estado. Pero la legalidad, la moralidad y la necesidad de la guerra fueron aceptadas en forma casi universal y acrítica durante la mayor parte del tiempo que duró la guerra. Se observó una discreta relajación inmediatamente después de la ocupación de Bagdad, pero es poco probable que ese estado subsista en caso de que se produzcan más invasiones de Estados Unidos en Medio Oriente.
Hubo una mayor disponibilidad de puntos de vista en la prensa escrita, pero no me atrevería a decir que la prensa representó en forma adecuada el amplio abanico de posiciones que había en todo el país. Sin embargo, el poder de la televisión no tuvo rivales durante esta guerra. El diario Los Angeles Times realizó una encuesta cuyos resultados fueron publicados el 15 de abril. La pregunta planteada fue: “¿De dónde obtiene la mayor parte de la información sobre la guerra de Irak?”. Las personas podían nombrar hasta tres fuentes, en orden de importancia. Sesenta y nueve por ciento de los encuestados nombró a una u otra de las tres redes de informativos por cable; treinta por ciento mencionó periódicos; veintitrés por ciento se refirió a los canales locales de noticias; dieciocho por ciento declaró que veía los tres canales de noticias por cable, y sólo trece por ciento entraban a Internet. La fuente de información que probablemente sea más independiente o alternativa en Estados Unidos es Internet, pero la mayoría de los miembros de la creciente minoría que usa Internet como fuente de noticias suele entrar a los sitios de las compañías mediáticas más conocidas o son dirigidos hacia allí por los proveedores del servicio.
Durante la primera Guerra del Golfo, las fuentes más importantes de noticias eran las redes y CNN. Desde entonces, a CNN se sumaron Fox News y MSNBC y, en términos de popularidad, entre las tres se llevaron al público de los canales tradicionales. CNN adquirió una imagen bastante liberal durante la primera Guerra del Golfo, en buena medida gracias a que mantuvo un corresponsal en Bagdad durante la guerra (Peter Arnett). Los informes de Arnett sobre daños civiles sirvieron de contrapeso a las exageradas declaraciones de Estados Unidos en cuanto a la precisión de sus bombas. El papel de Arnett durante esa guerra sirvió para promover a CNN en el mundo entero y para introducir la idea de canales dedicados, mundiales y nuevos.
Durante la década del noventa, Fox News y luego MSNBC compitieron con la cobertura de noticias de CNN para conseguir suscriptores de cable dentro de Estados Unidos. Fox News pronto se estableció como “el bastión central de la aceitada maquinaria de comunicaciones del movimiento conservador”, según FAIR, una organización defensora de la libertad de prensa. El fundador y presidente de Fox News, Roger Ailes, es “uno de los operadores políticos republicanos más salvajes y belicosos de Washington”. Ailes, por supuesto, responde a un jefe, Rupert Murdoch, que también es conocido por ser de derecha y estar muy bien dispuesto a infiltrar sus ideas en los medios de comunicación que le pertenecen. La fuerte tendencia derechista de la televisión estadounidense ha aumentado el rating de Fox y en la lucha para reparar el daño que esto les ha generado, los canales competidores han entrado en juicio. FAIR concluye que el resultado es “un espectro muy sesgado de información, empeorado por la negativa a reconocer cualquier tendencia”.

