Resurgence No. 4 - 2003
¿Y ahora qué, Estados Unidos?
por
Ramzi Kysia
En el discurso de Estados Unidos sobre la libertad, falta una palabra: responsabilidad.
No hay palabras para describir este desastre. Cuando cierro los ojos, veo retazos de un apocalipsis: el bombardeo al mercado de as-Sheb, el bombardeo al barrio de Karadat Miryam, la Granja Nahrawaan, el mercado de an-Naser y la calle Palestina. Cifras de seres humanos muertos, cifras de heridos, un caleidoscopio de miseria humana depositada en al-Kindi y al-Yarmouk, los dos principales hospitales de Bagdad. Por todo Irak, miles de muertos y por lo menos 10.000 lisiados. Las escenas pasan a toda velocidad: el horizonte de Bagdad surcado de edificios colapsando tras nubes de humo sucio; saqueos en masa en Umm Qasr, en Nasiriyya y en Basora; el bombardeo de la línea de autobuses Damasco y el de la ciudad de Hilla. Matanzas por venganza, bombardeos suicidas y soldados estadounidenses ejecutando a familias enteras, aterrorizadas. El bombardeo de las oficinas de Al-Jazeera; el de los estudios de televisión de Abu Dhabi; el de Reuters. La Cruz Roja anunciando que los hospitales de Bagdad están trabajando por encima de su capacidad, porque llegan más de 100 heridos por hora. Casi un millón de personas en Basora sin agua por una semana, luego por dos, luego... El espectáculo de un perro y un pony en el Parque Paraíso interrumpe brevemente las visiones. Flanqueados por tanques y soldados estadounidenses, con calles absolutamente vacías alrededor, en una ciudad de cinco millones de habitantes, 200 o 300 iraquíes bailan y festejan mientras los estadounidenses tiran abajo una estatua de Saddam Hussein: ¡Bagdad ha sido liberada! Los tanques se van rápidamente a vigilar el Ministerio de Petróleo, mientras los demás edificios del gobierno son saqueados y destruidos. Saqueos en los edificios de la ONU, en la sede de la Cruz Roja, en las tiendas, las escuelas, los museos, hasta el Hospital al-Kindi fue vaciado. Esto no es accidental. No es un error. La guerra es algo deliberado, que se prepara con cuidado y se ejecuta intencionalmente. Y falta una palabra en nuestro léxico libertario: responsabilidad. Estados Unidos: bombardeamos la infraestructura civil de Irak en 1991 y bloqueamos su posible reparación durante doce largos años. Empobrecimos a toda la nación. En consecuencia, murieron cientos de miles de seres humanos. Empezamos otra guerra el 20 de marzo para profundizar la supremacía de Estados Unidos en el mundo. Murieron miles de personas. Ahora estamos ocupando un país devastado y nos apuramos a recolectar los despojos. Irak pasará cien años pagando una deuda odiosa acumulada por Saddam Hussein y multiplicada por nuestras sanciones. ¿Cuántos más morirán? ¿Cuánto más empobreceremos al país? Si privatizamos a la ex burocracia aplastadora de espíritus, ¿desaparecerá también la universidad pública? ¿Los iraquíes ya no podrán tener atención médica gratuita y generalizada? Estoy frustrado, estoy enojado y no sé qué hacer. Estuve en Irak durante las dos primeras semanas de la guerra, antes de que me expulsaran, junto con otros ocho integrantes del Equipo de Paz de Irak. Violé un toque de queda y pasé demasiado tiempo con otros periodistas en el Hotel Palestina. Había mucha paranoia. La policía secreta iraquí sospechaba de todo y de todos, y el trayecto de una cuadra desde nuestro hotel hasta el Hotel Palestina se convirtió en una excursión complicada. Pienso en el tiempo que pasé en Palestina e Israel el año pasado y en lo enorme que parecía Palestina, donde cada ciudad estaba a infinitas millas de la siguiente. Pero el viaje de ocho horas entre Ramallah y Jenin fue para recorrer apenas 80 kilómetros, según nuestros pobres mapas, que sólo muestran las distancias que puso Dios, pero no las medidas por los hombres. Pienso en la violencia del 11 de septiembre, en la pérdida de vidas y en la pérdida de nuestras libertades a manos por un gobierno obsesionado con la seguridad, que ejerce el poder del pánico y la paranoia. Pienso en el temor que sienten ahora los estadounidenses árabes y musulmanes de ser perseguidos, arrestados, expulsados o incluso, asesinados. Pienso en el temor que sienten los “blancos” de Estados Unidos “blanco”, que envuelven sus casas con un plástico ridículo para protegerse de eventuales ataques terroristas y también envuelven sus corazones, para no sentir la miseria que sus temores han provocado en Afganistán y en Irak. ¿Y ahora qué, Estados Unidos? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que no somos las únicas personas reales de este planeta y que nuestra seguridad no puede depender de la inseguridad de todos los demás? Para los de nuestro equipo que aún están en Bagdad, es poco seguro visitar a nuestros amigos iraquíes, a nuestras familias queridas. El lugar al cual nos confinó la paranoia gubernamental de Irak durante los últimos días de la guerra es el mismo al que nos confina la violencia callejera hoy. Una pequeña caminata es hoy una expedición que desafía a la muerte. Han muertos personas a balazos a pocos metros del hotel donde se encuentra nuestro equipo. La violencia ha estropeado las relaciones que tanto trabajo nos dio mantener. Más allá de la miseria física, la pérdida de nuestros seres queridos y la destrucción de la comunidad son las consecuencias más devastadoras de la violencia. Recuerdo las calles increíblemente atestadas de automóviles, durante los bombardeos sorpresivos, día y noche: mercados que aún no habían cerrado, partidos de fútbol que aún se estaban jugando. Es sobrecogedora la velocidad a la cual niveles de violencia inauditos se vuelven normales para nuestra vida. Pero también es hermoso ver el intento apasionado de una comunidad por mantenerse viva en plena guerra. Irak no es una zona de guerra. Bagdad no está en guerra. Bagdad es una ciudad de comercios y restaurantes, casas, hospitales, museos, escuelas, parques y plazas. Irak es un lugar de devociones humanas. La guerra es algo impuesto en nombre nuestro en Irak por gobiernos amorales e irresponsables. En nombre nuestro. Los iraquíes no son nuestros enemigos. Los iraquíes son nuestros aliados contra la destrucción de nuestra vida común, contra la devastación de nuestro mundo común. Son nuestros aliados comunes contra la violencia que reside en cada corazón humano. Esta no ha sido una guerra corta. Es una guerra que empezó el 6 de agosto de 1990, el día que impusimos las sanciones al pueblo iraquí. Cientos de miles de personas ya murieron. Millones están devastadas. Esta no será una guerra corta. La Guerra de los Seis Días, en 1967, se convirtió en una guerra de 36 años cuya consecuencia fue la supremacía militar de Israel en Cisjordania y Gaza. Esa guerra arruinó a ambas naciones, a ambos pueblos. Y hoy continúa. Saddam Hussein destruyó a Irak. Pero Saddam se fue. Estados Unidos también destruyó a Irak, pero nos quedamos. El movimiento de paz no puede limitarse a lo que sucede en Irak. Tenemos que defender el derecho absoluto de los iraquíes a crear su propio destino, a definirlo por su cuenta, sin interferencias, intimidaciones ni controles. Pero hay que hacer algo más que hablar. Tenemos que tomar a Irak con nosotros, como ejemplo, como un llamado. Tenemos que trabajar tan duro como los que hacen la guerra. Si aún quedan esperanzas, lo que tenemos que hacer es superar a las instituciones de nuestra sociedad, que multiplica la violencia. Debemos superar nuestro propio militarismo y el materialismo que lo gobierna. Tenemos que dejar de pagar impuestos y arriesgarnos a ser arrestados; tenemos que detener al gobierno de Washington, que es ilegítimo y está absolutamente fuera de control. Y tenemos que superar nuestra furia contra los asesinos en masa del mundo, los Saddam Hussein y los George W. Bush, mientras nos salimos de su tiranía. Esa ira se está manifestando hoy en las calles de Irak, más vidas aplastadas por la violencia. Por favor Dios, tenemos que aprender a sanarnos y superar todos nuestros engaños. ¿Y ahora qué, Estados Unidos? Los festejos por la caída de un tirano son sustituidos por una amargura tras otra; miles de oportunistas contemporáneos –extranjeros de buenas o malas intenciones por igual- llegan a Irak para imponer su versión de la realidad; la privatización de Irak mantiene la pobreza impuesta por las sanciones; y la ocupación estadounidense se va convirtiendo en el gobierno del miedo y el resentimiento. ¿Y después, qué? ¿Después, qué? ¿Después, qué?
----------- Ramzi Kysia es escritor activista por la paz árabe estadounidense. Este artículo fue publicado en el sitio web Irak Electrónico y se reproduce con permiso del autor.
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