Resurgence No. 4 - 2003
La guerra, la globalización y la OMC, nuevas fronteras siempre
por
Aziz Choudry*
La guerra en Irak fue sólo una de las facetas de la campaña del gobierno de Estados Unidos para hacer que el mundo funcione según sus intereses políticos y económicos. Las presiones enfrentadas por el movimiento contra la guerra se relacionan inextricablemente con las que sufre el movimiento contra la globalización.
“Nuevas fronteras siempre”: ¿habrá sido éste el lema de Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes, James Cook y los demás conquistadores cuando buscaban nuevos territorios para descubrir, nuevos recursos para agotar y controlar, y pueblos para exterminar o esclavizar en nombre de los imperios a los cuales servían? ¿Podría ser el lema del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Asiático de Desarrollo, dado que sus planes de ajuste estructural, desregulación y privatización llevan a que las empresas transnacionales controlen el agua, la agricultura y la biodiversidad, destruyan el ambiente y le nieguen a los pueblos el derecho a decidir su propio futuro? ¿Podría ser un lema adecuado para los 145 países miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuando las potencias políticas y comerciales que se benefician de la agenda neoliberal tratan de ampliar el marco de acción de las normas de dicho organismo a todas las áreas de la actividad humana y a la naturaleza, con el fin de transformar todo en mercancía y multiplicar así el control y los réditos, obligando a los gobiernos a comprometerse a mantener regímenes de capitalismo de mercado? ¿Cuándo se enviarán inspectores de armas a las oficinas de la OMC, el FMI, el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo a buscar sus armas de destrucción masiva? “Nuevas fronteras siempre” podría ser el lema de un nuevo servicio de policía mundial. Desde el Plan Colombia, en América Latina, hasta la Operación Balikatán, en Filipinas, incluyendo las redadas y la detención de inmigrantes asiáticos y de Medio Oriente en todo Estados Unidos, además del bombardeo de Afganistán e Irak, el gobierno estadounidense sigue sembrando el terror en varios frentes, al servicio de sus intereses geopolíticos e internos, así como del poder y beneficio de las grandes empresas multinacionales. Pero “Nuevas fronteras siempre” es el lema de Boeing, una empresa militar e industrial gigante. Boeing y otras multinacionales patrocinaron generosamente la Conferencia Ministerial de la OMC en Seattle y uno de los gerentes, Phil Condit, presidió el Comité de Recepción de la OMC, junto con Bill Gates, de Microsoft. Las multinacionales de la industria petrolera y de Defensa hicieron generosas donaciones para la campaña política de Bush. Además, sólo hay una puerta batiente entre las juntas directivas de las empresas y los funcionarios gubernamentales. “Nuevas fronteras siempre” podría ser el lema de cualquiera de las multinacionales que dominan la economía mundial y son la fuerza que subyace a los acuerdos de la OMC, así como a toda otra forma de imperialismo neoliberal, causante de tanta miseria humana y desastre ecológico en el mundo entero.
Un favor para los defensores del libre comercio
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 resultaron de gran ayuda para los defensores del libre comercio y las multinacionales. Poco después de los ataques de ese día en Nueva York y a pocas semanas de la Conferencia Ministerial de la OMC en Doha, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, publicó en The Washington Post del 20 de septiembre un artículo titulado “Contrarrestar el terror con el comercio” en el que sostiene: “El deber y la luz de Estados Unidos emanan de nuestra vitalidad política, económica y militar. Nuestra contraofensiva debe consistir en hacer avanzar el liderazgo estadounidense en todos esos frentes (...) La fuerza económica –tanto en casa como en el exterior- es el fundamento del poder militar y económico de Estados Unidos”. El apoyo a la “guerra contra el terror” se ha vuelto equivalente al apoyo a la globalización neoliberal. Luego del 11 de septiembre, durante la Conferencia Ministerial de la OMC que tuvo lugar en Doha en noviembre de 2001, Estados Unidos y la Unión Europea utilizaron tácticas complejas y fuertes amenazas para lograr que varios países se comprometieran a llevar a cabo una liberalización comercial y financiera, y para conseguir aprobación para extender el radio de acción de la OMC, de modo de incluir áreas muy discutidas, como las inversiones. En el plano nacional, el 11 de septiembre se utilizó con mucho cinismo para que el gobierno de Bush aprovechara su autoridad y cerrara nuevos tratos comerciales pasando por alto al Congreso, y además fue el pretexto perfecto para la promulgación de una nueva legislación represiva, como