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Irak


Resurgence No. 4 - 2003

La violación de Mesopotamia. Museos versus pozos petroleros en el fin de la historia.

por Paul Street*









No es raro que la mayor potencia militar de la historia mundial no haya destinado un tanque o un par de soldados a la preservación de la reserva cultural más valiosa de la humanidad.


“La identidad de un país, su valor y su civilización residen en su historia”, declaró el arqueólogo iraquí Raid Abdul Ridhar Muhammed. “Cuando una civilización es saqueada, como ha ocurrido aquí, su historia se termina. Por favor, dígale esto al presidente Bush”, le pidió Muhammed al periodista John Burns, del diario The New York Times. “Recuérdele que prometió liberar al pueblo iraquí, pero esto no es una liberación, es una humillación” (“Saqueadores se llevan tesoro de museo iraquí”, The New York Times, 13 de abril de 2003).

Una interesante comparación con los nazis

La Casa Blanca está profundamente ofendida (oficialmente, al menos) con quienes señalan el escalofriante paralelismo entre la política exterior nazi y la doctrina Bush-Wolfowitz de la guerra “preventiva” que se aplicó en Irak. Hay que señalar que todas las versiones del imperialismo racista son diferentes, de modo que vale la pena indicar una diferencia clave entre el proceder de la pandilla de George W. Bush y el método que habría utilizado Adolf Hitler para conquistar Bagdad.
Los nazis, con toda seguridad, habrían tomado medidas especiales para salvaguardar los tesoros monumentales de Mesopotamia y la antigua civilización sumeria, y luego se los habrían apropiado, por supuesto. Esto no habría sido así por respeto a la historia de otro pueblo: más allá del impulso natural de los invasores al robo, los nazis necesitaban identificarse con aspectos selectos de las civilizaciones e imperios de la antigüedad y, por lo tanto, se ocuparon especialmente de catalogar y preservar los tesoros de los territorios ocupados.
Cómo señala Lynn Nichols en su premiado libro La violación de Europa: El destino de los tesoros de Europa en el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial, las SS de Hitler “tenían una rama dedicada al arte, la Ahnenerbe (patrimonio antigüo), que patrocinaba la investigación arqueológica en todo el mundo con la esperanza de encontrar algo que confirmara la antigüedad y gloria de las culturas germánicas”. A fines de la década del treinta, la Ahnenerbe “financiaba proyectos exóticos en el exterior”, que incluían excavaciones complejas y científicamente respetables en América del Sur, para demostrar que el germanismo de los territorios ocupados procedía de la prehistoria”. Inmediatamente después de la blitzkrieg de Hitler en Polonia -presentada como una “campaña preventiva” al igual que la Operación de Liberación de Irak-, las fuerzas especiales nazis prepararon listas especiales de obras de arte que se podían encontrar y preservar en la germanizada Polonia occidental. “Cierta cantidad de daños y robos es inevitable en el fervor de la guerra”, señala Nichols, pero en la invasión de Polonia, los alemanes actuaron con “un conocimiento singularmente detallado de la ubicación de las obras de arte”, salvaguardando los objetos que luego confiscarían y cuidarían.
De un modo perverso e intenso, la historia –tanto la de ellos como la de los países conquistados- era importante para los líderes del fascismo europeo. Es impensable que permitieran que la riqueza cultural e histórica de Irak se les escapara en manos de ladrones anónimos.

“La historia es una tontería”

