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Irak


Resurgence No. 4 - 2003

Engaño y duplicidad

La intervención de Occidente en Irak

por T. Rajamoorthy

El intento de Estados Unidos y Gran Bretaña de proyectar su ocupación de Irak como un acto de “liberación” es coherente con el modelo de engaño y duplicidad característico de la intervención de Occidente en ese país. Si nos guiamos por la historia, esta última aventura imperial tendrá el mismo destino que las anteriores.

Los analistas de las invasión de Irak han señalado que cuando George W. Bush, Paul Wolfowitz y John Negroponte declararon que los soldados estadounidenses entraron en Irak "como libertadores, no como ocupadores", simplemente repetían un refrán familiar que se utiliza para las intervenciones occidentales en Medio Oriente desde la época de Napoleón. Cuando el general británico Sir Stanley Maude invadió Irak en 1917, durante la Primera Guerra Mundial, e inició el proceso de colonización del país, también declaró: "Nuestros soldados no entran en sus ciudades y tierras como conquistadores o enemigos, sino como libertadores".
Como para asegurarse de que su mensaje al pueblo de Irak fuera bien entendido, los británicos -junto con Francia- hicieron una declaración en noviembre de 1918 (conocida como Declaración Anglofrancesa) cuya finalidad era dar a conocer su punto de vista respecto del futuro de los iraquíes y de otros pueblos antiguamente gobernados por los turcos otomanos. Según el documento, el objetivo era "completar la liberación de los pueblos durante tanto tiempo oprimidos por los turcos y establecer gobiernos y administraciones nacionales cuya autoridad emane del libre ejercicio de elección de las poblaciones indígenas".
Estos pronunciamientos tan piadosos acerca de la "liberación" y el derecho de los pueblos a la autodeterminación fueron centrales en las declaraciones públicas. En las discusiones privadas, los ministros y asesores del gobierno británico expresaron opiniones muy diferentes acerca del derecho de los pueblos nativos a la autodeterminación. Un mes antes de la mentada Declaración, durante una reunión del Comité de Oriente del gabinete británico de guerra que se realizó en octubre de 1918, cuando tropas de Gran Bretaña llegaban a los alrededores de Mosul, los funcionarios del gobierno británico encargados de diseñar la política en Medio Oriente aclararon lo que realmente pensaban sobre la "autodeterminación".
Entre los participantes de la reunión se encontraban el secretario de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, Lord Arthur Balfour (famoso por la "Declaración Balfour", en apoyo del establecimiento de un estado judío en Palestina), Lord Robert Cecil, secretario adjunto de Asuntos Exteriores, y T.E. Lawrence ("Lawrence de Arabia").
Lord Balfour expresó en dicha reunión que "sería ingenuo insistir en la autodeterminación, que resulta inaplicable a tribus negras absolutamente bárbaras, subdesarrolladas y desorganizadas". Lord Cecil agregó una advertencia: la autodeterminación debía ser "una indicación (...) pero no deberíamos dejar que las poblaciones decidan sobre esto, porque se producirían los jaleos más espantosos si lo hiciéramos". Y Lawrence concluyó: "La autodeterminación ya ha sido bastante discutida. Creo que es una idea muy tonta en varios sentidos" [1].