Repercusiones

¿Cuáles son las repercusiones de todo esto en la cobertura de la invasión de Estados Unidos a Irak? Los motivos alegados fueron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la percepción del gobierno estadounidense de que era necesario proteger a su país en particular, y al mundo en general, de más ataques de ese tipo. No se presentaron pruebas contundentes de que el gobierno de Saddam Hussein estuviera involucrado en los ataques del 11 de septiembre, pero los mismos fueron la excusa para intensificar las agresiones de Estados Unidos contra Irak.
A raíz del 11 de septiembre, el gobierno estadounidense adoptó las políticas de una facción de derecha del Partido Republicano que se formó en 1998 y lleva el nombre de Proyecto para un Nuevo Siglo Americano. Este grupo presentó al gobierno la idea de que Estados Unidos debe confirmar su papel de única superpotencia mundial en parte redefiniendo la política de Medio Oriente, pero sobre todo, apelando a la estrategia del “dominio de espectro total”, que implica el derecho a llevar a cabo ataques preventivos –incluso nucleares- para defender sus intereses y la seguridad planetaria. El “dominio de espectro total” se convirtió en una de las políticas formales de Washington en el verano (boreal) de 2002. Muchos expertos y asesores de política exterior han establecido un vínculo entre esa estrategia y el interés de Estados Unidos de controlar los recursos petroleros tanto de Asia Central, como de Medio Oriente y otras partes del mundo, incluso América del Sur y Africa. Además de estos intereses, está la competencia entre el dólar y el euro como moneda para comerciar el petróleo y la posibilidad de que, al controlar el suministro de crudo, Washington tenga supremacía sobre posibles rivales como China.
En el contexto de Irak, parecería que hay otros intereses más en juego, tales como contratos de reconstrucción de las zonas que la invasión contribuyó a destruir y que probablemente se hayan extendido luego por la complicidad en los robos y rotura de objetos históricos y culturales. Los críticos ya habían expresado cierta inquietud en cuanto a la relación que hubo en el pasado y, en muchos casos, se mantiene en el presente, entre los intereses de la industria petrolera, de energía y de defensa (a través de empresas como Bechtel, Carlyle, Enron, Halliburton, Harken y Peabody), y los integrantes del gobierno. Entre los involucrados están el presidente Bush, el padre del presidente, el vicepresidente Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, cuyo poder político se deriva de lo que algunos creen que fueron manejos impropios, tal vez ilegales, ocurridos en Florida durante las elecciones presidenciales de 2000.
La cobertura de guerra de los canales de televisión puede ser un síntoma de coherencia entre la inclinación hacia la derecha de los medios de comunicación oficialistas y el muy derechista gobierno actual.

Vehículos de propaganda

En la medida en que ha habido una fuerte agenda conservadora en política exterior, los canales de televisión de Estados Unidos se han convertido en vehículos de propaganda de dicha agenda, de varias maneras. Primero, adoptaron un marco de interpretación que jamás consideró la posibilidad de que la invasión no fuera absolutamente justificable. Segundo, los tambores de guerra empezaron a sonar bastante antes del inicio de la guerra y durante los tortuosos debates que tuvieron lugar en la ONU, de manera de generar una expectativa de la opinión pública respecto de la guerra inevitable y una sed que sólo se calmaría con el espectáculo de la guerra, que a su vez generaría un aumento de los televidentes y aumentaría los dividendos procedentes de la publicidad. Tercero, se prestaron a la manipulación de diversas maneras, tanto a manos del gobierno como de las Fuerzas Armadas. Aceptaron una estrategia que olía a propaganda y complicidad; aceptaron un sistema de relación entre la prensa y el Ejército y una locación –Qatar- que los alejó más de la realidad de la guerra que lo habitual en dichas circunstancias. Cuarto, la información estuvo centrada en temas como las armas, el espíritu de lucha de las fuerzas estadounidenses y los progresos militares, a expensas de asuntos más amplios tales como la legalidad, el movimiento mundial contra la guerra y las víctimas civiles. Quinto, como quedó demostrado en un estudio patrocinado por la Fundación Pew, sus fuentes de información eran sobre todo personas que, o bien formaban parte de la maquinaria militar y la industria de defensa de Estados Unidos, o bien habían tenido estrechos lazos con ellas.

