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Irak


Resurgence No. 4 - 2003

Después de Saddam Hussein, ¿Un régimen de FMI/Banco Mundial?

por Soren Ambrose y Njoki Njoroge Njehu

El pueblo de Irak, que ha recibido una calamidad tras otra, se enfrenta ahora a la perspectiva de que el Banco Mundial y el FMI reestructuren y supervisen su economía según parámetros neoliberales. El hecho de que se le haya asignado a estas instituciones la misión de guardianes de la economía iraquí es un reflejo del papel clave que tienen en el proceso de integración de países que solían ser enemigos recalcitrantes del mercado mundial liderado por Estados Unidos.

En el Foro Social Africano realizado en enero de 2003, se nos acercó un somalí que en los últimos quince años había trabajado duro para mantener una ONG no extranjera en Mogadiscio. Nos dijo: “Dadas nuestras circunstancias, no he destinado mucho tiempo a saber bien qué son el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, pero decidí empezar a hacerlo, porque sé que cuando tengamos un gobierno, ellos serán nuestro próximo problema”.
Es probable que tenga razón. La mala suerte se presenta rara vez por una sola vía. En los últimos años, el Banco Mundial ha intentado proyectarse como guardián financiero de las sociedades “post-conflicto”. Bosnia, Serbia, Timor Oriental, Mozambique, Rwanda, Sri Lanka y Afganistán sufrieron la destrucción de su infraestructura, matanzas a gran escala y emigraciones en masa, antes de que se acercara el Banco Mundial. Ahora parece que dicha institución financiera entrará en Irak para encargarse de recomponer lo que destruyeron las sanciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la negligencia de las autoridades y las acciones militares de Estados Unidos.

La otra cara

Aunque el Banco Mundial se apresuró a entrar en los demás países, parecería que Irak ha hecho que los altos funcionarios de la institución se cuestionen un poco más cuál es su papel. No están acostumbrados a manejar situaciones en las cuales sus amos –los gobiernos del Grupo de los Siete (G-7) países más ricos- están profundamente divididos. Las divergencias entre Estados Unidos y Gran Bretaña, por un lado, y Francia y Alemania, por otro, respecto de la guerra de Irak han puesto nervioso al Banco Mundial, que por primera vez se pregunta si debe asumir el papel protagónico. Su presidente, James Wolfensohn, parece no ver ningún beneficio en esta división transatlántica dentro de la Junta Directiva, ya que es posible que el Banco Mundial se convierta en chivo espiatorio.
La discusión en cuanto a si el Banco Mundial y el FMI debía entrar en Irak antes de que la ONU reconociera oficialmente al gobierno sucesor de ese país cerró las reuniones de primavera (del 12 y 13 de abril de 2003) y Estados Unidos obtuvo todo lo que quería. El fin de semana empezó con el rechazo de la idea por parte de los representantes del Grupo de los 24 (países en desarrollo), que insistían en que la ONU era la única fuente de legitimidad en Irak. Pero hacia el final, los funcionarios del Banco Mundial y el FMI afirmaron en una conferencia de prensa que ellos se harían cargo del problema iraquí.
Parecería que eso era lo que deseaba Estados Unidos. Una reunión de ministros de Finanzas europeos que se había llevado a cabo el fin de semana anterior había suscitado declaraciones de ambos lados de la brecha –España y Alemania-, pidiendo que las instituciones financieras internacionales tuvieran un papel significativo en Irak. Pocos días después, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, John Snow, pidió que el Banco Mundial también se involucrara y organizó un encuentro, el 11 de abril, con su homólogo de Francia, luego del cual ambos dieron a conocer públicamente su acuerdo en la materia. Aunque Francia siguió hablando del liderazgo de la ONU, la atención empezó a deslizarse hacia el papel del Banco Mundial.
Parece no haber dudas de que Estados Unidos gobernará Irak. Dado su rol de mediador de una situación política en plena ebullición, es normal que Wolfensohn tenga dudas de todo tipo. Su mayor temor, sospechamos, es que el foco de la atención internacional se centre en los viejos temas de poder, dominación y legitimidad del Banco Mundial y el FMI. Aunque el ámbito natural del enfrentamiento entre los neoimperialistas estadounidenses y sus rivales de Europa sea probablemente el Consejo de Seguridad de la ONU, la discusión pública sobre las instituciones financieras internacionales tendría el saludable efecto de echar luz sobre sus funciones y los encargados de llevarlas a cabo.
El hecho de que Washington le haya restado importancia al conflicto indica, lamentablemente, que los organismos financieros internacionales pueden representar un compromiso cómodo para ambas partes –es decir, lo suficientemente “multilateral” como para que Estados Unidos se cubra de las acusaciones de colonialismo sin perder el control sobre Irak y Francia esquive las acusaciones de haber capitulado completamente ante Estados Unidos. Y, si las cosas marchan mal, los organismos financieros internacionales servirán de chivo expiatorio ya que, después de todo, una de sus funciones principales hasta ahora ha sido difuminar la responsabilidad de las potencias del G-7.
Estados Unidos, en particular, podría estar en busca de un chivo expiatorio, como parece indicarlo su carrera por hacer de Afganistán e Irak víctimas de la escasa capacidad atencional del presidente Bus, y del resto del país. En las reuniones de primavera, Estados Unidos hizo el sorprendente anuncio de que contribuiría con 100 millones de dólares extra a la Agencia Internacional para el Desarrollo, el departamento del Banco Mundial que otorga préstamos a bajo interés a los países más pobres. No habrá que sorprenderse si Bush destaca su apoyo al trabajo del Banco Mundial como prueba de la buena fe de Washington para la reconstrucción de Irak o su recuperación política.
Estados Unidos intentó cancelar la deuda acumulada en Irak durante el gobierno baathista. La increíble hipocresía necesaria para realizar esa promesa no debería hacernos olvidar que, de hecho, el pueblo iraquí no debería verse obligado a pagar esa deuda ilegítima. Hay que recordar que Estados Unidos no protestó cuando el FMI celebró la caída de Mobutu con el anuncio de que el nuevo gobierno, fuera el que fuera, debía empezar a buscar la manera de pagar los 14.000 millones de deuda externa acumulada. Aunque esta estratagema del secretario del Tesoro, Snow, y el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, haya sido motivada más por consideración hacia los principales acreedores de Irak (Rusia, Alemania y Francia) que por el reconocimiento de que la tarea de Estados Unidos como conquistador es restituirle a Irak la salud económica, cosa que sería muy difícil con la deuda, el antecedente establecido alcanzaría para que el pedido de cancelación de una deuda ilegítima en todo el mundo fuera indiscutible.