la Ley de Patriotismo. Desde su nacimiento, en enero de 1995, se hicieron declaraciones muy nobles acerca de la colaboración de la OMC con la paz mundial. El ex director general Renato Ruggiero sostenía que dicho organismo había dado origen al ideal de la posguerra de que “la libertad económica –el libre comercio, los mercados libres y el libre movimiento de los bienes, el capital y las ideas- (es) un requisito fundamental para la libertad política y social en todo el mundo”. La OMC “es un sistema cuyo objetivo esencial (...) era evitar conflictos mundiales y promover la paz. La paz a través de normas, la paz gracias a la cooperación internacional y la paz debido a la ampliación de los círculos de prosperidad”, sostuvo el actual director general de la OMC, Supachai Panitchpakdi, en un discurso pronunciado en noviembre de 2002. Sin embargo, las desigualdades e injusticias de las políticas neoliberales generan aún más inestabilidad, más levantamientos populares y más conflictos. Otro ex director general de la OMC, Mike Moore, manifestó en febrero desde Nueva Zelanda su apoyo a la guerra de Irak: “No tenngo miedo del unilateralismo estadounidense. Tengo más miedo al aislamiento”, dijo Moore. A pesar de las conversaciones en la OMC acerca de crear un conjunto de normas aplicables por igual a todos sus miembros, Estados Unidos ha mantenido claramente su enfoque unilateral en los planos militar y económico. Como dijo el periodista estadounidense Thomas Friedman: “La mano oculta del mercado no podría funcionar nunca sin un puño oculto; McDonald´s no se habría desarrollado sin McDonnell Douglas, el constructor del F-15. Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para que se puedan desarrollar las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea y Marines de Estados Unidos”.
Hacer que el mundo sea más seguro para los inversores
Durante el gobierno de George Bush padre, cuyo mandato estaba empapado de sangre-por-petróleo, se enviaron soldados estadounidenses a Somalia y a la Guerra del Golfo para servir los mismos intereses empresariales que, a su vez, prestaron su apoyo al gobierno de ambos Bush. Tanto en el Plan Colombia como en la guerra contra el pueblo de Irak está presente el petróleo y se puede ver la lucha de las empresas estadounidenses por controlar las ganancias que se derivan de ese producto. La militarización y las normas obligatorias del libre mercado son herramientas para que los países sean “seguros” para los inversores extranjeros, a expensas del derecho de las comunidades locales a decidir su futuro. Los acuerdos de la OMC socavan las políticas sociales y ambientales, pero protegen a la industria de la guerra mediante una “excepción de seguridad” en el GATT (artículo XXI). La excepción de seguridad establece que no se puede impedir que un país actúe de la manera que considere necesaria para proteger sus intereses esenciales de seguridad. Esto incluye acciones “relacionadas con el tráfico de armas, municiones e implementos de guerra y el tráfico de otros bienes y materiales cuya finalidad directa es el suministro a un establecimiento militar (o) que se transportan en tiempos de guerra u otras emergencias en las relaciones internacionales”. Mientras otros países refuerzan sus presupuestos de Defensa y Seguridad Nacional, como parte de las actitudes de histeria de guerra que cunden en el mundo desde el 11 de septiembre de 2001, la industria de la Defensa –integrada por las empresas multinacionales más grandes del mundo- exporta sus productos con renovado vigor. Para este sector, la guerra es un buen negocio, sobre todo en tiempos de recesión económica. Los militares, la policía y las agencias de seguridad funcionan como el músculo de la economía de libre mercado. Desde Alberto Fujimori, que usó al Ejército de Perú para reprimir disensos y aplicar un plan económico devastador auspiciado por el FMI, hasta el violento aplastamiento de las huelgas de Nissan, Toyota y Ruedas Yokohama de la Policía Nacional de Filipinas, se puede ver que la militarización y la represión van de la mano de la imposición de una agenda neoliberal y la protección de las ganancias del sector empresarial. Y mientras nos movilizamos contra la guerra de Irak y exponemos los intereses económicos y geopolíticos subyacentes, es importante recordar las guerras que aún se están librando, desde Chiapas hasta Mindanao. A medida que se aproxima la Conferencia Ministerial de la OMC en Cancún, los juegos de palabras sobre el terror y el comercio se multiplican. No hay que olvidar que el gobierno de México, que cuenta con ayuda militar de Estados Unidos, está llevando a cabo una guerra contra los indígenas, sobre todo en Guerrero y en Chiapas, donde los zapatistas se levantaron contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en enero