Consecuencias

¿Cuáles fueron las principales consecuencias de un enfoque tan sesgado? Como suele suceder en el caso de los informes de prensa, lo primero que se perdió fue el contexto. Fueron pocas las ocasiones, si es que las hubo, en las cuales los canales analizaron la compleja historia de las relaciones entre Estados Unidos y los países de Medio Oriente, y con Irak en particular. La prensa escrita sacó a la luz las relaciones entre Donald Rumsfeld y Saddam Hussein antes de la Guerra del Golfo cuando, aunque Estados Unidos sabía que el ex presidente iraquí utilizaba armas químicas contra los iraníes, siguió brindándole su apoyo sin hacer cuestionamientos y Rumsfeld negoció los derechos de un oleoducto en nombre de Bechtel. Esas zonas de sombra casi no interesaron a la televisión, que se sintió aún menos tentada de investigar los misterios que había detrás de los motivos presentados para la primera Guerra del Golfo. Por ejemplo: ¿alguien trató de tentar a Saddam para que ocupara (Kuwait) a fin de que esto sirviera como pretexto para el ataque estadounidense y la humillación de Irak?
Un aspecto olvidado pero importante de este contexto era el futuro del suministro de petróleo en general y la inversión necesaria para que el mundo cambiara el combustible habitual por alternativas basadas en combustible hidrógeno.
En su discurso de 2003 acerca de la situación, Bush prometió 1.700 millones de dólares durante cinco años para desarrollar fuentes alternativas de energía. Los expertos declararon a la prensa inmediatamente después de ese discurso, que el costo total de la conversión del país a la tecnología del combustible hidrógeno sería de alrededor de 500.000 millones de dólares. Sin embargo, Bush se comprometió a invertir de inmediato 70.000 millones de dólares para la guerra y, sin duda, destinó una suma aun mayor al largo período de ocupación y reconstrucción de Irak, mientras también mantenía una red de bases militares en el mundo entero. Las consecuencias de estas grandes sumas de dinero y de los enormes intereses financieros afectados -que incluyen la extracción y refinación del petróleo, además de la fabricación de automóviles- apenas lograron captar la atención de los medios de comunicación oficiales, a pesar de ser esenciales para una comprensión cabal de los hechos.
La tercera prescindencia significativa fue la del imperialismo neoconservador asociado, como vimos, al Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, algunos de cuyos defensores tienen una estrecha vinculación con los gobiernos de Israel y de Estados Unidos. Se podría decir incluso que la política exterior de Washington con Irak no se puede entender si no se comprende perfectamente el 11 de septiembre, pero los medios de comunicación se limitaron al silencio que, tanto la televisión como la prensa escrita, mantuvieron caprichosamente frente a las diversas facetas molestas de este misterio que permanece irresuelto.
Otras consecuencias de la cobertura –tal vez menos trascendente, pero igualmente irritante para muchos- fueron la aceptación acrítica de las mentiras del gobierno -por ejemplo, cuando Colin Powell hizo cambios absurdos en los informes de inteligencia británicos, o cuando inventó pruebas de que Irak le había comprado uranio a Níger-, las contradicción entre la denuncia de que Irak tenía armas de destrucción masiva, por parte de Estados Unidos, y las fuertes reservas expresadas por los inspectores de armas nucleares y biológicas de la ONU. Hubo mala información desde el campo de batalla, difundida en forma inmediata y acrítica, y a menudo no se hicieron públicas las correcciones, ni siquiera una vez descubiertos. Entre estos errores estuvo la afirmación, a las pocas horas de iniciado el ataque, de que Tariq Aziz había sido capturado y estaba siendo interrogado en el norte de Irak, junto con una serie de afirmaciones de que se habían encontrado trazas de armas de destrucción masiva que luego resultaron falsas.
La televisión dio prueba de gran hipocresía en el uso del lenguaje a la hora de transmitir los esfuerzos de los iraquíes para defender a su país de la agresión extranjera. Intentaron cubrir su hipocresía diciendo públicamente que la Televisión Estatal de Irak violaba la Convención de Ginebra al mostrar al aire a los prisioneros de guerra estadounidenses, aunque pocos días antes, ellos mismos habían mostrado imágenes de prisioneros de guerra iraquíes. En respuesta a esto, algunos portavoces instaron a Estados Unidos a lanzar un ataque contra la Televisión Estatal de Irak, violando así la Convención de Ginebra. Ciegos a sus propias funciones de propaganda del gobierno de Bush, tildaron al canal estatal iraquí de “propagandista del mal”, al igual que a Al Jazeera y muchos otros medios de comunicación árabes.
No se habló más de víctimas civiles, ni se volvió a mencionar que la coalición destruía el sistema de suministro de agua y electricidad, aunque el daño a la infraestructura civil constituía una grave amenaza para la salud y la vida de la población civil y también era probable que violara la Convención de Ginebra. Hechos como el rescate de la soldado Jessica Lynch y el derribamiento de la estatua de Saddam Hussein, que podían haber sido puestos en el candelero, fueron difundidos por los medios de comunicación estadounidenses como muestras simbólicas de la resistencia de Estados Unidos y de su “conquista” del corazón y la mente del pueblo iraquí, mito que se destruyó casi tan rápido como fue creado.