Imposición de una economía de mercado

Aún queda por definir las empresas multinacionales que se harán cargo de la reconstrucción de Irak, aunque parece claro que Estados Unidos defenderá su derecho a tomar las decisiones finales. Lo que no está en discusión es el tipo de futuro económico que aguarda a Irak. Ni los franceses, ni los estadounidenses o los rusos, y ni siquiera los coreanos, parecen dudar en cuanto a la imposición de una economía de mercado en Irak, de la mano del FMI y el Banco Mundial.
Ambos organismos internacionales han actuado con habilidad en otros países luego de conflictos armados, así como en países “en transición” del ex bloque soviético, asesorando a los gobiernos inexpertos en tomar decisiones dentro del amplio abanico de opciones y planes que deben elegir para rehacer su país y enfrentar los desafíos del caso. Es más fácil obligar a los gobiernos vulnerables a aceptar el paquete entero de medidas económicas neoliberales y ninguno de los países del G-7 ha tenido oportunidad de quejarse por la creación de una economía de mercado, abierta a la explotación de las multinacionales y los inversores extranjeros. Los pueblos de Bosnia, Mozambique, Rumania, Rusia, Timor Oriental y otros beneficiarios de la generosidad de los organismos financieros internacionales pueden tener quejas, pero como señalan alegremente el FMI y el Banco Mundial, no se dan cuenta de cuanto peor les iría si ellos no hubieran ayudado.
Ni las revoluciones, ni la guerra civil, ni las invasiones o conquistas permanentes, ni siquiera la “democracia imperecedera” -irónica expresión utilizada por el Ejército de Estados Unidos, por supuesto, sin intención-, aunque implique la caída de un gobierno antidemocrático o la imposición de uno más “democrático”, hacen que un país pueda salirse del hoy modelo económico universal que es el neoliberalismo, en el cual la libertad se define como libertad para consumir y para ser explotado por extranjeros.