de 1994, por considerarlo una sentencia de muerte para los agricultores. Más al sur está el Plan Colombia, que consiste en 1.600 millones de dólares –invertidos por Washington- para financiar la fumigación aérea de los campos de coca y opio con Roundup, un herbicida de amplio espectro patentado por Monsanto. Se trata del Agente Naranja del nuevo Vietnam de Estados Unidos (dicho producto también era de Monsanto). Ahora, el gobierno estadounidense pretende fumigar la jungla con un hongo modificado genéticamente que produce toxinas mortales. Hacerlo significa destruir la selva húmeda y las plantaciones de los campesinos, además de provocar el desplazamiento masivo y la miseria de muchos colombianos. El gigante de la industria de la Defensa estadounidense, Sikorsky, una empresa subsidiaria de United Tech, ha presionado para que sus helicópteros Black Hawk se utilicen en el Plan Colombia. El objetivo del Plan Colombia es eliminar tanto a los guerrilleros como a los movimientos indígenas para facilitar la apropiación de las mejores tierras por parte de las empresas estadounidenses que han detectado yacimientos minerales y petroleros por valor de miles de millones de dólares. Este Plan se está implementando junto con las reformas del FMI que han devastado a la industria y la agricultura locales. Colin Powell declaró en octubre de 2002, durante la Cumbre de la Cooperación Económica de Asia-Pacífico, que los países miembros de dicha organización deben aumentar la seguridad “para crecer y volverse prósperos (...) en particular por nuestra protección contra el terrorismo mundial”. Una “Declaración de los líderes de la Cooperación Económica de Asia-Pacífico para luchar contra el terrorismo y promover el crecimiento”, muy influida por Estados Unidos, afirmaba: “El terrorismo es una amenaza directa al objetivo de la Cooperación Económica de Asia-Pacífico de lograr economías libres, abiertas y prósperas, y una afrenta a los valores fundamentales que comparten los miembros” de dicha organización. ¿Qué metas y qué valores exactamente? El Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y el Plan Colombia, la recolonización militar de Filipinas o la guerra contra Irak, todas estas acciones muestran que el objetivo principal del gobierno de Estados Unidos es hacer que el mundo funcione según sus intereses económicos y políticos. Bush y su gobierno han llevado el proverbio “haz lo que yo hago, y no lo que yo digo” hasta sus últimas consecuencias al subir el arancel a la importación de acero y aumentar los subsidios a la agricultura, mientras exige que el resto del mundo adopte políticas de libre mercado y se una a su cruzada contra el “malo” de turno. Además, mantiene su enfoque keynesiano sobre la industria de la Defensa. Es necesario exponer los lazos existentes entre la guerra y los intereses de las megaempresas de biotecnología y agroquímicos, que promueven tratados como el Acuerdo sobre Agricultura y el Acuerdo sobre los Aspectos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPS), y cuyos productos tales como Roundup, Agente Naranja, etc., se utilizan en una guerra interminable contra la naturaleza, así como en cruzadas sangrientas del capitalismo empresarial, encarnadas en el Plan Colombia. En muchos países se ha hablado de unir el movimiento contra la globalización y el de paz. Los temas por los cuales luchan están estrechamente relacionados entre sí. No podemos darnos el lujo de hacer política unitemática. Al tomar las calles para manifestar contra la guerra, tenemos que enfrentarnos también a las armas de destrucción masiva del arsenal neoliberal. Cuando protestamos contra los impactos de la globalización empresarial sobre nuestras comunidades, no podemos perder de vista la militarización a la cual está siendo sometido el mundo. Como escribió Michel Chossudovsky: “No se puede desarmar al ‘puño invisible’ del ‘libre mercado’ sin desmantelar a la vez el aparato militar y de inteligencia que lo apoya. Hay que cerrar las bases militares y desmantelar la maquinaria de la guerra –incluso la producción de armamento sofisticado-, para que se produzca un cambio notorio en la producción civil”. Es necesario entender y exponer la verdadera naturaleza de los acuerdos de la OMC, pero también debemos ir más allá y analizar los valores que subyacen a dichos acuerdos: codicia capitalista, imperialismo y mentalidad colonialista. Tenemos que luchar por un mundo mejor con todo el corazón, la mente y el cuerpo.
------------ Aziz Choudry es investigador y periodista radicado en Nueva Zelanda. Este artículo es una versión editada de una ponencia presentada en una Conferencia sobre la OMC, la Globalización y la Guerra que tuvo lugar en Quezon City, Filipinas, del 28 de febrero al 1 de marzo de 2003.
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