Participación dócil

Nada de esto sorprendería a nadie que haya estudiado la cobertura informativa de la Guerra del Golfo anterior. Tomando como punto de partida el análisis The Persian Gulf War, hecho en 1992 por Douglas Kellner he identificado los diversos comportamientos que se pueden explicar por la dócil participación de los medios de comunicación en el programa de propaganda del Estado. La primera conducta que se puede atribuir a este hecho es la transmisión acrítica de información confusa del gobierno a los televidentes. Kellner señala que “los canales transmitían puntillosa e inmediatamente cualquier cosa que el gobierno de Bush y el Pentágono les dijeran”, procedimiento que mostró que dichos medios “eran meros aparatos transmisores para Bush”, lo cual estuvo exacerbado por la prohibición de realizar debates al aire, posibilidad que estaba reservada sólo a unas pocas fuentes y “expertos” muy cercanos al gobierno o al Pentágono.
La confusión de la causa es una táctica que se utilizó en ambas guerras. Para la televisión, la guerra de 1991 empezó con la invasión de Irak a Kuwait, con lo cual Estados Unidos queda libre de culpas. La culpa estuvo presente en las indicaciones que Estados Unidos le dio a Irak respecto de su neutralidad (la de Estados Unidos) en las disputas de Irak y Kuwait; en el hecho de que las empresas estadounidenses explotaron el pozo petrolero iraquí de Rumaila, en Kuwait; y en el fracaso estadounidense a la hora de reprender a Irak durante el período que comenzó con la advertencia de la CIA de que era probable una invasión iraquí y se extendió hasta la invasión misma. En 2003, no se hizo una contextualización adecuada del conflicto para mantener en la sombra la agenda secreta del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano y la crisis del petróleo -es decir, el principio del fin de la reserva petrolera mundial-, que eran algunas de las razones “reales” pero nunca oficialmente declaradas de la guerra.
El liderazgo alegre se refiere al entusiasmo ante cada nuevo paso del gobierno, lo cual compromete la objetividad y la capacidad de reflexionar críticamente por parte de los medios de comunicación. Según Kellner, “la ausencia de voces críticas durante las primeras semanas de la crisis mostró la timidez, la estrechez y el sometimiento de los principales medios”. Entre las grandes mentiras de 1991 estuvo la transmisión de la afirmación del Pentágono de que las tropas iraquíes se preparaban para invadir Arabia Saudita. Entre las de 2003, es probable que figure la afirmación de que Irak significaba una gran amenaza para Estados Unidos o algún otro país, sobre todo debido a las armas de destrucción masiva, y que Irak tuvo alguna relación con lo ocurrido el 11 de septiembre. En 1991, al igual que en 2003, hubo elogios inmerecidos a los misiles Patriot, que derribaron al menos a dos aviones de la coalición en 2003. Lo más efectivo fue la publicidad de ambos conflictos como guerras de “precisión” y alta tecnología.
En ambas guerras, el enfoque de no hay otra alternativa que adoptaron los medios sirvió de apoyo a la política del gobierno estadounidense, que consistió en bloquear toda posible solución diplomática. La omisión y minimización de los hechos que podían generar opiniones contrarias al gobierno hicieron que el movimiento contra la guerra se viera y escuchara muy poco en los canales principales, aunque en las dos ocasiones, dicho movimiento estuvo muy bien organizado, fue amplio y ruidoso. En ambas guerras fuimos testigos -aunque la televisión no- de las consecuencias dañinas -para la salud de los civiles y el ambiente- del uso de armas fabricadas con uranio empobrecido.
Ejemplos de publicidad burda fueron las metáforas de Saddam como Hitler y la personalización de ambas guerras como si se tratara de un conflicto entre Saddam y Bush (padre e hijo). La televisión generó las dos veces una cultura de guerra, sobre todo de hombres, y alentando simultáneamente el sexismo y el militarismo. Kellner señala que “los medios suelen fracasar a la hora de contextualizar los hechos históricos porque tienden a dar explicaciones simplistas que omiten las complejidad y la historia”. La escasa contextualización en 1991 hizo que se ignorara el marco de Medio Oriente, sus amplios recursos petroleros, las contribuciones de Estados Unidos a la militarización de la región y el objetivo real, que era el arsenal militar de Irak, más que las tropas iraquíes que se encontraban en Kuwait. Kellner señala también el interés del Pentágono en probar las armas en el combate, así como el de asegurarse un aumento del presupuesto.
Para controlar a los periodistas, la prensa no podía acceder directamente a los soldados durante la primera Guerra del Golfo. En la segunda Guerra del Golfo, los periodistas eran ubicados en unidades particulares en las cuales recibían una perspectiva muy limitada de lo que estaba sucediendo. Los periodistas que disgustaron al gobierno o a sus empleadores, como ocurrió con Peter Arnett en Bagdad, fueron ridiculizados o sancionados. Varios periodistas murieron en ataques de la coalición -incluso algunos alojados en el Hotel Palestina de Bagdad, atacado por un comandante estadounidense cuyas declaraciones a The Guardian fueron que no sabía que ese hotel era la principal locación de la comunidad periodística internacional- y Estados Unidos ofreció muy poca protección a los periodistas “independientes”. Entre otras cosas, la guerra se convirtió en un “infoentretenimiento”. El público se sentaba a ver los hechos como si se tratara de una película dramática y se alegraba cuando había alguna victoria.