Instrumentos de homogenización

La idea de que el FMI y el Banco Mundial han servido durante décadas como instrumento del imperialismo o del neocolonialismo no es nueva. Pero cada vez que un país, ya sea por la persuasión o por la fuerza, se aleja de las políticas y modelos económicos que responden a la economía de mercado liderada por Estados Unidos en todo el mundo, esas son las instituciones que operan como instrumentos de homogenización, generando la brecha entre ricos y pobres, decapitando sectores públicos y santificando al rédito.
El ejemplo de Sri Lanka fue muy instructivo. Aunque hubo una furiosa guerra civil durante 20 años, el país tuvo la suerte de que la infraestructura de las zonas en las cuales no había conflicto se conservó bastante. Hoy rige una democracia -completa, con un sistema bipartidista que ofrece opciones tan indiferenciadas y desabridas como las del de Estados Unidos- y el sector de la sociedad civil está bien establecido. En otras palabras, Sri Lanka no quedó tan devastado como la mayoría de las sociedades “post-conflicto”. Sin embargo, tanto el pueblo como el gobierno están tan deseosos de aprovechar el aparente éxito del proceso de paz que se volvieron vulnerables a la agenda de los organismos financieros internacionales. De los alrededor de 20 países que se han integrado al nuevo proceso “participativo” de los organismos financieros para diseñar “un programa de crecimiento y reducción de la pobreza”, Sri Lanka ha sido el que más errores ha cometido. No se realizó ninguna de las consultas a la sociedad civil y los funcionarios del Banco Mundial simplemente han hecho algunos intentos de ocultar este hecho. Una vez publicado el programa, se le pidió al parlamento de Sri Lanka que aprobara 36 proyectos de ley en un período de dos meses, a fin de demostrar la disposición del país para cumplir con las recomendaciones del FMI/Banco Mundial sobre privatización, redistribución de la tierra, urbanización, minería y mucho más.
Afortunadamente, las organizaciones de la sociedad civil de Sri Lanka tuvieron la posibilidad de frenar casi la mitad de las leyes y encendieron un debate político acerca de las condiciones. Es probable que Afganistán e Irak, que no tienen una sociedad civil con experiencia en interpretación de documentos de los organismos financieros internacionales o en activismo, sean más vulnerables incluso que Sri Lanka.
La privatización se ha convertido en la prioridad principal del FMI y el Banco Mundial en los últimos años, algo natural para dichos organismos y para la política estadounidense. La reconstrucción de Irak, sobre la cual la mayoría de las decisiones son tomadas por el gobierno militar de Estados Unidos y sin la participación de los iraquíes, será llevada a cabo por empresas elegidas por Washington y recibirán pagos fijados también por el gobierno de ese país. Si bien puede parecer que algunos proyectos de reconstrucción liderados por Estados Unidos son como recompensar a una vidriería que durante las noches envía equipos a romper ventanas para poder repararlas al día siguiente, la reconstrucción de Irak, dirigida por el presidente Bush y los viejos camaradas del vicepresidente Cheney en Bechtel, Halliburton y otras empresas multinacionales, podrían convertirse en el principal ejemplo conocido de desarrollo privatizado. La transición hacia una economía abierta y probablemente controlada por empresas privadas extranjeras podría empezar a parecer natural.
También es probable que el Banco Mundial tenga tres tareas una vez que Estados Unidos se retire: 1) controlar, junto con el FMI, que el nuevo gobierno iraquí cumpla con las condiciones neoliberales acordadas; 2) administrar con las organizaciones sin fines de lucro los servicios que no sean de interés privado por no ofrecer beneficios; 3) garantizar el despegue de la producción de petróleo, especialidad del Banco Mundial, que financia buena parte de la producción de combustible fósil del mundo en desarrollo.

Aumento de la resistencia

La conquista de Irak y su conversión al sistema de los organismos financieros internacionales está ocurriendo en un contexto de creciente resistencia a las políticas del Banco Mundial y el FMI, sobre todo en América Latina. Brasil eligió un presidente anti-FMI -aunque Lula se haya visto obligado a cumplir con dicho organismo-; la población de Argentina, que tal vez haya sufrido la peor crisis provocada por el FMI en todos los países, está decidida a terminar con las políticas neoliberales; en Paraguay, El Salvador y Perú ha habido grandes manifestaciones contra la privatización; el movimiento antiprivatizador de Bolivia ha multiplicado los levantamientos y amenaza con derrocar al gobierno. Los pueblos de América del Sur, la primera región que se sumergió a la fuerza en el sistema de ajuste estructural y el neoliberalismo, se dieron cuenta, al cabo de 20 años, de que el sistema no funciona y que la promesa de “dolor a corto plazo para obtener ganancias a largo plazo” no se cumple. Cayeron el empleo, los salarios y la calidad de vida.
El pueblo de Irak tiene un triste destino: de una dictadura a la imposición de otro régimen autoritario, aunque más amorfo. Pero quizá el proceso imperialista que ha llevado a Irak hasta este punto ayude a los iraquíes y a otros pueblos del mundo a rechazar de plano al sistema que hará de su conquista una fuente de petróleo y mano de obra baratos, y convertirá sus sueños de “liberación” en una dura realidad de pobreza y privación de todos sus derechos.

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Soren Ambrose y Njoki Njoroge Njehu son analista político y director, respectivamente, de 50 Years Is Enough: US Network for Global Economic Justice (50 años son suficientes: Red estadounidense para la justicia económica mundial), una coalición estadounidense de 200 organizaciones que impulsan la transformación del FMI y el Banco Mundial: www.50years.org







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