La situación es muy diferente con los nuevos jefes de Bagdad, empleados por un general que fue tuvo malas calificaciones en historia durante su época de estudiante y que no conoce la diferencia entre un fósil de Mesopotamia y un burrito mexicano. Estas personas representan a una nación insufriblemente narcisista, aún obsesionada con las consecuencias sicológicas que tuvo para sus soldados una campaña militar que asesinó a millones de vietnamitas, presentada por sus “líderes” como una respuesta especialmente elegida, “excepcional” y prácticamente atemporal al crispante pasado. Se nos pide a todos que creamos que Estados Unidos es la siempre moderna Ciudad de la Colina (John Winthrop). “Es más alto y tiene una perspectiva más amplia” (Madeleine Albright) que el resto del “viejo” mundo. Una visión más reciente del sentido ahistórico de sí mismo y del mundo que cultiva ese país supone que el “modelo autosustentable” de evolución social que representa –supuestamente, el capitalismo de consumo masivo y la democracia representativa- es “el fin de la Historia”. Se trata del glorioso punto final de una competencia política contra la naturaleza y el sentido colectivo de la existencia humana. “La historia es una tontería”, según el capitalista y virulento antisemita Henry Ford, un ícono de la fabricación de automóviles en cadena.
Por estas y otras razones, no es sorprendente que la fuerza militar más poderosa de la historia no haya podido destinar tanto como un tanque o un par de soldados para salvaguardar el Museo Nacional de Irak durante la “guerra” de Bagdad.
Una presencia tan discreta habría evitado la desaparición de más de 50.000 objetos de lo que The Chicago Tribune cataloga como “el depósito de la cuna de la civilización”. Y no es que la Casa Blanca o el Pentágono no supieran lo que había: un grupo de expertos les preparó una lista de sitios en los cuales había piezas clave, con especial énfasis en el Museo Nacional.
“Mesopotamia es la primera civilización del mundo. Es el primer lugar en el cual surgieron ciudades, el lugar donde se inventó la escritura”, explica Gil Stein, director del prestigioso Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. “Los objetos hallados en excavaciones en ese lugar constituyen el patrimonio de toda nuestra civilización y son absolutamente irremplazables”, agrega en una nota de The Chicago Tribune, publicada el 13 de abril de 2003.
“Da lo mismo”, dicen Bush y Rumsfeld. Su arsenal imperial incluye helicópteros (Apache, Blackhawk y Comanche) cuyos nombres corresponden a los de las tribus indígenas de la antigua civilización de América del Norte, víctimas de un genocidio. ¿A quién puede importarle realmente un manojo de objetos de arte, fósiles y otras cosas por el estilo?, se preguntan Bush y Rumsfeld. Para ellos, esas cosas sólo le interesan a historiadores, arqueólogos, antropólogos y otros ratones de biblioteca “liberales” que ni siquiera sabrían dispararle a un árabe con una espada como Harrison Ford en Indiana Jones. Por Dios, cómo le encanta decir a Rumsfeld, mala suerte si una cantidad de “cosas viejitas” (por citar a Homero Simpson) se pierden por el camino de la conquista de Mesopotamia.
Después de todo, tenemos una tarea moderna y fordista que cumplir y que consiste en darle a esos pobres iraquíes los bienes de consumo masivo, la semidemocracia seudorrepresentativa (plutocracia) y la cultura de masas asesina de almas (filmar Baywatch Bagdad figura, seguramente, entre sus planes) que ellos tanto desean.

Una acusación fastidiosa

Según una versión aparecida en la prensa internacional, las fuerzas armadas de Estados Unidos, en realidad, alentaron los saqueos. Según Khaled Bayomi, un especialisa en política de Medio Oriente que fue testigo del saqueo del Museo Nacional, los soldados estadounidenses inspiraron estos robos por una razón muy interesante.
“La ausencia de escenas regocijantes” de iraquíes dando la bienvenida a los conquistadores estadounidenses hizo que éstos necesitaran “imágenes de iraquíes que demostraran, de diferentes maneras, su odio hacia el régimen de Saddam”, explica Khaled Bayomi. Resulta difícil creer que esa estratagema, si es que realmente fue así, se haya puesto en marcha sin la aprobación de jerarquías más altas (ver “US Encouraged Ransacking” – Estados Unidos alentó los saqueos, en www.informationclearinghouse.info/article 2842.ht).

Los pozos petroleros están a salvo

El 14 de abril, el buen policía del imperio estadounidense Colin Powell se sintió compelido, durante una conferencia de prensa, a dar cuenta de la tragedia del Museo Nacional. Prometió ayuda en el esfuerzo de recuperación de los objetos perdidos, una tarea para nada fácil. La indignación internacional por la violación de Mesopotamia había llegado a las primeras páginas de los principales periódicos de su país y se había colado entre los informes internos, diarios, del propio Powell.
Pero más allá de si es cierto o no que los estadounidenses alentaron el saqueo del museo y sin tener en cuenta la sinceridad o el cinismo de la declaración de Powell, hay que señalar que los pozos petroleros de Irak han sido muy bien y constantemente vigilados por fuerzas británicas y estadounidenses. Porque claro, después de todo, es importante que la población mundial mantenga la mayor libertad imaginable en el Fin de la Historia, que es el derecho de andar en automóviles baratos y “ecocidas” para trasladarse de ciudad en ciudad a consumir. Con toda seguridad, Henry Ford habría dado su aprobación.

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Paul Street es periodista e historiador. Este artículo se publicó en Znet www.zmag.org







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