La relación con el 11 de septiembre

Creo que la guerra de 2003, tanto en sí misma como en la cobertura de los medios, debe haber estado relacionada con los hechos del 11 de septiembre y el modo en el cual fueron cubiertos –o no- por los principales medios de comunicación. Sostengo que, si hubieran tenido una cobertura más adecuada y agresiva, el gobierno habría tenido más dificultades para llevar a cabo su agenda en Asia Central y Medio Oriente, y se habría enfrentado a un Congreso, una opinión pública nacional e internacional y unos medios de comunicación menos tímidos e ingenuos. Una dimensión de particular importancia es la posibilidad de que haya habido complicidad o negligencia criminal por parte de algunos elementos del gobierno. Alrededor de dieciocho meses después de lo ocurrido, el gobierno de Bush creó una comisión independiente para explorar las causas y consecuencias del 11 de septiembre. Los críticos temen que el presidente haya tenido relaciones comerciales con la familia Bin Laden y que la financiación recibida por la comisión sea mucho menos generosa que los fondos destinados antes para investigar el desastre de la NASA. Ya veremos.
Mi investigación me ha permitido identificar, hasta ahora, una serie de modalidades por las cuales los medios de comunicación -en particular, la prensa escrita, que es el foco de mi trabajo- se convirtieron en vehículos de propaganda del gobierno luego de lo ocurrido el 11 de septiembre. Esta es la lista de las siete dimensiones principales de dicha complicidad:
1) Participación en movilizaciones públicas mediante el uso de consignas e íconos de orgullo nacional, así como de un vocabulario de “guerra”.
2) Demonización de un enemigo sin ambigüedades para cultivar el odio público hacia ese personaje.
3) Omisión de otros agentes, posiblemente culpables.
4) Apoyo excepcional al gobierno y marginación de los temas referidos a la elección de 2000.
5) Negligencia o manipulación de la historia para dejar de lado referencias a hechos o procesos que podrían minar el apoyo masivo a la guerra. Este punto incluyó: a) marginación u “olvido” de instancias de terrorismo, invasión o intervención encubierta patrocinadas por Estados Unidos; b) un análisis superficial de lo que Estados Unidos no percibe de su política exterior; atribución de perspectivas antiestadounidenses a los musulmanes y árabes; c) evitar toda referencia a los intereses de Estados Unidos en Asia Central, el papel de Enron, Carlyle y Unocal en los asuntos de Defensa y Energía que tiñen las relaciones con Medio Oriente y Asia Central, y el hecho de que Estados Unidos haya financiado a los talibanes; d) minimizar las pruebas de que hubo advertencias antes del 11 de setiembre y de que, también antes de esa fecha, el gobierno ya tenía planes de atacar a Al Qaeda y los talibanes; e) omitir otras guerras previas de Estados Unidos por provocación o motivos inventados, por ejemplo, la