Un ejercicio de cinismo

Lamentablemente, los kurdos de Irak tomaron al pie de la letra la Declaración Anglofrancesa y le dieron la bienvenida a los soldados británicos "libertadores" en el otoño de 1918. Su líder, el jeque Mahmud al-Barzani, se tomó tan en serio la Declaración que se dice que tenía una copia del documento y la usaba como talismán. A los seis meses, ejerció el prometido derecho a "establecer un gobierno y administración nacionales" derivados del "libre ejercicio de iniciativa y elección de las poblaciones indígenas", creando un Estado kurdo al norte del país.
Pero en mayo de 1919, Gran Bretaña envió tropas para destruir el Estado kurdo. Obviamente, los kurdos debían ser "liberados" de ciertas aspiraciones que los británicos no podían promover. Los kurdos resistieron ferozmente y, aunque la insurgencia fue aplastada, el gobierno de Gran Bretaña en Irak sufrió una serie de levantamientos kurdos durante toda su historia.
Gran Bretaña y Occidente en general respondieron a la cuestión kurda como si se tratara de un asunto puramente administrativo, en un ejercicio de cinismo. Como dijo un historiador estadounidense, Gran Bretaña jugó al principio con la idea de crear un estado kurdo que contara con su protección porque "el apoyo a las aspiraciones kurdas podía servir para presionar a la Turquía kemalista recalcitrante, a Irán y especialmente a Irak, donde el porcentaje de kurdos era más alto que en el resto de los países". Pero luego, los británicos abandonaron el proyecto porque resultaba demasiado explosivo. Sin embargo, como señala el mismo historiador, "Esto no significó tirar por la borda la amistad con los kurdos. Por el contrario, varios agentes británicos siguieron cultivándola, sobre todo en el plano local, tanto en Irak como en Irán. Esto sirvió "para que la cuestión kurda se mantuviera como una táctica de reserva en caso de dificultades con Bagdad o Teherán" [2].

El levantamiento chiíta de 1920

Aunque la resistencia kurda fue una figura casi permanente del dominio británico en Irak, fueron los chiítas los que lideraron el primer levantamiento nacional contra Gran Bretaña. La chispa que encendió la mecha fue la novedad, luego de la Conferencia de San Remo, de que pese a la promesa hecha por británicos y aliados en cuanto a la liberación y autodeterminación de Irak, el país quedaría bajo mandato británico (un eufemismo para no decir "colonia" británica). Lo sorprendente de la revolución de 1920, centrada en Najaf, fue el papel del ulama chiíta, que no sólo movilizó a las masas iraquíes, sino que forjó un frente unido con los sunitas, para oponerse al colonialismo británico. "Por primera vez en siglos, los chiítas se unieron políticamente a los sunitas, y la población de Bagdad hizo causa común con los grupos tribales del Eufrates. Se produjo un fenómeno sin precedentes: en todas las mezquitas chiítas y sunitas se realizaron celebraciones conjuntas, presuntamente religiosas pero, en realidad, políticas. Se realizaron maulids (ceremoniales sunitas en honor al cumpleaños del profeta) que luego seguían con ta'ziyahs (lamentaciones chiítas por el martirio de Husain) y la ceremonia finalizaba con discursos patrióticos y poemas encendidos contra los ingleses [3].
Para unir a ambas comunidades, la agitación se centró también en la desgracia en la cual había caído el honor árabe y la profunda humillación que sufría un pueblo orgulloso por la imposición de un gobierno colonial, temas ambos que tocan los siguientes versos de un poeta sunita:

¡Oh, Pueblo de Irak! No eres huérfano
para precisar un cuidador, Irak
Ya no podrás disfrutar del agua del Tigris
si aceptas la humillación y la opresión. [4]

La insurgencia comenzó en mayo, con el asesinato de dos soldados británicos, y en julio, todo el país se había levantado en armas contra los invasores. Los 130.000 soldados que tenía Gran Bretaña en el país no alcanzaron para aplastar a los insurgentes. Los refuerzos y el gas venenoso ("arma de destrucción masiva") que envió Londres sirvieron para que, en octubre y con 2.500 víctimas británicas, los rebeldes fueran vencidos.
Pero la huella de esta revolución resultó indeleble. Y dado que los medios de comunicación, en la actualidad, divulgan la idea de que la invasión de Estados Unidos a Irak permitirá la liberación de los chiítas, aplastados por un gobierno sunita desde hace tanto tiempo, es fundamental subrayar la participación de los británicos en este asunto político. Gran Bretaña, en su afán de socavar el poder de la mayoría chiíta, diseñó y organizó el moderno Estado de Irak, con la minoría sunita oprimida. "Las generaciones futuras de políticos iraquíes (sunitas) se sentirán agradecidos con los británicos, que los salvaron de Najaf (chiíta)" [5], sostiene un funcionario británico en una síntesis escrita sobre la revolución.
El proceso de creación de este Estado comenzó luego del levantamiento, cuando los británicos importaron de la Mecca a Faisal Hussein, el hijo de Sharif Hussein, un hombre que nunca antes había pisado suelo iraquí, y le organizaron un "movimiento espontáneo" para que se convirtiera en el rey de Irak. Luego de algunos trabajos sucios, lograron que Hussein fuera elegido por 96,8 por ciento de los votos, mayoría que sólo volvió a conseguir Saddam Hussein varias décadas más tarde. Este monarca y su séquito, junto con un pequeño grupo urbano y poderosos líderes tribales del campo, constituyeron el origen de algo que luego se convirtió en un Estado dominado por los sunitas.
Pero el poder real estaba en manos de los asesores británicos, cuyo "consejo" debía ser aceptado a cualquier precio, al punto que, cuando Irak se volvió nominalmente independiente, en 1932, la embajada británica fue la encargada de hacer los disparos de honor. El papel de los militares británicos en la construcción de esta estructura fue claramente explicitado por un ministro del gabinete de Gran Bretaña en 1925, cuando subrayó: "Si el mandato del rey Faisal se cumple efectivamente en todo el reino, es gracias a los aviones británicos. Si mañana no hubiera aviones británicos, toda la estructura se caería en pedazos inmediatamente" [6].
Ese fue el régimen colonial que, luego de la revolución de 1920, tomó las medidas necesarias para socavar el poder del establishment religioso chiíta. Dado que la mayoría de los mujaidines chiítas eran de origen iraní, se enmendaron las leyes para deportar a los extranjeros que participaran en actividades "contra el gobierno". Así, se aplicaron las leyes para debilitar a los clérigos chíitas que se oponían al dominio británico. Y las medidas adoptadas también estropearon las relaciones entre los chiítas de Irak y los de Irán. Las instituciones educativas chiítas perdieron su independencia y quedaron bajo control del gobierno. El resultado fue que el poder pasó, progresivamente, de las ciudades chiítas de Najaf y Karbala, a Bagdad. En 1925, los clérigos chiítas tenían escasa intervención en la política nacional.

La revolución de 1958

En julio de 1958, el brigadier Abd al-Karim al-Qasim y un grupo de militares lideraron un levantamiento del Ejército que se convirtió en una revolución y derrocó a la monarquía y al orden político colonial.
Qasim no tenía partido político propio, de modo que fue el poderoso Partido Comunista de Irak el que le brindó una base política. Fundado en 1934, el partido tenía muchos antecedentes de acciones de resistencia anticolonialista y gozaba de un extendido respeto debido a la tenacidad con la cual había llevado adelante la lucha. En los años 40 y 50, el número de miembros y personas que lo apoyaban se había ampliado enormemente, sobre todo en la comunidad chiíta. El vuelco de los chiítas hacia el Partido Comunista ha sido explicado como la respuesta de una comunidad políticamente deslegitimada, de la cual surgieron "los más pobres entre los pobres". En la década del 60, la cantidad de jóvenes chiítas que se incorporaron al Partido Comunista fue tan alarmante que el ulama chiíta tradicional llegó a promulgar una fatwa prohibiendo integrarse o apoyar a dicho partido.
Pero, a pesar de todo, la verdadera lucha política no era entre los comunistas seculares y la oposición religiosa chiíta, sino entre las dos principales fuerzas seculares: los comunistas y los baathistas -batalla que también reflejaba la división entre sunitas y chiítas, ya que el Baath era un partido de abrumadora mayoría sunita. Estos últimos también terminaron enfrentándose a Qasim, a pesar de haberlo apoyado al principio, debido a su respuesta tibia al panarabismo. Los baathistas intentaron asesinar a Qasim en 1959 (con la participación de Saddam Hussein) y fracasaron, luego de lo cual, la mayoría de los líderes del Baath huyeron del país. Ese hecho fortaleció al Partido Comunista.
La creciente fuerza e influencia de los comunistas alarmó a Washington. En 1959, el director de la CIA, Allen Dulles, ya había anunciado que Irak era "uno de los lugares más peligrosos del mundo". El temor al comunismo llevó a la CIA a establecer contactos con los líderes baathistas exiliados, a fin de diseñar planes para derrocar a Qasim. "Los planes para derrocar al líder iraquí, dirigidos por William Lakeland, que trabajaba como agregado en la embajada de Bagdad, constituyeron una de las operaciones más elaboradas de la CIA en la historia de Medio Oriente" [7].