guerra contra España en 1898, Pearl Harbour en 1941, el golfo de Tonkin en 1964, la invasión soviética de Afganistán en la década del ochen}ta, y la primera Guerra del Golfo, en 1991; f) minimizar los intereses de Bush y otros miembros del gobierno en las industrias de Defensa, petróleo y Energía, todas ligadas a la guerra; g) el tratamiento pasivo de los impactos negativos del gobierno entre 2000 y 2003, por los acuerdos internacionales sobre armas nucleares, protección ambiental, la Corte Penal Internacional y el terrorismo biológico.
6) Pérdida de la curiosidad periodística, por ejemplo, ante el fracaso de los procedimientos habituales de defensa aérea en la mañana del 11 de septiembre, ante el cálculo erróneo de víctimas, ante la declaración de la agencia de seguridad de que no logró entrar en las redes del terror, y ante la especulación financiera generalizada que se produjo antes del 11 de septiembre, que debió haber sido supervisada por software del servicio de seguridad.
7) Una serie de métodos de censura, autocensura e intimidación a los periodistas rebeldes.
Hace muchos años, en su libro Manufacturing Consent (La fabricación del consenso), Edward Herman y Noam Chomsky presentaron armas intelectuales para entender la complicidad entre el gobierno y los medios de comunicación. Su “modelo de propaganda” incluía la naturaleza de la propiedad de los medios de comunicación -y los intereses financieros de los propietarios-, el poder de la publicidad, los procedimientos periodísticos habituales (por ejemplo, centrarse en los hechos en lugar de en los procesos o el contexto), temor -a ser sancionado por la pérdida de acceso a fuentes claves y autorizadas- e ideologías compartidas entre los periodistas y la elite. Este es un modelo fuerte y muy útil. Sin embargo, ante la complicidad de la cual fuimos testigos durante la primera Guerra del Golfo, el 11 de septiembre y ahora en la segunda Guerra del Golfo, en 2003, me pregunto si con estas herramientas alcanza o si existen ahora elementos más insidiosos que los identificados por Herman y Chomsky en 1988. Pero más allá de todo, esto tiene consecuencias deprimentes para la situación y el sentido del sistema democrático de Estados Unidos, así como para la vulnerabilidad tanto de los medios de comunicación como de los políticos ante el poder y las tentaciones de las megaempresas. En este contexto, con Estados Unidos clamando que lleva la antorcha de la democracia a Medio Oriente, la tragedia se vuelve inseparable de la farsa.

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Oliver Boyd-Barrett es profesor de Comunicación en la Universidad Politécnica Estatal Pomona de California. Ha dictado cursos de economía política de comunicación masiva y propaganda, opinión pública y medios de comunicación, y ha escrito numerosos artículos sobre cobertura de noticias internacionales.







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