Golpe de Estado

El 8 de febrero de 1963, una coalición de baathistas y militares independientes derrocaron al gobierno de Qasim. Los seguidores del Baath tomaron las calles y su principal objetivo fueron los comunistas. Alrededor de 1.500 militantes comunistas murieron en luchas callejeras en todo el país y siete de los 19 miembros del Comité Central fueron ejecutados.
Respecto de la participación de la CIA en este golpe de Estado es interesante destacar que, al igual que ocurrió en Indonesia en 1965, la agencia estadounidense dio la lista de nombres de los comunistas que debían ser eliminados. "El Ministerio de Relaciones Exteriores de Irak tenía información sobre la complicidad entre los baathistas y la CIA", declaró más adelante el ministro del gobierno de Qasim. "En muchos casos, la CIA le dio a los baathistas los nombres de determinados comunistas que fueron secuestrados de sus hogares y asesinados".
El rey Hussein relató algo similar al periodista egipcio Mohamed Hassanein Heikal: "Yo sé que lo que sucedió en Irak el 8 de febrero contaba con el apoyo de la Inteligencia estadounidense (...). Hubo muchas reuniones entre el Baath y la Inteligencia de Estados Unidos, las más críticas en Kuwait. ¿Sabía que el 8 de febrero, el día del golpe en Bagdad, hubo un programa secreto de radio que informaba a los encargados de dar el golpe, el nombre y la dirección de los comunistas que estaban en la ciudad, para que pudieran encontrarlos y ejecutarlos?".
Jamal Atasi, miembro del gabinete sirio que enfrentó a los exiliados baathistas cuando supo de sus reuniones secretas con la CIA, se dio cuenta de la gravedad de lo que estaba ocurriendo: "Se trataba de un esfuerzo de Occidente, y sobre todo de Estados Unidos, para que el Baath tomara el poder, lo monopolizara y echara a todos los demás elementos y fuerzas (es decir, tanto a los comunistas como a los nasseristas)" [8].

Renacimiento de la oposición chiíta

El ataque al Partido Comunista de Irak en 1963 siguió con la persecución de comunistas hasta el ascenso de Saddam Hussein al poder, en 1968, y dejó un vacío político que le permitió recuperar fuerzas a la oposición chiíta. El renacimiento chiíta había empezado en la década del 60, pero es indudable que el debilitamiento del Partido Comunista fue uno de los principales factores de la renovada influencia política chiíta. Hanna Batatu, gran experto en la historia de Irak, dio una explicación muy clara sobre estos acontecimientos: ..."la profunda herida sufrida por los comunistas en 1963, el compromiso asumido con el gobierno baathista de que tendrían el poder desde 1973 hasta 1978, y el exilio, en 1979, de nada menos que 3.000 miembros del Partido Comunista dejó a la capital en desventaja, sin capacidad para organizar una protesta, y dejó un vacío subyacente que los predicadores y los mujaidines llenaron enseguida" [9].
Durante la década del 80, la ejecución de Mohammed Baqer al-Sadr, probablemente la figura más importante de la oposición chiíta en la historia contemporánea de Irak, la represión sin miramientos y los exitosos esfuerzos de Saddam Hussein para obtener la colaboración de varios líderes chiítas terminaron de debilitar a la oposición. Además, la oposición estaba ya muy desunida y dividida en facciones, situación que se prolonga hasta el día de hoy.
A pesar de todo esto, cualquier observador ve hoy claramente que el grupo en mejor situación para sustituir al gobierno batista, que ha monopolizado el control de todos los aspectos de la vida social, es la oposición chiíta, con sus instituciones y sus clérigos. En el ensayo escrito en 1985-1986 sobre las organizaciones chiítas en Irak, Hanna Batatu se pregunta cuáles son las perspectivas futuras del movimiento chiíta iraquí. Y su respuesta es casi profética: Pese a las arremetidas de los años 80, "los temas y los símbolos chiítas siguen teniendo mucha fuerza y la oposición chiíta está preparada para beneficiarse si el régimen de Saddam Hussein comete un error político o si sufre una grave derrota militar" [10].
Al planificar la invasión de Irak, Estados Unidos parece haber omitido este factor. Pero ahora que destruyó el orden político de Saddam Hussein, se ve obligado a enfrentar la amarga realidad. Y no es sólo de la oposición chiíta que Washington debe hacerse cargo. Al igual que en 1920, hoy se ve una unidad creciente y en proceso de expansión, que trasciende la brecha entre sunitas y chiítas. Está creciendo un movimiento general, en base a una única exigencia: que se vayan los invasores estadounidenses.
Frente a esta oposición creciente, es increíble que Washington siga teniendo ilusiones de poder generar una estructura neocolonial del tipo de la que crearon los británicos en 1921, y mantenerla por la fuerza de las armas.
Los británicos descubrieron, con dolor, que no todo se puede mantener a la fuerza, ni para siempre. Hicieron ese descubrimiento el 14 de julio de 1958, cuando todo el edificio político que habían levantado se cayó a pedazos y el embajador británico tuvo que huir para salvar su vida cuando el pueblo iraquí, durante tanto tiempo reprimido, tomó las calles de Bagdad.
Hanna Batatu describe con gran realismo ese momento en el cual, finalmente, cayó la cortina de la realidad sobre el imperio británico en Irak: "La capital se inundó de gente -shargawiyyas (los que viven en chozas de barro) y otros-, con ánimo de pelea y unida por una única pasión: '¡Muerte a los traidores y a los agentes del imperialismo!'. Era como una marea que avanzaba, al principio, decidida a la venganza en la casa de Nuri (el primer ministro durante la monarquía) y el palacio real, pero pronto se extendió al consulado y la embajada británica, y a otros lugares, y se convirtió en algo tan terrible y sobrecogedor que los militares revolucionarios declararon el toque de queda y luego, al anochecer, impusieron la ley marcial. Cuando finalmente, de noche, la multitud empezó a retirarse, la estatua de Faisal, símbolo de la monarquía, estaba tirada en el piso y la figura del general Maude, el conquistador de Bagdad, descansaba en el polvo, afuera de la vieja cancillería británica en llamas" [11].


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T. Rajamoorthy es uno de los editores de Third World Resurgence.




NOTAS:

1 Phillip Knightley y Colin Simpson (1969), The Secret Lives of Lawrence of Arabia (Las vidas secretas de Lawrence de Arabia), Londres: Nelson, p. 112.
2 George Lenczowski (1962), The Middle Eastern in World Affairs (Medio Oriente en las relaciones mundiales), Ithaca y Londres: Cornell University Press, p.266.
3 Hanna Batatu (1978), The Old Social Classes and the Revolutionary Movements of Irak (Las viejas clases sociales y los movimientos revolucionarios de Irak), Princeton: Princeton University Press, p.23.
4 Yitzhak Nakash (1994), The Shi'is of Irak (Los chiítas de Irak), Princeton: Princeton University Press, p.69.
5 Ibid, p. 72.
6 Peter Sluglett (1988), "Irak", en The Cambridge Encyclopedia of the Middle East and North Africa (Enciclopedia de Cambridge sobre Medio Oriente y Africa del Norte), Cambridge: Cambridge University Press, p.341.
7 Said K. Aburish (2001), Saddam Hussein: The Politics of Revenge (Saddam Hussein: La política de la venganza), Londres: Bloomsbury, p.55.
8 Malik Mufti (1996), Sovereign Creations: Pan-arabism and Political Order in Syria and Iraq (Creaciones soberanas: la liga panárabe y el orden político en Siria e Irak), Ithaca y Londres: Cornell University Press, p.144.
9 Hanna Batatu (1986), "Shi'i Organizations in Iraq: Al-Da´wah al Islamiyah and al-Mujahidin", en Juan R.I. Cole y Nikki R. Keddie Eds., Shiism and Social Protest, New Haven y Londres: Yale University Press, p.184.
10 Ibid, p.200.
11 Hanna Batatu (1978), op. Cit., pp.804-5.







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